16 octubre, 2020
Desde diciembre de 2006 hasta abril de 2014, hubo una balacera diaria. Por cada militar muerto en estos enfrentamientos, 20 civiles murieron. Después de abril de 2014, la Sedena dejó de informar estas estadísticas. Frente a las revelaciones del proceso contra el general Cienfuegos, la violencia de estos sexenios cobra nuevos significados
Texto Redacción Pie de Página*
Desde 2006, cuando iniciaron los operativos ordenados por el presidente Felipe Calderón, hasta octubre del 2018, se registraron al menos 4 mil 272 balaceras de militares y civiles (armanos o no armados). La cifra anual de enfrentamientos creció de manera consistente hasta el año 2011, para luego disminuir y tener un repunte en 2017. México registró de media al menos una balacera entre militares y civiles todos los días durante once años.
Según los propios registros de las fuerzas armadas, 200 militares y 3 mil 907 civiles murieron en los eventos registrados desde diciembre de 2006 hasta abril de 2014, año hasta el que se tiene registro de civiles muertos. En promedio, un civil muerto en cada enfrentamiento durante ocho años, veinte civiles por cada militar: cifras monstruosas. Después de esa fecha no sabemos cuántos civiles han muerto, la Secretaría de la Defensa Nacional dejó de informar sobre civiles muertos y heridos.
El número de personas no uniformadas que murieron en los tiroteos con soldados mexicanos supera el número de muertos en tiroteos con otras fuerzas de seguridad como la Policía Federal y la Marina.
Por ejemplo, en los sexenios de Calderón y Peña Nieto, la Policía Federal tuvo 498 choques con civiles en los que murieron siete personas no uniformadas por cada policía. En el caso de la Marina, que tuvo 235 choques, murieron 8 personas no uniformadas por cada marino. Es importante señalar que su despliegue en las calles ha sido menor: la Policía Federal tuvo en ambos sexenios entre 20 mil y 30 mil elementos, mientras que la Marina tuvo alrededor de 17 mil.
La relación de militares muertos versus civiles muertos no es normal para una guerra. Según el “índice de letalidad”, una fórmula empleada en países como Brasil, Argentina y Venezuela para calcular la fuerza mortal de los ejércitos o las policías en distintos conflictos, los soldados mexicanos que patrullan las calles del país matan más que muchos de sus pares en el mundo: ocho personas por cada una que resulta herida, cuando lo deseable es una persona muerta por cada persona herida.
¿Incide en ese nivel que, a diario, un pelotón del Ejército mexicano se involucre en un tiroteo en un cuarto de los municipios del país? Los militares no responden —todos nuestros pedidos de información y entrevista fueron negados por la Sedena durante tres años— y la evidencia de que fenómenos oscuros rodean numerosos operativos es incontestable. En muchos casos, esas acciones han involucrado violaciones rampantes a los derechos humanos, crímenes disimulados con mentiras y montajes, ajusticiamientos, desapariciones de personas y asesinatos.
Sobran brutales ejemplos de esos cruces de caminos .
El 30 de junio del 2014, cuando Salvador Cienfuegos ya era secretario de la Defensa Nacional, un convoy de militares asesinó a un grupo de civiles, algunos armados, en Tlatlaya . En una bodega de ese paraje del Estado de México, un grupo de soldados mató a 21 hombres armados y una adolescente . Los soldados adujeron un enfrentamiento normal, los atacaron y ellos respondieron . Pero según la investigación de la CNDH, de las personas que murieron esa noche, entre 12 y 15 fueron asesinadas cuando ya se habían rendido .
Durante estos cuatro años de investigación hemos escuchado relatos parecidos de boca de numerosos soldados: vas con una misión, pero acabas en otra historia. Vas a defender la ley y terminas quebrándola.
Las investigaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y las sentencias judiciales contra soldados muestran una sucesión de episodios similares: una acción militar que debía asegurar la legalidad desemboca en una crisis donde las fuerzas armadas violan la ley que juraron defender. Esas ilegalidades suceden por diferentes motivos.
Porque los jefes han ordenado a La Tropa acabar con todo lo que se les cruce: no quieren soldados muertos.
Por falta de pericia y formación de los soldados. Porque pasan demasiado poco tiempo en entrenamiento de combate donde intervienen civiles —o, porque al combatir en las ciudades, los civiles pueden ser daño colateral— o porque pasan demasiado poco tiempo practicando tiro. Porque disparan pocas salvas de entrenamiento a blancos fijos y menos aún a blancos móviles.
Por el miedo, el estrés o la ansiedad. Por pánico.
Por la confusión que generan los disparos.
Por el tipo de armamento –los soldados usan calibre 5.56 y 7 .62, con fusiles como el FX-05 que tiene una capacidad de disparo de 850 tiros por minuto con un alcance de hasta 800 metros y en años recientes comenzaron a usar calibre 50, capaz de tumbar blindajes O por la burocracia del enfrentamiento —un soldado nos contó que matar a una persona era menos engorroso que dejarla herida: con el herido, debían llamar a una ambulancia, trasladarla, llenar formularios, responder preguntas en hospitales y, claro, si el herido es un tipo malo de verdad, un buen día también podría vengarse.
Por el relato de sospechas que los soldados han construido sobre aquellos a quienes enfrentarán, a los que los soldados han asumido como un enemigo: alguien que camina sospechoso, conduce una camioneta sospechosa con vidrios polarizados sospechosos, parece que, sospechosamente, sacará un arma.
Por el deber marcial de acabar con ese enemigo . Por la determinación patriótica de defender a México del crimen organizado. Porque, claro, son soldados: La Tropa está allí para obedecer órdenes de sus jefes .
Las variables que posibilitan que un soldado dispare y asesine son numerosas . ¿Cuáles de esas variables emanan de la formación militar, cuales condicionan la predisposición a matar? ¿Cuáles son inherentes al nervioso proceso de decisión de un muchacho de poco más de veinte años que siente que si no mata puede morir? ¿Cuáles son inherentes a, tal vez, un retorcido deseo?
El Ejército ha sido la punta de lanza en la estrategia de seguridad de tres gobiernos sucesivos de México desde 2006: el de Felipe Calderón, el de Enrique Peña Nieto y, tras sus anuncios una vez convertido en presidente, el de Andrés Manuel López Obrador .
En diciembre de 2006, el presidente Calderón estrenó su mandato ordenando el despliegue de miles de militares por todo el país, en sustitución de unos cuerpos policiales corrompidos. Comenzó por Michoacán, a donde envió 4,000 efectivos y ordenó sobrevuelos con helicópteros y el cerco naval de sus costas . Le llamó Operación Conjunta Michoacán y su propósito era recuperar “los espacios públicos que la delincuencia organizada había arrebatado”. El plan: erradicar plantíos de marihuana y amapola, realizar cateos, ejecutar órdenes de aprehensión, desmantelar puntos de ventas de droga y controlar las carreteras y costas de todo tráfico.
La ascensión de Enrique Peña Nieto a la presidencia en 2012 no supuso una modificación en la estrategia de seguridad. Por el contrario, la presencia militar en las calles aumentó.
En 2018, antes de asumir su mandato, Andrés Manuel López Obrador dijo que resultaba imposible para él mandar a los militares de vuelta a los cuarteles, dada la crisis de inseguridad que sufre el país. López Obrador dijo que los soldados, adscritos en Gobierno a la Guardia Nacional, seguirían haciéndose cargo de la seguridad de las ciudades mexicanas.
*Este texto está elaborado con fragmentos del libro La Tropa. Por qué mata un soldado (Aguilar 2019). De Daniela Rea, Pablo Ferri y Mónica González.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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