Route 66, un portal de tiempo a los años 40

19 noviembre, 2022

Me transporto inmediatamente a los años 50 en Estados Unidos. Se escucha Who’s sorry now de Connie Francis. Las meseras ataviadas con su traje clásico: vestido color turquesa de mangas cortas, los extremos rematados con una línea negra, mismo color de su delantal sujetado a la cintura. Esta es la Route 66

@evolet

Camino por Central Avenue, la calle principal de Albuquerque, Nuevo México, hasta llegar a Diner 66, así se llama ahora el restaurante que antes se llamó Route 66. El edificio es entrañablemente modernista, con sus esquinas curvas decoradas por líneas color rojo pastel, turquesa y dorado, y sus ventanas redondas y otras más horizontalmente ovaladas, hacen parecer al restaurante un barco de apuestos marinos a punto de desembarcar.

Al entrar cambio de época, me transporto inmediatamente a los años 50 en Estados Unidos. Se escucha Who’s sorry now de Connie Francis. Las meseras ataviadas con su traje clásico: vestido color turquesa de mangas cortas, los extremos rematados con una línea negra, mismo color de su delantal sujetado a la cintura. Las meseras coexisten con el mobiliario del restaurante, gabinetes forrados de piel color turquesa con triángulos negros, las mesas metálicas y cuadradas rodeadas por cuatro sillas igualmente metálicas y forradas con las mismas tonalidades que los gabinetes.

Hello folks, how are you today!? My name is Sarah, are you ready to order!?, grita amablemente una mesera a una pareja de la tercera edad que se sentó minutos antes en una de las mesas.

Este lugar se fundó en la década de los 40, 1942, me explica amablemente Sarah, de complexión robusta como su gentileza. La amable Sarah se acerca a cada una de las mesas con familias sonrientes que salieron a comer esta tarde de domingo. Let me know if you need anything else!!, grita eufórica a una de las familias, como si estuviera anunciando su servicio a la ciudad entera. I suggest you the chocolate milkshake!!, grita nuevamente en otra mesa, o a la ciudad, esta vez, sugiriendo la malteada de chocolate.

Fue una gasolinera que, tras muchos años de servicio, terminó por convertirse en un centro de reparación de automóviles, puesto que la Ruta 66 era el camino usual para quienes buscaban la conexión entre Chicago y Los Ángeles, un camino harto transitado.

En el menú se ofrecen malteadas, como la anunciada por Sarah, también café, hamburgesas, aros de cebolla, sopas, refrescos, tés helados, ensaladas, entre los New Mexico Favorites, veo Breakfast burrito, 2 Egg Breakfast, Frito Pie, Huevos Rancheros, y con estos últimos me acuerdo de los huevos rancheros que me cocinaba mi abue. Desconocía que aquí venden huevos rancheros, que naturalmente deben ser muy distintos a los que estoy acostumbrada.

Mientras tanto, ya he bebido un par de tazas de café, indecisa si pedir las Fiesta Fries o los Onion Rings, se me antoja el chile de Texas que acompaña a las papas. Pido a Sarah los Huevos Rancheros, a ver qué tal saben aquí, y también los Onion Rings con el Texas Chilli and cheese que tanto me inquieta.

Me dirijo al baño, suena a través de las bocinas Sleepwalk, la versión instrumental interpretada por Santo & Johnny, y que me resulta familiar porque de pequeño la escuchaba gracias a los casets que mis padres reproducían cuando salíamos de viaje.

En la entrada a los baños me encuentro a una mujer que obstaculiza mi paso, ronda los sesenta años, me comenta antes de dejarme pasar: Excuse me, it’s just that I love Elvis Presley, y toma su último disparo fotográfico a las paredes con carteles originales de conciertos y películas de Elvis Presley. No worries!, it’s fine, le respondo. Todo el restaurante está repleto de decoraciones propios de los 50, con especial énfasis en Elvis Presley.

Al cerrarse la puerta principal del sanitario, aparece un Elvis Presley de cuerpo entero, a lo largo y ancho de la puerta rosa, que da la impresión de estar a punto de salir de ese cartel para besarme y abrazarme, a mí o a la dama que lo esté mirando desde el sanitario.

Ambos platillos resultaron ser de gigantescas proporciones, tamaño familiar. Me arrepiento de haber pedido ambos al mismo tiempo. That’s big…, criminalizan entre murmullos tres niños delante de mi mesa, que voltean la mitad de su cuerpo con sus ojos puestos en mis desbordantes platos, escudriñándome como a una vaca hambrienta sentada con sus dos platos y su taza de café pintada de labial.

Tras haberme llenado y con mis platos más llenos que vacíos, veo a Sarah regresar con su amigable sonrisa. So you have New Mexican and American food!, huevos rancheros and onion rings, how does it taste!?, me grita Sarah. It’s really good!, le respondo casi sin aliento.

Pasan varios minutos y desisto de mi hazaña, imposible comer tanto en una sola tarde, cantidad suficiente para alimentar a la ciudad entera. Tengo los ojos de los comensales sobre mí, los más discretos voltean de reojo repetidas veces, los más cínicos abren sus ojos como los Looney Tunes al ver mi mesa pletórica de comida. A la próxima ya sabré que en este restaurante sirven todo tamaño familiar, y yo que me esperaba unos aros de cebolla del tamaño de mi mano…

Regresa Sarah, me pregunta si quiero un vaso de agua, le respondo que sí por no dejar.

Pido lo restante para llevar, aquí la gente al retirarse de la mesa acostumbra o a dejar sus platos vacíos, o bien, más llenos que vacíos, por supuesto que yo no desperdicio nada.  

Pido la cuenta y al atravesar este portal de tiempo al que espero regresar pronto, los niños me siguen observando, expectantes, dubitativos, posiblemente se han quedado con la idea de que soy capaz de devorar aquellas cantidades abismales de comida.

Me retiro. Ha anochecido, el restaurante por fuera ahora luce iluminado. Vuelvo al siglo XXI, con el aire otoñal y los árboles amarillos, acompañados de un viento que ya se siente bastante invernal.

Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.