Podemos reconocer que existen bebés que requieren de ser alimentados en medio de un desastre natural y procurar la atención a esta necesidad específica, sin caer en un espectáculo mediático que lejos de aportar a la solución del problema se queda en la superficialidad, en la romantización de una acción particular que debería ser reacción institucional
Por Celia Guerrero / @celiawarrior
En días recientes, la superficialidad del flujo informativo y la espectacularización de la tragedia propiciadas por los medios masivos de comunicación derivaron en la viralización de las fotografías de una policía amamantando a un bebé en Acapulco, después de la devastación provocada por el huracán “Otis”, que azotó una zona de la costa de Guerrero el pasado 25 de octubre.
Quien primero compartió las imágenes fue el titular de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Pablo Vázquez. Dijo que el bebé tenía 24 horas sin alimentarse. Días después, volvió a buscar ser noticia cuando anunció que la oficial, perteneciente al grupo Fuerza de Tarea “Zorros”, especializado en respuesta inmediata, sería ascendida por esta acción. Sirva la actividad propagandística de la policía de la Cdmx de ejemplo para abordar un tema importante: la perspectiva de género en escenarios de desastres.
Desde la institucionalidad, el Sistema Nacional de Protección Civil debe incorporar la perspectiva de género para cumplir con diversos programas nacionales, pero también lo establecido en instrumentos internacionales como la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (Cedaw). Esta perspectiva, aplicada, significaría reducir el “impacto intersectorial de género en situaciones de emergencia o desastre”. Pero, en lenguaje común, ¿qué significa esto?
En principio, la incorporación de esta perspectiva presupone del reconocimiento de una dinámica social discriminatoria que, sustentada en los roles de género, coloca a un sector de la población en mayor vulnerabilidad. A ello se pueden agregar otras circunstancias como origen étnico racial, vivir con una discapacidad; diversidad sexual, infancias, adultos mayores, todo ello cruza.
Asumir la existencia de estas dinámicas sociales debería llevar, en el mejor de los casos, a intentar modificarlas, mas no a reforzarlas. Promover, por ejemplo, que las actividades de cuidado, limpieza, alimentación, en medio de una emergencia o desastre, no se vean determinadas automáticamente por roles de género preestablecidos, desiguales y hasta discriminatorios.
Consideremos, por ejemplo, en el impacto diferenciado en las vidas de mujeres y niñas, usualmente encasilladas bajo la responsabilidad de la limpieza y la alimentación de sus grupos familiares, cuando se enfrentan a la carencia de servicios básicos, como puede ser la electricidad, el agua potable, o de los productos también básicos para la supervivencia cotidiana. En un mundo sostenido por el trabajo invisibilizado de cuidados, en emergencias o desastres lo que usualmente se da por hecho pasa a ser elemental y aparece la sobrecarga sobre quienes —de por sí— llevan a cabo estas tareas de manera desigual.
“Las consecuencias que tiene un desastre son distintas entre hombres y mujeres. Hay un recrudecimiento de las afectaciones en función del sexo que, justo de la mano con la construcción social que es el género, impacta de manera negativa y mucho más profunda en el desarrollo y en la vida de mujeres y niñas”, explica Rosa María Zabal, fundadora de Agencia Barrio, una organización civil que busca impulsar estrategias de resiliencia barrial y considera la perspectiva de género como un elemento clave.
Bajar esta conceptualización a la realidad pareciera ser el gran reto. Hay que considerar los roles de género, tenerlos presentes para aplicar estrategias de atención diferenciadas, pero sin reforzarlos. Podemos reconocer que existen bebés que requieren de ser alimentados en medio de un desastre natural y procurar la atención a esta necesidad específica, sin caer en un espectáculo mediático que lejos de aportar a la solución del problema se queda en la superficialidad, en la romantización de una acción particular que debería ser reacción institucional.
Por lo demás, de vuelta a las imágenes de la policía amamantando que el máximo responsable de la Secretaría de Seguridad de la capital del país calificó como un “ejemplo de humanismo”, en términos feministas —en consideración de la división sexual del trabajo y con mirada crítica a la valoración convencional de las actividades económicas— es más bien ejemplo del trabajo reproductivo que realizan las mujeres; uno tremendamente infravalorado tanto en circunstancias normales como en emergencias y desastres, pero que, es claro: hace girar el mundo.
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