A mediados de marzo del 2020, Nueva York se convirtió en el epicentro mundial de la pandemia por covid-19, y con ello migrantes fueron despedidos. La crisis fue tal que familias enteras vivían en la calle o bajo los puentes. A un año y medio del origen de la pandemia, las comunidades de mexicanos en NY vuelven a empezar
Texto: Ray Ricardez / Lado B
Foto: Redes Trasnacionales
PUEBLA.- Fue a mediados de marzo del año pasado cuando Berenice Santiago, una migrante poblana de la comunidad Santiago Benito Juárez, regresaba en un taxi en dirección a su casa en Brooklyn, Nueva York, y veía desde la ventana la desesperación de la gente en hospitales y farmacias a causa de la pandemia. A la semana siguiente, su esposo le dio una noticia: “Me quedé sin trabajo”.
Por esas fechas, Nueva York se convertiría en el epicentro mundial de la pandemia por covid-19: para el 24 de marzo, el estado rebasaba las 25 mil personas infectadas, representando la mitad en todo Estados Unidos y el 6.5 por ciento de los contagios a nivel mundial, de acuerdo con datos del gobierno de la ciudad. El primer fallecimiento por la enfermedad se registró el 14 de marzo pero fue hasta el 22 de ese mes que el gobierno estatal declaró el confinamiento total. Y conforme avanzaba la crisis sanitaria en la urbe, llegaban también los despidos para la comunidad migrante que la habitaba.
Así como el esposo de Berenice, Yogui Ariza, una migrante originaria de Izúcar de Matamoros que lleva 23 años en Nueva York, y Guadalupe Benitez, también migrante poblana de 50 años originaria de Ayutla, ambas dedicadas a la limpieza de hogares, sufrieron las consecuencias de quedarse sin trabajo durante el comienzo de la pandemia en la ciudad.
En la primera semana de marzo, cuenta Yogui, fue que ella y su esposo quedaron desempleados. Su jefa, con un mensaje de texto, le dijo aquella ocasión: “Tienes que irte”.
Por su parte, Guadalupe fue notificada por algunos de sus jefes y jefas que ya no podía asistir a trabajar debido a los contagios. Aunado a esto, semanas después, su esposo, originario también de Puebla, enfermó de covid-19 y falleció en el hospital, por lo que ella quedó a cargo de su familia y las deudas que tenían.
Tan pronto se enteraron del contagio y fallecimiento de su marido, las casas en las que Guadalupe todavía trabajaba le informaron que ya no podía ir por miedo a la enfermedad. A partir de ahí, iniciaron tres meses de angustia e incertidumbre para ella y su familia.
Esta es la historia de desempleo de las y los migrantes poblanos en Nueva York, al inicio de la pandemia.
“Ya no tengo trabajo, está cerrado, hoy fue mi último día”, le confesó su esposo a Berenice. Él trabajaba en una empresa de taxis respondiendo las llamadas entrantes. Trabajaba cinco días y ocho horas diarias, pero la dueña del lugar le explicó que la base de taxis iba a cerrar temporalmente: ‘Váyanse a su casa y que estén bien’, le dijo. A Santiago le sorprendió que no les ofreciera ningún apoyo económico o indemnización alguna.
De acuerdo con Luis Gallegos, especialista en Estudios Migratorios y Líder Organizador de la Red de Pueblos Transnacionales, la primera afectación que tuvo la comunidad migrante con la llegada de la pandemia fue, precisamente, la pérdida de empleos o reducción de horas laborales, quedando a merced de las demás afectaciones que vendrían posteriormente.
“No sé cómo le vamos a hacer”, decía angustiada Berenice, que pensaba en formas para conseguir dinero y sobrellevar la crisis. La situación en casa era compleja: ella con un padecimiento en el hígado que le impedía trabajar, su hijo con asma y su esposo con el miedo de que se infectaran.
Mientras tanto, Yogui y su esposo caían enfermos de COVID-19 dos semanas después de perder sus empleos. “Fueron siete meses que estuvo desempleado mi esposo”, cuenta, ya que, además de las secuelas y el agotamiento que les dejó la enfermedad, siempre que iban a solicitar empleo les decían que no había espacio y que después les llamaban.
“Las cosas se pusieron muy difíciles”, recuerda Ariza.
Al respecto, Marco Castillo, presidente de la junta directiva de la Red de Pueblos Transnacionales —una organización conformada por migrantes, en su mayoría de origen poblano—, apunta: “Nueva York es una ciudad de muchísimos recursos, con una infraestructura de gobierno basta y desarrollada, pero profundamente desigual; y durante la pandemia estas desigualdades se exacerbaron y la gente que vivía marginada económica, social y políticamente se vio sumamente afectada”.
Él detalla que las comunidades latinas y afroamericanas fueron las más afectadas tras quedar a la deriva y sin acceso a ayudas.
Berenice cuenta que no tenían ningún seguro médico en plena crisis sanitaria y tampoco tuvieron acceso a seguros de desempleo por parte del gobierno estadounidense debido a que no tenían documentación ni residencia. Sin embargo, en algunos casos los hospitales las y los recibían y el gobierno de Nueva York cubría los gastos.
“Nosotros los migrantes no tuvimos acceso a aplicar a la ayuda de desempleo”, lamenta Santiago. “Siempre se supo que la comunidad migrante sacaba el trabajo de los blancos y no se nos reconoció”, sentencia. Ella explica que únicamente apoyaron al inicio de la pandemia a las personas con seguro social y documentación, recibiendo un cheque por parte del gobierno para cubrir sus gastos.
Quienes sí tienen documentación “sí se pudieron encerrar en su casa tranquilamente recibiendo su cheque, y la comunidad hispana no”, asegura la originaria de Benito Juárez.
A la fecha, si una persona que está en situación de desempleo ingresa al Sitio Oficial de la Ciudad de Nueva York para aspirar al Seguro de desempleo (UI), a la Compensación de Emergencia por Desempleo debido a la Pandemia (PEUC) o a la Compensación por Desempleo debido a la Pandemia (PUC), en las especificaciones se informa que si eres “un trabajador inmigrante que no está autorizado para trabajar en los Estados Unidos”, por lo que no puedes acceder a la ayuda.
Y en ese contexto, Guadalupe Benítez era notificada día con día desde el hospital que su esposo se ponía más grave a causa de la enfermedad, mientras le avisaban que ya no podía ir a las casas donde trabajaba. Fue el 6 de mayo del 2020 por la tarde cuando él falleció.
“Me afectó demasiado porque (…) se me juntó todo, yo quería correr”, recuerda Benitez. A la muerte de su marido le siguieron gastos funerarios, rentas y servicios por pagar, una hija e hijo que cuidar y tres meses por delante sin oportunidades de trabajo para ella
Berenice —también integrante de la Red de Pueblos Transnacionales— narra cómo es que, por falta de trabajo, muchas familias tuvieron que dejar su hogar o compartir su departamento con familiares porque no tenían cómo pagar.
“A otros los corrían del apartamento, otros terminaron viviendo en la calle”, cuenta. Incluso explica que hubo casos de familias viviendo debajo de puentes con sus hijas e hijos. Otras personas, asegura, terminaron optando por volver a México. “No les quedaba de otra”, dice.
Y quienes sí conservaron su empleo se expusieron a trabajos precarios, donde las medidas para prevenir contagios eran limitadas. “Esos tuvieron que chingarse porque el gobierno no reconoció que gracias a ellos se seguía moviendo la ciudad”, sentencia Berenice.
Por su parte, ella le pedía a su esposo que no saliera para no exponerse. “De lo poco que tengamos vamos a sobrevivir; no sé cómo le vamos a hacer pero no nos vamos a morir de hambre”, le prometió a su marido en ese entonces.
La situación fue difícil, cuenta Berenice, pues el gobierno les hizo sentir “como si no valiéramos nada, como si no estuviéramos aquí o como si no existiéramos; nos dieron migajas”, dice.
“A mí no me dieron ayuda pero estoy pagando taxes (impuestos); no tengo papeles pero yo pago cada año”, agrega Guadalupe, quien, tras la muerte de su marido volvió a la calle con tal de encontrar despensas y conseguir dinero.
Yogui, por su parte, cuenta que, incluso aunque sus hijos son ciudadanos estadounidenses, el gobierno no les proporcionó ayuda, lo que para ella fue una manera de discriminarlos.
Ella tuvo que batallar con su esposo, que se enfermó de covid-19, mientras no tenía empleo y cuidaba a sus hijos. Gastaban al mes entre 600 y 700 dólares en alimentos, sin recibir un ingreso.
Cuenta que ella y todas las personas que salían a buscar comida en lugares como iglesias o centros de acopio, muchas veces tenían que hacer una larga fila para ser recibidas, incluso en invierno.
“Muchas familias perdieron el trabajo y siguen sin trabajo”, asegura Ariza, quien además cuenta que la tragedia se vivía en comunidad: gente moría y sus familiares pedían ayudas económicas para los gastos funerarios, tal como fue el caso de Guadalupe.
“El propio consulado no me quiso ayudar sabiendo que yo soy mexicana, [mi esposo era] mexicano. No les estaba pidiendo para que yo comiera, le estaba pidiendo para su funeral”, narra Benitez sobre la falta de ayuda por parte del gobierno mexicano.
Asimismo, Yogui cuenta que a ella, a su prima y a sus vecinas, el consulado mexicano no les respondía para brindarles ayuda. Ella cuenta que solamente apoyaban en algunos casos de repatriación de restos. Es decir, no hubo una ayuda económica para sobrellevar la crisis.
“Por parte del consulado mexicano no hubo una respuesta adecuada dada las circunstancias”, demanda Luis Gallegos. Para él, fue evidente que existió un descuido por parte de las autoridades mexicanas con sus connacionales, sobre todo en temas de atención directa y diálogo comunitario.
Desde Puebla las personas veían desesperadas cómo sus familiares migrantes pasaban por la crisis económica. La madre de Berenice estaba preocupada por sus hijas, ya que veía en las noticias cómo Nueva York se había convertido en el epicentro de la pandemia. “Ella lloraba y preguntaba qué íbamos a comer y cómo íbamos a sobrevivir”, recuerda Santiago.
La familia de Yogui dejó de recibir sus remesas dado que ella no podía enviar más recursos por el desempleo. Inclusive, desde Izúcar de Matamoros, su hermana le dijo que si no podía resistir allá que regresaran a su comunidad. “Ahora sí que nuestros familiares allá estaban más preocupados por nosotros y lo que vivíamos acá”, dice.
“Fue bastante complicado para las familias porque el virus no había llegado a México, entonces había una serie de especulaciones, terrores y miedos”, explica Castillo. Él detalla que incluso desde la Red de Pueblos Transnacionales observaban a familias enviando dinero desde Puebla para que sus migrantes pudieran soportar la crisis. Gallegos inclusive recuerda que desde redes sociales las comunidades se organizaban para enviarles ayuda.
Los arrendatarios de Berenice, Yoqui y Guadalupe les dieron la oportunidad a sus familias de pagar una parte de la renta o pagarla posteriormente de la crisis, lo que les benefició para enfocarse en otros gastos.
Mientras tanto, desde iglesias y algunos centros sociales, colectivos y asociaciones empezaron a repartir despensas y víveres a quienes lo necesitaban. Fue en estos espacios en donde estas familias encontraron ayuda para transitar por el desempleo.
“Sí ayudaban mucho”, recuerda Santiago, quien asegura que ahí podían encontrar pasta, vegetales, pollo, arroz, entre otros víveres. Sin embargo, el pago de los servicios de la casa seguía siendo alto para ellas y ellos.
Meses después llegaron fondos por parte del gobierno estadounidense para la organización de Red de Pueblos Transnacionales (conformada en su mayoría por migrantes de origen poblano), lo que les permitió repartir aún más despensas entre la comunidad.
Guadalupe Benítez cuenta que fue gracias a la ayuda de la misma comunidad migrante que pudo pagar los gastos de la funeraria y cementerio. Además, le siguieron ayudando con comida y despensas. “Nunca me dejaron sin comer, la verdad”, recuerda.
Ahora, la comunidad se unió para manifestarse y exigir al gobierno de Estados Unidos que les proporcione ayuda, por lo que se han abierto programas con fondos públicos para ayudar a este sector. Sin embargo, Berenice asegura que no han sido muy claros en cómo pueden acceder a este beneficio, ya que no especifican qué documentos hay que entregar para hacerse acreedores.
Arturo Villaseñor, coordinador de la organización Puente Ciudadano, enfocada en trabajar con poblaciones migrantes, ubicada en Puebla, explica que un aspecto que está fomentado el regreso al empleo para la comunidad migrante poblana es el retorno de los servicios de primera necesidad a las ciudades, tales como limpieza, cosecha de alimentos, construcción, entre otros.
Guadalupe regresó al trabajo a principios de julio de 2020. Sin embargo, sigue pagando deudas y cuidando de su hija e hijo para que puedan seguir adelante. Por su parte, la familia de Berenice ha salido adelante dado que su esposo ahora labora como taxista; “gracias a Dios que le va mejor y esperemos salir pronto de todo lo que nos afectó la pandemia”, concluyó. En cuanto a Yogui y su esposo, él ha conseguido trabajo en el sector restaurantero y ella ha regresado poco a poco a realizar limpieza con una familia.
“Ahí vamos saliendo, gracias a Dios, trabajando y luchando”, concluye la originaria de Ayutla.
Este trabajo fue realizado por Lado B, que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar el original.
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