Tuvieron que pasar décadas para que, finalmente, en 1953, la ley permitiera a las mujeres votar y ser votadas. Y, aunque parece que no hemos superado el carácter simbólico, conocer esta historia nos arroja lo inacabado de las exigencias y algunas reflexiones sobre las dinámicas de poder al rededor del derecho al voto de las mujeres
Por Celia Guerrero / X: @celiawarrior
Cuando este texto sea público habrá terminado por fin la campaña electoral en la que dos candidatas compiten por el título de primera presidenta de México y estaremos a días de la elección federal 2024. Un futuro insospechado para muchas nos habrá alcanzado.
Ya nadie recuerda cuándo inició este proceso, lo claro es que entre la pre precampaña, la precampaña, la intercampaña y la campaña campaña, ha sido demasiado largo. Desde que fue oficial que serían mujeres las representantes de los dos partidos políticos dominantes, algunas y algunos plantearon que habríamos de celebrarlo, que sería histórico. Pero, pasados los meses, si he de dar mi opinión, me declaro profundamente hastiada del circo electoral y jamás tan decepcionada.
Entonces, quizá porque tiendo a buscar ángulos inexplorados de conversaciones convencionales, o quizá por miedo a mirar de frente a la catástrofe, o quizá porque sí creo que, si la bruma nos impide ver hacia adelante, nada perdemos en echar un vistazo hacia atrás; decido no hablar de lo que se avecina, sino hacer un ejercicio para conocer mejor sobre la historia de las mujeres mexicanas y su derecho al voto.
Lo primero que quiero decir es que es un insulto a la inteligencia el discurso de algunas feministas que buscan convencer a mujeres, incitándolas a participar en el proceso electoral solo porque el sufragio para todas fue peleado por otras en el pasado. Ya vivimos atadas a muchas condiciones, deberes y culpas como para agregarnos más imposiciones entre nosotras.
Es verdad que para las mujeres el derecho al voto es uno arrebatado, como otros derechos, inacabados o en riesgo de perderse. Pero la situación era y es compleja. La batalla por la participación política en las urnas y la posibilidad de ocupar puestos de elección popular ha estado acompañada siempre de otras exigencias que aún continúan peleándose. Y si vamos a utilizar la lucha histórica de las mujeres, por lo menos intentemos conocerla en su complejidad.
Una revisión detallada al origen de la lucha por el voto de las mujeres mexicanas es rescatada por la historiadora Gabriela Cano Ortega en el episodio que aborda la fallida reforma Cardenista del podcast Archivo General de los Feminismos en México: documentos históricos. Identifica las elecciones extraordinarias de 1929 como la primera ocasión en la que el tema cobró relevancia pública, debido a que un buen número de profesoras apoyaron la candidatura de José Vasconcelos.
Fue Vasconcelos, como candidato, quien incluyó el tema de sufragio femenino en la discusión pública, explica Cano. Aunque lejos quedaba la fecha en la que por primera vez las mexicanas podrían participar en una elección. Para entonces la participación de las mujeres en el movimiento cristero y el temor a que su voto terminara por beneficiar al conservadurismo fue el principal argumento utilizado por la élite postrevolucionaria para negarles la ciudadanía e impedir que votaran.
Ya entrada la década de 1930, el tema del voto de las mujeres continuaba en la agenda de los congresos feministas y eventualmente logró unir las diversas ideologías que venían enfrentándose. “Se vuelve el punto que permitió un cese a conflictos discursivos de las mujeres”, comenta la investigadora invitada Grecia Chávez Medina.
Hubo consenso entre las feministas de la época respecto a incluir el amplio derecho al voto para la mujer en sus demandas, aunque las razones por las que creían que debían reconocérselos variaban, explica Chávez Medina; quien también rescata la importancia del Frente Unico Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), organización que pugnó por la equidad política.
El FUPDM se formó en 1935 y estuvo integrado en su mayoría por mujeres trabajadoras y su lucha por el voto estuvo acompañada de otras exigencias: acceso a la salud, a la educación y a diversos derechos laborares. Eran todas parte de un mismo programa, aunque el voto sea lo que más suele destacarse.
“El sufragio femenino tenía un carácter sobretodo simbólico, tanto para sus defensores como para sus detractores. Acudir a las urnas significaba que la sociedad y la legislación mexicana consideraba que las mujeres y los hombres tenían un mismo estatuto como seres humanos racionales y con capacidad para intervenir en cuestiones electorales y políticas”, escuchamos en el podcast.
Tuvieron que pasar décadas para que, finalmente, en 1953, la ley permitiera a las mujeres votar y ser votadas. Y, aunque parece que no hemos superado el carácter simbólico, conocer esta historia nos arroja lo inacabado de las exigencias y algunas reflexiones sobre las dinámicas de poder al rededor del derecho al voto de las mujeres para una lectura del presente y hasta del futuro insospechado.
Periodista
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