El gobierno de la ciudad usó a un centenar de policías para desalojar un campamento de la calle, en un operativo que duró más de cinco horas. En el proceso, los afectados acusaron el retiro de sus pertenencias, aún de las que no estaban en la calle
Texto: Arturo Contreras
Fotos: Daliri Oropeza y Daniela Pastrana
Para quitar un pequeño pedazo de ladrillos y cementos de no más de dos metros cuadrados, que ocupaban un tramo del arroyo vehicular en la calle de Londres, el gobierno de la Ciudad de México y la alcaldía Cuauhtémoc desalojaron a 8 familias y sacaron sus pertenencias a la calle.
“Todo lo sacaron, todo se lo llevaron”, narra Isabel, habitante del predio. Está sentada en la banqueta, con lágrimas en los ojos y su niño de dos años en los brazos. “Nos quedamos sin un suéter para taparnos ahora en la noche. Yo alcancé a agarrar a mi bebé y a salir, no sé qué hubiera pasado si no lo hacía. Alcancé a ver que estaban golpeando a unos”.
Isabel asegura que una vecina corrió a decirle que había llegado la policía y cuando menos se dio cuenta adentro de su casa una veintena de hombres cargaba muebles y rompía objetos que hallaban a su paso.
Hubo una trifulca y la gente quedó fuera de sus casas; observaba cómo ese puñado de hombres sacaba sus pertenencias. Una fila de policías los separaban sin dejarlos pasar. Policías con cascos, rodilleras y escudos formaron el cerco. No eran granaderos, aunque vestían y actuaban como si lo fueran. En diciembre, durante su toma de protesta, la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum anunció el desmantelamiento de ese agrupamiento.
Arturo Medina, subsecretario de Gobierno, coordinaba las acciones
y negó que se tratara de un desalojo.
“Ésta es una acción de recuperación de la vía pública”, dijo el funcionario. “Había una demanda vecinal constante. Había denuncias, primero de la obstrucción de acceso a sus viviendas, de acceso a la libertad de tránsito de los vecinos, había señalamientos de conductas delictivas que no investigamos nosotros, pero que se dio aviso a la Procuraduría”.
— ¿Y todas las cosas que sacaron?, se le pregunta al subsecretario.
— No hemos sacado ninguna —responde—. De hecho ustedes pueden ver, todo lo que se retiró estaba en la vía pública. Todo estaba sobre el arroyo vehícular, donde habían perforado para construir un baño en el asfalto y conectarlo a la red de drenaje principal.
En el asfalto no hay ninguna perforación. Sí había una plataforma de concreto y ladrillos sobre las que descansaban un par de excusados y un fregadero, parte del campamento que ahí estaba montado. Trabajadores con mazos los pulverizaron y los echaron en otra camioneta.
Entre las cosas que se llevaron, está el triciclo de Isabel, en él, los fines de semana solía cargar vitroleros y vender aguas frescas afuera del castillo de Chapultepec. Ahora no sabe cómo lo va a recuperar. Entre sus lágrimas, Isabel reclama “es que ni traían orden de desalojo ni nada, nada más llegaron así”.
Arturo Medina no desmiente la versión.
— ¿Traían orden?
— Hubo de manera reiterada una petición, una invitación y se les solicitó de manera constante la desocupación, y se integró un procedimiento conforme lo marca la ley, recordemos que no entramos al domicilio, sino que es el espacio público.
— Entonces no hubo una orden…
— Es la vía pública, y ahí tenemos que actuar para recuperar este espacio, No entramos a un domicilio.
* * *
El predio de Londres 7 ha sido el hogar de personas indígenas de diversas etnias, como otomíes, nahuas y tsotsiles. A partir de 1985, ocuparon el inmueble que solía ser la Embajada de la España Republicana en México en tiempos de Francisco Franco.
Desde el terremoto del 19 de septiembre de 2017, los daños estructurales fueron tan grandes que obligaron a los ocupantes del edificio a desalojarlo. Sin ningún lugar a donde ir, montaron campamentos en la calle, frente a Roma 18 y Londres 7. El de la calle Londres ocupaba un carril de tránsito vehicular.
En la zona camina Henedina Sánchez. Asegura que es miembro del comité ciudadano de la colonia. “Los vecinos nos empezaron a buscar, que como comité vecinal qué hacíamos. Les dijimos que se organizaran y que hicieran escritos para que las autoridades competentes tomaran una acción, y eso fue lo que hicieron los vecinos”.
Las quejas de los colonos, asegura, incluyen robos, asaltos y venta de drogas, que según ella, se dispararon desde que los indígenas tomaron la calle. Sin embargo, no ha sabido de casos específicos.
“Si vendiéramos droga ya hasta nos habríamos comprado un departamento normal”, dice Isabel, en un tono que roza la indignación y la risa.
Este terreno, en el corazón de la colonia Juárez, es ambicionado por varias empresas constructoras para desarrollar proyectos de vivienda de lujo, pero hasta el momento, ninguno ha podido reclamar su propiedad.
Desde el 2014 una empresa llamada Eduardo SA de CV se proclamó como la propietaria del espacio, sin embargo, no ha podido demostrarlo.
Del otro lado del terreno, en su entrada en el número 16 de la calle Roma, también hay un campamento de personas indígenas. A ese, los policías esta vez no le hicieron nada, pero en septiembre del año pasado, a un año del sismo, otros 200 granaderos hicieron un desalojo, y expulsaron a todos los habitantes del predio.
Los que ocupan el inmueble de este año parecen asombrados, no saben qué pensar. Diego García, miembro de la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata y del Congreso Nacional Indígena, lo explica: estas organizaciones han arropado a esta parte de la comunidad y lograron entablar mesas de diálogo con el gobierno de la ciudad, sin embargo, hasta el momento no han habido resultados.
García asegura que, según la ley, cuando una comunidad indígena en la ciudad toma un predio abandonado, el Estado puede expropiarlo y dejarlo en beneficio de la comunidad como vivienda de interés social, y a pesar de que eso se ha intentado en este lugar, no ha sucedido.
“Hasta le ofrecimos al gobierno comprar el inmueble en 10 millones de pesos. No les gustó la idea y ofrecimos 40. ¿De dónde los van a sacar? preguntaron. Pues con la ayuda de la comunidad Zapatista o del CNI, ya encontraremos la manera”, asegura.
Después de cinco horas, los policías, con escudos en mano, se retiran marchando a paso redoblado, muy ordenados, como si fueran legiones romanas.
Casi a la medianoche, horas después de la trifulca, una patrulla camioneta cuida la entrada al predio. En la entrada, un hombre corpulento y con cara de pocos amigos, cuida la entrada al lugar. En la esquina de la cuadra, dos familias están sentadas en la calle. No tienen a dónde ir. Junto a ellos, las pocas pertenencias que pudieron rescatar.
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