Quinta entrega de la serie de entrevistas a mujeres que denunciaron en el contexto de #MeToo violencia en su contra, con la intención de explorar desde su experiencia las posibilidades de protección y sanación. Éste es el caso de Xóchitl.
Texto: Daniela Rea y Lydiette Carrión
Imágenes: Ximena Natera
Xóchitl Rodríguez, comunicóloga e integrante de Feminasty, de 25 años de edad, sufrió abuso sexual por parte de un hombre cercano. Denunció el abuso ante la Procuraduría General de Justicia, de la Ciudad de México, hace más de un año.
En esa institución, fue revictimizada. Su expediente CI/FDS/FDS-1/UI-FDS-1-01/0004/01-2018 fue extraviado y a ella le dijeron que el daño sicológico no se había probado. A pesar de la negligencia gubernamental, ella sigue con el proceso judicial.
Más allá de lo legal, desde su experiencia Xóchitl relata que el daño es irreparable, pero la vida se puede construir desde esas secuelas, esas heridas, esa destrucción.
«Cada día sigue siendo un desafío (…) pero ahora puedo reconocer las tendencias suicidas y mis hábitos destructivos que este hecho detonó y trabajar con ellas desde el autocuidado y la organización feminista».
Ésta es su palabra.
¿Cuál fue la violencia que sufriste?
Sufrí un abuso sexual por parte de un ex amigo y compañero de universidad, al que conocía desde hacía cuatro años.
Cuando pasó este hecho, sentí que mi vida no tenía sentido, mi autopercepción como una persona independiente y autosuficiente se destruyó. Una buena parte de mi 2017 y 2018 consistió en concentrarme lo suficiente para no suicidarme del asco que sentía al saberme violentada. No tenía fuerza para trabajar, comer o siquiera convivir, por lo que también sentí que me alejé mucho de mis círculos (aunque pude generar otros gracias al feminismo). Tardé mucho tiempo en poder conseguir un empleo seguro y establecer pequeñas rutinas para no desviarme hacia la ansiedad y el aislamiento.
¿Tienes miedo de algo?
Más que miedo, tengo enojo de que este proceso legal parezca interminable y que mi agresor no se haga responsable de sus actos. Lo que sí tengo muy claro es que no le tengo miedo, sólo queda la incomprensión de no entender el porqué alguien con quien compartí tanta confianza pudo lastimarme de esa forma. Sin embargo, hay veces en que la rabia se convierte en tristeza y revivo y enfrento episodios depresivos.
A partir de esa violencia, buena parte de mi vida se pausó. Los daños se reflejan en mi salud emocional, en haber dejado el periodismo como mi trabajo principal, dejar de comer, sentirme insegura al salir a la calle y a los espacios que frecuentaba y que esta persona también acudía. Sobre todo, me siento un estorbo en ocasiones, tanto con mi familia como mis amigos. Tengo miedo de que la herida no cierre nunca y me quede sola con ésta.
¿Con qué te sentirías segura frente a esos miedos?
Lo que me ha hecho sentirme segura ante esta vorágine de emociones es tener el apoyo incondicional de mis amigas, mi pareja y mi familia.
Por cuestiones económicas, no he podido retomar la terapia. Pero uno de mis propósitos es regresar a mis consultas psicológicas y psiquiátricas para seguir armándome y teniendo herramientas.
¿Cómo te sentirías reparada del daño? ¿Para ti qué sería sanador?
El daño no se puede reparar, está hecho. Desde donde se puede construir es cómo hacerle frente a toda esa destrucción que dejó el abuso sexual.
Para ti, ¿el agresor puede resarcir el daño?
Creo que mi agresor se puede hacer responsable visibilizando y aceptando que es un abusador sexual y que está tomando medidas para no seguir siendo violento, así como pagar el tratamiento psicológico y psiquiátrico de la víctima (en este caso, yo). Desde que levanté mi denuncia, mi estrategia legal ha sido abogar por la conciliación y la reparación del daño, aunque mi agresor ha respondido con dos amparos (el segundo sigue en proceso, el primero no procedió).
¿Cómo te sentirías arropada por la comunidad?
Ya me siento muy arropada por mi comunidad feminista, me dan fuerza para seguir hablando de este tema y no estancarme dentro de mi propia rabia y tristeza. Sin embargo, hay días en que definitivamente me da vergüenza ver gente y puedo aislarme por semanas.
Fue a partir de mi asesoría psicológica en Casa Mandarina que decidí interponer mi denuncia. Sabía y sé que es un proceso largo, tedioso y lleno de trabas, pero mi sicóloga me «acuerpó» y me dio la fortaleza necesaria para poder hacerle frente a la situación (tanto legalmente como en formas de contención y construcción emocional).
Cada día sigue siendo un desafío y definitivamente hay momentos en que ya no quiero levantarme de la cama y morirme, pero ahora puedo reconocer las tendencias suicidas y mis hábitos destructivos que este hecho detonó y trabajar con ellas desde el autocuidado y la organización feminista.
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