14 mayo, 2023
A dos años de la represión de la protesta social en Cali, las familias no han logrado justicia para sus jóvenes asesinados
Texto y fotos: Pedro Anza
CALI, COLOMBIA.- “No le gustaba el zapato de material sino los tenis, yo le compraba zapatos de material y sí los estrenaba, pero solo por no despreciármelos, ya después no los usaba. Pero la mama sí le compraba buena marca de zapatos”.
Hernando Cabrera deja un plato con empanadas en la mesa central de su sala, en la pared hay una fotografía enmarcada de su nieto, Juan Pablo Cabrera, y enseguida la descuelga para mostrármela. Su esposa Ana Milena entra y sale de la casa para atender a los clientes que se acercan a su puesto de fritangas en el porche de su casa en la Comuna 10 de Cali.
“El me heredó el hacer deporte, hacía gimnasia y ciclismo. Tenía proyectos, estaba esperando a que le dieran ese cartón del colegio para irse a estudiar a España. Se quedaron ahí sus sueños, en veremos”.
Fue al costado de una palma en el camellón de la Autopista Suroriental y Diagonal 23, muy cerca del Puente de la Luna, uno de los puntos de resistencia donde se establecían las barricadas de jóvenes, conocidos como “primera línea”, durante los álgidos tiempos del Paro Nacional del 2021. El paro, que fue convocado por diversas organizaciones sociales y el grueso de la sociedad civil colombiana, se originó con una convocatoria en contra de la Reforma Tributaria impulsada por el entonces presidente Iván Duque. La oposición a la reforma tributaria, así como el rechazo a la administración de Duque, se generalizaron rápidamente en todo el país, siendo la ciudad de Cali, en el Valle del Cauca, el epicentro de las movilizaciones, protestas y enfrentamientos que devendrían en un trágico estallido social que duraría tres meses. Al menos 75 personas, la mayoría siendo jóvenes de entre 17 y 26 años, fueron asesinadas en Colombia en el marco del paro, 44 de esos asesinatos bajo la presunta autoría de la fuerza pública.
“Era viernes 28 de abril, a las 11 pasaditas, cerca del mediodía. Yo estaba echando comida a la vitrina para trabajar y escuché los tiros, pero pues uno que se va a imaginar que mi nieto iba a estar involucrado, le dije a mi esposa que le llamara a Juan Pablo, pero no contestaba el teléfono, llamé, llamé, llamé y nada”.
Juan Pablo tenía 18 años recién cumplidos, acababa de terminar el bachillerato y se perfilaba para estudiar geología. Era la primera jornada del paro, los manifestantes, en su gran mayoría jóvenes, mantenían bloqueada la calzada. Un agente de la fiscalía, vestido de civil y enfundado con su arma de dotación intenta cruzar la avenida bloqueada, los manifestantes le bloquean el paso, le dicen que no puede pasar. Según testigos, el agente está aferrado a cruzar la calle justo por ese lugar, Juan Pablo va atravesando la avenida y se detiene en el punto, se une al reclamo, le dice que no cruce, que la vía está cerrada, el agente insiste, Juan Pablo le dice que si va a pasar lo haga rápido, otros manifestantes se oponen. En medio del alebreste y los gritos el agente deja caer un maletín donde trae una pistola y el carnet de la fiscalía, se ha descubierto su identidad, las cosas se ponen tensas, el oficial saca su arma de dotación, una pistola 9 milímetros, y amenaza con disparar a quienes lo rodean. Juan Pablo está a unos metros, el de la fiscalía apunta, dispara, la bala le da a Juan Pablo en la cabeza y lo mata al instante. Los manifestantes enfurecidos se abalanzan sobre el agente, este comienza a disparar a diestra y siniestra hiriendo a otro muchacho que morirá horas más tarde en el hospital departamental. La turba está embravecida, hay gritos, hay un muerto, hay heridos, como pueden se acercan y rodean al agente. Terminan su vida con el mismo hierro en que él acaba de fundir otras dos.
“Mi hija, la mamá de Juan Pablo, estaba haciendo gimnasia y empezaron a rodar en internet los videos de los tiros y de lo que había pasado acá, en esos videos ella vio que montaron a alguien en una ambulancia y vio unos tenis que ella le había comprado a mi nieto y se vino a averiguar. Alguien le dijo que a él lo habían herido, siguió averiguando hasta por ahí tipo cuatro de la tarde, cuando se vino a dar cuenta que Juan Pablo ya estaba sin vida”.
Sin dejar de mirar la fotografía de su nieto, Hernando vuelve a decir lo que ha repetido una y otra vez desde que lo conocí hace un par de horas en una misa en honor a los muchachos asesinados en el paro: que lo persigue el arrepentimiento de no haberle dicho en vida a su nieto lo mucho que lo quería, que necesita desahogarse, hablar de ello con alguien, que han pasado ya dos años desde el asesinato de Juan Pablo y a él, a diferencia de su esposa, el llanto no le alcanza para consolarse, necesita hablarlo para liberar su dolor, que a veces incluso le habla a su nieto directamente, a sus fotografías, para decirle lo mucho que lo quiere.
“Yo estaba con un mal genio porque escuché esos tiros y mi nieto no respondía el teléfono, pero qué iba a responder el teléfono si ya estaba muerto. Es bravo, sentimientos de un lado por otro, una muerte tan absurda. Mi nieto no sintió la muerte, pero a mí me dio mucho pesar. Lo que cuentan es que el tipo lo encontró así de frente y le disparó, que fue un señor de la fiscalía. A ese tipo lo mataron ahí mismo también. No sé si mi dios lo prepara a uno para llevárselo el día que es o a veces está uno en el lugar equivocado. No sé, pero yo no he podido asimilar su ida”.
“Yo sé de los crímenes de estado, sé de la impunidad. Pero acá nos hemos enseñado a recoger nuestras lágrimas, nuestro dolor, y seguir. Sóbese y siga”.
Laura Guerrero sostiene dos flores en las manos, está parada frente a un mural pintado en una pared alta encima de un puente en la desembocadura de la avenida quinta. Laura es miembro y vocera de la organización Memoria Viva Colombia (Mevico) la cual está compuesta por familiares de víctimas mortales del paro, así como de sobrevivientes de este que quedaron lesionados permanentemente. El amplio mural tras de ella tiene al centro el rostro alegre de un joven y la palabra Flex repetida con diferentes tipografías a sus costados. Cientos de motos atraviesan desordenadas las calles ajetreadas de la noche caleña.
“Sucedió en vivo, en redes sociales, se ve en el video que aparece en Youtube. Fue el 3 de mayo, había miles de personas conectadas, la gente estaba sorprendida de ver cómo la fuerza pública estaba disparándole a la gente, sin control. Yo estaba poniendo a cargar mi teléfono cuando me llegan muchos mensajes y el teléfono se apaga, asumí que algo había pasado, tenía mucho estrés por lo que se estaba viviendo y por saber que mi hijo estaba en la calle”.
Conocido también como Flex, nombre con el que pintaba graffiti, Nicolás Guerrero, hijo de Laura, tenía 26 años y vivía desde hacía cuatro con su esposa y su hija en Guijón, España. Es domingo 2 de mayo, cuarto día del Paro Nacional, Nicolás almuerza con su madre, le dice que en adelante no participará más en la primera línea, que apoyará el estallido de otra manera. Montado en su motocicleta va a transportar donaciones alimenticias a las ollas comunitarias y llevará insumos médicos y agua, así como leche y bicarbonato que se usan para palear los efectos de los gases lacrimógenos, a los puntos de confrontación. Amigos y conocidos lo ven aparecer y desaparecer esa tarde cargado de insumos en distintos puntos de la ciudad.
“Nosotros estábamos en contacto, pero él no quería que yo saliera porque me decía que la calle estaba muy dura y peligrosa. Yo le contaba todo lo que estaba pasando, me enteraba por todos los grupos en los que estoy: grupos de mujeres, ecuménicos, de paz. Él me dijo: mamá, vos sos mis ojos en la calle”.
Los muertos empiezan a contarse. Esa noche, en las inmediaciones del Paso del Comercio, manifestantes se congregan para ofrecer un velatón a la memoria de dos personas muertas en los días pasados en el marco del estallido. Se prenden velas en homenaje a Jovita Osorio y Yinson Andrés Angulo. Jovita, una anciana de 73 años, quien murió en el hospital de un paro respiratorio tras ser asfixiada en su casa por un proyectil de gas lacrimógeno lanzado por el Escuadrón Móvil Anti Disturbios (Esmad) que aterrizó en su patio; Yinson, un joven de 24 años que murió asesinado por impacto de bala durante enfrentamientos con la policía precisamente ahí, en el Paso del Comercio, bautizado por los manifestantes como “Paso del Aguante”. Comienza a oscurecer. Después de recorrer la ciudad en su moto, Nicolás llega al velatón, ahí se encuentra con amigos y se “parchan”, conviven y platican sobre la jornada. Entre diálogos y debatas sobre los pormenores del día, la noche cede el paso a la madrugada del 3 de mayo. Según testigos, se corre la voz de que el Esmad está buscando replegar a manifestantes que se encuentran en un punto de la Calle 14, a no muchas cuadras de ahí, se necesitan refuerzos y un grupo grande sale de la velatón para apoyar, entre ellos está Nicolás. Cuentan que la policía ha comenzado la trifulca. Fuertes enfrentamientos se suceden. Según el testimonio de algunos congregados, Nicolás camina llevando en sus manos una valla metálica, con ella se protege de los proyectiles de la policía, además puede ser útil como barricada. Una pistola 9 milímetros lo tiene en la mira, desde el lado de la policía un láser lo sigue continuo, preciso, suena un disparo seco, Nicolás cae al piso, la bala le pega en la cabeza, sus rastas están empapadas, coloreadas por su sangre, los jóvenes alrededor se acercan para asistirlo pero la policía lanza gases lacrimógenos formando una cortina de humo a su alrededor, el coraje los impulsa a cruzarla poniendo los cuerpos de escudo. Lo toman como pueden y lo llevan lejos del enfrentamiento, lo tienden en el piso, intentan auxiliarlo.
“Llegamos muy rápido al hospital, cuando me entero inmediatamente voy. Ya iban dos paros cardio respiratorios, en la ambulancia tuvo dos y en la clínica tiene otro y fallece. Cuando salgo de la clínica le entrego el cuerpo de Nico a la fiscalía y pongo el denuncio. Después me encuentro con el Esmad en un parqueadero, les dije que no mataran más gente, a ustedes quien los volvió dioses para matar a la gente, uno se reía, otro agachó la cabeza. Esa misma noche fui a la velatón de Nico, lo velaron en muchos lugares, entre ellos en Siloé, porque Nico era graffitero y tiene lugares pintados en Siloé, él había estado haciendo trabajo social ahí con algunos amigos. Empezó una tendencia, mucha gente de muchos lugares del mundo pintaron Flex, el tag de Nico”.
Es dos de mayo, mañana se cumplen dos años exactos del asesinato de Nicolás Guerrero. Laura sonríe después de mirar en silencio, por unos segundos, el rostro de su hijo pintado en la pared. La cara de Flex, así como la de otros jóvenes asesinados en el paro, aparecía también en otro mural a unas cuadras de donde estamos parados, pero hoy está estropeado por pintura gris, un sector de la sociedad caleña se dispuso a borrar las consignas y símbolos de quienes apoyaban el paro.
“Les incomoda la memoria. En el caso de Nico no hemos llegado ni a la primera audiencia, es negligencia, se fue Duque pero dejó el fiscal, y ese fiscal es puesto para entorpecer los procesos. Todos estos sujetos, policías y gente del Esmad, sabe quién disparó a Nicolás. Me mataron a mi hijo. Yo sentía tanto dolor que dije si no hago algo yo me voy a morir, no se estarme quieta, vivo para eso. Me levanto siendo Memoria Viva Colombia, mamá de Nicolás Guerrero, y me acuesto así todos los días durante estos dos años. Me imagino el resto de mi vida así, no me imagino otra cosa, mi vida quedó a un lado, todo lo que hubiera podido pensar, planear, soñar”.
“Acababa de salir del ejército hacía tres meses a la fecha que lo asesinaron, con libreta militar y todo. A los tres meses de jurar bandera lo habían ascendido a dragoneante, por tener buena conducta. Terminó el estudio bachillerato en el batallón de Cartago Valle, ahí hizo también un curso de joyería, en el Sena”.
Hace calor en Cali. Es tres de mayo del 2023 y Jeny Mellizo deja su puesto de moto-partes ubicado en la Glorieta de Siloé para visitar la tumba de su hijo en el cementerio local. De los 75 asesinatos contabilizados en el marco del paro nacional por organizaciones no gubernamentales como Temblores o Indepaz, así como por la CIDH, entre los meses de abril, mayo y junio, 58 se registraron en el departamento del Valle del Cauca; 43 de estos en la ciudad de Cali. El 3 de mayo del 2021, quinto día del paro, en las inmediaciones de la Glorieta del barrio Siloé, Comuna 10 de Cali, 5 jóvenes fueron asesinados por balas de la policía. Entre ellos estaba Harold Rodríguez, hijo de Jeny.
“Harold apenas había cumplido los 18 cuando se fue para el ejército, y tenía dos meses de haber cumplido 20 cuando lo asesinaron, no participaba en el paro. Desde el 28 de abril que iniciaron las protestas yo estuve trabajando normal en la glorieta de Siloé vendiendo refacciones para motocicletas, él estaba con la novia en la casa, me decía: mama, mándame fotos de qué está pasando ahí abajo. Yo le mandaba fotos de lo que pasaba, que quemaban llantas, y me decía: “ah, esos locos”. Lo decía riendo, él a todo le sacaba chiste, ahí habían conocidos y amigos suyos”
Es 3 de mayo del 2021. No tiene mucho que Harold volvió del servicio militar. Junto con Andrés, su amigo de la infancia, Harold permaneció 22 meses en el ejército, participando en combates contra las disidencias de las FARC y el crimen organizado en el Chocó. Recién llegado de vuelta a Cali, entre otras cosas, se enamora y ennovia de Estefanía y se dedica a dejar hojas de vida, está buscando trabajo, quiere arreglar la casa de su madre, ubicada el barrio “La Sirena”, una ladera a unos diez minutos en motocicleta de la Glorieta de Siloé, donde su familia tiene el negocio. En ese mismo sitio se planea para la noche una velatón en honor a Nicolás Guerrero, un joven asesinado esa madrugada en el Paso del Comercio. Esa tarde Harold ayuda a su madre a recoger el negocio y suben hacia su casa. Alrededor de las ocho de la noche, Harold avisa en casa que irá con Andrés a comprar salchipapas en un local a pocas cuadras de la Glorieta de Siloé. Parquean la motocicleta en la esquina del puesto. Hay un revuelo en las calles. Mientras los amigos esperan sus “salchipapas”, la policía lanza gases para dispersar a la multitud que asistía a la velatón de Nicolás. Está la policía, está también el Esmad y, según testigos, el Grupo de Operaciones Especiales (GOES) entra en escena con armas largas. Apenas pasadas las nueve de la noche, un láser apunta directamente a la cabeza de Harold, suena un disparo, cuando su amigo voltea este está ya tirado en el piso.
“Me dice: mamá, me voy a ir a comprar una salchipapas, yo le dije, papi, te vas a quedar donde la loca -o sea la novia- y me dijo no, yo ya subo mama, me voy a comprar una salschipapas con Andrés y ya subo. Esa fue la última palabra y la última vez que lo vi salir de la casa. Más tarde, como a las 10, por intuición de mamá, me dio por llamarlo. Lo llamo y me contesta su amigo, me dice Jeni hirieron a Harold. Recuerdo que alcancé a ponerme el pantalón y salí en chanclas. Volvió a sonar el celular y me dice Jeni, Harold se nos fue. Ya había muerto hacía rato sino que él no tenía la forma de decírmelo, yo mandé un grito que no sé de dónde me salió y me caí en la cama.
Solamente seis de los casos de muchachos asesinados en el paro han tenido audiencia, entre ellos el de Harold Rodríguez, una audiencia de imputación de cargos, virtual, en el 2022. Han habido además acercamientos con el gobierno de Gustavo Petro, mandatario de la nueva administración, sin embargo, los casos no avanzan.
“Harold no participaba en las protestas, pero incluso así hubiese sido no tiene por qué morir de esa manera asesinado. Y ni aunque fuera una persona que estuviera robando, se supone que para eso hay leyes, para eso hay una cárcel. Ah, pero claro, si matan a un policía ahí si ya hubieran cogido a la persona que lo asesinó, así no hubiera esa persona, meten a otra, a un falso positivo, pero como es mi hijo, como son los jóvenes de los barrios populares, ahí si nadie ofrece plata para que cojan a los asesinos. Esos policías que asesinaron a Harold y a los jóvenes aquí en Cali no merecen el uniforme, así los trasladen a otra ciudad, igual, es un peligro para otra ciudad, para otros jóvenes. Para nadie es un secreto que los implicados ya no están aquí en Cali”.
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