Ranchito viejo: construyendo la educación ambiental

1 agosto, 2019

A sólo 10 minutos de Chilpancingo hay un respiradero natural. Un espacio de conservación con decenas de especies de árboles, algunos en peligro de extinción como el linaoe. Hay yuka de la india, mangos, limones, tamarindos, guayas y bambús. También diferentes tipos de mariposas, insectos y cultivos. Es una apuesta por cambiar los hábitos de la gente que dañan al ambiente. Un lugar para la conciencia ambiental.

Texto y Fotos: Vania Pigeonutt / Amapola Periodismo Transgresor

Mariposas amarillas, anaranjadas y blancas sobrevuelan el terreno de las milpas que ya crecieron de tres a cinco centímetros sin ningún fertilizante químico. Tres jóvenes voluntarios arrancan la maleza donde viven chapulines multicolores. Con un machete de garabato dejan libres a las milpas para que sus elotes florezcan sanos y grandes en noviembre. La conciencia ambiental llega a estos chicos sembrando y amando la tierra.

Ranchito Viejo es un parque de educación medioambiental que funge también como un pulmón en la comunidad de Petaquillas: la más grande de Chilpancingo, capital guerrerense con varios problemas en el aire, agua y la misma tierra. En este lugar, que surgió como un proyecto familiar hace 33 años y tiene un total de 13 hectáreas, hay manos voluntarias de chavos que pretenden rehabilitar un terreno de dos hectáreas.

Los problemas de Chilpancingo van desde la acumulación de basura, la contingencia ambiental de mayo por la contaminación en el aire –por incendios forestales–, y de conservación de espacios verdes, por mencionar sólo algunos. Para contrarrestar los efectos, este domingo de julio, Biyú, Otikio, Dinora y Rafael preparan compostas orgánicas, remueven la maleza de las milpas y se organizan para sembrar cempasúchil.

Visto desde la entrada, a la que llegas por un camino serpenteado de tierra, el área de conservación es un paraíso natural de varias tonalidades, sobre todo verdes: hay manantiales, presas artificiales, cocinas y baños ecológicos; varios animales: peces tilapia, iguanas, conejos, patos silvestres, tortugas, hasta venados que bajan a tomar agua en tiempo de sequía. 

Se observa el área de compostas orgánicas a las que también alimentan con lombrices rojas californianas; de sus heces hacen parir en forma natural decenas de frutos libres de químicos. Árboles de guayas, una fruta de pulpa; mangos, chico zapotes, zapotes blancos, parotas, pinos, cirianes, litches y huamúchiles.

Cerca de un enrejado de bambús está el Centro de acopio de desechos sólidos urbanos, un lugar donde disponen pet, cartón, vidrio, pero ya clasificados. También hacen ecoladrillos: botellas rellenas de bolsas.

Foto: Vania Pigeonutt

Otikio Carballo, un mecánico y biólogo de 32 años sigue las enseñanzas de Saúl López López, el artífice del proyecto: un maestro de la escuela de Derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), pionero en la preservación de los suelos, la reforestación y la búsqueda de opciones para cambiar la cultura de cuidados a la naturaleza.

La primera actividad en este domingo para Oti, como le dicen sus amigos, es vaciar el desperdicio orgánico que trajo desde Chilpancingo: preparan compostas el fin de semana, porque los demás días tienen otros trabajos. Él y Biyu Marcos, un administrador de empresas que cree que sólo con manos voluntarias lograrán fertilizar la tierra, vacían las cáscaras de huevo, jitomates podridos, cáscaras de frutos cítricos y demás materia, colocan un sustrato de tierra y dejan que haga su proceso natural de descomposición.

“Tenemos una primera etapa: la composta se hace poniendo una capa de sustrato, ya sea tierra, estiércol de cualquier animal, luego va una capa de materia orgánica. Se le puede ir humedeciendo un poco para ir desintegrando la materia. Cada semana se va traspaleando. En un mes está listo para usarse”, dice.

Mientras Rafael Organista, un biólogo especialista en la preservación del suelo vacía las cubetas de desperdicio en el área de compostas, llega Dinora Sinsed, una chica de 27 años de edad que de las relaciones públicas pasa a la agricultura porque le gusta y cree que son ellos, los jóvenes, quienes generarán la consciencia para que en cada casa la gente entienda que debe de cambiar sus hábitos. El equipo está completo. Va a sembrar.

“Lo que hace es enriquecer la tierra a la hora de sembrar. Para preparar un jardín haces tu composta, siembras. Enriquecido, no corre el riesgo de que se descompongan las plantas. Los fertilizantes químicos sí queman porque es demasiado, éste es un abono balanceado: la planta solo toma lo que necesita”, explica Oti mientras recuerda que en el parque también hay zorrillos, armadillos e insectos que jamás había visto.

Son una nueva generación que cree en que sembrando y conviviendo con la naturaleza, la conexión y el compromiso con la Tierra será otro. “Necesitamos voluntarios, más gente que chambeando agarre la onda de que estamos destruyendo la vida. Estar aquí te cambia la visión”, dice Biyu mientras agarra la pala y se dispone a trabajar el campo.

Foto: Vania Pigeonutt

¿Cómo nace Ranchito?

En 1987 Saúl López López pensó este sitio como un lugar de descanso. Debido a su ubicación, alejada del bullicio y la contaminación, el profesor que trajo a Ranchito Viejo a decenas de estudiantes de diferentes carreras, preparatoria, secundaria primaria hasta preescolar, llegaba a descansar, disfrutar de los árboles que crecían rápido, gracias a la tierra sana. No era para enseñarle nada a la sociedad, más bien era para los días de campo.

López López empezó a sembrar arbolitos en la parte de abajo del terreno porque es donde podía traer un poco de agua con la camioneta que tenía, una combi. Cerca del río Huacapa que comienza en Petaquillas hay una torre que mide como 20 metros y hasta arriba tiene un tambo, allí había una bomba mecánica para traer agua de un manantial. El maestro bombeaba al tambo hasta el Ranchito: el agua caía por obra de la gravedad. Pronto el lugar albergaría decenas de ecosistemas.

“Hubo un viñedo para empezar, necesitaba muy poca humedad. En la parte de esta zona, tenemos fotografías, se dio el viñedo muy bien. Todo se da, no importa de qué región sea, siempre se va a dar, claro, siempre y cuando le des el cuidado y mantenimiento que requieren. A lo mejor no te da la misma cantidad de lo que te da la montaña que aquí por el cambio de clima”, relata Oti. 

Para lograr este parque ecológico donde ya hay kayaks y cocinas ecológicas para guisar los pescados que siembran, “todo fue ensayo y error: así es como se triunfa en la vida, tienes que ir experimentando. Primero se llevaba el talud, se fue estudiando de por qué ese talud no soportaba. Se fue haciendo más ancho, salidas, vertedores, para que llegando a cierto nivel liberara el agua y no generara tanta presión”.

Con los años se fueron construyendo los tres manantiales, dice Oti. Ya con el aprovechamiento de recursos en Ranchito empezaron las visitas guiadas. Ellos les dicen a los estudiantes, sobre todo, lo que hacen y cómo lo hacen. 

“Enseñamos los diferentes tipos de siembra:  con semilla, codo injerto, dependiendo del grupo qué es lo que quiera en ese tema nos enfocamos más, lo que les interesa más: tipos de semilla, estaca, espolón. Vamos entrando más al tema. Hacemos compostas: la simple, en cada jardín, y una más elaborada, que aprovechamos el lixiviado, enriqueciéndola con la lombriz roja, que es la que se reproduce más rápido en corto tiempo”, explica.

Son las 13:00 horas y es hora de almorzar. Sobre la mesa, a un costado de una pequeña cabaña desde donde se ven las decenas de especies, colocan carnitas y el grupo combina el espacio de trabajo a una convivencia donde no hay desechables. Las estufas ecológicas están en desuso, pero cuentan que han hecho comida para varios mientras ven las sábilas, la yuka o el árbol de canela o lináloe que los custodia mientras comen y trabajan.

En Ranchito la finalidad es ofrecer: “un referente de desarrollo rural integral en el que se impulsen como actividades centrales la producción orgánica de alimentos y la educación/capacitación ecológica, para contribuir a mejorar las condiciones de vida de las personas y aumentar la conciencia social respecto al cuidado y protección del entorno ecológico”, se lee en los objetivos que prometen en su página en internet.

Foto: Vania Pigeonutt

¿Cómo mejorar la cultura medioambiental?

A inicios de mayo, la Secretaría de Salud en Guerrero, emitió recomendaciones ante la «contingencia ambiental» por el humo ocasionado por los incendios forestales, sobre todo al gran incendio de la comunidad de El Calvario. Este y otros problemas son atribuidos por los voluntarios a los malos hábitos de consumo.

La faena está casi terminada. Las semillas de cempasúchil listas para ser usadas, pero ellos descansarán un poco y regresarán a la faena el próximo domingo. Rafa, el biólogo experto en la tierra, reflexiona sobre lo que compramos, porque dice: sí, en efecto hay un problema de acumulación de basura –en Chilpancingo se recolectan 40 toneladas diarias– y de tierras infértiles, pero tiene que ver con el sistema.

“Todo este rollo de la basura es un monstro más grande. Es el hábito de lo que consumes, y el consumismo como tal es bloque de un sistema en el que estamos viviendo. Atender el tema de la basura es cambiar un chip. Compro un té de menta en el mercado con las hierbitas y con eso ya no contamino, pero hay gente que sí tiene: yo me chingué en la escuela, porque yo estoy en un sistema de competencias, entonces voy a prenderle al boiler a través del piloto. Aunque ese es un lujo: es una necesidad de lo que hay que cambiar. La gente tiene que replantearse sus necesidades, y mejorar sus hábitos de consumo”, considera.

El sembrar hortalizas en casa no garantiza tu seguridad alimentaria. “Por eso es importante no hacerlo de forma individual, sino que aprendas a hacer comunidad. Aspirar a ser un consumista responsable. Es algo que podríamos empezar a cambiar. Quitar kilos de basura al mes”.

Para el ambientalista Octavio klimek Alcaraz, cambiar los malos hábitos ayudaría desde la cultura. Desde la fotografía, los libros, la escultura y la pintura: las bellas artes como una forma de resistencia. “Necesitamos alguna forma de seguir en esa escuela, tenemos que convencer a la gente; incentivarla desde la poesía ligando a la conexión de la naturaleza, del respeto y la conservación. No creo en prácticas punitivas para generar consciencia”.

Ricardo Pérez Carmona, presidente del Colegio de Biólogos, considera que sí debe haber acciones desde la política pública. Para él el tema ambiental está abandonado. “Creíamos en el tema de la basura, que se limita a separarla, cuando si no hay un sitio de disposición final que separe lo orgánico de lo inorgánico, no sirve de mucho”.

La basura producida por los hospitales, por los restaurantes y las casas es distinta, y desde ahí se va generando un problema: toda va junta. “Las acciones ciudadanas no dejan de ser acciones, como dejar de usar popotes, uno tiene consciencia ambiental y puede hacerlo. Pero esas acciones no cubren un total de necesidades: de qué sirve que depares la basura; si el ayuntamiento no dispone de sitios para generar abonos orgánicos, compostas”.

Hay una planta de aguas residuales sin servir, y el ayuntamiento aún paga millones de pesos en luz para 16 bombas que bombean agua del sistema más grande: Acahuizotla.

Los bambúes de Ranchito Viejo parecen despedirse como en forma de custodia cuando sales. Son árboles que requieren poca agua. La grandeza del lugar también consiste en saberlo aprovechar. La reflexión con la que se despiden los voluntarios es ser voluntario mismo, porque de otro modo la incidencia de cambio no ocurrirá.

Foto: Vania Pigeonutt