Pie de Página inició como un medio refugio de periodistas que no podían publicar en sus lugares de origen. Hoy, tiene una apuesta por la explicación de las causas de los problemas y por hacer un periodismo que sea útil y constructivo, que no paralice
Ésta es una columna itinerante. Puede salir el martes, miércoles, jueves o viernes. O domingo. A veces en la mañana y a veces en la tarde. Intento que salga una vez por semana, pero en un par de ocasiones ha salido cada dos semanas. En realidad, sale cuando tengo un hueco para escribir, en medio de miles de cosas que implica capitanear un medio como Pie de Página.
Hoy, por ejemplo, escribo desde un avión que cruza el océano rumbo a Barcelona, donde la Taula per Mèxic, una organización catalana que tiene un programa de refugio temporal para periodistas y activistas mexicanos, y el Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP) han organizado un foro para discutir cómo podemos construir paz en un país tan roto.
Pie de Página es un medio peculiar. Me gusta pensarlo como un velerito que cruza aguas profundas a una velocidad de bergantín y sortea tormentas como galeón.
Nació hace cuatro años, como parte de un proyecto con la Unión Europea para crear un “sitio refugio” en el que periodistas que viven en regiones peligrosas del país pudieran tener un espacio en dónde publicar información que no tenía eco en sus medios. Y que pudieran hacerlo, por un lado, con el cobijo de la Red de Periodistas de a Pie, que durante los últimos 11 años ha sido un portaaviones para el golpeado periodismo mexicano. Pero también, con la guía y acompañamiento de un grupo de periodistas más experimentados que, desde la base de la Ciudad de México, hemos tenido muchas más ofertas de capacitación y desarrollo profesional.
También fue pensado como un espacio para dar cobertura a temas que no estaban en la agenda mediática, pero que a nosotras (hablo en plural femenino porque en la red seguimos siendo mayoritariamente mujeres) nos parecen fundamentales: migraciones, desapariciones forzadas y crímenes graves, medioambiente, pueblos originarios, mujeres, pobreza. Nuestra agenda social, pues, la de la gente común y la de los olvidados, de los que la prensa tradicional sólo se ocupa cuando hay una tragedia.
Incluso se discutió como una versión mexicana de Verdad Abierta, el sitio colombiano fundado por María Teresa Ronderos que ha documentado como ningún otro las violaciones a derechos humanos que se conocieron en el proceso de justicia transicional de ese país. El problema es que en México no tenemos un proceso de justicia transicional porque formalmente no hay un conflicto armado que tenga que terminar. Así que no tenemos ni verdades abiertas, ni juicios, ni mucho menos paz.
En medio de esta profunda crisis de derechos humanos, que sigue siendo categorizada como un problema de “inseguridad”, los periodistas mexicanos enfrentamos otro problema de dimensiones planetarias: el cambio de paradigma en los medios de comunicación por el surgimiento de internet y el sisma que eso ha provocado en el ecosistema mediático.
El “modelo de negocios” de la prensa tradicional está colapsado, dicen los teóricos. Yo cada vez estoy más convencida de que lo que enfrentamos, más que una crisis económica, es una crisis moral. Los medios de comunicación están pagando la factura de haber sido armas de colonización ideológica de las élites políticas y económicas. La gente, estafada con una promesa de objetividad y de servicio social que nunca llegó, está cobrando las cuentas. Y los periodistas, pero sobre todo, los dueños de los medios, no saben qué hacer, ni dónde pararse, ni siquiera son capaces de entender que son parte central del problema.
Mientras eso ocurre, todos los días se declara la extinción del periodismo y la sustitución de los periodistas por los programadores que diseñan algoritmos (la palabra de moda) y fórmulas nuevas para uniformar el conocimiento y la comprensión de “la realidad”.
Por suerte, los seres humanos somos imperfectos, y nunca falta el que se sale del plan y echa a perder las tendencias.
Hace unos días, Google organizó en Cartagena, Colombia, una versión latinoamericana del “Newsgeists”. Un centenar de periodistas de medios latinoamericanos discutimos durante dos días sobre el futuro del periodismo en la región, el uso de las tecnologías y el papel que tienen los grandes distribuidores de noticias, como Google y Facebook. La Fundación Gabo aportó el elemento necesario para el equilibrio de las discusiones: la ética. “Los medios que van a sobrevivir son los que se salgan del modelo capitalista y que entiendan el periodismo como un servicio”, me confió María Teresa Ronderos en una de las cenas en las que escuchábamos hablar del éxito de los medios en un sentido meramente económico.
En la mesa de “Inteligencia Artificial”, Jaime Abello y María Teresa hablaron del uso de las tecnologías para el desarrollo de las investigaciones, más que para la difusión de contenidos similares. Cristian Alarcón puso el tema de la brecha social que abre la Inteligencia Artificial y la necesidad de fortalecer en el periodismo las interpretaciones de los hechos y la creatividad en la presentación de la información.
Para mí, que siempre ladeo hacia la izquierda de la historia, no dejaba de ser extraño, hasta incómodo, hablar sobre el periodismo de soluciones frente a la crisis climática en un hotel que tiene instalado un campo de golf sobre lo que fueron ciénegas y manglares. Pero también estoy convencida de que estamos en un momento de la historia humana tan crítico, que el periodismo tiene que tender puentes y poner a grupos antagónicos a dialogar, porque de lo contrario sólo fortalecemos la fragmentación y la expansión de monopolios ideológicos. Ahí, al menos podíamos decirle a Google que necesitamos que privilegie la información periodística original.
Me llamó la atención que hubiera colegas que, al compartir sus experiencias con la contratación de servicios de difusión, dijeran que tenían más impacto sus publicaciones cuando había un humano seleccionando que cuando se basaban sólo en las programaciones. Yo sorprendí a más de uno cuando les conté que el tiempo promedio de estancia en una publicación de Pie de Página es de 4 minutos, pero que algunos textos pueden tener hasta 11 minutos. Es decir, nuestros lectores sí leen. Y son exigentes.
Pie de Página ha salido a flote en medio de esta crisis de medios en el mundo sin un inversionista, ni un mecenas, ni otro interés que no sea el de hacer un periodismo profesional, útil y con los anteojos de los derechos humanos. Tiene un equipo Montessori, que a veces es funcional aunque poco “ejecutivo”, pero que derrocha talento y clavadez. Desde el primer año, hemos ganado premios de excelencia periodística y ahora mismo somos finalistas, por tercera ocasión, del Premio Gabo, que ya ganamos en 2017. Sin presunción puedo decir que nuestras coberturas de mujeres, migración, extractivismo y pueblos originarios, son referencia obligada en México. Pero nada de eso es gratuito. Las buenas coberturas y las investigaciones de profundidad son producto de ojos entrenados en años de capacitaciones y de un fino tejido de redes con periodistas de distintas regiones del país.
Las primeras publicaciones de Pie de Página surgieron, precisamente, de un diplomado en Derechos Humanos que cerró con un encuentro internacional de periodismo para festejar los primeros 7 años Periodistas de a Pie, en mayo 2015. Ahí presentamos el documental animado “Yo soy el número 16”, de Rapé, que era parte del mismo proyecto. Pero el estreno real del sitio fue cuando se cumplió un año de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa y realizamos el multimedia “Después de los 43”, del que surgió después la serie “Buscadores”; y en octubre de ese año hicimos nuestra primera cobertura especial con el huracán Patricia. Así que podemos decir que estamos cumpliendo 4 años.
Sin embargo, como todos los proyectos de Periodistas de a Pie, crecimos demasiado rápido, más de lo que a veces podemos controlar. Eso y el cambio político de 2018 nos obligaron a cambiar y adaptarnos a una realidad que exige un sitio con la misma mirada, pero con coberturas más ágiles y diversas. En eso estamos.
Pie de Página es un medio que tiene una apuesta muy fuerte por la explicación de las causas de los problemas y por hacer un periodismo que sea útil y constructivo, que no paralice, que no abone a la polarización ni a los conflictos. Un periodismo que no se lamenta de los malos tiempos para los periodistas, sino que busca y propone alternativas. Que defiende a toda costa su independencia editorial, tanto del Estado como del poder económico e incluso de las tendencias que imponen las redes sociales y los grandes gestores de noticias.
Es cierto que para hacer periodismo no sólo necesitamos buenos periodistas. En estos años, hemos aprendido que si queremos existir requerimos más que buenos contenidos: tenemos que gestionar recursos y administrarlos impecablemente; dialogar con las audiencias; construir una arquitectura digital que soporte el crecimiento. Y sí, claro que necesitamos programadores, pero para trabajar juntos, no para que los algoritmos nos digan lo que nuestras audiencias deben pensar.
El periodismo, más que dinero, más que un modelo de negocios, más que un trabajo emprendedor, es una satisfacción personal. La herramienta que nos ayuda a entender el mundo y contarlo. El barco que nos permite explorar y conocer. Cambiar un poquito las cosas. Y ser libres.
Salud y gracias a todos lo que han hecho posible que cada día nos lancemos a la mar.
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Amlo, ¿un peligro para los pueblos?
Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.
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