Por mucho tiempo escuché a personas decir que la rabia desgastaba y me parecía que era cierto, lo notaba en las personas víctimas de violencia que entrevistaba, en otras reporteras, en mí. Pero luego aparecieron ellas: Sofi, Oli, Pati, Lucero, Nubia; mujeres víctimas directas e indirectas de múltiples violencias estructurales que devinieron en defensoras de derechos. Es decir, que redireccionaron su rabia y la de otras y otros para hacer frente a esa violencia que las golpeó
Por Celia Guerrero X: @celiawarrior
De la protesta por el 8M del 2020 en Ciudad de México, recuerdo una ilustración pegada a un muro que llamó mi atención: una mujer con las manos juntas a la altura del pecho, cubierta con un velo con estrellas, así como suelen ser representadas las vírgenes; pero esta, alzada entre llamas, rostro fruncido, mirada en blanco, llevaba entre sus manos un rosario con el símbolo de venus en lugar de la cruz y la mitad del rostro cubierto, como una manifestante más. A la imagen, de la ilustradora Rorra Vieyra, la nombré Santa Rabia porque me remitió a la sacralización de esa emoción que durante largo tiempo a las mujeres se les exigió reprimir, y aún les es prohibida. Pero no ahí, no en aquella manifestación y no entre nosotras. Ahí era incluso divinizada.
La valorización positiva de la rabia desde el discurso feminista tuvo auge y su expresión pública se popularizó a la par que incrementaron las protestas contra la violencia machista y por los derechos sexuales y reproductivos en América Latina, en años recientes. Que sucediera así era lógico: sobran motivos para estar enfadadas y es una emoción cargada de potencia, vinculada a la desobediencia, al quiebre de los mandatos. En general en los movimientos sociales ese “mal-estar” es visto como una energía de cambio y en el feminista no tenía porqué variar.
Sin embargo, cabe hacer la consideración de estereotipos o roles de género para profundizar en lo que eso significa en el movimiento feminista. Socialmente, como muchas otras actitudes, se percibe el enojo de forma distinta según quién lo exprese y por lo que se espera sean nuestros comportamientos. Un hombre encabronado puede ser un valiente. Pero una mujer enfadada es para muchos insoportable, por decir lo menos. Y esa es la noción machista a considerar que cobra aún más sentido cuando valoramos la rabia como una herramienta feminista.
“A las mujeres se nos ha prohibido el enfado, la rabia y muchas veces ocurre que no sabemos o no hemos sabido reaccionar ante esa rabia. Muchas veces, en mitad de una discusión en lugar de expresar nuestra rabia, lloramos”, planteó la escritora Ana Requena, en una entrevista para Pikara Magazine sobre su libro Intensas, en el que desmenuza este término que actualmente se usa de manera despectiva pero sutil para categorizar a ciertas mujeres en relación a sus expresiones frente al machismo.
Ante cualquier realidad violenta, el miedo o el terror, el dolor, son sentimientos presumibles, aceptados. Contrario a ello, ahora resulta cada día más común hacer evidente la carga de indignación, de enojo, entre mujeres y feministas manifestándose para exigir sus derechos.
Ser mujer y estar enojada se ha tornado popular hasta convertirse en la tendencia. Lo vemos hasta en personajes holliwoodenses, como Imperator Furiosa; lo escuchamos en cada consigna provocadora, como la “furia feminista —como concepto— contra la violencia machista”; lo reconocemos como parte del discurso, tenemos el “derecho a estar enojadas”.
Pero, incluso cuando la emoción puede ser reconocida y aceptada, habemos quienes dudábamos de que pueda ser útil para transformar esa realidad que nos enoja. Y acá ya estoy hablando de manera muy personal, lo afirmo desde la primera persona, aunque sé que una que otra habrá pasado por lo mismo: la rabia no era un sentimiento que considerara útil, hasta hace muy poco, cuando un grupo de mujeres defensoras de derechos humanos me mostró lo contrario.
Por mucho tiempo escuché a personas decir que la rabia desgastaba y me parecía que era cierto, lo notaba en las personas víctimas de violencia que entrevistaba, en otras reporteras, en mí. Pero luego aparecieron ellas: Sofi, Oli, Pati, Lucero, Nubia; mujeres víctimas directas e indirectas de múltiples violencias estructurales que devinieron en defensoras de derechos. Es decir, que redireccionaron su rabia y la de otras y otros para hacer frente a esa violencia que las golpeó.
Ellas nos muestran que quizá, como cualquier combustible, la rabia sí puede llegar a consumir. Pero bien conducida también puede alimentar, impulsar, ser detonador. Si todo lo que nos da rabia está ahí de manera inexorable, lo liberador está en usarla a nuestro favor. Y este no es un planteamiento para nada novedoso, lo nuevo es que, más allá del discurso, ellas la dirijan como una estrategia personal y colectiva de afrontamiento a la violencia.
Periodista
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