En un sinnúmero de pinturas y grabados, la bruja ha sido representada por mujeres de edad avanzada, repletas de verrugas fraguando tempestades al pie de un caldero. Nuevamente temas como la vejez o el canon de belleza de cada época están ahí para recordarnos que, si queremos ser “aceptadas”, debemos alejarnos lo más posible de la “bruja”.
Por: María Teresa Juárez
Espagiria, círculos de poder, fuego, cantos sagrados, transmutación, sabiduría ancestral, conocimiento sobre el arte de la curación. ¿Qué o quién es una bruja?
Históricamente marginadas sanadoras, herbolarias y parteras han preservado conocimientos milenarios sobre el origen de la vida.
Durante siglos, fueron reconocidas como el epicentro del saber en campos como la salud comunitaria, herbolaria, lactancia y en general el conocimiento acerca de los ciclos de la vida y de la muerte.
Hace unos meses en una conversación con Lydiette Carrión, emergió la palabra “bruja” al reflexionar acerca de cómo es que la cultura nos impone castigos reales y simbólicos por salirnos del guion escrito para nosotras: ser madres, esposas, jóvenes perennes y por supuesto: bellas. En otras palabras, por “salirnos del huacal”.
En lugar de representar una fuente de conocimiento, esta palabra nos remite a la vejez como un defecto y a la sabiduría como un peligro. Históricamente la imagen de la bruja se ha usado como un dispositivo de control para tachar a toda aquella mujer que por alguna razón no responda a la norma social.
Nos coloca fuera de los márgenes permitidos, aún hoy en el siglo veintiuno.
En un sinnúmero de pinturas y grabados, la bruja ha sido representada por mujeres de edad avanzada, repletas de verrugas fraguando tempestades al pie de un caldero. Nuevamente temas como la vejez o el canon de belleza de cada época están ahí para recordarnos que, si queremos ser “aceptadas”, debemos alejarnos lo más posible de la “bruja”.
Nuevamente nos preguntamos, ¿qué o quién es una bruja? Es un símbolo, un ser mítico, en la literatura ha sido representada como lo opuesto a la bondad, la belleza, la juventud y la ingenuidad.
Algunos análisis feministas sitúan a las brujas de los cuentos infantiles como mujeres insumisas, portadoras de conocimiento y voz propia.
En términos generales, bruja es toda mujer que posee conocimientos para transformar para sanar, para transmutar. Posee el logos, por eso ha sido históricamente temida y combatida.
La psicoanalista y escritora Clarissa Pinkola Estés, lo explica magistralmente: “Al igual que la palabra ´salvaje´, la palabra ´bruja´, posee un matriz peyorativo, pero hace tiempo era un calificativo que se usaba para sanadoras tanto jóvenes como viejas en la época en que la imagen religiosa monoteísta aún no se había impuesto a las antiguas culturas panteístas que entendían la divinidad a través de múltiples imágenes religiosas del universo y todos sus fenómenos.”
El conocimiento ancestral transmitido en línea materna resultó incómodo para las religiones monoteístas patriarcales y también para la ciencia: ambas instituciones han dictado la normatividad de nuestros cuerpos, han definido lo “bello, lo “correcto”, lo “sano”, lo “normal”.
En el siglo XV se escribe el famoso texto: Malleus Maleficarum traducido al castellano como el «Martillo de las brujas», un manual para detectar y castigar a las “hechiceras”, atribuido a Enrique Kramer y Jacobo Sprenger.
El primero fue inquisidor en 1479 y su nombre como coautor no apareció sino hasta la edición de 1490. El segundo fue doctor en teología de la Universidad de Colonia e inquisidor a partir de 1481. Este sería uno de los puntos de inflexión en la narrativa persecutoria hacia las mujeres poseedoras de conocimiento.
Este periodo conocido popularmente como “cacería de brujas”, se caracterizó por la persecución de miles mujeres que poseían conocimientos sobre ciencia, salud y herbolaria. Les fue negado el acceso a centros educativos y el reconocimiento de su comunidad. Algunas fueron denunciadas y expulsadas de centros educativos por ejercer “ilegalmente la medicina”.
En el libro Hechicería, saber y transgresión, Alejandra Cárdenas reconstruye la historia silenciada de mujeres castigadas por la Inquisición. De acuerdo con la autora, el siglo XVII en México marca un parteaguas por el proceso de exclusión de las mujeres en el acceso al conocimiento.
Las mujeres portadoras de conocimientos sobre anatomía y herbolaria son acusadas de hechicería. Se construye una narrativa de persecución y castigo que persiste hasta nuestros días. Este discurso punitivo las estigmatiza como brujas, herejes e infieles.
Dice la autora: “De acuerdo con el discurso histórico de la modernidad, el varón blanco, adulto, joven, heterosexual y cristiano es el único poseedor del logos y, por tanto, poseedor de la única humanidad posible, mientras que la amplísima grama de la alteridad, es decir, la supuesta barbarie, representa la animalidad, el caos. La otredad no existe sino como incompletud o como inversión”.
Es por eso que se nos ve como hombres incompletos y las diversas expresiones de la espiritual no binaria o monoteísta, son interpretadas como prácticas diabólicas y los pueblos negros e indios como lo inverso de la civilización.
Desde la perspectiva de pueblos afrodescendientes y originarios las prácticas amatorias, curativas y adivinatorias constituyen elementos de resistencia frente a un proceso que intenta borrar de su memoria la visión del mundo heredada de sus ancestros.
Con la instauración del cristianismo como religión dominante, inició uno de los periodos más violentos y dolorosos para las mujeres.
Hoy sabemos que la inquisición católica y protestante condenó a persecución, castigos corporales, tortura y muerte a miles de mujeres sabedoras de los ciclos de la naturaleza, el poder curativo de las plantas, la preparación de ungüentos y fórmulas, los masajes y la partería.
Es a partir de este periodo que los conocimientos sobre anatomía, herbolaria y sanación son conferidos a instituciones educativas y religiosas, integradas sólo por varones. Se crean las instituciones encargadas de la generación y la difusión del conocimiento.
Mientras la persecución escalaba, parteras y sanadoras continuaban con la ardua tarea de atender a sus comunidades y transmitir los conocimientos mediante círculos de aprendizaje.
Pasaron siglos para que este legado emergiera. Mujeres de todo el mundo han documentado y rescatado la voz de parteras, naturalistas, científicas, y poseedoras de todo tipo de conocimiento.
Norma Blázquez autora del libro: El retorno de las Brujas, incorporación, aportaciones y críticas de las mujeres a la ciencia, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México en el año 2007, nos regala un excelso análisis acerca de cómo fue arrebatado el conocimiento a las mujeres y cómo es que en el siglo veintiuno emergen nuevos enfoques para una historia de la ciencia.
Desde la ciencia, el feminismo y la literatura, es momento de rescatar y resignificar esta palabra, hacerla nuestra como una semilla rebelde y repleta de significado.
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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