Tras el hallazgo de un centro de reclutamiento del crimen organizado en Jalisco, donde se encontraron restos humanos e indicios de desaparición forzada, familias buscadoras convocaron una vigilia nacional para exigir justicia por las víctimas. A su llamado se sumaron jóvenes cansados de la violencia que azota al país
Texto: Camilo Ocampo
Foto: María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO. – «¡Teuchitlán nunca más!» Bajo esta consigna, miles de jóvenes, familiares de desaparecidos y ciudadanos marcharon en múltiples estados de la República Mexicana en una jornada de luto nacional. La movilización honró a las víctimas del centro de reclutamiento descubierto por el colectivo Guerreros Buscadores en Jalisco, donde también se hallaron evidencias de crímenes atroces.
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En la Ciudad de México, las organizaciones se congregaron en la plancha del Zócalo. Cientos de personas escucharon y respaldaron las demandas de los colectivos, quienes denunciaron que las desapariciones de jóvenes no son un fenómeno reciente. Subrayaron que se trata de «resabios de la Guerra Sucia y la Guerra contra el Narco, iniciada en el sexenio de Felipe Calderón». Además, criticaron que, pese a la Cuarta Transformación, «el fenómeno no se ha contenido. Al contrario, se ha generalizado, multiplicando el dolor en todos los estados y sectores sociales».
Como acto simbólico, las familias colocaron 400 pares de zapatos y 400 veladoras en alusión a los hallazgos en el Rancho Izaguirre, descrito por las familias como un sitio para «asesinar y desaparecer cuerpos con hornos no convencionales». El 13 de marzo, las autoridades de Jalisco negaron la existencia de crematorios clandestinos en el lugar, pero reconocieron que sí había infraestructura para sostener que el lugar era usado como un centro de entrenamiento. Sin embargo, tres sobrevivientes del rancho aseguran no tener confianza en dicha institución, por lo que esperan que la Fiscalía General de la República -que ya atrajo el caos- tome en cuenta sus testimonios.
Las declaraciones de las autoridades contrastan con el relato de las buscadoras. quienes relataron a los asistentes la brutalidad cometida en el rancho. Mientras escuchaban el horror, algunos jóvenes lloraban en silencio; otros movían la cabeza en señal de negación. Al final de cada testimonio, el grito «¡No están solas!» resonaba como un abrazo colectivo a su lucha.
Entre la multitud destacó Yael, un adolescente de 12 años con una pancarta que rezaba: «¿Qué cosecha un país que siembra muertos?». Y dijo:
«Hoy exijo justicia por los desaparecidos. No es justo que solo hayan ido a buscar trabajo y terminaran asesinados».
Al fondo, frente al Palacio Nacional, activistas colgaron fotos de desaparecidos en las vallas metálicas que resguardan el edificio. De pronto, un grupo reducido comenzó a retirar el cerco al grito de «¡Fuimos todos!». Aunque inicialmente minoritarios, ganaron apoyo de quienes avalaban acciones disruptivas. No obstante, las madres buscadoras pidieron centrarse en el acto pacífico, dividiendo la plancha: de un lado, manifestantes intentaban acercarse a la Puerta Mariana; del otro, cientos encendían velas, símbolo católico para iluminar el camino de los fallecidos.
La tensión escaló cuando algunos lograron derribar las vallas. Ante esto, elementos antimotines se desplegaron y hubo enfrentamientos verbales. Entre los manifestantes, una madre arrastraba los restos del cerco mientras gritaba:
«El gobierno se hace de la vista gorda en un país con más de 100,000 desaparecidos».
La protesta fusionó múltiples formas de resistencia: veladoras, flores, pintura y consignas. Pero la exigencia fue unánime: «Ya no queremos otro Teuchitlán». Entre la dualidad de métodos, una joven alzaba un cartel que resumía el clamor: «No es justo que una madre tenga que buscar a su hijo».
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