Para rescatar el territorio mexicano de la violencia no solo hace falta una vida comunitaria, sino reciprocidad de saber que la existencia propia depende de la otra personal, dice, en entrevista, la antropóloga Rita Segato
Texto: Lydiette Carrión
Fotos: Lydiette Carrión/ Cortesía Ibero Prensa.
CIUDAD DE MÉXICO.- La antropóloga argentina Rita Segato es una de las pensadoras más citadas para comprender las violencias extremas que aquejan a regiones como México, donde se desarrollan conflictos armados no declarados que generan «pedagogías de crueldad»; éstas a su vez alcanzan niveles altísimos de sadismo.
Rita Laura Segato describió en su libro La escritura en el cuerpo de las mujeres, cómo es que los feminicidios en Ciudad Juárez durante los años 90 e inicio de los 2000 obedecían a una violencia expresiva entre grupos masculinos, con mandatos patriarcales, donde el cuerpo de las mujeres eran la “pizarra” para marcar un territorio.
También explica cómo es que estas violencias y mafias están directa y necesariamente vinculadas con la globalización económica y del neoliberalismo, “con su hambre insaciable de ganancia”. Un vínculo no siempre evidente.
Segato participó hace unos días en el Congreso Internacional “Violencias, resistencias y espiritualidades», coordinado por la Universidad Iberoamericana. Esta entrevista es producto encuentros intermitentes realizados durante el último día, en el Centro Universitario.
Las preguntas ocurren en los recesos para tomar café. Alrededor de Rita (una mujer de pelo cano y corte moderno) revolotean todo el tiempo otras mujeres: jóvenes feministas, estudiantes, académicas, madres de víctimas de feminicidio, activistas por el derecho al aborto. Así, al llegar a la zona del café se detiene, y el pasillo se convierte en la sede de una breve cátedra horizontal; la entrevista ocurre entre la plática y participación de muchas mujeres más.
Contra–pedagogías de la crueldad, uno de los últimos libros de Segato, parte de dos premisas: las pedagogías de la crueldad (como los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, como quizá también, la sevicia, la práctica de la tortura y la desaparición de víctimas en todo México) son todos aquellos actos que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y la vitalidad. Con eso se acaba la empatía y solidaridad entre las comunidades, se destruye lo que algunos llaman el tejido social. Este fenómeno se registra en las zonas donde hay altísimos niveles de delincuencia y criminalidad.
Esta cátedra de pasillo gira en torno a una pregunta: si el detener la violencia extrema que sufre México necesariamente pasa por hacer comunidad de nuevo.
–¿Cómo rescatamos el territorio tomado por la violencia?– se le pregunta.
—Reciprocidad. Una palabra clave es reciprocidad. Ayuda mutua, un mundo de relaciones recíprocas. Donde la gente empieza a entender: sin el otro yo no vivo.
«Esta reciprocidad implica comunidades horizontales, de ahí que hay mucho que aprenderle a los grupos originarios, quienes —enfatiza Segato en cada oportunidad— han resistido 500 años las violencias de Occidente. Ahí en esos pueblos hay mucho que aprender, sólo que esas lecciones ocurren de puertas para adentro en las comunidades».
—¿Pero cómo le hacemos en la ciudades?
—En nuestras ciudades todavía hay girones de comunidad. Nosotros todavía los tenemos. Sí los hay, debemos localizarlos y recuperarlos. Aquí, nosotros [se refiere a la charla] nos estamos comportando de una manera que nunca vas a ver en una universidad del norte [se refiere a Estados Unidos]. Tenemos una forma de resolver problemas, desde la propia conversación, que tiene una posibilidad de informalidad, de espontaneidad, de proximidad, de improvisación, que son característicos, de una vida con una conexión mayor, con vincularidad mayor. Y a eso le llamo yo girones de comunidad.
Estos girones de comunidad sufren reveses. Ella misma narra en el libro arriba citado que, en Ciudad Juárez, después de que hubo una gran organización por parte de las madres de las víctimas, se realizó una dispersión. ¿Por qué?, se le pregunta:
«Las madres del movimiento que yo conocí, yo fui en 2006, se dispersaron. Fueron espantadas de ahí, la misma Maricela Ortiz (fundadora de la organización Nuestras hijas de regreso a casa), le mataron al yerno. Y ahora siguen los crímenes, igualitos, hay un lugar que se llama el Arroyo Navajo… En estas nuevas madres no hubo una recuperación de todo lo que se pensó para las madres anteriores».
—¿Por qué no hubo continuidad?
—Porque es un lugar de migrantes. Es un lugar al que viene la gente y se va. No se consolida una comunidad… se trata de vendedoras de mano de obra, es un lugar de tránsito, Ciudad Juárez, no son juarenses.
—En esos lugares, ¿cómo hacemos comunidad?
—Bueno, hay que experimentar. Una característica de nuestros tiempos es que hay muchas organizaciones de mujeres que están surgiendo, cómo están trabajando, son muchísimas, las organizaciones…
—Pero eso no gana territorios. Y hay lugares muy peligrosos. ¿Cómo le hacemos?
—(Rita ríe.) No soy oráculo, dice. No lo sé todo.
La pregunta no tiene respuesta, y menos en América Latina, donde la colonización no acaba, y como ella explica, ni siquiera la conquista ha terminado. Esta conquista para despojar a los pueblos indígenas de sus territorios, en opinión de Rita, se hizo de manera muy parecida a la que vivimos ahora en México: bandas de delincuentes que roban, violan, matan, torturan. Bandas que no son propiamente un ejército enviado por la Corona Española, sino más parecidos a los piratas ingleses que asolaban los mares, con una aprobación implícita —que no explícita— por parte de la corona inglesa.
«Hablaban mucho del derecho de Indias… y noooo», insiste Segato. «La conquista fue de hecha con bandas de bandidos, sueltos por ahí en el campo, con perros, matando indios, y cazándolos y tomando sus territorios. No se hizo todo ‘como pensamos y nos enseñaron’ de acuerdo a un derecho imperial de la corona española y portuguesa. Se hizo por gente que fue matando y tomando la tierra. Este proceso de conquista no ha terminado”, insiste. «Y nuestros Estados [los países de América Latina] son continuistas de esto. No terminó un proceso colonial».
De ahí, explica a grandes rasgos que siempre exista tanta corrupción y los gobiernos de nuestros países entreguen las riquezas a otros intereses. Porque la conquista y la colonia nunca terminó. Y esto deriva en los procesos de violencia y despojo.
—¿Y entonces qué hacemos?
—Lo primero es tomar conciencia.
Pero luego reflexiona, y agrega:
—Quizás hay sociedades donde esa reflexión es más fácil. Por ejemplo, en la sociedad argentina la gente pobre es más reflexiva [que en México], porque acá la presencia y proximidad de Estados Unidos es mortal. Estados Unidos es el modelo de una sociedad de muerte. […] Acabo de venir de Boston, ¿ustedes leyeron el libro, o la película, del cuento de la doncella [The handmaid tale], donde todas las mujeres deben dejarse ser violadas para dar niños? No hay dudas, Estados Unidos es el país del cuento de la criada. Es tétrico. Es un país tétrico, hasta que no aprendamos a ver ese país como tétrico, México no cambia.
«Entonces va por ahí: entender que ese país es un país de muerte. El camino está por ahí: mudar la visión, entender que ahí [en aquel modelo social] no está la vida, el soplo de la vida no está ahí».
Otras preguntas se agolpan, cambian, las pláticas, esta cátedra de colonialidad y feminismo se acaba, y transmuta, en chacoteo, selfies, libros, pañuelos verdes de México y Argentina…
¿Cómo recuperar el territorio de la violencia? La pregunta que sólo apela a acciones, no a respuestas.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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