Mujeres de distintos grupos feministas hacen una valoración del momento de la lucha por los derechos de las mujeres en México y vislumbran cuáles son los siguientes pasos en su movimiento
Texto: Vania Pigeonutt y María Ruiz
Foto: María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO.- Marbella es una mujer afrodescendiente en busca de un feminismo que la represente. Lo construye junto a otras mujeres violentadas primero por ser negras, después por ser mujeres. Diana se mueve en la periferia, ayuda a mamás de Nezahualcóyotl que buscan a sus hijas. Sayuri lucha con la ley y la consigna. Lía y Jessica visibilizan el mundo de lo posible desde lo trans. Las Mujeres Organizadas de la Facultad de Filosofía y Letras cuidan y aman. Desde la palabra, el abrazo, la compañía, la voz. Todas luchan.
Durante el último año de protestas contra la violencia feminicida, muchas mujeres han tomado las calles apropiándose con sus cuerpos del espacio público. Las mujeres cantan, bailan, escriben en paredes: “Ni una más” “Ni una menos” “Estado feminicida”. Luchan desde sus cocinas, con sus pláticas, sueños, solas o con sus familias. Las protestas pueden incluir vidrios rotos o puertas quemadas: están hartas.
¿Qué es el feminismo para ellas? ¿Cuál es su diagnóstico para exigir un alto a los feminicidios, derechos sexuales y reproductivos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuáles son las propuestas a futuro para la construcción de un mejor país?
Pie de Página entrevistó a ocho mujeres activistas feministas y esto fue lo que nos dijeron.
En cuatro meses, desde la toma de la toma de Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, las Mujeres Organizadas han convertido el edificio lúgubre y frío en un hogar cálido. En el salón principal de decisiones se reúnen en círculo. Una teje una servilleta con la frase: “Digna rabia”, mientras otra ofrece a todas pay de limón. Las paredes están llenas de frases de amor y resistencia: “las amo, morras”, “las amo, diosas”, “femininja”, “Sábete fuerte y peligrosa”. Se llaman bebé, cariña. Se piden avisar para todo.
Las mujeres que encabezan un movimiento para que la UNAM imponga sanciones justas contra académicos que las han acosado y violentado sexualmente han logrado, desde el separatismo, cambiar el estatuto de su escuela y ponerse en el foco de México: en la UNAM, también las están matando y desapareciendo.
Las paredes de esta casa son una protesta inacabada. Está el tendedero de nombres de acosadores y violentadores, pero también un memorial por las que ya no están, como Lesvy y Mariela. Una constante son las pinturas de flores de enredadera y de mujeres, como símbolo de mujeres floridas y enredaderas que inspiraron a decenas de chavas de preparatorias y otras escuelas en la UNAM.
Ellas hablan en colectiva, porque han construido en horizontal. Un valor que, dicen, sólo se construye entre mujeres.
«Siento que estamos avanzando y construyendo muchos caminos, nuevas formas de resistir y de organizarnos, pero al mismo tiempo me da ansiedad y miedo la estructura. Cómo un sistema histórico y de siglos se está quebrando y está por desmoronarse. Y justo en su aferrarse al poder y al control, se vuelve mucho más violento, crudo y despiadado. Es un sentimiento muy agridulce: esperanza de saber que estamos construyendo muchísimas cosas nuevas, saber que morras de prepa, de secundaria, se están movimiento, pero del otro lado tenemos esa oscuridad que nos quiere muertas y que va a hacer todo por que nos quedemos calladas.
«En las últimas marchas a partir de la Glorieta de los Insurgentes fue maravilloso ver el poder que tenemos y lo incendiarias que podemos ser cuando nos encabrona un chingo todas las violencias que sufrimos en este pinche país mierda, pero cada marcha es más violenta que la otra. Las granaderas nos encapsulan, violentan, persiguen».
Imaginan un futuro de mujeres libres. Esperan que en un futuro no haya chicas que tengan la necesidad de organizarse para defender su integridad. “Vamos a tirarlo todo”.
“Equivocarnos es punk. Llorar también lo es, reconocer nuestros errores es punk”, dice otra frase en la pared. Las chicas aclaran que sus acciones parten desde el amor. Piensan en la importancia de cuestionar al propio feminismo y las formas organizativas. “No somos el movimiento estudiantil tradicional que históricamente ha sido masculino”.
“Quisiera soñar, porque han sido meses difíciles. La institución tiene que aprender a escuchar. Creo que esa es mi utopía y sólo quiero que se haga realidad, nos movemos mucho por lo que soñamos y ya no queremos vivir”.
Ella es una activista que construye desde la periferia. Ha acompañado a mamás que buscan a sus hijas desaparecidas, como Lidia, mamá de Diana Velázquez de Chimalhuacán. Diana Betanzos, acuerpar significa llenar de espacios seguros esos municipios, donde el racismo y la desigualdad se reflejan en el número de asesinatos.
Vive este momento muy álgido e importante: “La capacidad de reacción y de respuesta ante los actos de violencia contra las mujeres. También de las demandas de los feminismos. En la periferia han surgido nuevas colectivas, porque nos habla de la diversidad de mujeres, de organización, pero también de la necesidad y urgencia de hacerlo”.
Diana sueña en una organización de largo aliento. Sabe que es difícil que haya unificación. Pero todas tienen algo en común: “Queremos que nos dejen de matar”.
La activista ha visto como más mujeres se interesan por representar a sus vecinas muertas, desaparecidas, que viven violencia familiar.
Para ella el feminismo ha traspasado esas barreras. Se trata de reflexionar sobre los privilegios y pensar en las fronteras geográficas de lo que las vulnera.
“Es en trayectos de la ciudad a la periferia donde ocurren desapariciones. Que tienen que ver con que el gobierno da calles inseguras, transportes inseguros. Por eso mi deseo es que con todo esto que está creciendo, juntas podamos parar las violencias, los feminicidios. Que una morra no tenga que viajar dos horas para estudiar. Necesitamos otras formas de habitarnos en otros espacios.
«Los mensajes de impunidad están en las calles. Cuando mujeres son tiradas mutiladas y no pasa nada. Por eso la importancia de no dejar pasar esos mensajes que son violentos como tal. Es importante para ella caminar juntas, abrazarse, que la lucha borre las barreras del clasismo, de la centralización».
Marbella Figueroa/ artista activista afrodescendiente
Marbella y seis mujeres más realizaron el performance Salón Negro. En su pieza, de arte-acción comparten la experiencia de ser mujeres negras. Exploran lo esencial, cómo está constituida la sociedad, accionando desde sus cuerpos. Hablan de su identidad racial y de sus construcciones en torno al género.
Ella cree que vivimos un punto de partida. “Me parece un momento de cuestionarnos muchas cosas, contestar una pregunta con otra pregunta es muy inteligente. Nos estamos cuestionando los roles de género, las disidencias sexuales, la estética corporal, la imagen corporal, las labores, los espacios que cada una puede ocupar”.
Su exigencia principal ante esta ola de violencia es la autorreflexión. Se cuestiona cada paso que da. Dice que el sistema las ha descuidado pero también no hay suficiente autocrítica. Desde cómo contribuir.
“Me autodenomino como una mujer negra, afrodescendiente, mexicana. Ésa es la primer violencia que atravieso, porque soy negra desde que nací. Para mí ser mujer es una construcción social, pude construirme disidente a mi sexualidad, pero seguiré siendo una persona negra”.
Le parece muy importante tomar en cuenta ser una persona negra, porque ahora que se está hablando de interseccionalidades.
“No me defino como feminista. Me han hecho esta pregunta muchas veces, depende de mi estado de ánimo. Hoy no me defino como feminista, sigo en la búsqueda de ese feminismo que me quede a mí. En el que yo me sienta cómoda o en el que me sienta tan incómoda, que esas cuestiones, esas preguntas que me hagan, me ayuden a crecer. Que sea una incomodidad que me ayude a crecer y no una incomodidad que me lleva quedarme quieta”.
El feminismo con el que se ha encontrado es el hegemónico, el feminismo blanco, el que te dice cómo tiene que ser y qué pensar. “No me acomoda. Yo sigo en la búsqueda de ese feminismo, no sé si algún día terminaré de construirlo, si algún día lo encontraré o si ya lo he encontrado y sólo estoy cerrada a no verlo. Esa ideas global de ese solo feminismo no me acomoda a mí”.
Ella se imagina un mundo en el que quepan todas las maneras de resistir de las mujeres. No puede dejar de pensar en sus primas, tías de la Costa Chica de Guerrero. Piensa en los discursos feministas. Cómo aplicarían para ella y cómo no aplicarían para ellas.
“Ellas resisten y han resistido desde hace mucho tiempo. La centralización es un problema. Tenemos que ser aplicables en las costas y montañas. Las sociedades se han construido de maneras distintas. Para mí es resistencia la de las mujeres de mi familia, que salen y que trabajan y que lo hacen a partir de la comida, de sus ancestras. Estar en la cocina es una forma de resistencia”.
Sandra Barrón define lo que está pasando como la cosecha de eso que se fue sembrando desde las primeras marchas feministas, desde el 24A, desde los paros que se hicieron en otros países, incluso el #meToo en distintos países.
Para ella eso sembró la semilla para comunicar la violencia que está pasando desde hace décadas y siglos, con respecto a cómo las mujeres estamos posicionadas en el mundo y las violencias que nos atraviesan por el simple hecho de haber nacido mujeres.
“Ha sido un trabajo de comunicación constante de ir enunciando poco a poco y de ir identificándonos en esta experiencia de violencia compartida. Yo empecé muy velada, me tomó años entender que vivía violencia y que nos pasa a todas, esas son las gafas violetas: darte cuenta que la violencia está en todos lados, te atraviesa por todos lados, en la casa, en el trabajo, en la escuela, en la calle”, comparte.
Dice que después de entender la violencia que le atraviesa se dio cuenta que hay violencias sistemáticas y desde ahí se ha enunciado como feminista abolicionista, y la lucha desde ahí es por abolir la pornografía y la prostitución. Sobretodo luchando para que el Estado no sea el que sostiene y regule estas prácticas de explotación sexual de mujeres y niñas. “Es normalizar una violencia que viene desde lo más íntimo: el cuerpo”.
Sandra convoca a pensar en que la defensa de la pornografía y la prostitución viene de la idea del capital sexual, de una liberación sexual que obtuvimos de la segunda ola y que puede entender que sin esa liberación no podríamos tener muchas cosas que tenemos ahora, porque se puso en la conversación la necesidad de enunciarnos como sujetos sexuales; pero ahora, décadas después le parece peligroso apelar a esa liberación sexual individual para imponer prácticas de explotación.
“Yo respeto a cualquier mujer que quiera vivir de la prostitución y la pornografía por una elección libre, pero una elección libre tiene que ver con una posición social y económica en la que realmente puedes decidir. Nos hacen falta analizar las razones por las cuales las mujeres deciden vender su cuerpo, que no tiene que ver con la libertad sexual, que tiene que ver con las condiciones políticas y sociales que hay alrededor”, explica.
Considera ese discurso peligroso: es fácil que caigamos en la trampa y uno de los síntomas más claros de que no es por las mujeres, es que el Estado está dispuesto a regular la explotación de nuestros cuerpos pero no el acceso libre al aborto, “son pro-sexo, pero no pro aborto”.
No está de acuerdo con las críticas de no hablar de las violencias que no la atraviesan, porque considera que siendo mujer mexicana el peligro de ser “levantada y terminar en redes de trata y explotación sexual es real y nos puede pasar a todas, en cualquier momento y en cualquier lugar, no podemos negar que existe una relación cercana.»
Después del #8M sigue la organización política: la lucha feminista es reactiva porque la violencia patriarcal no descansa, eso mismo nos impide, dice, hacer estrategias de organización política a largo plazo. Es importante construir alianzas, aprender a lidiar con el conflicto y a partir de la crítica, aspirar a la organización política de las mujeres en México.
«Hemos acumulado fuerzas, empezamos primero desde los hogares, salir, educarnos, acceder a un trabajo, hacer investigación y sostener. Estábamos en algunos lugares con responsabilidad política, en las escuelas, el periodismo. Somos contemporáneas de jóvenes dispuestas a luchar contra la violencia. Antes logramos derecho al voto, el acceso a otros derechos y para permanecer necesitamos hacerlo libres de violencia.
A partir de este domingo Sayuri Herrera Román es la nueva fiscal especial para la investigación de feminicidios en la Ciudad de México. Fue abogada de la familia de Lesvy Berlín Osorio, asesinada el 3 de mayo de 2017 en la UNAM, y ha acompañado jurídicamente a mujeres organizadas en la UNAM y otros movimientos.
«Otra forma de hacernos desertar es violentarnos: nos hacen desertar de nuestros lugares, de las escuelas, y ya no estamos dispuestas a aceptar eso. Este movimiento está dispuesto de luchar por la educación, un cambio profundo que ha generado mal en los varones. Deben preguntarse de manera cotidiana si eso es violencia. Ese es el cambio más profundo: el cultural.
«Sigue el hecho de que se pregunten si lo que están viviendo puede llevarlas a que perdamos la vida. Antes no se preguntaban eso, ahora están preocupadas: tu marido te pega, puede ser un feminicidio. La violencia familiar es la antesala del feminicidio. Las mujeres que no han podido acceder a un trabajo, escuelas, que sus esposos no creen que pueden parar. Ese cambio debe ser profundo».
Para este trabajo, Sayuri prefiere salir en la foto con dos mujeres ejemplares, de quienes ha aprendido. Aracely Osorio, mamá de Lesvy, y Nayeli Ortiz, su compañera en acompañamiento de víctimas de feminicidio. Sonríe, sabe que puede haber una esperanza de que la impunidad feminicida se mueva.
La artista ha desarrollado su propuesta en torno al género y las desigualdades históricas de las mujeres.
“Creo que es un momento muy peculiar y complicado. La narrativa de que 2019 fue el año del despertar feminista es muy complicada y muy compleja. Hay una realidad discursiva por un lado y después está el mundo real y no se está tocando. Hemos normalizado las violencias tantísimo, que podemos tener este discurso sin que afecte la realidad”.
La artista se muestra cautelosa ante ese discurso. Hay que mirar atrás y sobre todo ver qué impacto tiene toda esta parte discursiva en los sistemas de impartición de justicia. No ha cambiado mucho, no ha cambiado de una manera estructural en los lugares que importan.
Considera que tenemos que encontrar una forma de generar un puente entre el enunciado político del posicionamiento y la plataforma política desde la articulación enunciada y la realidad. Pensar que este despertar está sucediendo necesariamente, tenemos que tener una incidencia.
Reflexiona los 30 años de lucha donde han pasado muchas cosas, pero al mismo tiempo la violencia no ha dejado de escalar, se ha generalizado de una forma aterradora. Es momento de analizar todo esto.
“Los lenguajes del arte pueden contribuir pero no son suficientes frente al estado de emergencia. Seguiré apostando siempre por lenguajes artísticos como una manera de enunciarnos, pero para mí es importante decir que esto no es suficiente ni es lo que necesitamos. El planteamiento era pensar en tener un piso en común entre todas. Hay muchos feminismos, hay diferencias irreconciliables pero, ¿qué si podemos tener en común y cuál es la exigencia que tenemos que tener de base?”, se plantea.
Parte de lo que hace falta, como preguntarnos, insiste, qué nos conviene a cada quién, desde su pequeño campo de acción. Y dice que la lógica de quemarlo todo le encantaría si estuviéramos haciéndolo todas, “pero no estamos haciéndolo todas. Mientras tanto cada quién desde su campo de acción busque transformar su realidad”.
Oriana López Uribe/ directora de Balance- vocera de Fondo María
«Las feministas que ni habían salido del closet, éste es nuestro momento. Creo que para México es muy fuerte crecer en un país que hace eso con sus mujeres. México se viene construyendo una ola, es cuando la marea se va levantando. Hay una acumulación de agua, no está en el vacío. Las desigualdades históricas pesan un montón. Nos tenemos que desensibilizar porque estaríamos llorando todo el tiempo, como ya intentamos todas las vías, intentamos hablar, tipificar, las vías institucionales. ¿Cuántos tipos penales tienen que pasar? No se castiga el feminicidio. Me preocupa que le estemos apostando solo a eso. Este momento histórico es una acumulación de desesperación, no es posible que a los demás no les duela como a nosotras, que no lo vean».
Oriana afirma que las mujeres son la única oposición de Andrés Manuel López Obrador, que si no incluye en su cuarta transformación la aprobación del aborto, y dota de derechos arrebatados a las mujeres, no construirá un mejor México. Desde su trinchera, como activista de derechos sexuales y reproductivos, asegura que si no es una 4T feminista, con perspectiva de género, no será.
“No se dan los derechos sexuales y reproductivos de la nada, debe haber justicia social. Hay un cambio que no se ha podido hacer. No hay educación integral, persisten las relaciones de poder; aprendamos a desmantelarlas. Feminicidios se dan por no saber manejar las emociones. A los niños nunca se les dijo que no. El manejo de las relaciones, en consentimiento. ‘Perdona, no te pertenece’. Cuando estamos en un país homofóbico, transodiante. Personas no valiosas por lo que son. Fallamos”.
Dice que su trabajo va en dos sentidos: en generar distintas estrategias futuro y en la incidencia política, con otras de organizaciones y colectivas, respaldando sus acciones, acuerpando a otras mujeres. Dejar de hablar que el aborto es la última opción, dar abortos seguros. Garantizar bienestar social.
Lía García y Jessica Marjane/ activistas trans*
Como mujeres trans* a Lía y a Jessica las atraviesan otras violencias. Jessica, una abogada que ayuda a otras a que el Estado reconozca su identidad, dice que: “estamos viviendo un momento donde las heridas se están abriendo, donde éstas están vivas, que siempre estuvieron, están brotando la rabia, exigiendo formas de justicia no patriarcal, una justicia a la historia”.
Al final brincarán con la bandera trans* enmedio de la avenida Insurgentes, es su homenaje a la resistencia, a saberse vivas.
«En lo particular mi tema es acceso a la justicia de mujeres Trans* y mucho de lo que me habita como mujer trans* es construir un mundo habitable para las mujeres trans* y donde toda la diversidad de mujeres puedan habitar. Esa es una línea irrenunciable, construir un mundo habitable para las mujeres y sus diversidades. Me traviesa mucho ver esta movilidad, porque siento que ya nos arrebataron la tranquilidad, la confianza, las formas en las cuales podemos caminar paso a paso seguras, pero siento que no nos han arrebatado nuestra organización, nuestras alianzas, no nos han arrebatado las comidas, nuestras formas de conspirar. El mundo necesita reparar heridas y eso es lo que estamos viviendo ahora. Porque reparar significa no repetir. Y reparar también significa que las que estamos ahora y las que vendrán, tenemos en la memoria a las que este mundo asesinó.
Nuestro grito es un llamado y un alivio. Es un susurro que el viento necesita. Saber que estamos aquí y unidas. Este país necesita partir de la idea radical de que la vida de las mujeres importa y sostenerla. De que la vida de las mujeres trans* importa y que sabemos que la sociedad nos ve, ve nuestros cuerpos. Lo que le invitamos a este mundo es a que se encuentre con nosotras en nuestras transiciones. Porque también hay algo de este mundo ahí.
Para Lía la pregunta no es dónde sino hacia dónde construir.
“Nuestra lucha ha sido histórica; sin embargo, se ha invisibilizado toda esa historicidad, de nuestras vidas, de nuestras múltiples luchas. Los activismos son simultáneos. Marchar es un tipo de activismo, pero también lo que nos han enseñado otras compañeras trans* migrantes; nuestro existir es resistir, cuando hablamos de mujeres y personas trans* racializadas, estamos viviendo una resistencia cotidiana, porque justo al poner el cuerpo estamos develando”.
Lía considera que estamos en un momento donde estamos develando, es el tiempo histórico de la voz. “No en qué momento nos encontramos sino que estamos también buscando. No estamos en el momento del silencio, no estamos en el momento de la vergüenza ni del miedo”.
Se asumen como mujeres trans*, morenas, que vive aquí en la ciudad. Dice que los movimientos confluyen. Como ellas con el paro de las compañeras en Filosofía y Letras, también simultáneamente ellas están exigiendo la justicia, desde diferentes accionares. Buscan todo el tiempo entrar por las grietas del sistema y al mismo tiempo hacer grietas.
Dice que las escuelas son secuelas, donde les arrebataron sus cuerpos y emociones. El futuro debe ser un feminismo descolonial, que incluya a las mujeres trans*, porque ser mujer es una construcción y también son violentadas. A ellas las han matado también por existir, dice: México, después de Brasil, es la casa más violenta que pueden habitar.
Convocan a construir desde la empatía radical: “es tejer desde la historia, desde lo que nos llega al corazón, a la herida, a la vulnerabilidad. Empatía radical es tejer desde a alegría y rabia, es tejer donde la vulnerabilización que este mundo nos otorga”. Convocan a desobedecer.
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