Ser no-madre

12 enero, 2022

¿Cuántas formas de maternidad y no-maternidad, cuántos planetas nos faltan por explorar? ¿Cómo vamos a derribar uno de los más grandes mitos de la feminidad sin invalidar nuevamente las experiencias de madres y no-madres?

Twitter: @celiawarrior

Hace una década, cuando inicié la relación con mi pareja comencé también una relación con su hijo, que para esas fechas era un pequeño cachetón, pero desde hace por lo menos un par de años rebasó mi estatura y luego la de su papá y este 2022 cumplirá 15 años. Lo hice sin mucha idea de lo que podía suceder, pero con la conciencia de lo que no debía hacer: abstraerme de generar un lazo con la persona a quien más ama quien elegí como compañero.

Creo que ni el próximo quinceañero ni yo esperábamos convertirnos en lo que somos ahora: un no-hijo y una no-madre; en su caso, sin poder de elección del papel que le toca jugar; en mi caso, asumiendo una posición de facto a consecuencia de una elección tomada. Aunque él jamás me vio como una figura materna, ni yo tuve la menor intención de convertirme en una, el tiempo y el cariño compartido nos condujo a tratarnos como familia: él desde su lugar de hijo de mi pareja y mi no-hijo; yo, como su mamiga, desde ese sitio ambiguo al que llamo no-maternidad.

Esa no-maternidad ha marcado mi juventud de formas que aún desconozco. En varias ocasiones me he propuesto escribir desde ese lugar personalísimo —y por lo tanto político—, he buscado identificar mi experiencia en la de otras para tratar de comprenderla, pero las diatribas sobre la maternidad parecen pertenecer a las mujeres que sí son madres y a las no-madres no nos queda mucho que decir en ese aspecto. Así que todavía me es difícil desentrañar la complejidad de ese vínculo y los afectos que lo sostienen. 

Ha sido un reto tan solo encontrar cómo nombrarnos sin utilizar la horriblísima denominación *putativo/va*, que incluso en sus varias definiciones: reconocido públicamente como padre, hermano, etcétera., no siéndolo o considerado propio o legítimo sin serlo, no nos encaja. El aspecto de lo que es considerado legítimo y el reconocimiento del público nos es sumamente conflictivo: el no-hijo odia que los extraños asuman que soy su mamá, mientras yo detesto que nuestro vínculo sea tildado como uno falto de autenticidad.

Hace unos días Natalia Flores Garrido, una economista feminista a la que ya he citado en otras Igualadas, reflexionaba en tuiter.com alrededor de, precisamente, la no-maternidad. Natalia escribió hermosa y lúcidamente sobre “Las metáforas de la No-Maternidad”, invitándonos a imaginar figuras más precisas para hablar de la experiencia de vida de algunas mujeres desligada de la maternidad.

“Ser mujer sin hijes se siente como llegar a un planeta desconocido”, escribió, al tiempo que expuso cómo “somos un grupo marginal”, pero en crecimiento: en México, en 2020 solo el 15.7 por ciento de las mujeres de 30 a 34 no teníamos hijos. Pero, de 2000 a 2020, el número de mujeres mayores de 40 años no-madres incrementó un 2.4 por ciento. Puedo reconocer parte de mi experiencia en su metáfora y al mismo tiempo sentir que yo llegué a un planeta más inhóspito aún.

Otras reflexiones e impresiones de la película La hija oscura [muy recomendada, ¡véanla ya!] avivaron la discusión en redes sociales sobre cómo las mujeres estamos retratando y desmitificando la maternidad en la actualidad. Y no pude evitar pensar en las posibles lecturas de quienes la miramos como no-madres, aunque sin duda se diferencien las vivencias.

En El triunfo de la masculinidad Margarita Pisano escribió que “La experiencia biológica de la maternidad, la ejerzamos o no, existe en nuestros cuerpos como potencialidad concreta de la continuidad de la vida”. La teórica feminista chilena también define la consanguineidad como un “eje ideológico que responde a un sistema de valores construido, donde la sangre se establece como concepto de igualdad y de diferenciación, al mismo tiempo que constituyen un gesto esencialista y pervertido”.

¿Cuántas formas de maternidad y no-maternidad, cuántos planetas nos faltan por explorar? ¿Cómo vamos a derribar uno de los más grandes mitos de la feminidad sin invalidar nuevamente las experiencias de madres y no-madres? Toca ensayar respuestas y seguir ampliando las preguntas.