Volvió a ser 13 de julio. Pasó un año del feminicidio de Sherlyn Mariel Pérez Carabarin. Hay un feminicida, Jesús Antonio Olivares Flores, que pagará el crimen con 40 años de su vida en prisión. “Como quiera, mi hija ya no está”, me dijo la señora Guadalupe. Y no encontré ni me atrevería a dar un solo argumento para intentar consola, para intentar consolarnos
Twitter: @Celiawarrior
Me pesa escribir estas líneas porque me toca hacerlo en medio de un sentimiento de absoluta desesperanza que no quisiera contagiar. Pero es lo que es, mejor sacarlo. De repente he dejado de divisar opciones efectivas para hacer frente a la violencia machista y feminicida. Me cuesta ver las posibilidades de justicia mínima frente a los actos criminales en contra de niñas y mujeres en este país. Estoy ofuscada, desconsolada.
Todo comenzó con la llamada a una madre de una víctima de feminicidio, la señora Guadalupe Carabarin, mamá de Sherlyn Mariel Pérez Carabarin, un día antes de que se cumpliera un año del crimen. Pero para entender el porqué de mi desconsuelo tengo que relatar lo que considero momentos clave de la historia del feminicidio.
La tarde del 13 de julio de 2020, Mariel, de 17 años, estudiante de Bachilleres, estaba lavando ropa en su casa en Ecatepec, Estado de México. Su mamá, Guadalupe, contó que al salir de su domicilio con su esposo encontraron a Jesús Antonio Olivares Flores, a quien conocía porque era ex novio de Mariel. Ella sabía que su hija había terminado con Jesús semanas atrás porque era controlador y violento.
El joven de 19 años estaba ahí para intentar convencer a su ex de volver con él. Los papás de Mariel conversaron con Jesús, le pidieron que se retirara y, creyendo que su hija estaría segura dentro de su casa, la dejaron con su hermana menor y una prima.
Hay un video en el que se puede observar a un hombre trepar por un árbol continuo a una cornisa de una casa. El hombre llega hasta un tubo que le sirve de escalón para brincar la barda y así logra ingresar. Es Jesús Antonio, el feminicida de Mariel y así fue como entró a su domicilio y la asesinó de dos disparos en la cabeza frente a su hermana de 6 y su prima de 20 años.
Pienso que los detalles de este relato siguen siendo necesarios. ¿De qué otra manera podríamos imaginar la descomposición social en la que nos encontramos si no los consideramos? 17 y 19 años. Un noviazgo violento, de esos que ahora son calificados bajo el eufemismo de “relaciones tóxicas”. La saña. La absoluta falta de empatía. La violencia extrema. El trauma.
Pienso también que la tan terriblemente común violencia contra niñas y mujeres ya no sorprende, ya no pesa. ¿Ya no indigna? Pero, cómo, ¿cuándo lo permitimos? ¿En medio de tanta parafernalia discursiva sobre los derechos de las mujeres y sus luchas y los feminismos y los techos de cristal rotos y los protocolos de denuncia de violencia de género y las cientas de manifestaciones y las colectivas y que la rabia y que la ternura y blablabla bla?
Aunque el feminicida de Mariel huyó y estuvo prófugo varios meses, finalmente fue arrestado y en junio de 2021, casi un año después del feminicidio, un juez lo encontró culpable y lo sentenció a 40 años en prisión. En este país, un caso excepcional dentro del universo de feminicidios que rara vez se investigan, menos llegan a orden de aprehensión y aún menos a sentencia.
Con todo, a pesar de que podría considerarse un caso en el que se hizo “justicia”, la madre de Mariel, dice no estar satisfecha. Aún después de una sentencia condenatoria, la señora Guadalupe considera que no existe una “justicia posible” ante la pérdida irreparable de la vida de su hija. Y ahí es cuando cualquier discurso de supuesta victoria, de reivindicación de los procesos de justicia dentro de la institucionalidad, se desvanece.
Volvió a ser 13 de julio. Pasó un año del feminicidio de Sherlyn Mariel Pérez Carabarin. Hay un feminicida, Jesús Antonio Olivares Flores, que pagará el crimen con 40 años de su vida en prisión. “Como quiera, mi hija ya no está”, me dijo la señora Guadalupe. Y no encontré ni me atrevería a dar un solo argumento para intentar consola, para intentar consolarnos.
Periodista
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