Algo ocurre en la academia mexicana y no es el desprecio a la ciencia o el ataque a la libertad de expresión y de cátedra provocados por este gobierno como algunos gritan y regurgitan. Por el contrario, tiene que ver con silencios inducidos precisamente hacia quienes no se suman a la narrativa antiobradorista dominante en buena parte de los espacios académicos
Cuando el activista cultural Augusto Boal se exilió en Europa en la década de 1970 se confrontó con que la opresión tenía formas muy distintas a las que vio y padeció durante la dictadura en Brasil. La opresión estaba siempre allí, de una forma o de otra; era externa, interna o internalizada. Discípulo y amigo de Paulo Freire, Boal había desarrollado el teatro de los oprimidos como vehículo para la emancipación en contextos como el de una dictadura, pero muy pronto el mundo se dio cuenta de la relevancia de sus ideas y métodos aún para sociedades, colectivos e individuos considerados así mismos privilegiados o libres. Boal llegó a definir opresión de la siguiente manera:
“Opresión es cuando una persona es dominada por el monólogo de otra y no tiene oportunidad de responder”.
En este texto planteo que, a partir de la llegada del obradorismo al gobierno, la narrativa sobre lo terrible del mismo se instaló rápidamente en parte de la academia hasta convertirse en su narrativa dominante. Entre la docena de académicos que entrevisté para este texto, una colega cuestionó qué tan dominante es, pero pronto concluimos que no es porque el anti-obradorismo sea mayoritario entre investigadores y docentes. Es dominante porque la impulsan personas con más voz y poder, mientras que otras voces son silenciadas.
Ese silencio se genera de muchas maneras, ninguna institucional hasta donde tengo conocimiento. Y no, este no es un estudio exhaustivo ni parte de una pregunta neutral. El interés surge de dinámicas observadas, escuchadas y también padecidas durante estos años, a través de las cuales académicos/as se permiten prácticas cuestionables para desprestigiar, cancelar, minimizar y hasta activamente acosar a otros colegas por el simple hecho de mostrar simpatías con este gobierno o incluso por solamente buscar una mirada más balanceada de los méritos, limitaciones y contradicciones de la denominada Cuarta Transformación.
Como en todo, existen casos extremos, como el de Juan Pablo Pardo-Guerra de University of California San Diego (UCSD), obstinado en intentar dañar las carreras de académicos que simpatizan con el obradorismo y tienen espacios de opinión en medios o bien ingresaron al gobierno. Su comportamiento psicópata, totalmente público en Twitter, es celebrado y alentado por no pocos académicos de varias universidades en México. Pardo-Guerra hace, digamos, lo que muchos a partir de su animadversión quisieran hacer mas no se animan a hacerlo.
Las prácticas de silenciamiento son por lo general más sutiles, aunque no por ello menos efectivas. Durante investigaciones en el sureste escuché por primera vez que en centros de investigación como el Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) y la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) llaman a ciertos investigadores ‘colaboracionistas’ (término usado en la Europa en guerra para nombrar a quienes apoyaban la ocupación nazi). Lo único que hacían estos investigadores era brindar elementos para entender de manera más compleja y objetiva los programas y proyectos de la 4T en esa región del país que este gobierno ha priorizado. Pero las miradas balanceadas ponen en entredicho las prístinas narrativas de despojo, militarización y ecocidio en torno a Sembrado Vida y el Tren Maya, algo aparentemente intolerable y que amerita castigo.
Otros testimonios vinieron de colegas académicos del ITESO en Guadalajara a raíz de este texto. Allí, la burla por parte de una mayoría conservadora, vertida a un alumnado cada vez más elitista, ha llevado a algunos docentes a evitar mostrar abiertamente cualquier simpatía con López Obrador o de plano a evitar hablar de política, algo lamentable en cualquier ámbito, pero sobre todo en una universidad.
En universidades y centros de investigación como la UNAM y el CIDE, los desplegados tienen una doble función. Por un lado, la denuncia del momento a quien llaman dictador y a sus ‘actos autoritarios’ de gobierno. Por otro, la estigmatización de quienes no firman por parte de sus “colegas” – usualmente académicos con mayor poder en las estructuras académicas y que a su vez tienen fuerte presencia en medios. Es decir, las listas que se hacen públicas generan como sub-producto otras listas, que algunos toman por cuenta propia para justificar prácticas de hostigamiento hacia ‘colaboracionistas’.
Esto produce en el mejor de los casos incomodidad y en el peor, miedo. Miedo a decir lo que piensas en ‘ese’ grupo de WhatsApp o lista de correo electrónico. Miedo a los ataques en redes sociales, algo que ha llevado a algunas académicas (sí, sobre todo mujeres) al anonimato. Para quienes no tienen una posición segura en su universidad todo ello restringe su libertad para expresarse y hace difícil emocionalmente la cotidianidad.
Una investigadora en temas de seguridad nacional experta en relaciones México-Estados Unidos me habló de lo difícil que fue su retorno a México luego de muchos años en universidades de Estados Unidos, pues su abierto apoyo a López Obrador llevó a que cesaran las colaboraciones y contactos por parte de la mayoría de sus colegas que antes constantemente la buscaban e invitaban. En nuestra charla le surgió la duda de si es por ya no tener el prestigioso cargo en aquella universidad norteamericana o si es por sus posturas políticas, aunque concluyó que seguramente es resultado de ambas.
La virulencia inició muy pronto luego de la elección de 2018. Una investigadora del Instituto de Biología de la UNAM me contó la manera en que fue agredida por cuestionar la narrativa de que el aeropuerto en Texcoco “nos convertiría en primer mundo”, en el marco de las discusiones sobre la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México. Esto pues colegas de mayor peso en el Instituto cuestionaban las bases para la consulta popular que reafirmaron la cancelación del proyecto. “Cállate la boca, a nadie importa lo que tú opines”, recibió en un mensaje directo. No había experimentado algo así en un espacio académico. En seminarios, mi entrevistada narró cosas que yo también he atestiguado: preguntas tendenciosas a panelistas para que confirmen los sesgos de los organizadores, así como medias verdades y abiertas mentiras por parte de académicos para acuerpar sus narrativas. Además de lo amargo de estas experiencias, a ella le llama la atención la seguridad con la que se agrede y se insulta. “La intimidación es muy abierta”, comenta con tristeza.
Hay quienes en redes sociales defienden estos comportamientos apelando al pensamiento crítico – que no es ‘estar en contra del poder’ (como si hubiera uno solo) pues entonces daría lo mismo quién, para qué y cómo se gobierna. La academia existe para contribuir a la sociedad, y el pensamiento crítico permite a quien la ejerce no dejar de interrogar y de cuestionarse también a sí mismo – si se hace, claro, de manera reflexiva y ética. Lo interesante en el caso de México es que la parte más vociferante de la academia parece cada vez más desconectada del sentir popular. No está de más recordar la aceptación indiscutible que tiene este gobierno, aunque muchos responderán con la ya clásica idea clasista de que es solo por los recursos económicos que reciben las clases populares en las ciudades y el campo.
Afortunadamente, al parecer, este ambiente tan nocivo no se traduce siempre a la docencia. Varias de las personas entrevistadas comentaron ser más libres en la enseñanza, que sus alumnos son más abiertos que los colegas académicos y que son muy agradecidos. “Mis alumnos son como un oasis”, me compartió una docente.
Como todo fenómeno, faltaría explorar las causas y los motivos. Discutí esto con académicos de amplia trayectoria y la explicación más recurrente es la de la pérdida real o percibida de privilegios, ya sea en el uso discrecional de los recursos (sobre todo en centros públicos) o simplemente la menor influencia en el gobierno. Seguramente existen otros factores y no se puede más que especular sobre motivaciones personales.
Nota 1: Un profundo agradecimiento a las personas que tuvieron la confianza de compartirme sus testimonios y reflexiones. Ojalá sigan confrontando el silencio que a nadie hace bien. Ojalá también que los estudiantes universitarios no dejen de preguntar y de cuestionarnos -a todos.
Nota 2: Este texto fue editado para eliminar un párrafo sobre el CIDE en el que mencioné que no existe hostigamiento institucional, lo cual resultó parcial e incorrecto. Agradezco a las personas con funciones administrativas que me compartieron casos de acoso laboral a partir de la llegada del nuevo director José Antonio Romero Tellaeche. Ofrezco una sincera disculpa a mis lectores, pero sobre todo a las personas afectadas, por no haber indagado más y haberme
aventurado, sin corroborar a plenitud, dicha afirmación. Me sumo a la denuncia para que cese el acoso y le deseo mejores tiempos a la comunidad del CIDE, con un director que no incurra en prácticas inaceptables para nuestros
tiempos y aspiraciones.
Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.
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