Este año se conmemora el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín. Los festejos comienzan formalmente en noviembre. Sin embargo, su presencia es cotidiana en la capital alemana. Las cicatrices suelen desvanecerse, pero jamás desaparecen
BERLÍN, ALEMANIA.- Cuando nuestra piel se desgarra, los anticuerpos inician un proceso de reconstrucción dando como resultado un tejido más resistente, con un volumen distinto, mucho más áspero, de un color y textura diferentes.
De esta nueva adaptación surge la cicatriz: la huella de algo que nos lastimó. Algunos comparan este proceso con el de hechos sociales violentos como una guerra, las migraciones forzadas o la imposición de murallas que impiden el paso de grupos humanos de un territorio a otro.
Muros, púas, persecuciones, familias separadas, amantes distanciados por la geografía política… las barreras fragmentan, lastiman, dejan cicatrices -en México tenemos la amenaza latente del muro-.
Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue divida en cuatro regiones dominadas por los aliados, más tarde acordarían su partición en dos grandes territorios: uno controlado por Estados Unidos -Alemania del Oeste- y el otro bajo la mirada de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -Alemania del Este-. Con esta disposición se consolidaría uno de los periodos más importantes de la historia: la Guerra Fría.
Esta composición geopolítica y económica comenzaría poco después de la Segunda Guerra Mundial, y terminaría hacia 1991 con una nueva configuración global. Para Alemania implicó un periodo de 30 años. Aunque el régimen se fundó en 1949 y finalizó entre 1990 y 1991, el muro se construiría hasta 1961.
En el Museo dedicado a la Memoria del muro esta historia se cuenta con una escena casi cinematográfica: “A la 1:11 de la mañana, la radio de Alemania del Este interrumpe la transmisión de su programa ‘melodías de noche’ para retransmitir una noticia especial: los gobiernos de los Estados miembros del Tratado de Varsovia se dirigen a la Cámara Popular y al gobierno de la RDA con el propósito de establecer orden. El mensaje tiene un claro propósito: obstruir el paso a Berlín del Oeste».
Un total de 155 kilómetros de la frontera entre Berlín occidental y la RDA. Esta división cortó de tajo 193 calles en la ciudad de Berlín.
El 23 de agosto de 1961 se cerraron los últimos accesos para los alemanes del oeste. La República Democrática Alemana pedía certificados de paso, sólo para el ingreso de los habitantes del Oeste. Para lograrlo, tenían que gestionarlos de lado Este bajo la tenaz oposición de la burocracia de Alemania Oriental, por lo tanto, estos permisos pocas veces lograban concretarse.
Es entonces cuando se ponen en marcha una serie de dispositivos arquitectónicos y militares para impedir el libre tránsito entre las dos Alemanias. Los mecanismos de control fueron incrementándose con el tiempo. A pesar de esto, hubo miles de intentos de fuga hacia el lado occidental a través de escaleras, globos, huidas por carretera e incluso, túneles.
Para 1981 la frontera contaba con los siguientes elementos:
Este año se conmemora el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín. Los festejos comienzan formalmente en noviembre de este año. Sin embargo, su presencia es cotidiana en Berlín: en el mercado de pulgas venden souvenirs nostálgicos: pines de la hoz y el martillo, condecoraciones militares de la ex URSS, libretas con diseño de pasaporte de la República Democrática Alemana, cromos con portadas de periódico que reseñan la victoria de los Aliados y el inicio de la Guerra Fría.
Los más jóvenes quizá no lo tengan en su mapa mental. Algunos lo recordarán vagamente por un par de referencias en los libros de historia. Este periodo que duró tres décadas concluyó hacia finales de los años ochenta con la Perestroika y la caída del Muro de Berlín.
A pesar de los esfuerzos por la unificación económica, política y cultural de un país con 83 millones de habitantes, se puede percibir cierto aire nostálgico por una “ciudad que alguna vez fue”. Como diría Svetlana Boym en el ensayo el Futuro de la Nostalgia: “El siglo veinte comenzó impregnado de utopías y terminó carcomido por la nostalgia».
Con el tiempo, las cicatrices suelen desvanecerse, pero jamás desaparecen. Berlín lleva consigo las huellas de la Alemania nazi, de la Guerra Fría y de la Caída del Muro de Berlín: un país que ha transitado hacia una sociedad multicultural, que ha construido una narrativa donde la cicatrices sirvan de memoria colectiva y permitan recordar para no repetir su pasado. Pienso la complejidad de México: el muro latente, las migraciones y la otredad y me pregunto cuáles son las narrativas que queremos construir para transformar nuestra mirada sobre las fronteras.
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Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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