La violencia contra mujeres no es nueva ni tampoco las violaciones por parte de fuerzas del orden. El acervo de memoria sirve para impulsar la indignación y construir la certeza de que las cosas no van a seguir así
Apenas hace un par de semanas alguien me dijo que el patriarcado no existe, que es una invención que usamos las mujeres para no tomar responsabilidad por las condiciones desiguales en las que vivimos. Después leí la noticia de la chica de 17 años a la que violaron cuatro policías en Azcapotzalco y al poco tiempo supe de la violación de otra joven, también violada por un policía, en un museo.
No son casos aislados ni novedades. Habría que detenernos ahí, desmenuzarlo por partes y repetirlo hasta darnos cuenta de lo que significa. Que a una joven de 17 años la violen cuatro policías no es un incidente aislado. Mujer. Joven. Violada. Por cuatro. Policías. Y no es novedad.
Pero no nos podemos detener en eso, porque la vida (y los agravios) sigue(n) y porque las investigaciones pendientes son miles. Son tantos los casos de violencia de género que sigue sorprendiendo que la protesta se caracterice por la genialidad y la creatividad del lanzamiento de diamantina rosa y no por algo mucho peor, algo mucho más violento (mucho más destructivo que dañar inmuebles).
También valdría la pena detenernos en la diamantina. En la simplicidad de su genialidad. En su infalibilidad. Qué sutil y atronadora protesta la de arrojar brillantina (tan infantil, tan inocente, tan festiva) rosa (tan femenina, tan propia de los roles de género) al secretario de Seguridad Ciudadana mientras da un discurso vacuo de lo que (no) hará para resolver el caso. Qué avasalladora genialidad la de un acto de protesta cargado de simbolismos que enoja y agrede, pero es tan insulsa y babosa que cualquier reacción oficial no podrá ser más que idiota, insensible y ruin. Basta con ver el discurso de Claudia Sheinbaum la misma noche de la protesta al respecto.
Admiro la creatividad en la protesta y la efectividad inmediata de los simbolismos. Tal vez la admiro, en particular, porque las soluciones que yo me planteo siempre son complicadas y lentas, como monstruos enormes y aletargados que me dedico a empujar hasta que anden. Ejemplo de esto es que mi trabajo es recopilar y conservar los trabajos de los periodistas asesinados en México en un intento por conservar la memoria y hacer más costosos los asesinatos.
Es un tema complicado y a veces agotador, pero amo lo que hago por una serie de razones: conservar el legado de quienes nos informaron, ver la evolución de los reporteros en el tiempo, analizar el lenguaje que usaban y apreciar los problemas que aquejaron al país durante su historia presente. Tal vez resulte una obviedad, pero los problemas no eran muy diferentes a lo largo y ancho del país. Historias de corrupción, violencia, injusticias y abusos a minorías inundan la base de datos que construyo; también historias de violencia de género.
Después de los sucesos de estas semanas, me puse a buscar en nuestra memoria colectiva. Ésta es una muestra miniatura de nuestra historia presente:
En México, desde Chihuahua, pasando por Veracruz y Chiapas, hasta Guanajuato y desde 2006 hasta la semana pasada, los casos de violencia contra mujeres no son nuevos. Tampoco lo son las violaciones por parte de fuerzas del orden encargadas, supuestamente, de protegernos.
En la base de datos que construyo, hay cientos de artículos etiquetados bajo violencia de género. Éstos van desde extorsiones, abuso sexual y violación, hasta violencia doméstica, tortura y feminicidios. Me cuesta trabajo pensar que todavía hay quienes osan decir que el patriarcado no existe. Pero para ellos, y sobre todo para nosotras, hay un registro periodístico que sirve como radiografía y como una especie de cuerpo forense para decir: existe, claro que existe, está vivo y sigue oprimiendo.
Después vino la marcha feminista en protesta de estas violaciones el viernes 16 de agosto. Con ella: la manifestación de la ira colectiva de las mujeres mexicanas cristalizada en el lanzamiento a puños de más diamantina rosa, pintas y grafiti en paredes y monumentos, vidrios rotos y cohetes al aire.
Y de repente queda claro que el acervo de memoria con la colección de agravios reportados a lo largo del tiempo y ancho del país sirve también para eso: para encender la rabia, para impulsar la indignación y convertirla en protesta hasta construir la certeza de que las cosas no van a seguir así. No pueden. Sirve también para saber que el patriarcado es tal real, que se va a caer con toda certeza, una partícula de diamantina rosa a la vez.
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Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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