6 febrero, 2023
Nos piden criar hijos buenos, pero nos dejan solas, reclama la autora de Fruto. Un libro que no es de maternidades, sino de mujeres que cuidamos. Que no es de violencia contra las mujeres, pero que muestra esa violencia en todas sus hojas. Un libro que nos presta los ojos de otras para mirarnos con más amor
Texto: Daniela Pastrana
Fotos: Daliri Oropeza
CIUDAD DE MÉXICO.- Hablar con Daniela Rea es meterse en las entrañas de la especie humana y escudriñar, desde las historias más sencillas de la vida cotidiana, los resortes que mueven nuestra sociedad. Fruto, su libro más reciente, es un relato de su vida, y también es un relato de la vida de todas. Es un espejo que, sin más ambiciones que prestarnos sus ojos para abrazarnos, termina develando cada una de las capas de opresión del patriarcado, del capitalismo, de la política. Porque es un libro que habla desde el corazón, pero que es profundamente político.
No es una sorpresa, pues, que el libro, editado por Antílope, casi se haya agotado en la primera semana de su salida al público. Aún se puede conseguir en Ciudad de México en Casa Tomada, Volcana, Incendiarias, Marabunta. En Morelia, en el Traspatio. En las librerías de la UAM y en la página de Antílope.
Hablamos del libro mientras vamos en el Metro, junto con Laura, una de las mujeres que presta sus ojos y su historia. «Lo que me gusta es que nos hace pensar cosas que no habíamos pensado», dice Laura, mientras caminamos hacia mi casa. «Son historias duras, son las que somos», me sigue diciendo mientras cocinamos y antes de darme un abrazo.
Hablamos del libro por zoom, interrumpidas por las hijas, los gatos, el señor del gas. Hablamos y hablamos, en una conversación que lleva muchos años, sobre los cuidados y las crianzas colectivas. Le digo que voy a la mitad del libro y no puedo dejar de leerlo. En cada página voy anotando conversaciones con tantas mujeres que vivimos lo mismo, que sentimos lo mismo.
Esta es parte de un relato que no empieza ni acaba con nosotras ni con esta entrevista.
—¿Cómo pensaste la idea de Fruto?
—Cuando nacieron las niñas tenía una sensación de soledad muy fuerte, a pesar de que tengo familia, compañero, amigas, etcétera. Eso me hizo pensar en la cuestión de los cuidados en términos sociales. A las madres se les exige que críen y entreguen hijos de bien, pero las dejan solas.
Lo sentía en mujeres que había conocido en la chamba y empecé a pensarlo mucho más en términos socioeconómicos: qué implica nuestro trabajo de cuidados, quién se beneficia de él. La lectura de Silvia Federici fue muy iluminadora en esa primera mirada.
Yo quería escribir unos reportajes, pero con Naira recién nacida empecé a entrevistar a mamás por Facebook. Conforme iba avanzando en las entrevistas y lecturas empecé a sentir enojo porque nosotras sostenemos el capital con nuestra vida, con nuestro trabajo, y después nuestras hijas harán lo mismo. Empecé a pensar que muchas mujeres lo están llevando solas y que, más allá de que esto esté englobado en un contexto económico, se revertía mucho en términos de soledad y de culpa. Porque nunca somos suficientes, aunque hagamos hasta lo imposible, aunque nos multipliquemos, aunque durmamos cuatro horas, nunca nuestro trabajo va a ser suficiente. Eso me parecía muy doloroso, entonces, dentro del enojo y de querer hacer un reclamo de lo que implica nuestro trabajo en términos socioeconómicos que no es reconocido, pasé a la sensación de querer acompañar a estas mujeres.
Me imaginaba el libro, como si al leerlo pudiera correr la ventana o la cortina o la puerta de donde estas mujeres están criando en soledad y que este gesto de leer sus historias, de hacer un ladito la cortina era una forma de acompañarnos y de decirles: Aquí estamos, no eres la única.
Pensaba el libro como una especie de relatos individuales, como en los cuentos de Doris Lessing. Y paralelamente estaba escribiendo el diario. Entonces, las cosas pasaron en paralelo: entrevistar las historias, leer, escribir el diario. Gaby Jáuregui me invitó a escribir un ensayo sobre la maternidad para el libro de Tsunami, yo no tenía qué escribir y lo que hice fue compartir algunos fragmentos del diario. Yo tenía muchas dudas de si se justificaba publicar algo así y fue una sorpresa ver que el relato significara tanto en términos de lo que viví.
—¿Por qué?
—Pensaba que quizá fuera demasiado narcisista o dramático. Sobre todo, pensaba por qué esta historia tan nuestra le puede importar a la gente o por qué puede serle útil.
Entrevistar a otras mujeres sobre cómo habían cuidado a sus hijos me hizo pensar en mi mamá. Entonces entrevisté a mi mamá sobre cómo había sido para ella cuidarnos. Fueron varias sesiones largas durante varios años.
Empecé a pensar ya no solo en la maternidad o la crianza, sino en los cuidados como algo que nos incumbe a todos. Y algo que he pensado mucho: No todas somos madres, pero todas hemos cuidado. A la hermana, a la sobrina, a la mamá, a la abuela.
Conocí a Marina Azahua en 2017, ella forma parte de la editorial Antílope (junto con Jazmina Barrera, Isabel Zapata, Astrid López y César Tejeda) y me dijo: si tienes alguna historia, adelante. Le dije que sí, que quería escribir estas historias, todavía pensando como pequeños relatos, y a partir de platicar con ella y de trabajarlo durante pandemia, el libro quedó así. El diario se integró porque después de publicar unos fragmentos en Tsunami era evidente que tenía que estar aquí. Luego fue pensar cómo hilar todo, cómo hilar mi historia, que tiene una situación particular, con las historias de ellas, que también tienen sus propias particularidades.
—¿Y te gustó?
—Sí, mucho. No tenía ganas de acabar este libro porque me gustaba mucho estar ahí, platicando con ellas, platicando sin ninguna intención más que de escuchar nuestras vidas.
—Al leerlo, he pensado que es un libro que debería leerse en grupo…
—Lo que he sentido es que hay muchos lugares desde los que nos puede hablar. Era algo que iba sintiendo mientras escribía. Ese espacio tan complejo que es ser madre e hija al mismo tiempo, por ejemplo, pero también hermana, pero también nieta o amiga. Y creo que, en ese sentido sí hay varios lugares de interpelación.
El libro no solo busca hablar desde las que somos mamás, a mí las historias de ellas me interpelan desde distintos lugares y me gustaría que fuera así, que no fuera solo un relato destinado a las mamás. Creo que fue una de las razones de buscar un título o una portada que no prejuzgara que es un tema de maternidad. Porque creo que justo es regresar a esa idea de que los cuidados sólo nos incumben a quienes somos mamás.
Yo creo que es un relato de cómo las mujeres han sostenido esta vida y cómo hay un asedio brutal.
Un día que estaba en las últimas revisiones del borrador, lo leí y dije: ¡qué horror de libro! Como que de repente me pareció súper triste, súper dramático, y pensé: ya no lo quiero hacer. Ya no lo quería entregar, estaba muy enojada conmigo misma por haber seguido escribiendo ese libro.
Tenía la sensación de que era un valle de lágrimas. Y luego me di cuenta de que está cabrón: no era un libro que tenía la intención de buscar historias de abusos y acosos, ni de asedio constante contra nosotras, pero es algo que está ahí, siempre. Las historias de las mujeres que indistintamente busqué estaban en un asedio de una violencia terrible: abusos, maltrato, abandono. Eso me hizo pensar en eso, que el asedio existe de manera cotidiana en la vida de las mujeres. Eso me sorprendió y me pareció brutal. O sea, no es un libro de feminicidios, no es un libro de mujeres desaparecidas ni de violencia contra las mujeres y, sin embargo, todo eso está ahí.
—¿Te parece que es un relato triste?
—Sí, me parece triste. Y lo que puedo hacer es ofrecer este libro y abrazarnos. Es lo que puedo hacer. Porque me parece muy brutal que todas las mujeres vivan eso. Y yo creo que si escuchamos con atención la historia de cada mujer vamos a encontrar algo así y eso me parece muy jodido. Pero yo pocas veces actúo desde el enojo, yo soy así, soy más bien triste, y me gustaría que este libro pudiera ser un abrazo para todas, las que están aquí entrevistadas y todas las demás que lo lean.
—¿Qué diferencias ves con los otros libros que has escrito, coordinado?
—Este es un libro que está hecho para las niñas, y pienso en todas las niñas y adolescentes. No me alcanzarían mis manos, ni mi existencia, ni mi energía, ni sabiduría —poca o mucha—, ni mi paciencia, ni mi ternura, para cuidarlas. Sé que necesito de otras y lo pongo ahí, en el diario. Sé que este libro también es un intento de hacer una crianza colectiva. Pero no sólo de niñas, pienso también en nuestras abuelas y nuestras mamás.
Algo muy bonito que me pasó con este libro fue poder entender a mi mamá y decirle: Te presto mis ojos para que veas como te vemos nosotros, que somos tus hijos. Y que ella me dijera: Dani, te presto mis ojos, para que tu también te veas, como me estás viendo a mi y a las otras mujeres. Y que después mi mamá y yo le podríamos decir a Chani que es muy dura consigo misma: Chani, te prestamos nuestros ojos para que te veas con más ternura, con más amabilidad. Y como con más… no sé si compasión, pero sí con un reconocimiento profundo de lo que ella y las otras honran con su vida.
Tomamos decisiones que no siempre son las mejores, pero que son las que podemos tomar. Y me gustaría mucho eso, que quienes lo lean se sientan abrazadas, que nos sintamos abrazadas por todas.
—Volviendo a las madres, aunque no sea un libro sólo para madres. Decías hace rato que se nos exige que criemos hijos de bien. Pero nos dejan solas. ¿Quiénes nos dejan solas?
—Todos. El gobierno, la comunidad, la sociedad, los vecinos, la familia, el mercado para quienes trabajamos. Pensé en Margarita Zavala, porque me parecía muy injusto y muy culero que, cuando hicieron su campaña contra la violencia, achacaran a las familias no criar hijos buenos. Me daba mucho coraje que desde ese gobierno no tuvieran empacho en decirnos esto. Me parece cruel e injusto, porque todos esos programas de gobierno, todas esas estructuras sociales te dicen: hay, pues así los crían, es que la mamás no están ahí para cuidarlos, ¡uta! Me hubiera gustado incluir un montón de historias, como las que conocí en Ciudad Juárez, una vez que trabajé con Nashieli Ramírez y entrevistamos a mujeres que trabajaban en las maquilas sobre cómo se las arreglaban allá, desde dejar a los niños encerrados en casa porque no había quién los cuidara, despertarlos más tarde o dormirlos más temprano para darles solo dos comidas al día. Y entonces, que vinieran estos idiotas a decir: Es que no los cuidan bien, no les enseñan valores. Me parece, en serio, una ceguera brutal.
—¿Te acuerdas del News Divine? ¿Cómo la responsabilidad de la policía fue trasladada a los padres por no saber que estaban en un bar? Es muy fuerte, porque se reclama un cuidado cuando no hay condiciones para ese cuidado…
—No hay condiciones socioeconómicas y tampoco hay comprensión ni gestos de entendimiento. Todas las personas que salimos todos los días a vivir a trabajar a divertirnos, lo hacemos porque alguien nos cuidó. Si estamos vivos ahorita porque alguien nos cuidó y no hay un reconocimiento de eso.
—Pasa también con las personas mayores o con discapacidad. Es un sistema que desecha todo lo que no es productivo…
—Sí. En este sistema, las abuelas existen, cuando pueden producir algo, esto es, cuidado de alguien.
—¿Qué te han dicho las mujeres entrevistadas, después de leerlo?
—Platicaba con Laura, cómo ella puede sentir una especie de ternura y compasión hacia otras mujeres que están en ese libro. Hubo de todo, desde quien me dijo que escuchar su historia le permitió reconciliarse con su mamá. O que fue una especie de darle sentido a todo ese dolor, de significarlo como una ofrenda para que las demás no tengan vivir lo mismo.
El libro nos ha permitido entender que nuestras vidas no nos pertenecen enteramente. Que nunca una vida puede ser individual, sino que siempre está tejida con otras y está en reciprocidad por otras.
Una acaba de mirar la propia historia y lo que nos rodea con más compasión. Nos permite reconciliarnos de nuestros propios errores y nos permite nombrarlos y vivirlos desde otro lugar, no solas.
Yo buscaba que este libro fuera un abrazo a quienes han criado en condiciones injustas y solitarias.
—¿Has tenido reacciones de hombres sobre el libro?
—Ha habido un par de hombres que leyeron el diario o que han leído el libro y que han pensado también su lugar en esas historias. Eso me parece súper importante. Era algo que no había hecho de manera consciente, pero me parece muy importante que los hombres también piensen en cuál es su lugar en todo esto. Porque el cuidado es algo que no sólo nos incumbe a las mujeres.
—¿Crees que eso se logra? Es decir, que no solo se horroricen de las historias de asedio sobre las mujeres, sino que tomen conciencia de su propio papel en la reproducción de ese sistema…
—Yo esperaría eso también. Que se pudieran ver involucrados de esto.
—Tomaste una decisión de no incluir la parte de tu papá…
—Yo no podía poner en cuestión la experiencia de mi mamá, no porque la de él no valiera sino porque este no era un espacio para confrontar ambas. En el libro no hay una intención de buscar una verdad de nada, el hecho es que así lo hemos vivido. Y creo que justo el libro quería hacer un espacio para nosotras, para que se pudiera enunciar lo que hemos vivido.
Entonces, mi intención de no escucharlo a él no era de mí como hija, sino de mí como mamá de mis hijas. O sea, de una mamá que necesita que su historia y su experiencia sea escuchada. Digamos que ahí mi complicidad esta con las mamás y las mujeres que han cuidado, no porque crea que su historia no vale, sino porque esta historia está contada desde ese lugar. Y me gustaría que mi papá no lo leyera como esposo de Rosario sino como hijo de Dolores.
—En la Tertuliana que hicimos sobre marxismos y feminismos hablaron de que las guarderías se crearon en la exURSS pensando en el cuidado colectivo. ¿Cómo generar esas dinámicas en las que no tenga que ser la carga para las mujeres?
—Tendríamos que organizarnos, pero cómo podemos pedirles eso a esas mujeres. Los espacios de resistencia en muchos lugares en algún momento operan contra nosotras mismas. Lo que implica la resistencia, hacer un paro, finalmente en ese sentido podemos ser desechables. En la vida concreta de estas mujeres no es opción. No podemos exigirles a ellas que hagan las luchas para estos cambios, pero quienes sí podamos tenemos que hacerlo.
—¿Qué nos falta? Es decir, si tuviéramos la élite política responsable, ¿qué le pediríamos?
—Me gustaría tener una respuesta en términos políticos. Pienso que, así como con La Tropa, una de las cosas de convocar a la sociedad a imaginar qué es lo que estamos sembrando con nuestra vida diaria. Una vez que pensemos eso, por ahí van a poder venir respuesta.
Hace poco leía un texto de en el que habla de los compromisos transgeneracionales, que son esos compromisos profundos donde se comprometía la vida, donde se garantizaba la vida. Y yo, después de mucha chamba que he hecho con perpetradores, soldados, sicarios, lo que he aprendido es que la gran mayoría quiere vivir bien, tener tiempo de ver a sus hijos, enamorarse, tener un trabajo en el que lo respeten. No sé estoy siendo como cursi, pero siento que tiene que ver con eso y creo que si lo ponemos en esos términos vamos a encontrar un lugar común.
En el libro de Perras de Reserva de Dahlia de la Cerda hay un cuento basado en hechos reales donde las costureras matan a palos al chico que se metió a robar. Y primero lees el cuento de las costureras y entiendes su coraje de estas mujeres que están chingando la vida diaria, cosiendo ropa, haciendo maquila para mantener su casa y se mete un tipo a robarles, claro que van a defenderlo suyo, y no solo en términos de propiedad, sino de lo que han construido. Pero páginas más adelante lees el cuento de una chica que necesita ganarse un dinero para sostener, ayudar en su casa y al final termina metiéndose a robar. Uso este ejemplo porque me parece que es muy elemental: Creo que las personas, en su gran mayoría, queremos vivir bien, estar tranquilas. Me pasa mucho con soldados, con sicarios, había un momento en el que hablaban de su mamá de su familia, de sus hijos y había algo ahí que realmente les importaba.
No se si eso sea suficiente. El libro ni siquiera alcanza a imaginar como podemos cambiar estas cosas. Es solo una invitación a que abracemos esa soledad de otras
—Tampoco podemos pedirle que nos de la salida, como si fuera tan fácil, supongo. Más que cursi, me parece una posición humana. Pero eso nos han enseñado, ¿sabes? Que hablar de nuestras historias no importa, que hablar de la felicidad o de vivir bien es cursi…
—Te escucho y creo que hemos hecho las preguntas equivocadas a los malos cuando hacemos trabajos que tienen la intención de erradicar la violencia. Lo pienso desde el periodismo, quizá los interpelamos desde otro lugar y seguimos oscureciendo esto.
—En el libro dices que te incomodaba oír a tu mamá normalizar el asunto de los cuidados como lo que le toca a lo mujer. ¿Ya estás reconciliada con esa normalización que hicieron nuestras madres de vivir para otros? ¿Se puede no vivir para otros?
— Creo que no podemos romper ese vínculo. El que nos une a les otres y nos permite vivir, sin ese vínculo no existiríamos, para empezar. Y el vínculo que nos une a otres ha sido cimentado en una injusticia brutal. Pero no creo que sea el vínculo lo que está mal, lo que está mal son las relaciones que estos vínculos generan. La reciprocidad me parece algo hermoso, pero no en donde está cimentada.
Decidí entrevistar a mi mamá, sí para que ella se relacionara con su historia de una manera crítica, asumiendo cómo el patriarcado nos cruza y decide por nosotras. Ella decía ternura y yo le hablaba de amor romántico, ella vivía orgullo y yo le señalaba sometimiento. Era un intento de quitarle su historia y decirle cómo debía vivirla. Y creo que no tengo derecho a eso. O sea, no tengo derecho a decirle a mi mamá, 40 años después: Estás equivocada.
Me di cuenta de eso escribiendo el libro. Porque ella me interpeló. Me dijo: Dani, ¿por qué todo lo ves triste? ¿Por qué insistes en que verme a mí lavando uniformes de madrugada es triste? Para mí era bonito porque subía, escuchaba música, veía la luna, y porque ustedes al día siguiente iban limpios a la escuela. ¿Por qué insistes en ver que eso era doloroso para mí? Para mí fue muy importante darme cuenta de eso. A veces, la niña hipercrítica lo que estaba haciendo era anular la forma en la que mi mamá estaba queriendo relacionarse con su historia. Y quizá, más que decirle cómo debía haber vivido, lo que tenía que hacer era prestarle mis ojos para que se vea con más ternura. Hay una parte que me encanta porque dice: Dani, a mí me encantaría que todo esto de lo que tú hablas del patriarcado todo lo que ves en las mujeres lo vieras en ti. Y eso fue algo muy hermoso porque de alguna manera todas nos prestamos nuestros ojos para vernos desde otro lugar con más amabilidad, con más gratitud, ¿no? Descubrirlo fue maravilloso. Ese espejeo, ese reflejo entre nuestras historias me parece súper potente. Y es algo que le agradezco al libro. Es decir, no me convenció, no es que yo esté de acuerdo, yo no lo vivo así, pero sí me hizo ver que yo no puedo decirle a la gente como viva su propia experiencia.
—¿Tendremos segunda parte? ¿Audiolibro? ¿Versión digital?
—Yo no quería acabar el libro nunca porque esta sensación de estar sentada con ellas, de platicar, después de estar acompañada por ellas mientras escribía. A mi me gustaba estar en el espacio grupo, me gustaba ir estar con ellas, reírme. No fue una búsqueda exhaustiva de las historias, eran mujeres que estaban al alcance, y esto me gustaría que fuera un mensaje del libro: que seamos capaces de poner atención a la vida de las personas a las que cuidamos.
Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.
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