Ser enfermera y mamá, un trabajo doble de cuidados que se paga con el cuerpo

9 mayo, 2021

México ha enfrentado la pandemia con una carencia de personal de enfermería, que sumado al cierre de guarderías ha puesto al límite la salud física y mental de más de 255 mil mujeres con dobles o triples jornadas, abandonadas por un sistema que desdeña los trabajos de cuidado que sostienen la vida

Por Anaiz Zamora @anaichaz

  • El trabajo de cuidados no se paga con dinero, pero “sí lo pagan las mujeres con el cuerpo, con su salud y bienestar”, y ese costo profundo se refleja en sus proyectos de vida y el tiempo que pueden destinar para el descanso y para ellas mismas

Noches de insomnio, nudos que se quedan en la garganta, lágrimas que se esconden de los más pequeños, sudor, dolores de cabeza, mal humor, peleas sin sentido con la pareja. Las cargas del trabajo de cuidados se sienten en el cuerpo, se cobran en las emociones; sobre todo cuando las jornadas de cuidado son dobles, una pagada y la otra invisible. Se siente en el cuerpo cuando estás al frente de la atención de una pandemia global, pero también del cuidado de tus hijos e hijas, a quienes no has podido abrazar.  

Sandra y Andrea se suman a las 255 mil 439 enfermeras que, de acuerdo con el Sistema de Administración de Recursos Humanos en Enfermería, son parte del personal de salud en México. Una lo hace en el Hospital La Raza, la otra en el Instituto Nacional de Perinatología. Ellas han leído reportajes e historias que resaltan la valentía y fortaleza del personal de salud, narrativas que colocan a personal médico y de enfermería como “superhéroes”, pero ellas consideran que debajo de esa capa de superheroínas se esconden todas las actividades que deben realizar en casa, la fatiga y los impactos de esas largas jornadas. 

Se da por entendido que “las mamás se encargan de los cuidados porque les corresponde y se da de forma natural, lo que impide que veamos que el trabajo en casa es un trabajo arduo y emocionalmente cansado”, así lo explican Margarita Garfias y Jana Vasil’eva, integrantes de la Red Nacional de Cuidados, un grupo diverso que ha puesto sobre el debate público que se trata de un trabajo que no se paga con dinero, pero “sí lo pagan las mujeres con el cuerpo, con su salud y bienestar”, y ese costo profundo se refleja en sus proyectos de vida y el tiempo que pueden destinar para el descanso y para ellas mismas. 

Debido al riesgo de contagio en el transporte público, Sandra pidió a su esposo que la lleve y la recoja todos los días para poder hacer el traslado desde Ecatepec hasta el hospital La Raza / Foto: Greta Rico

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El día que Andrea comprendió lo que significaba enfrentar una pandemia global en primera línea de atención, no fue cuando cerraron un piso entero del hospital donde trabaja para atender los casos, tampoco cuando varias de sus compañeras, las más grandes de edad y las que tienen alguna condición de vulnerabilidad frente a la COVID-19, fueron enviadas a casa por decisión federal. Ella sintió en el cuerpo lo que realmente significaba enfrentar una crisis de salud en primera línea, cuando por decreto presidencial del 31 de marzo del 2020el cuidado de menores de edad no se consideró como un servicio esencial y se cerraron las guarderías. 

Cuando se tomó esa decisión, ella apenas cumplía ocho meses siendo mamá de Mateo*, su único hijo. Su embarazo y los primeros meses de su maternidad, los adaptó a su horario laboral nocturno. Esa jornada “de por sí es más cansada”, son turnos de 12 horas en donde hay menos personal atendiendo a las pacientes —las del Hospital de Perinatología son mujeres con embarazos de alto riesgo—; al volver del trabajo ella llevaba a Mateo a la guardería y así recuperaba un poco del sueño perdido. Cuando esa opción no existió, ser enfermera en tiempos de COVID-19, se “volvió horrible”. 

Después del desayuno, Andrea prepara la mochila de su hijo con una muda de ropa y algunos juguetes. Su esposo lo lleva a la guardería alrededor de las 9:30 am y ella lo recoge a las 3 pm / Foto: Greta Rico

Considerar el cuidado de las y los menores de edad como no esencial, es dar por hecho que una mujer lo va a hacer. Las doctoras y académicas del Colegio de México, Nathaly Llanes Díaz y Edith Pacheco Gómez Muñoz, en el artículo “Maternidad y trabajo no remunerado en el contexto del COVID-19“, critican esa división que se hizo de las actividades esenciales, pues dejó fuera una gran labor. Ellas le dan sentido a la frase “los trabajos de cuidado sostienen la vida”, al recordar que para vivir en esta sociedad necesitamos cosas que son básicas, por ejemplo, ropa limpia, que alguien debe de lavar, o que alguien nos enseñe a caminar, hablar y escribir. 

Si nos guiamos por las cifras de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo podemos estimar que el 73 por ciento de las enfermeras de nuestro país son madres, muchas de ellas respondieron a su labor al frente de los servicios de salud, sin poderse apoyar en una guardería para cumplir con su otra labor esencial. 

Andrea salía de su casa a las siete de la noche sin vestir el uniforme blanco por el temor de sufrir una agresión, llegaba al hospital a preparar el instrumental y material necesario, tomaba su último trago de agua, se colocaba el equipo de protección, realizaba pruebas PCR, esperaba los resultados, monitoreaba a las pacientes, checaba a los bebés, caminaba de un lado al otro, era la única enfermera del turno en ese piso, que no era de atención COVID. Daban las siete de la mañana, se quitaba el traje, se bañaba, dejaba el hospital, llegaba a casa y su bebé la estaba esperando; preparaba el desayuno, amamantaba, enseñaba a caminar, lavaba la ropa, cambiaba los pañales, ella quería dormir, pero Mateo no, él quería jugar. Cada vez que su hijo dormía, ella instantáneamente “caía rendida tras él, para aprovechar y dormir un poco”. 

Al llegar a casa, Andrea suele desayunar con su hijo para pasar un poco de tiempo con él antes de que su padre lo lleve a la guardería / Foto: Greta Rico

Con esa rutina, comenzó un dolor de cabeza que tardó meses en irse, se le olvidaban las cosas  y estaba de malas todo el tiempo. La taza que dejó en otro lugar, la leche que se derramó, los trastes que no se lavaban, la junta virtual que no puede posponer, son algunas de las razones por las que todos los días discutía con su pareja, quien no podía asumir el cuidado de Mateo durante las mañanas porque el trabajo le demandaba estar frente a la computadora. Andrea tiene claro, debido a su profesión, que no dormir puede provocar una embolia; además del miedo a contagiarse, ella vivía con el miedo de sufrir una embolia cerebral. 

Los efectos de la COVID en la vida, autonomía y economía de las mujeres han sido mapeados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, una institución que le recordó a los países que eran las mujeres quienes están en la primera fila de la atención médica, al ser el 85 por ciento del personal de enfermería, que las medidas de confinamiento elevarían las cargas del trabajo de cuidados al interior de las casas y que “al ser las enfermeras las que probablemente estén a cargo de las labores de cuidado en sus hogares, es importante que los sistemas de salud consideren permisos para el personal sanitario, independientemente de su sexo, para ausentarse y cuidar a sus familias”.   

Aunque su hijo pasa entre 5 y 6 horas en la guardería, Andrea no logra dormir todo ese tiempo. Cuando Darío se va, ella trata de hacerse cargo de algunas labores domésticas antes de irse a la cama / Foto: Greta Rico

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Un abrazo relaja el sistema nervioso simpático, así se explica la importancia de esa muestra de afecto en términos biológicos, en palabras más simples, ese apretón en el cuerpo disminuye el ritmo cardiaco y, entre otras cosas, controla la ansiedad. Sandra tuvo que renunciar a los abrazos de su hijo de 12 años y de su hija de tres, cuando por la política de rotación de personal que se estableció en La Raza, le tocó estar en el área de terapia intensiva respiratoria durante los primeros meses de la pandemia; cuando la mayoría de quienes se enfermaban de COVID-19 perdían la batalla entre tubos que a ella le tocaba desconectar, y cuando el miedo de contagiar a su familia no la dejaba dormir.  

“Una de las situaciones más difíciles fue tener que enseñarles a mi hija y a mi hijo que ya no podían correr para abrazarme cuando llego de trabajar. Ahora nos saludamos con distancia y esperan a que yo me desinfecte para poder acercarse a mí”, dice Sandra / Foto: Greta Rico

En un esquema ideal, imaginado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), por cada mil habitantes, deberían existir 8.8 enfermeras. En los tres años que Sandra había trabajado como enfermera antes de la pandemia, México ya tenía una carencia de personal de enfermería, (con una tasa  de apenas 2.8 enfermeras por cada mil habitantes), esa escasez de personal se agudizó en los momentos más críticos. Ella era la única enfermera auxiliar del área en su turno. La mitad de la jornada la dedicaba a abastecer de material a las enfermeras intensivistas, la otra mitad a atender directamente a las y los pacientes. Al quitarse el traje de protección se daba cuenta de lo deshidratada que estaba por no tomar agua y sudar tanto y de lo mucho que ya le dolían las piernas.   

El miedo de contagiar a su familia, no la dejaba comer dentro del hospital y la obligaba a darse un baño antes de dejar las instalaciones, y a cambiarse de ropa. Los 45 minutos de tráfico que la separaban de su casa, los recorría pensando en cuánto le gustaría abrazar a su familia después de un día lleno de pérdidas, y aunque le “costó mucho que la niña entendiera que ya no puede salir corriendo a abrazar a mami”, desde los primeros días de la crisis, y hasta ahora, el recibimiento que le da su hijo mayor consiste en un beso que le manda con la mano y un proceso de desinfección con una pistola de rayos ultravioleta. Él también la ayuda a desinfectar la bolsa y zapatos que deben quedarse en el patio de la casa; su hija se limita a dar pequeños saltitos cuando la ve llegar. 

En medio de la crisis y con las piernas muchas veces acalambradas, lo que Sandra nunca dejó de hacer al volver del trabajo fue revisar las tareas de su hijo, sobre todo porque “las clases en línea y en la tele, no son lo mismo, y siempre está la preocupación de que se atrase”. Con cubrebocas y con una mesita que marca la sana distancia, ella revisa que lo que está en los cuadernos y en la computadora coincida con las guías que le manda por WhatsApp la maestra, y aunque ya no se acuerda de todo, intenta resolver las dudas que quedan después de las clases a distancia. 

El hijo mayor de Sandra es quien coordina el recibimiento para que su madre pueda entrar a casa. Además de un tapete desinfectante, la rocía con una pistola aspersora de rayos UV / Foto: Greta Rico

Su doble jornada muchas veces fue (y sigue siendo) simultánea, las clases en línea de su hijo la obligaban a estar al pendiente del celular, para “recordarle de meterse a la clase o que mandaron [un] mensaje; le ponía alarmitas en el celular para que se acordara; escondía el celular en el traje de protección, para poner a escondidas el manos libres para estar en la junta de la escuela”, en la que la maestra sabía que “no podía hablar, pero sí la escuchaba”. 

Dedicar las tardes completas a las tareas de cuidado, que también incluyen realizar los ejercicios de terapia de lenguaje con su hija, la “mantenían ocupada y me permitían no recordar toda la tristeza que sentía de ver a las personas morir y escuchar, a quienes podían hablar, despedirse de su familia”. Pero no podía escapar de la tristeza cuando leía los mensajes de los grupos de WhatsApp que crearon entre compañeras y compañeros en los que se comunicaban (y lo siguen haciendo) para preguntar intentar ayudar a una familia que busca información sobre la mejoría de una persona que está internada; aunque ya no está en el área COVID, Sandra aún busca la forma de ayudar a las familias. 

El horario de Sandra es de 7 am a 3 pm, sin embargo, contando el tiempo de traslado desde el Hospital La Raza hasta Ecatepec, suele llegar a casa entre 4 y 4:30 pm. Cuando llega a su casa se incorpora a la doble jornada ya que diario tiene que supervisar las tareas de su hijo mayor, quien toma clases a distancia y contrastarlas con las comunicaciones que tiene con las maestras a través de grupos de WhatsApp / Foto: Greta Rico

Como académicas del Colmex, Nathaly Llanes Díaz y Edith Pacheco publicaron el artículo “Maternidad y trabajo no remunerado en el contexto del Covid-19“ en donde exploran cómo dentro de la maternidad, la carga emocional del cuidado “se da por hecho”, y cómo las encuestas de uso de tiempo no consideran la fatiga emocional que genera a las mujeres ejercer estas labores, que continúan siendo distribuidas de maneras desiguales. 

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Sandra disfruta su trabajo. Le gusta porque siempre recuerda que la inspiró su madre, quien ejerció la misma profesión, porque creció escuchando las historias de su padre que también fue enfermero. Trabajar en el Hospital le permite tener un horario fijo y pasar tiempo con su familia, y estar al pendiente de todo lo que necesitan. Pero sobre todo lo disfruta porque puede estar en contacto con las personas y ayudarlas, se siente feliz cuando puede dar buenas noticias y cuando “sus pacientes mejoran”. Pero la gravedad y los síntomas que veía en el área de COVID-19 le daban poco espacio para esa sensación. 

Desde el inicio de la pandemia Sandra y su familia se mudaron a casa de su mamá. Tanto ella como su esposo trabajan durante el día y con las clases a distancia necesitaban que alguien cuidara y se hiciera cargo de su hijo e hija / Foto: Greta Rico

Sandra leía en las noticias que ella no podía fallar, porque era la heroína de esta parte de la historia, pero la realidad es que ella y sus compañeras muchos días sentían que no podían más. Ella quería dormir, descansar, llorar y, lo más importante, quería que los siguientes no fueran sus papás, ni su esposo. En cada persona que bañaba, o a la que le administraba medicamento, ella imaginaba el rostro de alguien de su familia, también veía a compañeras salir contagiadas, perder a alguien de su familia, todo eso lo recordaba en la noche y aunque el cuerpo pedía un descanso muchas veces el cerebro simplemente no podía apagarse, así que recurrió a “las pastillas naturistas y a los tecitos”. 

Lo que más le ayudaba era platicar con sus compañeras. En el hospital se ofreció la posibilidad de recibir una ayuda psicológica, “pero la verdad no te da tiempo como para realmente tomar una terapia o platicar con el psicólogo, (…) toda la jornada andas de acá para allá y yo me apuraba para salir pronto y llegar a mi casa, soy mamá y eso me implica otra jornada completa, aunque ahora me ayuden mis papás (…) me levanto a las 5:30 de la mañana y me voy acostando como a las 12”.  

Antes de la pandemia Andrea se estresaba por el estado crítico de los embarazos, pero en este momento los minutos que transcurren más lento durante su jornada, son en los que espera mientras salen los resultados de las pruebas PCR. “Nuestro trabajo ya nunca va a regresar a lo que era, ya no puedes cargar (a las y los recién nacidos) con la misma seguridad y la misma confianza, a mí me gustaba mucho cargar a los bebés”. 

“Me sentía tan cansada, antes de llevarlo a la guardería dormía tan poco que sentía que me iba a dar una embolia. Ahora cuando mi niño se va yo puedo dormir por la mañana mientras mi esposo trabaja desde casa”, cuenta Andrea / Foto: Greta Rico

En su casa, la ansiedad no disminuye, en algún punto de la mañana “sentía que [su esposo y ella] estábamos a punto de hervir, sentía que iba a enloquecer”. Para calmarse y para cansar un poco a su hijo salía a caminar dos veces al día, así lo hizo hasta que reabrieron las guarderías, “el primer día que se pudo, llevé a Mateo y pude dormir en la mañana”. La contención emocional que le brindaba el Hospital era en línea, y “no quería estar frente a una pantalla, además a qué hora, (…) esos discursos de la superheroína, justo se olvidan de ese lado, de que después de mi turno de 12 horas como enfermera, tengo otro de 12 horas como mamá”. 

Aunque no se conocen, Sandra y Andrea, además de compartir su profesión, comparten la sensación de sentirse abandonadas por el Estado durante la crisis. “No hubo mucha ayuda, incluso se habló de que las enfermeras jóvenes que nos quedamos íbamos a doblar turnos, para suplir al personal que se contagiaba o el que mandaron a casa”. Esa amenaza no se cumplió para ninguna de las dos. En cada Hospital lograron organizarse para protestar contra esa medida, “muchas somos mamás, y sí es nuestro trabajo cuidar a los pacientes, pero ¿a nuestros hijos o  nuestros padres quién los iba a cuidar si nos enfermábamos o nos pasaba algo de tanto estrés?”. 

La entrada de la casa de la mamá de Sandra está ocupada por múltiples enseres de limpieza, zapatos y desinfectantes / Foto: Greta Rico

Se hicieron promesas, pero no se cumplieron del todo, algunas se condicionaron. Mientras estuvo en el área COVID a Sandra le pagaron un bono en su salario, pero “solo fue por unos meses”. Se anunció un incentivo si el personal renunciaba a sus vacaciones, pero ella no lo hizo, necesitaba unos días para descansar el cuerpo y la mente. Como Andrea no trabaja en un Centro COVID, aunque sí existe un riesgo de contagio por las pacientes que resultan  positivas, no puede acceder a ese pago extra. 

Ahora estamos en un momento distinto de la pandemia, pero Andrea y Sandra siguen conservando las medidas de precaución, siguen esperando los resultados de las personas que ellas atienden y presentan síntomas, también siguen cuidando de quienes tienen otras enfermedades y otros diagnósticos. “Las enfermeras siempre hemos estado ahí, y seguiremos estando al frente de cualquier crisis de salud, no se nos había visto como ahora, porque no veían lo importante de nuestro trabajo”. Lo dice Andrea como un paralelismo de lo invisible que son todas las jornadas de cuidado que realiza todos los días.

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Esta historia es parte de las Cartografías de Cuidado

*Foto de portada: Andrea es enfermera en el Hospital de Perinatología, trabaja en el turno nocturno y sus jornadas son de 12 horas. Desde el inicio de la pandemia se encuentra en área COVID. Por indicaciones de su jefa de área, la mayoría del personal no entra ni sale con uniforme para evitar agresiones como las que sucedieron en los meses pasados hacia el personal de salud / Foto: Greta Rico

*Esta reportaje fue publicado originalmente por LADO B, medio aliado de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original

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Cartografías del cuidado

*Cartografías del cuidado es un proyecto de periodismo multimedia que utiliza herramientas de storytelling para mapear y contar historias sobre el trabajo de cuidados que realizan las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Cada historia de este proyecto traza la ruta y el camino del trabajo que ahora es invisible, pero que desde siempre ha sostenido la vida y la economía. Politizamos el trabajo de cuidados y sus intersecciones más allá de las narrativas tradicionales. 

Instagram: @cartografiasdelcuidado

Twitter: @CartDelCuidado

Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.

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