La fiesta del aniversario por los 26 años del levantamiento armado del EZLN comenzó apenas terminó el encuentro de mujeres. Pero después de los mensajes políticos, la vida en las comunidades regresa a la normalidad. En el aire queda el reto y la pregunta al presidente
Texto: Daniela Pastrana
Fotos: Karen Melo e Isabel Mateos
CARACOL MORELIA, CHIAPAS.- En la tierra zapatista, nada se mira igual que en el centro. Ni el horario. Ni el activismo que protagonizan muchos de sus aliados.
El primer día de este 2020 amaneció con una bruma húmeda. Imposible ver el amanecer tras las montañas, como en los días pasados.
Desde temprano, cuadrillas de zapatistas recorren el lugar recogiendo la basura de la fiesta que, como es costumbre, se prolongó hasta la madrugada.
Pero aquí la vida es distinta, para empezar porque nadie tiene resaca (el alcohol y las drogas están prohibidos en territorios zapatistas). Y porque, a diferencia de muchos lugares donde el primer día del año los comercios lucen cerrados, aquí los comedores y la venta de artesanías comenzaron temprano, pues para los anfitriones es la última oportunidad de tener ingresos antes de regresar a sus localidades.
El ambiente, sin embargo, contrasta mucho con el que había apenas hace unos días, en el encuentro de Mujeres en Lucha. Los visitantes que están aquí hoy en el 26 aniversario del alzamiento zapatista, son activistas que han venido durante muchos años y se nota: montones de niños corren para todos lados, los extranjeros ayudan a los indígenas a separar la basura, y unos y otros conversan con camaradería.
Podría decirse que es un ambiente más familiar, más rutinario, más parecido al de un pueblo indígena.
La fiesta del aniversario del alzamiento indígena comenzó apenas terminó la de las mujeres.
“Aquí hay un hombre”, gritó sorprendida una niña, en uno de los comedores, apenas 10 minutos después de clausurado el encuentro.
Señalaba a un joven rubio que llegó a saludar a una de las asistentes. Pero no era el único. En pocos minutos, el espacio que durante cuatro días fue solo para mujeres se llenó de hombres, sobre todo indígenas, como si sólo hubieran estado esperando afuera la señal de entrada.
En unas horas, el escenario cambió: a la mañana siguiente la música era de una banda de un grupo integrado por hombres. Hombres también armaron el templete, pintaron las canchas de básquetbol (en lugar de “bienvenidos al 15 aniversario de los caracoles” ahora las canastas dicen “bienvenidos al 26 aniversario del alzamiento”); ellos cambiaron la manta de la entrada y tomaron el control del comercio en varios comedores, mientras ellas se guardaron en las cocinas. También ocuparon la presentación militar.
Pero el encuentro de mujeres estuvo presente en todos los mensajes políticos.
“Nos impresionaron las choferas”, admitió el comandante Zebedeo, en el mensaje político de la medianoche.
Este año hay dos eventos políticos: uno por la tarde, inusual, donde el subcomandante Moisés lee el pronunciamiento de la comandancia general del EZLN y se presenta la fuerza militar (integrada por unos 2 mil milicianos casi adolescentes). Y otro a la medianoche zapatista (que no es la misma que la nacional) donde las comandantas Elizabeth, Dalia, y los comandantes Zebedeo y Tacho toman el micrófono para hablar de la necesidad de mantener la organización.
“Los poderosos no nos van a dejar en paz”, dice Zebedeo. “Nuestro reto no es pequeño (…) Hemos demostrado estos 26 años de guerra contra el olvido que estamos organizando una mejor vida”.
“No le tenemos miedo”, completa Dalia, con su bolsa de rayas morada y su anillo de casada. “Tenemos que defendernos, pase lo que pase, venga lo que venga”.
El legendario comandante Tacho habla de la tierra, pero sobre todo, de su autonomía. “Nos mantendremos de pie para mantener la lucha de todas las formas posibles”, dice. Y repite varias veces que defenderán su autonomía “sin importar la muerte, el encarcelamiento o la desaparición”.
El mensaje de los insurgentes es claro: los zapatistas defenderán con su vida el proyecto que han mantenido tres décadas.
Un proyecto de vida, dice Moisés en la tarde, donde las mujeres no son asesinadas, los niños tienen salud y donde se respeta la tierra:
“Somos, pues, comunidad. Comunidad de comunidades. Las mujeres zapatistas tienen su propia voz, su propio camino. Y su destino no es el de la muerte violenta, la desaparición, la humillación. La niñez y la juventud zapatista tienen salud, educación y diferentes opciones de aprendizaje y educación. Mantenemos y defendemos nuestra lengua, nuestra cultura, nuestro modo. Y seguimos firmes en el cumplimiento de nuestro deber como pueblos guardianes de la Madre Tierra”, resume el comandante.
Hilvana su discurso con las amenazas a ese proyecto: lo que otros llaman modernidad y progreso. O, simplemente, “desarrollo”, como le llaman a la modernidad los “estándares de Naciones Unidas” (como el índice de desarrollo humano, por ejemplo) que muchos de los que apoyan a los indígenas defienden.
Un desarrollo del que disfrutan la mayor parte del año muchos de los asistentes solidarios que vienen de “geografías lejanas” y que son reconocidos como aliados fundamentales por la comandancia zapatista. Un desarrollo que nos da comodidades todos los días a quienes vivimos en las ciudades.
Los zapatistas identifican a un solo gran enemigo: “el mandón”, que es el gran capital. Le dedican muchas líneas de su discurso “al mandón” capitalista, sin poder dejar de tomar Coca Cola, que ahora que terminó el encuentro de mujeres aparece en todos los comedores en botellas de dos litros. (Porque aquí, queda claro, se come maíz, frijol, chayotes y aguacates. Y se toma café, chocolate y Coca; los jóvenes zapatistas también fuman muchos cigarros que se pueden conseguir a un peso).
En el discurso zapatista, “el mandón”, o “la bestia” tiene nombres para engañar y hacer trampas.
Uno de ellos, el de la modernidad, es «megaproyecto», que “quiere decir: destruir todo un territorio. Todo»:
«Con el megaproyecto la bestia se zampa de un bocado pueblos enteros, montañas y valles, ríos y lagunas, hombres, mujeres, otroas, niños y niñas. Y ya que acabó de destruir todo, la bestia se va a otro lado y hace lo mismo”.
Al presidente de ahora no lo llaman por su nombre, le dicen “capataz del mandón” y aseguran que es lo mismo que los anteriores capataces.
Lo ven como una amenaza para el trabajo que han logrado, por su pacto con empresarios y por sus proyectos de desarrollo para el sureste, como el Tren Maya.
El mensaje al capataz es, entonces, duro: “Sólo quien es un imbécil puede decir que son buenos los megaproyectos. Un imbécil o un malvado y mañoso que sabe que miente y no le importa (…) Entonces, el gobierno y todos sus defensores que tiene deberían decir claro qué son: si son imbéciles o mentirosos”.
Los zapatistas creen que lo suyo es mejor. Y sí, claramente tiene un mejor nivel de vida que otras comunidades indígenas en Chiapas y de otros lugares del país.
También tiene mejor nivel de vida que el que tenemos en las ciudades, sobre todo las megalópolis.
Pero eso ha sido, como dice Moisés, “gracias al apoyo de individuos, grupos, colectivos y organizaciones de todo el mundo”, incluidos los intelectuales y artistas que se ocupan de gestionar recursos para la construcción de la infraestructura.
¿A cuántos pueblos más ayuda así la comunidad internacional?
Descontando a los zapatistas (algunos calculan que son 100 mil, pero no es un dato preciso), ¿quiénes se hacen cargo de apoyar a los otros 14 millones de indígenas, de los otros 58 pueblos que no son tsotsiles, ni tseltales ni choles, ni tojolabales? ¿O a los otros tsotsiles, tseltales, choles y tojolabales que no son zapatistas?
Porque la otra parte de esta historia que no está en los discursos, de la que poco se habla es la falta de opciones de trabajo en un campo que ha sido aniquilado durante tres décadas.
Quizá por eso, en Ocosingo, la ciudad emblema levantamiento de 1994, hay poca memoria de los caídos, pero sobran letreros en las calles con ofertas de trabajo para la pizca de Sinaloa, Sonora, Jalisco y Coahuila.
Por eso, hace tres años vinieron jefes de la policía de Tamaulipas a reclutar chiapanecos.
Por eso, las doñas de los comedores que vienen de La Garrucha saborean la idea de irse a la Ciudad de México a vender sus tamales.
“Nos vamos las dos”, me dice una de ellas, cuando le digo, ya entradas en confianza, que intercambiemos un tiempo a nuestras hijas adolescentes. Otras mujeres escuchan atentas.
Sí. Las zapatistas viven mejor, pero no es suficiente para disminuir las brechas, ni los tiempos que marca el sistema de lo que ellos llaman “la bestia”.
Es curioso estar en este mismo lugar donde hace menos de 30 horas muchas mujeres de todo el mundo imponían su voz sobre la voz de las indígenas.
Ahora, la mayoría son milicianos, no tantos como las mujeres, pero sí muy jóvenes, que bailan como si estuvieran marchando y tienen una extraña afición por el rap.
En los dos mensajes políticos hay más mujeres que hombres en los templetes. Algunas con niños y bebés, alzan los brazos en pie de lucha.
Saben y reconocen que ha tenido fallas y errores. Lo dice Moisés en su mensaje. Por eso, mandan un mensaje que apela a que lo lean en Palacio Nacional:
Como podrá mirar cualquier persona que tenga un corazón honesto, tenemos un proyecto de vida (…) ¿Están dispuestos los malos gobiernos a tratar de destruirnos al costo que sea, a golpearnos, a encarcelarnos, desaparecernos, asesinarnos?”.
Subcomandante insurgente Moisés.
Saben de resistencias. Ya sobrevivieron a la Colonia, a la alfabetización, al PRI, al neoliberalismo, al Partido Verde… ahora piensan que pueden sobrevivir a la 4T. No quieren que el tsunami morenista acabe con lo que han ganado.
Su campo de batalla, una vez más, es el mediático.
Pero a diferencia de los partidos de oposición, su lucha es legítima.
El año cierra con el comandante Tacho abriendo los brazos en señal de abrazo, al asegurar que el reto es no rendirse, ni claudicar, ni venderse.
“Viva el EZLN”, gritan los milicianos antes de comenzar el baile.
Por la mañana, las actividades en el semillero Huellas del Caminar de la Comandanta Ramona, en el caracol Torbellino de nuestras palabras, más conocido como “caracol Morelia”, la vida vuelve a la normalidad. Unos juegan básquetbol mientras escuchamos de fondo a Calle 13 y nos preparamos para marcharnos.
A los que venimos de otras geografías a estas tierras, siempre nos cambia la vida.
A ellos, les cambió hace 26 años.
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Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.
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