Cuando el Estado de Derecho está tan erosionado y rebasado como el de México, los ciudadanos no tenemos la garantía de que el Estado va a utilizar su monopolio de la violencia para protegernos, en lugar de atacarnos
Twitter: @luoach
Hace casi un mes fui a Veracruz a hacer entrevistas sobre libertad de expresión. En el camino me acompañó Manuel, un conductor que conoce buena parte del país porque ha trabajado en proyectos de producción para televisión y películas de ficción. Cuando hicimos el viaje ya había pasado el incidente donde Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín Guzmán Loera, había sido capturado y después liberado, y ya también había sucedido la masacre donde asesinaron a parte de la familia LeBarón en Chihuahua. Con ese contexto y viajando cautelosos por las carreteras, le pregunté a Manuel cómo veía la situación de violencia en el país. Su respuesta me sorprendió. “Te tienes que cuidar, sobre todo”, me dijo, “de los migrantes”.
No es que me sorprendiera por sonar abiertamente xenófoba. Sé que hay mucha gente en México que piensa así, replicando en buena medida lo que los estadounidenses piensan de todos los latinoamericanos. Me sorprendió porque Manuel no era racista ni xenófobo. Volteé a verlo extrañada.
“Sí”, insistió. “Ya son muchos y existe el peligro de que el gobierno te confunda con ellos”.
Siempre que oí a la gente expresar miedo por la migración fue por motivos económicos o relacionados con seguridad, donde se agrupa a todos los migrantes en una amalgama de criminales o pandilleros, como una masa sin forma; un ente abstracto al que se le cuelgan todos los temores de la imaginación. Como Trump se refiere a la Mara Salvatrucha, por ejemplo, y por extensión a todos los “bad hombres” de acento hispano y tez morena. Pero Manuel se refería a un temor muy diferente y específico que poco tenía que ver con los migrantes centroamericanos: su miedo era al Estado.
En percepción de corrupción para la última medición realizada en 2018, México está en el puesto 138 de 180. Nuestro país se encuentra entre los cinco peor calificados en corrupción en la región de las Américas según un estudio de la organización Transparencia Internacional. Para el mismo año, a la par de la corrupción, México encabezó la lista de países en el continente con un índice de mayor impunidad, según un estudio de la Universidad de las Américas Puebla. Cuando el Estado de Derecho está tan erosionado y rebasado como lo está el de México, como ciudadanos no podemos contar con la garantía de que las instituciones van a hacer lo que esperamos de ellas. Tampoco tenemos la garantía de que el Estado va a utilizar su monopolio de la violencia para protegernos, en lugar de atacarnos.
La respuesta de Manuel tenía sentido. Al no haber mecanismos que obliguen a la rendición de cuentas y que garanticen procesos de justicia, es fácil temerle a un Estado que abusa del poder. Más aún cuando de quienes más abusa es de aquellos que tienen pocos o nulos elementos para exigir justicia, como personas que no son ciudadanas del país que atraviesan.
Desde su campaña, el presidente Andrés Manuel López Obrador prometió abordar la crisis de violencia, seguridad y derechos humanos de una manera distinta a la de sus predecesores. En buena medida, muchos de los que votamos por él lo hicimos por eso. Prometió un gabinete con equidad de género. En su primer discurso tras su triunfo en las urnas, desde el zócalo, mencionó la importancia del periodismo. Sin embargo, a un año de iniciado su sexenio, han sido asesinados: 10 periodistas y 27 defensores de derechos humanos y del territorio; tan solo entre enero y septiembre, hubo 748 víctimas de feminicidio.
No cabe duda que el problema en términos de seguridad, violencia y justicia al que se enfrentó López Obrador al iniciar su presidencia era uno complicado y profundo, por decir lo menos. Pero a un año de gestión, no se ven resultados o claras señales de que esté haciendo lo suficiente o lo necesario para empezar a arreglar el problema que mantiene al país en una situación de conflicto armado produciendo víctimas directas e indirectas todos los días. No queda claro cómo va a empezar a reconstruir el país, empezando por la búsqueda de respuestas ante tantos asesinatos sin resolver, familiares buscando personas desaparecidas y la capacidad de los grupos del crimen organizado por infiltrar estructuras de gobierno.
En su discurso al cumplir un año de gobierno, el presidente invitó a la población a consumir menos “narcoseries”. Estas producciones, según su perspectiva, glorifican el consumo de bienes de lujo sin ser suficientemente críticas de la droga y la adicción que producen. Mientras López Obrador se enfoca en adoctrinarnos sobre qué series televisivas es mejor ver, México se convirtió en el tercer país seguro, haciendo el trabajo sucio de Donald Trump al contener la migración centroamericana que busca refugio en los Estados Unidos. Mientras en México no hay soluciones de política pública para los problemas que nos aquejan, sino todo lo contrario, la gente sigue teniendo el temor básico que sólo se puede prevenir calculando cómo mitigar los abusos del Estado.
Mientras López Obrador celebra el 68% de aprobación del que aún goza, hay personas viviendo todos los días como Manuel, quien aconseja a sus conocidos llevar siempre una identificación oficial, de preferencia el INE, al viajar por las carreteras de México: “Sólo así pueden ver que eres mexicano. Si no te confunden con un inmigrante, es más probable que no te pase nada”.
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Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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