La civilización occidental aprendió a resolver las cosas por medio del pensamiento lineal. El problema es que la naturaleza es caótica, y para comenzar a entender que no podemos controlarla nada se requiere de un pensamiento sistémico. El paradigma necesita cambiar
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En realidad tengo pocos recuerdos de mi abuelo paterno. Él era un hombre que dedicaba la mayor parte de sus días a leer y escribir. Después de que dejé de ser niña, lo visité pocas veces. Fue un hombre que se dedicó a la economía, el pensamiento crítico, la medicina, a escribir. Como todos los hombres de mi lado paterno, su fuerte era la racionalidad.
Lo recuerdo una de las pocas veces que lo visité, cuando yo me encontraba en la universidad. Su estudio hermoso, lleno de libros, la máquina de escribir. Él estaba sentado junto a una ventana, y tenía un montoncito de libros junto al alféizar.
Tomé uno de ellos, sorprendida de encontrarlo ahí, junto al regazo de mi racional abuelo: era El retorno de los brujos, de Jacques Bergier y Louis Pauwels.
El retorno de los brujos fue un libro muy popular en los años sesenta. En él los escritores recopilaban una serie de historias e ideas místicas. Hablaban del nazismo y su vínculo con ideas espirituales oscuras. También hablaban de espiritismo, del papel de la alquimia en tiempos lejanos. Y hacía recuentos de civilizaciones perdidas y hundidas, colapsadas de las que no sabemos nada.
Me sorprendió, repito, ver el libro con mi abuelo, porque éste era muy racional, y muy culto. La lectura ni era racional, ni tampoco una obra maestra de la literatura. No leí nunca que un artículo del abuelo mencionara El retorno de los brujos, por ejemplo. Cuando él escribía citaba a Gramsci, a los escritores clásicos… Le pregunté por qué lo leía, y sonrió (lo vi pocas veces sonreír): es bueno.
–¿De veras?–, repetí.
–Es como un cuento. Léelo como un cuento. Es muy divertido–, algo así respondió.
Ése fue el segundo y último libro que me regaló el abuelo.
Lo leí a medias, no lo terminé. Es uno de esos textos que yo clasifico como “no es una novela, no tiene una trama clara, no hay héroes”. Pero sí, me gustó. Me gustó la idea, el ejercicio de imaginación: ¿Y qué tal que hubo civilizaciones más “avanzadas” que la nuestra y colapsaron por ser insaciables?
La mítica Atlántida, donde eran tan evolucionados y luego se autodestruyeron. Ese mito se repite en tanto. El retorno lo retoma y explora.
Dejé el libro en algún librero. Incluso conseguí el siguiente: La rebelión de los brujos. No recuerdo si en casa dije que El retorno… había sido recomendación del abuelo. Sí recuerdo que mis papás vieron con expresiones socarronas el texto.
“Ejercicios de imaginación”. En tiempos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento (Einstein dixit). La imaginación es el único órgano –sé que no es un órgano, pero me gusta imaginarlo así– que puede crear cosas nuevas a partir de lo conocido. La imaginación, explica el neurocientífico Bessel van der Kolk, es lo único que puede generar salidas de traumas pasados. Permite reinventar al individuo pasados necesarios y futuros posibles.
Hace poco leía Planeta (in)sostenible, de Luis Zambrano, investigador en Ecología de la UNAM. Él hace una revisión de las posturas del mundo frente al cambio climático. Esta idea de que el hombre acabará con el planeta. Él asegura que la naturaleza saldrá adelante. Podrá tardar un par de millones de años, pero lo hará. Por el contrario, es la especie humana la que quizá se quede en el camino.
Esta civilización, la occidental, elabora Zambrano, aprendió a resolver las cosas por medio del pensamiento lineal. Y eso no es malo; es útil para resolver problemas específicos. El problema es que la naturaleza no es lineal; es caótica, y para comenzar a entender que no podemos controlarla nada, se requiere de un pensamiento sistémico. Un pensamiento que ponga la atención en las relaciones.
Si no cambia de paradigma, advierte, la naturaleza podrá sobrevivir, y recuperarse eventualmente. El ser humano no lo hará.
Pensé en Bergier y Pauwels, y sus civilizaciones perdidas.
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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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