Graciela Pérez busca a su hija Milynali, desaparecida en Tamaulipas en el verano de 2012. Ella y sus compañeros del Colectivo Milynali Red CFC rastrean territorios en el sur del estado, donde ha encontrado restos humanos calcinados y fragmentados. En esta conversación ella reflexiona sobre la relación de los buscadores con el campo y del campo con los cuerpos
Texto: Daniela Rea
Fotos: Mónica González
TAMAULIPAS.- Ya no miramos igual. Cuando caminamos por el campo, por los ranchos, ya no miramos igual. Cuando caminamos y lo primero que encontramos es restos óseos calcinados, creo que el ojo se hace más hábil. Ya no miramos igual, cuando miras el monte o la yerba… o yo no sé si los mismos restos sienten que nosotros queremos encontrarlos y nos hacen mirar. Nos han pasado muchas cosas bien extrañas, yo creo que formamos esa sensibilidad, de decir «mira, aquí están», así nos pasa acá, a nosotros.
Casi siempre les estoy diciendo a los huesos -porque yo siempre he sentido que ellos hablan, porque no se quieren quedar ahí- «bueno, o salen ahorita o se quedan, porque nosotros tenemos que continuar». Y cuando parece que ya no hay nada, empezamos a encontrar de nuevo. Avanzamos y salen más y más, salen como si nos dijeran «espérate, no te vayas, no me dejes aquí». Eso es casi siempre en cada uno de los sitios que vamos.
No queremos dejar ningún pedacito, por más chiquito que sea. Porque yo me imagino que si de verdad fuera mi hija alguno de ellos yo no quisiera dejar ni un puntito de ella en esa tierra tan horrorosa. Nosotros no vemos esos huesos como huesos, o pedazos de huesos o como huesos calcinados, los vemos como personas, personas que quieren ser regresadas a su casa. Para mí es como si fuera mi niña y que así hay que tocarla, sostenerla, con tanto cuidado, para que no se lastime más de lo lastimado que ya está.
Y mira, se adhieren tanto a la naturaleza… en otro de los sitios Arturo, un compañero de búsqueda, sacó un pedazo completito de una gran raíz, era un pedazo de raíz y todo lo que colgaba parecían terrones de tierra, pero eran huesos, piezas de huesos adheridas a la raíz, los traspasaban como si la misma naturaleza y los huesos se adherieran a lo que tiene vida y lo que tiene vida, en este caso son los árboles. Nos quedamos muy, muy, impactados por esa raíz que estaba ahí, que era de huesos.
Los huesos brotan de la tierra, salen. Cuando llueve, el agua que cae por el arroyo limpia la zona y los huesos salen. La misma tierra es la que nos ayuda porque ellos no pertenecen a ese lugar. A mí me encantan los lugares en donde hacemos búsqueda siempre y cuando no piense que ocurrió eso ahí, pero ya no me lo puedo quitar de la cabeza. Ya cualquier paisaje que veo ahí tan hermoso, me imagino las cosas que les hicieron.
Nadie de los restos que hemos encontrado ahí, ninguno, imaginó quedarse ahí y supongo que, por la forma que los estamos encontrando, debió de haber sido una muerte de mucho dolor. Sea quien sea la persona que aquí murió, que aquí fue exterminada no quiso quedarse o pensó quedarse aquí y yo creo que eso los hace sentir que por fin vamos por ellos, por eso ellos mismos nos hablan.
Los científicos, antropólogas, arqueólogos, peritos, reconocen nuestra sensación y se dejan guiar, eso es muy importante para nosotras. Antes nos miraban con ojos de incredulidad, así como diciendo «¿es tanta su desesperación por encontrarlas?». Pero cuando se los comprobamos, se dan cuenta de que hay algo de sensaciones ahí y de conexiones, a lo mejor por el dolor, por la sangre por, no sé por qué. Pero reconocen que quizás ellos harán la parte científica y a la hora de los hallazgos, tenemos la sensibilidad y ese sentir inexplicable para encontrar esos lugares.
Yo no sabía qué era una fosa clandestina, no tenía ni la más remota idea. No me imaginaba ni siquiera que hubiera personas que fueran capaces de hacer todo esto, pensaba que eran mitos y alguna vez lo dije: “es que esto le pasa a la gente que está metida en esto”, porque es lo que te cuentan. Entonces, ahí comenzó realmente la búsqueda, darme cuenta de lo que son realmente capaces de hacer.
Recién que encontramos este sitio en el sur de Tamaulipas, se sentía fúnebre. Todavía se siente así pesado el ambiente, hasta te da miedo. ¿Miedo de qué? No lo sé, pero se siente tenso el ambiente. Cuando empezamos los trabajos de excavación, como que se va relajando todo, pareciera como que también están felices de que por fin los van a llevar a casa. Es cierto que todavía falta la parte forense en los laboratorios, pero por lo menos salieron de ese lugar de donde fueron masacrados.
A los sitios a los que vamos me gusta poner una veladora y pedimos porque descansen en paz y tengan una luz y puedan descansar también ellos, porque hubo mucho dolor ahí.
A mí no me gustaba el campo, no soy muy afecta porque los animalitos me hacen mal a la piel, siempre ha sido así. Cuando empezaba a hacer las búsquedas me preocupaba pensar que hay tantos animalitos, gusanos, garrapatas, pinolillos, moscos, la tierra me pica, no sabía qué hacer y he ido aprendiendo cómo enfrentarme a estar en el campo, a ensuciarme las manos con la tierra.
Me acuerdo cuando era niña mi mamá me ponía a despicar frijoles o arroz, yo odiaba esa actividad, yo prefería que me pusiera a lavar los trastes, porque era tedioso, era cansado, me dormía. Y hace no mucho que reflexioné en lo que hacíamos entonces. Estábamos en silencio, en la criba, separando los pedacitos de hueso de las piedras, de la tierra y me puse a recordar cómo estaba separando frijoles de niña. Cuando cribas es estar allí prácticamente seis horas parado, despicando ahí. Estar revisando tramo por tramo de la criba, para poder encontrar un pedacito de ellos. Yo no sabía que se trataba de eso, me lo tuve que aprender así, yo no sabía que lo que mi mamá me enseñaba al despicar frijoles se trataba de paciencia.
En estos años aprendí a vivir un día a la vez porque hay muchos días que no quiere uno vivir, pero si te pones a pensar en todos los días que faltan… mejor vive este y como salga, si amaneces triste pues quédate triste pero ya mañana será otro día. Eso he aprendido de la naturaleza, es la que nos enseña, porque a pesar de ver el horror que hay ahí en su campo, en su tierra, aún así sale reluciente, con ese pasto y todas esas plantas tan hermosas, y ese espectáculo que puedes disfrutar de hojas y flores secas y con un sol resplandeciente, aún a pesar del horror sale tan hermosa. Lo veo en cada uno de los sitios donde se ha hecho el levantamiento de los restos, cambia el color de las hojas, cambia la sensación para bien. Ya no se siente eso como tenebroso, la muerte.
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