Alta volatilidad

4 junio, 2020

Cada vez es más evidente que se vislumbran tiempos de extrema volatilidad en la esfera internacional, de una incertidumbre e incandescencia como hacía años que no veíamos. Los disturbios en Estados Unidos y en Brasil son indicios claros

Manuel Manonelles* / IPS

BARCELONA. – Poco a poco se va dibujando el nuevo escenario hacia donde evoluciona el tablero de ajedrez global resultante del terremoto -con réplicas que se prolongarán en el tiempo- que está significando la covid-19.

Cierto es que desde el principio intuíamos que una situación tan sorprendente como contundente e inesperada conllevaría un nuevo escenario de complejidad, y cada vez es más evidente que se vislumbran tiempos de extrema volatilidad en la esfera internacional, de una incertidumbre e incandescencia como hacía años que no veíamos.

Los disturbios en Estados Unidos y en Brasil son indicios claros. No es casualidad que se estén dando en los dos países con mayor número de casos de covid-19 del mundo: Estados Unidos camino de los dos millones de positivos y con más de 100 mil muertos, y Brasil superado el medio millón y más de 30 mil muertos.

Y si bien es cierto que el origen de los peores disturbios en más de 20 años en Estados Unidos está en la muerte en manos de la policía de Minneapolis de un ciudadano afroamericano (y una gestión presidencial que tampoco ayuda), a nadie se le escapa que la rabia que este hecho ha desencadenado se ha alimentado y mucho de la frustración acumulada de estos últimos meses.

Un tiempo donde el racismo estructural en Estados Unidos se ha visto confirmado de manera abrumadora por el porcentaje de afectación y de muertos por el coronavirus en la población afroamericana, muy superior al de la población blanca. Y estamos hablando de 40 ciudades con toques de queda, el despliegue de la Guardia Nacional y Policía Militar en varios estados y la militarización de la capital, Washington DC; casi nada.

Pero no se trata de dos situaciones aisladas, y el potencial desestabilizador de la covid-19 en algunas de las principales potencias mundiales, y en paralelo a las relaciones entras ellas es realmente alto; como la incertidumbre que se deriva.

Continuando con Estados Unidos, el espectáculo del enfrentamiento entre el presidente Donald Trump y varios gobernadores –al filo de la crisis constitucional-, los ataques a la OMS (Organización Mundial de Salud) o la progresiva y preocupante escalada de tensión con China, siempre en el contexto de la crisis del coronavirus, no hacen prever nada bueno.

Y todo ello en un contexto de año electoral, con una curva epidemiológica que se resiste a descender de manera significativa, con 40 millones más de parados… y uno de los presidentes más polémicos de la historia que opta por la reelección. Territorio abonado para la incertidumbre.

Pero de todas las variables y los cambios que el coronavirus está llevando a la arena global, los más relevantes seguramente están en China. Y es que la pandemia aporta elementos que acompañan a los cambios de comportamiento de la potencia asiática, y no se trata exclusivamente de Hong Kong.

Es evidente que los cambios legislativos recientemente anunciados respecto la excolonia británica hace tiempo que se estaban preparando, pero el contexto de covid-19 seguramente lo ha acelerado.

El mundo en el fondo tiene otros problemas en los que focalizarse y Estados Unidos dejan de estar -de lejos- en una posición de fuerza para imponerse ni en este ni en muchos otros frentes, y China lo piensa aprovechar.

Es más, los ataques lanzados desde la Casa Blanca en referencia al «virus chino» no han tenido ningún efecto real sobre Beijing, y más bien han ayudado a consolidar la evolución hacia una política exterior más agresiva como la que promueve el presidente Xi Jinping.

De hecho, la comparativa de cómo se está tratando la pandemia en China respecto de Estados Unidos, con todas sus sombras y dudas, para nada favorece a Washington.

Y después de Hong Kong viene Taiwán. Con pocos días de diferencia del anuncio de la nueva legislación sobre Hong Kong, con las implicaciones que conlleva, el gobierno de Beijing retira la palabra «pacífico» de su llamamiento anual a la reunificación con esta isla.

Pero es que estos dos hechos se suman en pocas semanas al séptimo incidente -en lo que llevamos de año- entre las fuerzas aéreas chinas y taiwanesas; a nuevas escaramuzas entre tropas chinas y de la India en la zona fronteriza en disputa en el Himalaya (y el consecuente envío de refuerzos a los dos lados de la frontera); al hundimiento de un pesquero vietnamita por parte de la Guardia Costera China en aguas también bajo discusión; o a los incidentes con barcos chinos alrededor de una plataforma petrolera gestionada por Malasia.

Tampoco podemos ignorar la situación en la Federación Rusa. Pasados ​​los 400 mil casos de covid-19, y con una curva epidemiológica en crecimiento, Putin está viviendo su popularidad más baja desde hace años, al tiempo que el seguimiento en las redes sociales de sus principales opositores sube como la espuma.

Y todo ello pendiente de un referéndum el 1 de julio que debe aprobar la reforma constitucional pensada para perpetuarle en el poder. Referéndum que poco ayudará a contener la pandemia.

En este contexto, las imágenes de hace unos meses en las que Rusia enviaba aviones de carga llenos de mascarillas a los Estados Unidos o desplegaba apoyo militar en la lucha contra el coronavirus en el norte de Italia quedan muy lejos. Y Rusia tampoco se ha podido ahorrar la tensión con China, con reproches mutuos respecto el cierre de las fronteras terrestres o sobre la importación de nuevos casos de un país al otro.

Donde también llueve sobre mojado es en América Latina que, junto con Estados Unidos, es el nuevo epicentro de la pandemia, rozando conjuntamente los tres millones de casos respecto de los 2.3 millones en Europa.

El caso paradigmático es el ya mencionado Brasil, con un presidente «negacionista», fiel seguidor de la doctrina Trump, a pesar de ser ya el segundo país del mundo en número de casos de coronavirus.

Pero veremos cómo reaccionan países como Chile ahora que ya han superado los 100 mil casos, que arrastran una reciente inestabilidad con un gobierno fuertemente contestado en la calle (que recordemos obligó a trasladar la cumbre climática de la COP25 de Santiago de Chile a Madrid); o Perú que a pesar de haber tomado medidas más estrictas, se aproxima ya a los 180 mil casos.

El coronavirus también crece en el Golfo y en India, donde se está levantando el confinamiento más grande del mundo, que afectaba aproximadamente a mil 300 millones de personas.

Y es que en un contexto como el actual, donde hay pocos países del mundo -y menos entre las grandes potencias- que puedan realmente lucir por su gestión de la pandemia, los incentivos y la tentación para encontrar cabezas de turco internas o externas que ayuden a desviar la atención o redirigir la rabia de la opinión pública son muy elevados.

Si a esto se suman liderazgos polémicos o autocráticos, las tensiones preexistentes, o unas previsiones a corto plazo poco lozanas en el ámbito económico; el escenario al que nos enfrentamos es poco prometedor, y sobre todo incierto.

Mientras que en Europa la tormenta (o la primera ola) se calma, en el resto del mundo la pandemia crece, y con ella la inestabilidad y la volatilidad.

Manuel Manonelles es profesor asociado de Relaciones Internacionales – Blanquerna/Universidad Ramon Llull. El artículo fue publicado originalmente en IPS, que iene un convenio de colaboración con la Red de Periodistas de a Pie. Puedes consultar la publicación original en este link

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