5 septiembre, 2022
Se reanudaron las búsquedas de personas en la barranca de los Zúñiga con 8 hallazgos que contradicen la narrativa oficial
Texto y fotos: Alejandro Ruiz
QUERÉTARO. – Esta es una historia de madres, hermanas e hijas. De mujeres. Mujeres que buscan a los suyos, y a 100 mil más. Mujeres que excavan la tierra; que caminan por el monte o el desierto. Que se la viven en fiscalías y Semefos.
Como esta historia, lamentablemente, hay muchas; ya que no hay entidad en este país donde no exista una persona desaparecida. Y a su vez, no existe palmo en el territorio que no pueda ser una fosa clandestina. Una cruda realidad que han desnudado las mujeres que buscan.
Esta historia sucede en Querétaro, donde supuestamente no pasan estas cosas.
Faltaban poco más de dos meses para la elección de gobernador en el estado. Francisco Domínguez, del PAN, vivía los últimos tramos de un sexenio marcado por un escándalo que lo vinculó al fraude de Odebrecht y los sobornos que la constructora brasileña pagó a diputados y senadores para que aprobaran la Reforma Energética de Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, antes de que la cloaca de la corrupción se destapara, “Pancho” Domínguez pintaba como una figura fuerte dentro de su partido. El motivo, entre algunos pactos y favores, era la estrategia de seguridad que el panista había ejecutado en Querétaro.
Lo plausible – decían sus voceros y algunos medios corporativos– era que aún cuando la guerra entre los carteles Jalisco Nueva Generación y el Santa Rosa de Lima arreciaba en Guanajuato y Michoacán, en Querétaro esto parecía ajeno. El estado, repetían incansablemente, “estaba blindado”.
La realidad era otra. Pues, sin hacer tanto ruido, las tareas de inteligencia del gobierno federal habían identificado que –al menos desde 2019– en el estado operan cuatro organizaciones criminales: Jalisco Nueva generación; Santa Rosa de Lima; Caballeros templarios y la Familia Michoacana.
Inclusive, y aunque la presencia y operaciones de estos grupos se concentraba durante esos años en los municipios de Amealco, San Juan del Río, Pedro Escobedo, Corregidora y Huimilpan, en la capital del estado también se había registrado la presencia de dirigentes de estas agrupaciones delincuenciales.
Las actividades que los carteles realizan en el estado, además del tráfico de drogas, están relacionadas al robo de combustible; la creación de laboratorios clandestinos para producir drogas sintéticas y el tráfico de personas.
A “Pancho” le costaba ocultar la realidad, y lo que pasaba ante sus ojos comenzó a ser evidente ante el reclamo de decenas de familiares de personas desaparecidas que le exigían respuestas y soluciones. Sin embargo, el gobernador no les escuchaba.
Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No localizadas, de 1964 a la fecha en el estado de Querétaro hay 503 reportes de personas desaparecidas. Actualmente, la fiscalía estatal reconoce más de 60 fichas de búsqueda activas en la entidad. Pero el 22 de marzo de 2021, casi cuando el exgobernador dejaba su administración, la ficción dejó de ser verdad. Es ahí cuando conozco a Yadira González, y donde esta historia comienza.
Entre los límites de Amealco y San Juan del Río, en un poblado llamado Galindo, existe una barranca, la barranca de los Zúñiga, también conocida como Puerta de Alegrías.
Días antes Yadira y yo nos habíamos escrito por mensaje. Ella, desde 2006, busca a su hermano Juan González, desaparecido en una comunidad entre los límites de Querétaro y Guanajuato. Yadira, como otras mujeres que buscan, es parte de un colectivo local, y a la vez forma parte de la Red de Enlaces Nacionales que agrupa a familiares de personas desaparecidas de todo el país.
Esta red lleva a cabo brigadas de búsqueda en coordinación con la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB).
“Estamos haciendo una brigada de búsqueda en la barranca”, me dijo en aquel mensaje; y aunque no era la primera vez que se hacían estas diligencias en el estado, sí era la primera vez que se buscaba un acercamiento con medios de comunicación.
La búsqueda derivó de una carpeta de investigación que Yadira levantó con la fiscalía local, y luego con la nacional por la desaparición de su hermano.
En el sitio de la jornada se encontraron tres “eventos”, o hallazgos. Huesos calcinados, un cráneo y otros restos óseos que, aunque la fiscalía estatal se empeñó en decir que no eran contundentes, eran restos humanos. Esto lo hizo a través de un comunicado que emitió el 29 de marzo.
Yadira, sin embargo, fue clara en ese entonces:
“Es momento que el estado recapacite, pues, aunque aparentemente no estamos en un escenario tan crítico como Tamaulipas, Guadalajara, Michoacán o Guanajuato, la realidad es que en Querétaro existen estos problemas y poco a poco van saliendo a la luz. Esto puede dispararse si no se atiende, pues no son problemas aislados, no es el crimen o la delincuencia de otros estados quienes vienen a tirar a nuestra gente, en Querétaro existen estos lugares de terror y hay que encontrarlos”.
El tiempo pasó, y este 29 de agosto (un día antes del Día internacional de las víctimas de desapariciones forzadas) las buscadoras volvieron a la barranca. Los hallazgos de aquel día se confirmaron, son de humanos. El sitio es de interés, y ellas lo saben. También el gobierno del estado.
Es 30 de agosto y las buscadoras van en una camioneta rumbo a la barranca. Apenas pasan las siete de la mañana, pero ellas están más que despiertas.
Es el Día internacional de las víctimas de desapariciones forzadas, y las buscadoras buscarán. “Eso es lo que hacemos”, dice una de ellas, mientras cuenta la historia de su hijo.
Guardia Nacional, militares, policías del estado de Querétaro e integrantes de la fiscalía estatal y la Comisión Nacional de Búsqueda las acompañan. Las buscadoras, sin embargo, avanzan solas hacia su destino.
El lugar está a poco más de una hora de la capital, sobre la carretera que comunica a Coroneo con San Juan del Río. La zona es conocida por la operación de grupos criminales que se dedican al robo de combustible.
Al llegar, una pequeña choza –que usualmente es un mirador para observar el paisaje– se convierte en el cuartel de las buscadoras. Cuelgan las lonas con los rostros de sus familiares. Alistan el equipo para descender la barranca, más de 1 kilómetro pendiente abajo, entre malezas, rocas y espinas. Ellas, sin embargo, no se detienen.
Minutos antes de bajar las buscadoras platican entre ellas. Hacen chistes. Ríen. Bromean un poco.
“También tenemos derecho a reírnos, a veces no queda de otra”, dice una de ellas.
Sus pies están equipados con botas para el montañismo. Se ven corroídas por el uso.
“A mí tanto que me gustaba usar zapatillas, o tenis, ahora solo uso botas. Pero ya me gustan”, dice una de ellas.
Todas le responden que sus botas están lindas.
Descendemos hacia la barranca.
A los quince minutos de haber iniciado la diligencia, una buscadora se detiene y grita.
“¡El águila puso un huevo, el águila puso un huevo! Arqui, venga”.
A su lado están un par de bolsas de basura. Producto de los trabajos que iniciaron el día anterior.
Un hueso se alcanza a ver entre lo que señala la buscadora. “Parece un fémur”, dice. “Sí”, responden algunas.
El especialista en identificación baja. Pide que la zona no se altere, pues si es un hallazgo, podría contaminarse.
“El hueso aquí estaba, hasta lo pisaron algunos de ustedes. Yo me fijé y lo vi”, replica la buscadora.
Se discute un poco. Los ánimos parecen calentarse. Al cabo de un rato las buscadoras siguen descendiendo la pendiente. Se dividen en grupos, algunas van solas, otras en duplas o tercias.
Remueven hojas; quitan maleza; trazan senderos, rutas; buscan, buscan.
Pasan otros minutos, y el grito se vuelve a escuchar:
“¡El águila puso un huevo, el águila puso un huevo!”, dice otra de ellas.
Se junta un grupo, miran el hueso que estaba enterrado por los deslaves. Surgen las hipótesis.
Una de ellas, Rosa Isela, madre de Elías Enrique, desaparecido en Querétaro y hallado sin vida años después, dice a otra de sus compañeras:
“Cuando encontramos a mi hijo él estaba con la mano saliendo de la tierra. Sabía que lo estábamos buscando, y quiso que lo encontráramos ‘aquí estoy, aquí estoy, encuéntrame’ es lo que decía. Hoy que es el día de los desaparecidos todos los que están aquí quieren que los encontremos, por eso salen, porque saben que los estamos buscando y no dejaremos de hacerlo”.
Los huesos siguieron saliendo. Algunos eran de animales. Otros, están en espera de confirmarse.
Un día antes de esta jornada, Lina, una madre buscadora de Morelos, perdió su reloj durante los trabajos.
“Yo lo voy a encontrar, vas a ver, anoche lo planeé todo”, dice.
Seguimos descendiendo la pendiente. Lina avanza sola entre la maleza, es una buscadora experimentada, tiene años haciéndolo. Ella busca a su hija.
Después de un par de horas, Lina grita entre los arbustos. “Lo encontré, les dije que lo iba a encontrar”.
Todas corren hacia donde ella está. Sentada, con una sonrisa de victoria, Lina señala su reloj.
“Lo encontré. ¿Se acuerdan que anoche les dije que lo iba a encontrar? Me lo propuse y así pasó”, les dice a sus compañeras.
Todas asienten con la cabeza. Toman fotos. Se ríen.
Una de ellas se serena. Mira a los miembros de la fiscalía, y les dice:
“Ya ven. Si ella pudo encontrar un objeto así de pequeño en menos de 24 horas, ustedes también podrían encontrar a una persona, ¿no?”.
Los miembros de la fiscalía dejan de sonreír con las buscadoras. Deciden apartarse.
La jornada termina por la lluvia. Suben al cuartel. Descuelgan las lonas. Recogen los platos y ollas donde prepararon la comida. Subimos a la camioneta. Regresamos a la ciudad.
Durante esta jornada, que duró del 29 de agosto al 2 de septiembre, hubo 8 hallazgos. No se han identificado si pertenecen al mismo individuo, temporalidad, o sexo. Los restos fueron embalados y se quedaron bajo el resguardo de la Fiscalía General de la República. Ellos lo analizarán y determinarán su perfil genético.
Las búsquedas en la barranca de los Zúñiga desentierran la verdad: en Querétaro sí hay personas desaparecidas, y también quien las busque.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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