El libro “La tierra que nos sueña” reúne la vida de 13 niñxs y adolescentes migrantes, cuyas historias fueron investigadas por un equipo de académicas y luego convertidas a la ficción por escritores. Un proyecto que imaginó en vida la antropóloga Valentina Glockner para mostrar la dignidad de las infancias víctimas de desplazamiento forzado y combatir los discursos que sostienen las fronteras de muerte
Texto: Daniela Rea
Foto: Especial
CIUDAD DE MÉXICO. – Hay tantas cosas que decir del libro “La tierra que nos sueña” (Heredad, 2025) que cuesta trabajo elegir por dónde comenzar:
Que este libro es uno de los compromisos que nos dejó nuestra amiga y antropóloga Valentina Glocker, quien durante toda su carrera escuchó a las infancias y adolescencias migrantes, y antes de morir imaginó formas para difundir esas palabras, esas vidas, esas experiencias más allá de la academia.
Que en este libro está la vida de 13 niñxs y adolescentes migrantes y desplazados de manera forzada por la violencia, que en sus historias está la violencia sistémica que ha cruzado la vida de ellos, de sus padres, abuelos y comunidades; que también está la violencia del narcoestado capturando cuerpos de niñas y niños para usarlos; que está la huida para salvar la vida y están los pueblos vaciados.
Que en este libro también hay una escucha muy potente guiada por Valentina, quien nos enseñó a poner atención en la capacidad de imaginar, de cuidar y de crear de las infancias, cuyas mentes y corazones no están aún ensombrecidos.
Que Valentina siempre trabajó creando comunidades. Aprendiendo de ella, este libro intentó construirse así: académicas, activistas, abogadas, escritores, cerca de 40 personas colaborando para acompañar las historias reales de las infancias migrantes. Acompañar en una primera etapa de investigación, de entrevistas en albergues, instituciones; acompañar acompañando en una segunda etapa de escritura.
Pie de Página conversó con tres amigxs de Valentina, quienes además son autores del libro: Rebeca Torres, que encabezó junto con Valentina el proyecto de investigación entre los años 2019 y 2023 en la frontera norte de México; con Emanuela Borzacchiello, que formó parte del equipo de investigación; y Rafael Mondragón, quien coordinó al equipo editorial y además escribió la historia de Benjamín.
–¿Cómo surgió el proyecto de investigación?
–El proyecto surgió de una preocupación compartida que Valentina Glockner y yo tuvimos durante años: la casi total desaparición de las niñas y niños migrantes mexicanos de las conversaciones de investigación, política pública y defensa de derechos. Ambas sabíamos que se movían a causa de la violencia, no solo de la pobreza, y sin embargo sus experiencias eran sistemáticamente mal interpretadas o ignoradas. En 2019, entre Hermosillo y Austin, comenzamos a imaginar cómo podría ser un proyecto de investigación binacional, feminista y de vinculación comunitaria.
A medida que comenzaron a emerger patrones, especialmente la concentración de familias provenientes de Guerrero, el proyecto se amplió a través de la estrecha colaboradora y amiga de Valentina, Edith Herrera, investigadora Na Savi. Edith, fundadora y directora del grupo de mujeres Tikoso, se comprometió a llevar el trabajo de regreso a las comunidades de origen de donde provenían estas familias. El proyecto se convirtió en lo que Valentina siempre imaginó: colectivo, relacional y profundamente arraigado, siguiendo las trayectorias marcadas por la violencia de las familias desde al interior del país (especialment Guerrero) hasta la frontera de Nogales y Ciudad Juárez.
–¿Cuál era la intención, el deseo o la necesidad de investigar?
–En el corazón del proyecto había un profundo sentido de urgencia. Estábamos profundamente preocupadas por las violaciones sistemáticas a los derechos de las niñas y niños mexicanos a ambos lados de la frontera. En Estados Unidos, las niñas y los niños mexicanos son devueltos de manera abrumadora sin una evaluación significativa, a pesar de huir de violencia extrema. Las niñas y los niños mexicanos son racializados como “migrantes económicos”, como si su movilidad fuera voluntaria u oportunista y no forzada.
Nuestro objetivo era generar conocimiento para apoyar esfuerzos de incidencia y legales en Estados Unidos, y contribuir a los debates y políticas en México sobre desplazamiento forzado interno, migración internacional. Para Valentina, la experiencia vivida era lo más importante. Creía firmemente que si no escuchamos con atención a las niñas y los niños seguiremos reproduciendo los mismos daños. Constantemente nos empujaba a pensar más allá de la academia: ¿Cómo puede este trabajo ayudar a las personas a resistir, organizarse y exigir cambios? ¿Cómo puede llegar a quienes más lo viven—niñas, niños, jóvenes, mujeres, comunidades indígenas—y no solo a tomadores de decisiones o académicos?
–¿Qué descubrieron?
–Uno de los hallazgos más contundentes fue que una proporción significativa de las familias desplazadas que conocimos en Nogales provenía de Guerrero, en particular de comunidades marcadas por el cultivo de amapola, la minería y otras economías extractivas. Otros orígenes importantes de familias desplazadas en los albergues tanto de Nogales como de Ciudad Juárez incluyeron Michoacán, Oaxaca y Chiapas. Al seguir estas trayectorias más de cerca, un patrón se volvió imposible de ignorar: dondequiera que se genera riqueza—ya sea a través de la agricultura de exportación como el aguacate y las berries, o mediante la amapola, la minería, la madera o la resina—con frecuencia hay violencia. Comunidades rurales marginadas, con escasa presencia estatal, en algunos casos fueron completamente ocupadas por grupos criminales armados que disputaban el control territorial.
En el centro se encuentra una combinación tóxica: un modelo económico neoliberal basado en el extractivismo, el abandono estatal de las comunidades rurales, la colusión entre el crimen organizado y el Estado, y una impunidad casi total. Cuando el desplazamiento interno se vuelve insostenible y no existe protección dentro de México, las familias son empujadas hacia el asilo internacional como último recurso. Sin embargo, en la frontera se enfrentan a nuevas capas de violencia y violaciones de derechos—tanto por parte de autoridades mexicanas como estadounidenses. Y para quienes logran llegar a los tribunales estadounidenses, la gran mayoría de las solicitudes de asilo de personas mexicanas son rechazadas.
–¿Qué fue para ti verlo convertido en libro?
–La Tierra que Nos Sueña fue la visión de Valentina desde el inicio. Estaba convencida de que las narrativas de las niñas y los niños migrantes debían ocupar un lugar central, y de que sus historias y análisis tenían que circular mucho más allá de las revistas académicas.
Junto con IMUMI y con abogadas y abogados que trabajan cotidianamente con mujeres y niñas y niños migrantes, imaginó un libro que pudiera acompañar a las niñas y los niños en sus trayectos, servir como herramienta para quienes trabajan con ellos y apoyar esfuerzos más amplios de incidencia y cambio de políticas.Muchos relatos contenían violencia atroz, y hubiera sido fácil definir a las personas únicamente por lo que padecieron. Ella se negó a eso. Insistió en que buscáramos la alegría, la belleza, el coraje y las re-existencias—las formas en que niñas y mujeres crean vida más allá de la violencia, incluso en las circunstancias más limitantes.
El proceso de selección de las historias fue largo y colectivo, e involucró a abogadas de IMUMI, investigadoras, editoras y autoras. Ver ahora el libro utilizado en talleres—especialmente en los mismos albergues donde alguna vez realizamos entrevistas—se siente como un cierre de ciclo. Observar a jóvenes leer estas historias y reconocerse en ellas, entendiendo que no están solos y que no están definidos por lo que les ocurrió, es profundamente poderoso.
Para nosotras como investigadoras, ha sido profundamente conmovedor ver cómo los testimonios y entrevistas—muchas veces recogidos en condiciones increíblemente difíciles—cobran nueva vida a través de la escritura creativa. Saber que jóvenes migrantes pueden verse reflejados en estas historias y sentirse menos solos en sus trayectos es uno de los resultados más significativos de este trabajo. Para mí, el libro es también un testimonio vivo de la ética y el amor de Valentina. Lleva su insistencia en la dignidad, el cuidado y el compromiso político.
–¿Cómo fue el proceso de investigación de estas historias?
–Es muy difícil encontrar espacios para hablar con infancias y adolescencias, porque no te dejan entrar y para hacer este trabajo hubo una paciente labor de exploración para entrar a espacios que nos están negados a las académicas, pues nos ven con desconfianza, nos ven como las que quieren visibilizar que el sistema está equivocado. El primer obstáculo que encontramos fue llegar ahí adentro, a los albergues de migrantes, a los DIF. Es casi más difícil entrar en un DIF que en una cárcel, porque no hay normativa para entrar, solo negociación constante con la autoridad y eso hacemos, inventarnos vías para entrar donde no podemos.
Cuando entramos al DIF de Juárez fue porque había estrategia política para entrar, que quería establecer una relación constante para armar un archivo diferente, negociamos la competencia que tenía el equipo que podía ayudar al DIF a armar un archivo y la directora nos dejaba entrar en el DIF. Encontrar la modalidad de no ser enemigos.
Trabajamos en albergues migrante, en el DIF, en espacios de organizaciones de la sociedad civil, en Ciudad Juárez y en Nogales, y en comunidades de origen, había una red muy fuerte de Guerrero, para conector con las comunidades de orígenes del desplazamiento.
–¿Qué evidenciaron estas historias en términos del sistema?
–Que nadie crea un sistema que realmente funcione, como sistema, para atenderlos. No hay una ruta que está construida a nivel estatal, local, federal para atender la infancia. Todas las instituciones localmente se inventan un protocolo de acción, pero siempre son insuficientes y no responden a las exigencias ni de niños ni de adolescentes y eso es grave. Y no tienen intercomunicación entre ellas.
–¿Y qué descubrieron sobre la experiencia de los niñxs, adolescentes?
–Cuando están en lugares que son lugares carcelarios, lo que les falta es tener la posibilidad de ver un horizonte donde ellos también están aceptados, donde es también su lugar. Su lugar es siempre el lugar desde donde parten y eso está destruido, es como si les falta todo el tiempo la tierra bajo los pies, “la tierra que nos sueña”. Esos lugares de internamiento te quitan la posibilidad de soñar y de imaginar lo que es tu lugar. Esta precariedad del desplazarse todo el tiempo te pone constantemente en una situación donde aprender a vivir así y aprender a vivir así lo transformas en modo de vida y ese modo de vida no tendría que ser enseñado a nadie porque luego es muy difícil que puedan aprender a estar, a confiar, a quedarse que este también es su lugar. Y ¿cómo enseñas a construir si cada vez aprenden a huir?
–¿Cuál fue la intención de ustedes como equipo al realizar estas entrevistas?
–La cosa buena de hacer esto es que éramos un equipo interdisciplinario, el equipo en su conjunto tenía la intención de investigar cómo la infancia estaba siendo atendida a lo largo del desplazamiento forzado. Cada quien exploraba un aspecto de eso. Mientras que Valentina o Rebecca tenían una mirada más enfocada en la historia individual, de cómo impacta esta violencia en la vida de un niño de 15 años que fue deportado, a mí me interesaba entender cómo el sistema se estructura, el marco que posibilita esto.
–¿Cómo fue verlo escrito?
–Todo está logrado de forma maravillosa, pusimos en campo una metodología que puede usarse en otra circunstancia. Cada “producto” tiene un objetivo, el artículo académico tiene la posibilidad de entrar en un tribunal de justicia y ser prueba para liberar de una persona a otro niño como la historia el niño rarámuri que estuvo en un sistema de internamiento porque nunca se les ocurrió ponerle un traductor que entendiera por qué el niño estaba donde estaba; por otro lado, la narración puede circular de formas más amplias en las calles, en las escuelas primarias, secundarias.
–En el proceso de escritura se discutió mucho sobre qué relato se impone, si el de la violencia que es importante denunciar, o el de la esperanza que tenemos intención de mostrar.
–Una visión no entra en contradicción con la otra. Como investigadora estuve más cerca del dolor que explotaba en todos lados, pero los niños constantemente estaban enseñándome lo que no era justo y lo que no tenía que repetirse. Ambos relatos no entran en contradicción, las dos cosas conviven constantemente. El relato, su relato tiene todo dentro, el dolor profundo, pero también la capacidad de la alegría y de imaginarse una vida posible.
–¿Qué crees que diría Vale al ver este libro?
–Creo que estaría muy contenta de que se llevó a cabo una idea que ella quería, poniendo además una comunidad amorosa para cuidarla.
–¿Cuál es la importancia de escuchar estas historias en el momento en el que estamos ahora?
–Hay que escucharlos para aprender, porque estos niños tienen mucho que enseñarnos respecto de las maneras en que hoy se sostiene la vida, la alegría, la esperanza, en medio de una situación en que parece cerrarse toda perspectiva de futuro y en donde los adultos estamos muy asustamos y entristecidos y donde los proyectos políticos adultos han hecho crisis porque son incapacites de un diagnóstico y de proponer alternativas. Vivimos frustración y rabia y estas emociones en pate se han producido conscientemente porque tienen el efecto de hacer que olvidemos, que perdamos la capacidad de mirar lo que la gente está haciendo.
–¿A qué nos compromete esto que ellos nos enseñan con sus historias?
–Nos compromete a acompañar y fortalecer las cosas que los niños hacen para cuidarse y construir un futuro mejor para ellos, que no es solo es para ellos, es para todos, nos enseñan cómo sostener la alegría, construir vínculos, cómo recuperar un proyecto de vida, como enfrentar el odio, cómo sacarse de encima el miedo y el dolor, a mirar. Construimos un libro donde la literatura, la ficción, la metáfora tienen un papel importante porque hablamos del derecho a la belleza que tienen estos niños y tenemos que devolverles esa belleza, la belleza esta vinculada a la dignidad, no es solo estética. En ese gesto de belleza de los niños hay un proyecto político, aunque no lo piensen así, no lo nombren así porque están tratando de resolver sus vidas, ahí hay una política hay un conjunto de fuerzas, de potencias, de gestos que hay que saber reconocer porque ahí se construye una posibilidad de otro mundo. No se trata de una cosa paternalista, de una invitación paternalista de darles la voz a los niños, no, los niños nos están mostrando un camino y ese camino es muy original y creativo, desafía los sentidos comunes que hemos construido los adultos respecto de lo que se puede y no se puede hacer.
–¿Cómo nos han perjudicado esas posturas paternalistas, asistencialistas que mencionas y que Valentina tanto rechazó y combatió?
–Ahí hay algo de la sabiduría de vida de Valentina, que es una sabiduría ligada a su práctica de acompañamiento, acompañar es una forma de hacer política colectivamente que se distingue de la militancia porque el que acompaña camina con el otro, no lo guía, no asume que sabe mejor que la persona que acompaña. Y no asume que tiene respuestas, está dispuesta a dialogar y a aprender, este gesto de profundo respeto de anteponer la escucha a la palabra, asumía que no sabía más que los propios niños respecto a sus problemas, pero tampoco se borraba a sí misma ni su lugar de enunciación, sino que prestaba a ese lugar para que los niños pudieran escucharse a sí mismos y elaborar con ellos su experiencia. El horizonte de futuro al que aspiraban. Que el libro sirva para prolongar ese gesto de Valentina y que nos escuchemos y aprendamos de lo que hemos vivido, pues ya habrá cumplido con su objetivo.
–¿Cómo fue el proceso de escritura de las historias?
–La esperanza no es fácil, había una sensación de parálisis entre escritores y escritoras que tenía que ver; por un lado con un sentimiento de legitimidad, “no me siento capaz de contar esta historia” y esto iba de la mano en historias demasiado terribles que se nos salían de las manos, pero en el camino nos fuimos dando cuenta que el hecho de que estuviéramos contando estas historias implicaba una situación extraordinaria, milagrosa, que tenía que ver que esos niños y niñas estaban vivos y habían dado testimonio de lo que vivieron, lo cual significaba que la vida se había impuesto a la muerte. En un primer momento había un deseo de contar historias felices de pronto nos dimos cuenta que la relación entre la catástrofe y la esperanza no es sencilla y que esos niños estaban alegres pero que la alegría no es una cosa fácil, ni ingenua, y eso me parece un aprendizaje importante y se actualizara este aprendizaje cuando estas historias se lean en voz alta y se compartan con niños y jóvenes porque las historias despiertan más preguntas que repuestas.
–Heredad nace como una editorial que convoca reflexiones para construir mundos más dignos, que asume una herencia y también el compromiso de dejarla. ¿Qué significó la publicación de este libro para ustedes como editorial?
–Llevábamos mucho tiempo soñando en abrir un espacio para el dialogo con los niños, el mismo nombre de la editorial apunta a eso, en un contexto de crisis civilizatoria, que se hizo evidente con la pandemia. Creíamos que teníamos que aprender a reunirnos para construir colectivamente una salda a la crisis, nadie sabe hacerlo solo. Por eso somos una editorial y un proyecto político que construye a partir de recursos públicos, que no tiene la potencia comercial de otros proyectos editoriales, pero lo que si tenemos y otros proyectos no tienen es una capacidad de construir encuentros en torno de los libros, nuestros libros se venden y se agotan de mano en mano. Pensamos mucho con Valentina este libro, su potencia y diversidad de voces, constelación y en cómo ese libro podría ayudar a vivir con más fortaleza ese presente tan incierto.
Aquí puedes adquirir tu ejemplar del libro “La tierra que nos sueña”
Autores y acompañantes (académicas, activistas, abogadas) del libro:
Adolfo Córdova
Adriana Chalela
Alfonso Díaz Smith
Alicia Molina
Alberto Pradilla
Ashanti Sánchez Jiménez
Brenda Romero Cruz
Carolina Aguilar Román
Daniela Rea
Delmar Penka
Edith Herrera Martínez
Emanuela Borzacchiello
Emilio López Reyes
Gabriela Damián Miravete
Jaime Sakäsmä
Jeremy Slack
Judith Santopietro
María Meléndez
María Teresa Bermúdez
Mariana Becerra Sánchez
Mariana Osorio Gumá
Montserrat Valdivia Ramírez
Nadia López García
Rafael Mondragón
Rebecca Torres
Rosalba Rivera
Sandra Mejía
Soledad Álvarez
Verónica Macías Andere
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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