En la Ciudad de México aún se conserva la construcción que albergó al primer hospital y asilo del continente. Esta fue la gran obra de Bernardino Álvarez, que tuvo dos vidas: la primera como un aventurero y comerciante, la segunda como un hombre piadoso que buscó redimir sus pecados
Twitter: @ignaciodealba
Después de la conquista de México en España se repetía entre los veinteañeros la frase “iglesia, mar o casa real”, que hacía referencia al destino que podían esperar los jóvenes. Bernardino Álvarez optó por la mar, la vida de los aventureros. Este muchacho de familia hidalga de Sevilla cambió los estudios del latín por el sueño de involucrarse en hazañas y descubrimientos.
Bernardino Álvarez llegó a las Indias en 1534 para hacer carrera como soldado, se adiestró en las guerras fierísimas del norte de la Nueva España. Pero la etapa de conquistas estaba prácticamente terminada, las legendarias batallas y descubrimientos sólo sucedían en las narraciones. Bernardino se empleó como custodio de las pesadas mulas cargadas de plata que salían de las minas recién halladas de Zacatecas.
La vida de Bernardino no tenía nada de extraordinaria, para nada las aventuras de Amadís de Gaula, el antiguo relato medieval que inspiró a muchos de los jóvenes conquistadores que llegaron a las Indias. Bernardino de pronto se halló en los tugurios de la capital de la Nueva España, jugando y probando su suerte en los naipes. Se involucró en pleitos de cuchilladas y embustes.
Pronto Bernardino Álvarez encabezó una cuadrilla de bandidos. Juan Díaz de Arce, el biógrafo más acucioso de Álvarez, reduce esta etapa del aventurero a que se cometieron “travesuras”. Lo cierto es que la justicia estuvo detrás de los forajidos, varios de ellos fueron enjuiciados y ahorcados en una plaza de la capital.
Bernardino escapó de esa suerte al fugarse de la cárcel. El sevillano puso tierra y mar de por medio. Se embarcó hacia el Perú y se dedicó al comercio con las naciones del Pacífico. Años después, cuando Bernardino volvió a la Nueva España era otro, un hombre acaudalado y serio.
Juan Díaz de Arce relata que Bernardino contactó a su madre, que aún vivía en Sevilla, para darle una buena renta. Pero la mujer rechazó la fortuna, argumentando que ella tenía buen dinero heredado de su finado esposo. Además, la madre replicó la carta con un exhorto: “Que vivieffe bien, y virtuofamente, y fe empleaffe en fervicio de Dios”. Aquel consejo terminó la metamorfosis de Bernardino, quien se olvidó de vivir de sus riquezas y se dedicó a servir a los pobres y desvalidos en el Hospital de la Purísima Concepción de Jesús, en el mismo sitio donde ahora se encuentran los restos del conquistador Hernán Cortés.
Durante una década Bernardino se entregó a cobijar a los desamparados, muchos indígenas harapientos, niños huérfanos, enfermos mentales y ancianos olvidados. El aventurero y pecador estaba convertido en un piadoso al servicio de los desprotegidos. Cambió su vida de comodidades por la humildad de un santo. Con el poco dinero que le quedaba, fruto del comercio indiano, y con algunas limosnas, compró un solar a un costado del templo de San Hipólito, el que se encuentra aún entre Avenida Hidalgo y Paseo de la Reforma.
Bernardino ahí hace su gran obra, el primer hospital dedicado a los enfermos mentales, en aquel tiempo llamados “inocentes”. Cuando don Alonso de Villaseca, conocido como “El Rico”, intentó convertirse en el patrono del Hospital, Bernardino le replicó: “Dios es el patrono de esta obra, él dará con qué sustentar a sus piedras vivas. No ha de tener esta obra otro patrón que Dios”. Los donativos que recibió Bernardino le sirvieron también para abrir una hostería, para que descansaran los viajeros que llegaban a la capital.
Hasta ahora sobrevive la construcción del hospital levantado por Bernardino Álvarez, sobre Avenida Hidalgo se encuentra la construcción de tezontle rojo. A un lado del lugar está la salida del Metro Hidalgo, la banqueta del sitio está ocupada por comerciantes dedicados a vender zapatos viejos, puestos de comida y hasta figuras religiosas. La parte de abajo fue dividida en comercios, hay farmacia, un café internet y una pulquería. La hostería se renta ahora como salón de eventos.
En la fachada del lugar alguna vez hubo una inscripción que explicaba el carácter de la obra de Bernardino Álvarez: “en este hospital general serán socorridos todos los que estuvieren en alguna manera necesitados”.
El imprescindible Fernando Benítez escribió sobre este piadoso: “de él nos quedan sus manos, unas manos grandes, fuertes y nerviosas, dobladas con visible esfuerzo en actitud de orar. Como su vida, estas manos se mueven en dos zonas opuestas. En una, la de las sombras, extendíanse codiciosas y armadas hacia las cartas, el vino, las mujeres y los cuerpos blandos de las víctimas; en otra, la de la luz, tendíanse protectoras e incansables sobre las cabezas de los enfermos, los dementes y los desamparados”.
Bernardino Álvarez murió a los setenta años de edad, el 12 de agosto de 1584. Sus restos fueron depositados en la capilla del hospital que fundó.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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