18 septiembre, 2020
Beatriz Castro Jiménez, enfermera jubilada del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, considera que el trabajo de enfermería implica la bondad de estar allí, presente, hasta el final
Texto: Vania Pigeonutt
La enfermera Beatriz Castro Jiménez vio con mucha ilusión el desfile conmemorativo por el 210 aniversario de la Independencia de México. Le parece que el reconocimiento a personal médico por parte del gobierno federal es lo mínimo que la administración puede hacer en este contexto: “son los héroes de la pandemia”.
Bety tiene 94 años, el próximo 22 de junio cumple 95. Platica de sus épocas como enfermera, con la ayuda de su nieto, quien le repite las preguntas que no alcanza a escuchar, porque a su edad, el sentido que más le falla es el oído. Cuenta que estaba leyendo el periódico Reforma sobre jugadores de futbol que se van a Europa y regresan muy cambiados a México, ya no pueden jugar futbol.
Cuando contesta el teléfono han pasado algunas horas de que vio por la televisión en compañía de su hija única, sus dos nietos y unas visitas que llegaron a su casa, los festejos acotados que se realizaron en el Zócalo, pero que sólo pudieron ver por esa vía los mexicanos: la pandemia impidió que hubiese una concentración grande de gente observara el espectáculo. Bety ya no recuerda los años que tiene como enfermera jubilada. Quizá más de 30. Lo que si se acuerda es que entró en en año de 1970 al Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez.
“Yo ingresé al hospital Fray Bernardino en los años de 1970. Yo no tenía título de enfermera entonces, era una enfermera auxiliar nada más. El hospital me da la oportunidad de estudiar y trabajar y entraba a las 7 de la mañana y salía a las 9 de la noche”, narra.
Trataba a pacientes psiquiátricos. Dice que los primeros meses fueron muy duros porque no había trabajado con pacientes psiquiátricos; siempre había trabajado en clínicas, con viejitos, con pacientes de edad madura.
“Serían sueldos bastante bajos, pero tenía necesidad de hacerlo y acepté. El trato era bueno: me daban los tres alimentos allí y la oportunidad de estudiar y trabajar. Era buena la oferta, pero también era muy cansado”, comparte.
Ya como enfermera empezó a trabajar a los 39 años. Antes trabajaba en asilos, desde muy joven. Su primer trabajo en institución pública fue en lo que ahora es el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), luego se fue a un asilo de ancianos, trabajó en la noche.
“Tengo papeles del seguro social, allí seguía trabajando, trabajando, pero nunca tenía yo un papel de enfermera, eran papeles de gratitud. Cuando estuve en el psiquiátrico, los tres años que estudié a la enfermería fue difícil. Egresamos 32 personas, la mayoría mujeres, había como ocho varones, pero todos adultos. Los tres años y nos dieron nuestro papelito y estuvo muy bonito. Tengo una fotografía cuando el director del hospital nos está dando nuestros papeles. El sueldo mejoró y así hasta que me jubilé. Trabajé 28 años en el Fray Bernardino”, comenta.
Para Bety los médicos, enfermeras, radiólogos y todo el demás personal que ha trabajado en la primera línea de esta pandemia: los hospitales, “son unos héroes, porque arriesgan sus vidas con pacientes completamente infectados, es difícil trabajar con esas personitas, sabiendo que seguramente van a morir. El trabajo es uno, otra es la bondad de la persona como enfermera debes estar allí presente hasta el final”.
Recuerda que a ella y a sus compañeros les tocaron los temblores. “El del 85 que estuvo fortisímo. Y algunas cosas feas y tienes que estar presente, yo estaba adentro del hospital. Cuando el paciente psiquiátrico está muy agresivo. Me golpeó un paciente psiquiátrico, se me fue encima, si no es por los médicos que me lo quitan, me medio mata».
Bety tiene algunos compañeros de esa época vivos. La pandemia ha sido horrible para ella, porque ademas de ser población de riesgo, casi no escucha, le afecta no poder salir, pero ha estado en contacto con un par de amigas. “Algunas compañeras nos seguimos casi todos ya jubilados, viejos. Tengo casi 95 años y mis compañeros ahí se van, unos ya fallecieron, unos están allí bien. Si nos miramos”.
De la pandemia dice que “ha sido algo terrible, nos llegó de sorpresa, sin sorpresa, han pasado cosas muy tristes. Estoy encerrada en la casa, entre mis nietos y mi hija me cuidan muchísimo, agradezco que me tengan ciertas atenciones, que me hacen mis cosas, que me llevan por mis medicamentos, mis consultas y me han cuidado bastante. Por eso creo que no nos ha llegado por aquí el contagio”.
Entre las anécdotas que Bety cuenta, están sus encuentros con gente que considera importante. “Yo traté en esos días con un hermano del señor ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, Rafael. Una persona tan educada, pero una persona tan sufrida por la enfermedad de la psiquiatría. Era epiléptico y sufría mucho por sus ataques epilépticos”.
Luego atendió a un chico que era hijo de un presidente, un ejecutivo de Petróleos Mexicanos, no recuerda bien el cargo. Sólo sí, que enfrentaba muchos problemas y sufría mucho, “luego hasta uno se siente mal de ver cómo batallan. A veces se salen, se escapan, acaban con sus vidas en las calles, o llegan y hacen muchas averías en sus casas; hasta que sus familiares los vuelven a regresar al hospital”.
El personal médico que tiene un rostro amable con los pacientes cambia muchos destinos, está segura Bety.
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