1 noviembre, 2025

La muerte de Rodrigo Mondragón, aficionado del Cruz Azul, tras un enfrentamiento con personal de seguridad de la UNAM, destapa la crisis y los abusos denunciados dentro del cuerpo de vigilancia universitaria
Texto: Camilo Ocampo
Foto: Rogelio Morales / Archivo Cuartoscuro
CIUDAD DE MÉXICO. – Cada vez que una tragedia golpea al fútbol, la frase “Nadie merece morir por ir al estadio” retumba en las gradas de las canchas. Este fin de semana pasado, la frase volvió a resonar y con bastante fuerza en Ciudad Universitaria.
Durante lo que debía ser una tarde de fiesta entre Cruz Azul y Monterrey, en el Estadio Olímpico Universitario, un aficionado perdió la vida. Su nombre: Rodrigo Mondragón, integrante de la barra de La Sangre Azul.
Murió no por una riña entre barras rivales, ni por un accidente en las gradas, sino tras un enfrentamiento con el personal de seguridad de la UNAM, cuyas circunstancias son disputadas.
Los hechos ocurrieron al término del partido, cuando el estadio se desalojaba. De acuerdo con versiones de amigos y familiares en entrevistas con medios de comunicación, Rodrigo, que se encontraba en su automóvil, habría visto cómo varios guardias golpeaban a un grupo de personas. Bajó del auto para intentar ayudar, pero fue él quien terminó brutalmente agredido.
Según la versión oficial de la UNAM, Mondragón agredió verbal y físicamente al personal de seguridad universitaria y fue sometido por los elementos del campus. La universidad afirma que, cuando estaba a punto de ser entregado a las autoridades, sufrió un desvanecimiento. Personal de Protección Civil y paramédicos intervinieron de inmediato para brindarle atención médica, pero a pesar de los esfuerzos por reanimarlo, se determinó la ausencia de signos vitales.
Sin embargo, testigos cercanos a la víctima relataron una versión diferente a los medios: más de treinta trabajadores de la seguridad universitaria lo golpearon, lo sometieron y lo subieron a una camioneta institucional. Desde entonces, su esposa y su familia no volvieron a verlo con vida.
“Lo subieron a la patrulla aún con vida, y mientras a él lo seguían golpeando, a su amigo lo sometieron”, narró Alma, hermana de Rebeca Pérez, esposa de Rodrigo, durante una entrevista con medios de comunicación.
Durante cinco horas, su familia lo buscó entre hospitales, ministerios públicos y estaciones de policía. Nadie sabía nada. No había registros, ni reportes, ni respuestas. Hasta las cinco de la mañana del domingo, cuando finalmente les notificaron su muerte.
El cuerpo fue entregado a sus familiares cerca de las siete de la mañana del lunes. Mientras tanto, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México (FGJCDMX) investiga a cuatro empleados de seguridad universitaria y mantiene abierta la investigación. El cuerpo de Mondragón se encuentra en el Instituto de Servicios Periciales y Ciencias Forenses (INCIFO) para la necropsia que permitirá determinar la causa oficial de su muerte.
La fiscal capitalina, Bertha Alcalde Luján, confirmó que la situación jurídica de los implicados se definirá conforme avance la investigación, tomando en cuenta los resultados forenses, los videos de las cámaras y las entrevistas con testigos.
Pero la indignación ya se había encendido.
“A Rodrigo Mondragón lo desaparecieron, fue asesinado por la seguridad de la UNAM”, declaró Juan Luna, compañero del grupo La Sangre Azul, durante una protesta frente a la Fiscalía capitalina.
Amigos y familiares desmintieron en entrevistas con medios la versión oficial que lo señalaba como agresor y afirmaron que fue golpeado mientras pedía auxilio.
“Monky estaba esperando su taxi en el estacionamiento —relató uno de sus amigos a los medios—. Un miembro de seguridad de la UNAM lo tenía sometido con la rodilla en el pecho mientras él se quejaba, pero no les importó.”
Además de Rodrigo, al menos tres personas más resultaron heridas durante el incidente.
Miembros de La Sangre Azul cuestionaron durante la protesta el comunicado de la Liga MX que aseguraba que a las 23:28 “el estadio estaba totalmente desalojado”, pues hay testimonios y videos que prueban que aún había gente en el estacionamiento después de la medianoche.
Esa misma madrugada, la frase “No murió, lo mataron” comenzó a circular con fuerza en redes sociales. Y el domingo, una protesta frente a la Fiscalía capitalina reunió a aficionados del Cruz Azul y ciudadanos que exigieron justicia con una sola consigna: “¡UNAM asesina!”
El club cementero también se pronunció, pidiendo “el pronto esclarecimiento de los hechos” y comprometiéndose a revisar los protocolos de seguridad.
Sin embargo, la pregunta más grave sigue sin respuesta: ¿Qué tipo de seguridad opera en la máxima casa de estudios del país, cuando un aficionado puede morir bajo su custodia?
Rodrigo Mondragón tenía 34 años. Le decían Monky. Tocaba el bombo en la porra. Iba al estadio a alentar, no a morir.
Y hoy su nombre se suma a una dolorosa lista que no debería existir, esa donde los estadios dejan de ser refugio y se convierten en escenario de impunidad.
Porque, una vez más, el fútbol mexicano vuelve a repetir su tragedia más amarga: Nadie merece morir por ir al estadio.
La vigilancia de la UNAM no es la primera vez que se involucra en acciones que ponen en riesgo a propios estudiantes. Varios videos que se han vuelto virales en redes sociales muestran cómo actúa el cuerpo de vigilancia de la universidad: agreden estudiantes, los extorsionan.
Parte de todo esto está relacionado con los vínculos de los grupos porriles y la seguridad y vigilancia de la UNAM. Es sabido que muchos de los líderes, durante su juventud, fueron parte de estas filas, incluso directores de varias instituciones.
Un día después de la tragedia, se cumplieron 14 años del asesinato extrajudicial de Carlos Sinuhé.
Lo que volvió a poner sobre la mesa una discusión añeja: qué pasa al interior de la UNAM, cómo la casta dorada continúa operando. Carlos Sinuhé, un estudiante, tesista y activista de la UNAM, ejecutado de manera extrajudicial porque demostró cómo la universidad fue infiltrada por grupos de contrainsurgencia operados desde el detestado Estado. Impulsó el comedor comunitario Rosa Luxemburgo, participó de manera activa en la huelga del 99 y, sobre todo, llevaba la lucha a las calles, con las resistencias de Atenco y San Juan de Copala, Oaxaca.
A Carlos lo asesinaron muy cerca de su casa, en Topilejo. Fue un 26 de octubre de 2011. Regresaba de la escuela cuando dos sicarios le arrebataron la vida con 16 balazos, producidos por calibres .45 y 9 mm, de uso exclusivo del Ejército.
En el momento de su ejecución, las cámaras del C4 se voltearon. Nadie vio nada. Solo una patrulla estuvo presente… y tampoco hizo nada.
Después de los hechos, un policía de investigación de alto rango y un militar de la Primera Zona de la Secretaría de la Defensa Nacional llegaron al lugar.
Muchos de los documentos relacionados con la investigación del caso “se perdieron” luego de una curiosa inundación en oficinas de la Secretaría de Seguridad Pública, ubicadas en Liverpool 136, segundo piso.
La USB donde estaba el video de una tienda se perdió.
Ahora, mientras un grupo de expertas y expertos independientes analizan el caso, Mamá Lulú continúa caminando los pasos de su hijo, asesinado por luchar.
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