Por: Eduardo Sierra Romero
Fotos: María Ruiz
Escapa la sombra al transcurso del Sol
cuando precipita lo constante,
y por inercia, urgencia es la consumición.
¿Qué renace sino lo que vuelve a tu ombligo?
Gran deuda redime al bandido
que cabalga tras el amanecer
y hace sus mañanas en tu visión.
Qué volátil lo que por tu fuerza
transcurre a velocidad,
de esa constancia surge el apego.
Mi fortaleza inmóvil se abre a
tus asedios, y pernocta lo inmortal
en lo total de la perfecta rendición.
Supone la traición el silencio
en el parpadeo de la mariposa,
así grito mi definición en el
aleteo, que procuro en tu espalda.
Un ángel reposó en la silueta de una cama.
Amor revive al borde
Amor, revive al borde
de los finales.
¿Pequeños horizontes se ciernen
sobre las multitudes de la conciencia?
¿Pequeños cielos cobijan sueños
que en su insensatez tienen el
potencial de la inmensidad?
Fuerza en tus prodigios en la cordillera de mi espalda.
El trueno infravalora mi simetría.
El río no entiende de humedad.
Custodios desempleados en la trivialidad.
Suspiros, suspiros, suspiros,
resurrección en el tacto.
Una vida para resurgir en lo liviano.
Un pensamiento espiritual entre tus brazos,
una danza hasta el final de la luz.
Falta un poema que explique tu presencia
pero no persisten las palabras.
Precipita el ánimo lo que no
deducen las palabras.
Intensidades de avalancha en tu susurro
de kilómetros.
Es caricia del tiempo en la conciencia
y la conciencia de la caricia sin tiempo
lo que descubre el momento sublime de tus sentidos.
Procura magia el grito de tus pausas
cuando el horizonte discurre entre tus líneas
hechas de mis continuidades.
La casa blanca nos tiene rondando los jardines.
Me vivo a mí mismo en la fertilidad
de tus murallas cuando toda posesión te pertenece.
Se escribe un poema que asimile lo hondo de tu pecho,
pero no persisten las palabras.
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