Decenas de personas sin posibilidades económicas de salir de la ciudad, aprovechan los pocos días de descanso laboral para vacacionar en la única alberca de olas de la capital y que está está en Iztapalapa, la alcaldía del oriente de la ciudad que fue estigmatizada y olvidada por décadas
Fotos y texto: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- Con sombrillas, inflables, toallas y flotadores, decenas de personas hacen fila a un costado de la alberca. Previamente se registraron y durante un lapso de una hora, podrán jugar, nadar o simplemente tomar el sol.
Mientras esperan ansiosas el acceso, un grupo de mujeres les invita a realizar ejercicios. El calentamiento cumple con su objetivo e ingresan muy acalorados y presurosos al agua. Familias, parejas, grupos de jóvenes e infancias disfrutan de las olas y del reguetón que amenizan sus vacaciones. El agua parece estar muy fría, pues apenas salen de ella, comienzan a temblar. Un silbato suena y el personal de salvavidas, les pide salir. Toman sus tenis, sandalias, toallas y hasta el cocodrilo inflable mientras corren a formarse de nuevo.
Esta es la única alberca de olas que hay en la ciudad de México y está en Iztapalapa, la alcaldía más poblada de la capital y la que, hasta hace unos años, ocupaba el último lugar de árboles por habitante. Una alcaldía formada a partir de asentamientos irregulares y que, durante años, ha sido motivo de reportajes sobre la falta de agua.
La alberca de olas está en la Utopía Olini, ubicada dentro de la Ciudad Deportiva Francisco I. Madero, en la Avenida Telecomunicaciones. Es parte de un ambicioso proyecto de la alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, para la reconstrucción del tejido social y el derecho de las personas que viven en las periferias ejercen a disfrutar de la ciudad.
Olini, explica l ainformación oficial de la utopía, es una palabra derivada del náhuatl ollin (movimiento). El lugar atiende principalmente una zona de alta vulnerabilidad socioeconómica compuesta por colonias como Ejército de Oriente, Álvaro Obregón, Chinampac de Juárez y múltiples unidades habitacionales de Cabeza de Juárez.
Este Jueves Santo, en otra zona de la alcaldía se realiza la representación de la Última cena y la visita de las Siete casas, tradiciones litúrgicas de la religión católica, que preceden al viernes de Crucifixión. En los barrios de Iztapalapa es una tradición arraigada y de hecho, aquí se realiza una de las representaciones de la Pasión de Cristo más famosas.
Eso no evita que la gente llegue a darse un chapuzón en la Utopía, aprovechando los pocos días de descanso laboral que representan la liturgia cristiana.
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De la Colonia Chinampac de Juárez llegó la familia Yaguno Melchor. 20 personas, principalmente niños y jóvenes que visitan desde hace un año esta alberca de olas en la época vacacional.
Está muy bien este lugar para los que no tienen mucho dinero para salir”, advierte Daniela Yaguno.
La mujer recoge apresurada toallas y tenis de sus sobrinos. Relata que su familia acude con frecuencia a este espacio en donde realizan otras actividades cuando no está en funcionamiento la alberca con olas.
La alberca también es una alternativa a otra tradición popular en los barrios de la ciudad: la de mojarse el Sábado de Gloria. A pesar de ser una actividad prohibida desde hace años, por la escasez de agua de la ciudad, el gusto por jugar a mojarse vale el riesgo, para quienes no tienen opción de acceder nunca a una alberca. Y cada año la policía reporta varias decenas de personas remitidas a agencias ministeriales por transgredir la norma.
Aquí, junto a la alberca, el calentamiento se repite y la gente que ingresará en el nuevo turno también.
Una hora no les alcanza a los chamacos, pero lo bueno es que podemos meternos otra vez, además hoy casi no hubo gente, ayer hubo más y nos teníamos que esperar para volver a entrar”, dice la señora Lupita que carga con las papitas y la sopa instantánea de sus nietos.
Un grupo de niños y niñas entre 8 y 12 años esperan impacientes el acceso. Todos son primos y viven en la colonia Ejército de Oriente.
–¿Ya sabían nadar? – se les pregunta.
–No. ni sabemos–, responde un pequeñito muy apresurado
–Yo sí sé, me enseñaron mis papás–, responde otra niña.
–¿Qué es lo que más les gusta del lugar?
–La alberca, responden todos.
–¿Se quedan todo el día?
–Un rato, mañana volvemos a venir, ayer venimos, al fin es gratis y aquí la tenemos.
Nunca me ha gustado que las historias felices se acaben por eso las preservo con mi cámara, y las historias dolorosas las registro para buscarles una respuesta.
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