Esta es la historia de Rufo, un hombre que a sus 54 años formó parte de El Encanto, una colonia en Azcaptozalco donde las vecinas ejercen los cuidados todos los días, principalmente, a quienes nadie cuida
Texto: Ernesto Alvarez / Calle Roja
Foto: Oliver Méndez
CIUDAD DE MÉXICO. – Rufo murió el 23 de enero a los 54 años. Todas las de la unidad El Encanto sabían que la guadaña andaba por “La Curva de San Isidro” en Azcapotzalco. Nueve días antes se llevó a Nicasio y muchas de las vecinas predijeron que cuando él estuviera descansando, se llevaría al Rufo porque “era su compañero de vida, y pues ni modo que lo dejara solo”.
Así fue. El último día del rosario de Nicasio murió Carlos Reyes, el Rufo, y de nuevo las mujeres del Encanto, en especial Adrianita Reyes, Karo Arroyo, y Elisa Fabila, hicieron todo lo posible para salvar su cuerpo de la fosa común y despedirlo en el lugar que ayudó a construir con sus propias manos.
Rufo fue durante años el vato confiable del barrio, el que iba por los peques a la escuela cuando una madre no podía, o el que cuidaba las llaves de los carros pa moverlos, Rufo era el familiar del barrio, el que cuidaba sus calles y a quiénes las pisaban. Sin embargo el trabajo de cuidados a su persona lo hacían las mujeres del Encanto. Ese trabajo que ha sostenido comunidades enteras sin un solo peso de remuneración es el que salvó a Rufo de desaparecer en la burocracia forense.
Ellas lo procuraban con comida, cobijas, o ropa y cuando venían los de la delegación y quitaban su casita de La Curva, se hacía la coperacha entre todas, y compraban palos, lonas y clavos para armarle una nueva. Se turnaban para llevarle su medicina y sueros, había quienes llevaban el carnet de su tratamiento y lo acompañaban a sus citas médicas, otras le preparaban y llevaban la comida que le permitía su dieta contra el hepatitis.
En los últimos días se turnaban para bañarlo en la curva y dejarlo descansar porque ya no se movía. Todas se ofrecieron a llevarlo sus casas para que estuviera más cómodo, otras querían hablarle a una ambulancia para que recibiera un buen tratamiento con equipo médico, pero Rufo decía que el único lugar seguro para morir era en La Curva, sabía que si llegaba a un hospital como persona vulnerable, nadie sabría de su muerte y él no quería ir a la fosa común.
Campo encantado es la unidad habitacional que está frente al cruce del eje 3 norte San Isidro y Tezozómoc, son cinco módulos que comenzaron a construirse en 1983. Las viviendas fueron construidas con las manos de las mujeres que hoy son la primera de cinco generaciones que han crecido en El Encanto.
Las familias salieron de la llamada «Ciudad perdida» en las vías de tren de Tlatilco, y con algunos años de resistencia y políticas de auto-costrucción consiguieron ese espacio para vivienda digna. El trabajo obrero de las mujeres comienza a edificarse para dar tranquilidad a su descendencia y en 1984 ya habían concluido sus cantones.
«Eran pocos los hombres que venían a darle, la mayoría éramos mujeres las que construimos el Encanto. Algunas traían a sus hijos, como la señora Angelina Gómez Nieto que era la mamá de Carlos El rufo, pero aquí éramos nosotras las electricistas, obreras, plomeras y de todo». Contaba Elisa mientras preparaba los tamales para el último rosario de Rufo, que casualmente cayó en el día de la Candelaria.
Carlos Reyes creció en el módulo tres de la unidad, nunca tuvo hijos, ni estuvo casado, y durante mucho tiempo trabajó en la tienda de su madrina. Cuando no estaba la patrona les regalaba un caramelo o paleta a las infancias que iban a comprarle. Según las cuentas y testimonios de varías vecinas concluyeron que Rufo fue expulsado de su departamento en el 2011 y vivió en una camioneta que un vecino le prestó. En el año 2015 muere el vecino, la familia vende la camioneta y Rufo se va a vivir a La Curva de San Isidro.
Las mujeres ya lo conocían de siempre, y aunque vivía en una casita en medio del camellón, nunca estuvo solo, las mujeres comenzaron a ponerle atención como a las otras personas que vivían ese lugar. Uno a uno se fueron muriendo y «Rufo era el último del escuadrón de la muerte» cómo le decían a la banda en situación vulnerable, los cuidados de las vecinas no sólo quedaron en la vida de Rufo sino que lo salvaron de la fosa común.
Rufo descansa en el Panteón de San Isidro, en su barrio, rodeado de su gente, gracias a sus cuidadoras. Las mujeres del Encanto siguen cuidando a quienes habitan ese lugar y ahora están preocupadas por Mario Damian Ramos Marin, un joven desaparecido el 26 de febrero del 2024 al que las autoridades no han localizado.
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