Por: Eduardo Sierra Romero
Fotos: Duilio Rodríguez y Ximena Natera
Un vivo relato de un amor y de una vida
refleja el trueno en el círculo del beso con la tierra
y la nostalgia brota como fuego.
Y del otro lado del fuego, el desafío de la fiereza
día tras día, en lo nocturno. El ave sobre el alambre aletea
contra la lluvia y ha permanecido inmóvil.
Bastaba el borde de un terremoto en el árbol nervioso
de los cuerpos para ponerlos a bailar, y el llanto, o la lluvia,
en el recorrido de las pieles aquí torna cicatriz.
El confinamiento del flujo en espera de lo latente que guarda
sus reservas, que se esconde a plena luz, halla salida en la ruptura de
sus parámetros. El sueño se dirige a lo lejano de mi para acariciar tus rastros.
Así en su forma el fuego hace hogares donde se escuchan
tus pasos, al oeste del oeste, la finalidad de lo límite, instante tras instante.
Aquí al frente, el pasillo promete tu frontera, un abrazo ahora como eco
perfuma, agita y atormenta este silencio.
Llamas, llamas, fuego en el silencio, el corazón procura
tu alcance detrás de todas estas persianas de niebla
superpuestas en el aleteo de tu andar.
Símbolo y emoción, lectura del infinito en tus ojos,
ya ausencia, lejos de ti todo adula para el olvido
de lo que se tiene en la palma.
Tormentas, permutaciones interiores, miradas extraviadas
siempre que no van a ti. En el descenso de la montaña
no se halló oro, pero nos cegó lo cristal.
Mi patria agita las manos en este espejismo, quiebra el talón que trasciende pero no estorba,
un hueco en la memoria, un puente entre las mentes, un tacto revivido por la pronunciación.
Huellas ligeras arteras al corazón, noches tras noches,
en capas desvanecen mi vestido.
¿Qué tinta perdura en las grietas por las que me arrastro hacia ti?
Una oración de rodillas no trajo tu aliento de vuelta, tres barcos en la bahía y el ambiente un claustro. Un poema como surco, como niebla, como tinta, como puerto, ¿me recuerdas?
Llora toda la montaña en su protesta por el alcance de
su visión.
Insinúa la perla lo sagrado de mi beso
en tu frente
y todos los insectos se arremolinan a nuestros pies
en el canto fértil de la Tierra.
Demasiadas aves trasladan su paraíso
al cruce de tu vista y en picada descienden
en eterno reposo a decorar nuestra unión.
Carece de ornamenta el sendero
a la rendición del intercambio de ascensiones,
así que
La visita desde el cielo renuncia a su gracia
por la gratitud que trasluce mi mirada.
El universo en fuego reconoce tu voz
y mis brazos.
Entregas anteriores:
Del tiempo, del vaivén, del arrullo
Poeta y periodista. Me interesa el autoconocimiento y la exploración intuitiva de la realidad desde la perspectiva espiritual.
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