Tenemos dos opciones: o somos conscientes de que sin campo y sin respeto por nuestros ecosistemas no hay futuro posible o queremos un país urbano que hipoteque su futuro por un presente que, aunque efímero, dé la ilusión de progreso
Desde hace algunos años México padece como pocos países una embestida para despojar a sus comunidades y poblaciones de sus territorios y sus recursos naturales. Se trata de un ataque contra la base material en la que se sustenta la vida de todos, y en ese sentido los defensores ambientales no sólo luchan por su sustento inmediato, sino por el de todos nosotros. Frente a ellos se alzan el crimen organizado, delincuentes ambientales de cuello blanco, transnacionales de la minería y de las finanzas, autoridades de todos los niveles. Respaldándolos está una red muy valiente de organizaciones de productores y de la sociedad civil, de periodistas y comunidades. Ahora parece que quizás, a lo mejor, puede ser que también tendrán el apoyo de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), y por eso es de celebrarse la visita del secretario Víctor Toledo a Temacapulín, una comunidad que tiene una década luchando por su supervivencia y en defensa del futuro de todos nosotros.
Según el último reporte de la organización Global Witness, que lleva la cuenta de cuánta gente tuvo que dar la vida en el mundo para salvar la naturaleza, y que se acaba de publicar, tan sólo en 2018 en México murieron 14 personas defendiendo los recursos naturales -casi el 10 por ciento del total global. Se trata de la continuación de una escalada de violencia que marcó el final de la presidencia de Peña Nieto: si en 2016 apenas murieron tres personas defendiendo el medio ambiente en el país, en 2017 sumaron 15, y el descenso de 2018 parece más una casualidad estadística que una buena noticia.Esta violencia registrada en el país es parte de una oleada global de atentados contra quienes se oponen al despojo y destrucción de la naturaleza, en un contexto en que el gran capital busca adueñarse de cada vez más territorios. Un artículo recién publicado en la revista académica Nature Sustainability que analiza los datos de Global Witness y otros encontró que el número de asesinatos de defensores ambientales se ha disparado en el siglo XXI, para pasar de poco más de sesenta muertos por esa causa en 2002 a casi 180 en 2017. Los conflictos que llevaron a esas muertes fueron principalmente por minería y, cada vez más, por la imposición de la agricultura industrializada en grandes extensiones de terreno, para lo que se destruyen ecosistemas y comunidades enteras. En un fenómeno vinculado también a la agroindustria, pero sobre todo a las ciudades, otra de las causas más notorias de la ola de violencia padecida es la construcción de presas y la disputa por el agua.
En México ésa ha sido una de las fuentes de conflicto más importantes, y uno de los conflictos más emblemáticos ha sido el de la comunidad de Temacapulín con la presa El Zapotillo, que debería de garantizar el abasto de agua a las ciudades y campos agroindustriales del Bajío y de Jalisco y para cuya construcción se contempla inundar por completo ese poblado y todas sus tierras.
En el corazón de esa confrontación está la decisión de qué país queremos y de qué vale más. Si queremos un país urbano que hipoteque su futuro por un presente que, aunque efímero, puede dar la ilusión de progreso, y si pensamos -como han pensado hasta ahora la Comisión Federal de Electricidad y la Comisión Nacional del Agua- que las vidas de los empresarios agroindustriales y las de los habitantes de las ciudades valen más que las de los campesinos, entonces el Zapotillo parece una opción natural.
Si, por el contrario, estamos con los defensores de la naturaleza; si somos conscientes de que sin campo y sin respeto por nuestros ecosistemas no hay futuro posible; si somos verdaderamente democráticos, entonces las políticas públicas y los proyectos del gobierno tienen que apostar en otra dirección, una que sea más incluyente, más sustentable y más respetuosa del campo y de sus habitantes. Entonces, también, tendrá la razón Temacapulín.
Hoy parece ser que por fin hay al frente de Semarnat alguien que ha entendido esto y que se toma en serio el mandato de la dependencia de conservar y restaurar los recursos naturales de México. En una visita reciente a Temacapulín, el secretario Víctor Toledo escuchó las posturas de los pobladores y dijo estar con quienes se oponen a inundar la región. Eso es una estupenda noticia, pero ahora toca que no sólo escuche (como dijo que hará la dependencia a su cargo), sino que se comprometa de fondo con los defensores de la naturaleza y, más que asumir una posición de intermediario neutral, sea un actor clave para dar nuevos bríos a su lucha y resultados a ese esfuerzo.
La lucha de los defensores ambientales debe ser la de todos nosotros, y en esto no cabe la neutralidad ni se puede ceder un poco aquí para no perder otro poco allá. Ya se ha perdido demasiado y es la vida de todos la que está en juego. Toledo lo sabe bien. Esperemos que actúe en consecuencia.
Columnas anteriores:
MIA y megaproyectos: la prisa es un lujo que nadie puede darse
Indicadores y mediciones, solo cambiando lo que importa cambiaremos al país
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona