3 agosto, 2022
En el corazón de un puerto turístico en el Adriático, un vendedor ambulante de origen nigeriano muere estrangulado por un italiano blanco, mientras una multitud observa sin intervenir. El hecho ocurre en el marco de un nuevo oleaje migratorio que puede llegar a 150 mil este año, y en la recta final de una carrera electoral liderada por Giorgia Meloni, la dirigente del partido de extrema derecha Fratelli d’ Italia, a quien todas las encuestas colocan como la próxima Primer Ministro
Texto: Ignacio Alvarado Álvarez
Foto: Alberto Pizzoli / AFP
Al nigeriano Alika Ogorchukwu le bastó aproximarse a una pareja de italianos que caminaba por la avenida principal de Civitanova Marche, una pequeña ciudad a las costas del Adriático, para sufrir un ataque despiadado, en el que fue asfixiado hasta morir con su propia muleta a plena luz del día, frente una multitud que, en el mejor de los casos, optó por grabar el crimen con su teléfono celular. Ogorchukwu, de 39 años, era casado, padre de un hijo de 8 años e inmigrante irregular.
Tras su asesinato, el 29 de julio, Italia se colocó frente al espejo en un tema históricamente sensible, que hoy parece avanzar como asunto prioritario de campaña electoral emprendido por los partidos de la extrema derecha: el freno a una inmigración irregular, que este año se prevé alcanzará cifras extraordinarias conforme crezca la violencia y la hambruna en naciones de África y Asia.
El individuo que golpea y estrangula al vendedor ambulante, Fillipo Claudio Ferlazzo, de 32 años, ofreció un par de versiones iniciales para justificar el ataque. Primero, que Ogorchukwu, quien era vendedor callejero, insistió demasiado en su abordaje, hasta faltar el respeto a su pareja. Segundo, que lo suyo fue una reacción producto del desajuste en su salud mental, pues se dijo paciente psiquiátrico. Y tras ello, la sociedad tomó posición.
Una de las primeras en hacerlo fue Giorgina Meloni, fundadora y dirigente de Fratelli d’Italia, y la figura que hoy puntea todas las encuestas en la contienda por la primera magistratura del país. Meloni, dueña de un estridente discurso antiinmigrante, expresó sus condolencias por redes sociales apenas se enteró de lo ocurrido y pidió el máximo castigo para el responsable.
A juicio de sus críticos, lo suyo fue un gesto más electorero que otra cosa. Lo mismo que el ex ministro del interior Matteo Salvini -el otro líder de la derecha extrema con mayor popularidad-, Meloni ha buscado durante años cerrar las puertas a inmigrantes extranjeros e impulsado la idea de enviar a la fuerza naval hasta los límites marítimos para contener la travesía de quienes aspiran llegar a Europa.
La vehemencia que guardan los discursos de la dirigente de Fratelli d’ Italia la han convertido en una suerte de estrella dentro de los grupos más conservadores del continente. Como tal, Vox, el partido de la ultraderecha española, la invitó para engalanar el cierre de campaña de su candidata a la Junta de Andalucía, Macarena Olona, quien terminó perdiendo las elecciones del 19 de junio.
Allí, Meloni ofreció uno de tantos mensajes con el que sus críticos han buscado crucificarle y sus seguidores sublimarle.
“No hay mediaciones posibles. O se dice sí o se dice no”, dijo a los partidarios de Vox con una calma que habría de romperse en el segundo inmediato. “¡Sí a la familia natural. No a los lobby LGBT. Sí a la identidad sexual. No a la ideología de género. Sí a la cultura de la vida. No al abismo de la muerte. Sí a la universalidad de la cruz. No a la violencia islamista. Sí a fronteras seguras. No a la inmigración masiva. Sí al trabajo de nuestros ciudadanos […] Sí a nuestra civilización. No a quienes quieren destruirla!”.
Tras el asesinato del inmigrante en Civitanova Marche, el periodista Corrado Formigli interpeló directamente a Meloni y a Salvini, los artícifices de ese discurso a los que no pocos ven como luz verde para mayor violencia racial.
“Nigeriano discapacitado asesinado a golpes por un italiano en Civitanova Marche. Esperamos publicaciones indignadas de @matteosalvinimi y @GiorgiaMeloni”, tuiteó el periodista.
La respuesta inmediata provino de la líder de Fratelli d’ Italia. “Antes de utilizar la muerte del pobre Alika para su dolorosa propaganda, ¿no podría al menos expresar su solidaridad con la familia? Como puede verificar, he expresado de inmediato mi condena por este brutal asesinato. Chacal”.
Si bien el tema inmigrante ha confrontado visiones dentro de la Italia de los años recientes, en época electoral la sensibilidad aumenta, más cuando hay dos elementos que atizan la hoguera del nacionalismo a ultranza: en este caso el asesinato a mansalva de un vendedor ambulante lisiado, sin documentos y negro, y el tono alarmista con el que se anuncian oleadas crecientes de barcos repletos con fugitivos de Oriente Medio y África del Norte.
Apenas comenzó julio, el Centro de Recepción de Inmigrantes en la isla de Lampedusa reportó la sobresaturación de sus instalaciones. Con una capacidad máxima para atender a 200 individuos, la cantidad concentrada allí rebasaba los dos mil y para finales de mes el número rebasó los tres mil 700. El gobierno italiano ordenó entonces el traslado de cientos de ellos a otros puntos migratorios en tierra firme, lo que hacía tiempo no sucedía.
Entre el 1 de enero y el 27 de julio, el Ministerio del Interior estima que han llegado a Italia casi 38 mil inmigrantes. La cifra supera por más de 10 mil los registros del año pasado y se encuentra muy por arriba de los 12 mil 500 de 2020. Aún así, se trata de una cantidad menor a las máximas históricas de 2016-2017, años en los que también sucedieron la mayor muerte y desaparición contabilizados por la Organización Internacional de Migraciones (OIM).
Si los dos años anteriores se vio debilitado el arribo de navíos cargados de emigrantes a las costas italianas, fue por causas de la pandemia. Pero este año los países mediterráneos prevén la llegada de unas 150 mil personas debido a la escasez de alimentos que ha provocado el conflicto en Ucrania, sobre todo en países de Oriente Medio y África.
Las oleadas de inmigrantes parece que serán permanentes en lo sucesivo y ese es justo el argumento principal empleado por los partidos de extrema derecha para azuzar el miedo y el rechazo colectivos. Aunque de ninguna manera se trata de una novedad.
Veinte años atrás, el gobierno de Silvio Berlusconi aprobó una ley que buscaba contener los flujos irregulares de inmigrantes. Conocida como Bossi-Fini, la ley terminó por generar un conflicto mayor. No solo aumentaron los flujos sino las muertes en las aguas del Mediterráneo. De acuerdo con números de la OIM, que lleva un registro desde 2014, más de 24 mil personas han muerto o desaparecido en las aguas del mar en apenas siete años y medio.
Uno de tantos naufragios, ocurrido el 3 de octubre de 2013 frente a las costas de Lampedusa, costó la vida de 360 inmigrantes. Guardada toda proporción, el tema marcó no solo el contenido de las agendas político electorales de la ultraderecha, sino que desató airados debates sobre el racismo estructural que anida en Italia y el resto de europa.
Aunque nueve años después, el tema parece abrirle paso en esta ocasión a la ultraderecha para llegar a la primera magistratura. Y otra vez de la mano de un hecho violento que tiene como víctima a un inmigrante.
El tema de fondo es que el impacto social de la tragedia ha sido siempre temporal, pero no así el de la política dura.
“La ruta migratoria del Mediterráneo central -que, recordemos, sigue siendo la más mortífera del mundo contemporáneo- hace tiempo que dejó de remover conciencias. Ocurrió solo en breves momentos de emoción colectiva, especialmente con motivo de los naufragios más graves de los que tenemos noticias. Pero incluso en esos momentos se vio de inmediato cómo las retóricas humanitarias y humanistas eran solo una fase de preparación para políticas cada vez más restrictivas y, en última instancia, más mortíferas”, dice Lorenzo Alunni, un antropólogo que trabaja sobre cuerpos y migración en el Mediterráneo y particularmente en la isla de Lampedusa.
Alunni advierte también sobre las trampas discursivas que apuntan hacia el inminente oleaje migratorio como consecuencia del conflicto en Ucrania.
“Es demasiado pronto para evaluar seriamente el posible impacto de la crisis ucraniana en la migración del Mediterráneo”, señala. “En definitiva, me parece que, a nivel de conciencia colectiva, las retóricas políticas más difundidas -los “clandestinos”, la “invasión”, la “defensa” de las fronteras- han funcionado y ya penetraron en la forma de pensar sobre el tema y reaccionar a las noticias en esta materia”.
Los números y la desgracia de los individuos que buscan ingresar al continente de manera irregular han sido vinculados también con fenómenos criminales y otros problemas sociales por los grupos más conservadores de la política. Pero, apunta Alunni, “hace ya muchos años que Lampedusa y la ruta del Mediterráneo Central han entrado y salido de las agendas políticas y mediáticas nacionales sin un vínculo con los datos y las dinámicas reales de los movimientos migratorios y las graves cuestiones que plantean”.
En un país con cinco millones de inmigrantes irregulares y más de un millón de hijos e hijas de inmigrados a quienes se niega la ciudadanía a pesar de haber nacido en suelo italiano, un crimen racial como el de Alika Ogorchukwu, ¿deja espacio para trabajar en la construcción de un futuro menos intolerante y violento?
“El papel fundamental de investigadores e investigadoras, de las y los periodistas, militantes y otras figuras de este tipo es, a mi parecer, lo que ofrece constantemente un espacio en el que el análisis, las historias y los datos son un espacio independiente de las agendas políticas y mediáticas y de las urgencias y crisis que éstas tienden a crear instrumentalmente”, dice Alunni.
Ese sería entonces el camino a seguir para resistir la incapacidad general y la falta de voluntad estratégica, y para abordar asuntos tan importantes como impopulares: las rutas migratorias mediterráneas, balcánicas y alpinas, la reforma ciudadana y la lucha contra el racismo estructural de la sociedad.
“Me parece que si podemos hablar de deber moral-añade, el nuestro ahora es ser impopular, razonar y hablar de manera contraintuitiva respecto de los discursos hacia los que Italia hoy nos empuja, y hacerlo -sin ceder al cliché – sin olvidar nunca voltear hacia las nuevas y muy nuevas generaciones, también y sobre todo para escucharlas”.
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