1 junio, 2024
Este 30 de mayo, a los 94 años, Nora Cortiñas falleció en Argentina. Nora fue cofundadora de las madres de Plaza de Mayo, y su lucha por la memoria, la verdad y la justicia trascendió fronteras, así como la esperanza que irradió a los pueblos del mundo
Texto: Alejandro Ruiz
Foto: Argentina.org.ar
CIUDAD DE MÉXICO. – El 15 de abril de 1977 la dictadura de Rafael Videla (1976-1983), en Argentina, secuestró y desapareció a Carlos Gustavo. Junto a él, otras 30 mil personas desaparecieron a manos del ejército o la policía. Pero sus madres nunca dejaron de buscarlos.
Carlos Gustavo es el hijo de Nora Cortiñas, o Norita, como le dijeron miles alrededor del mundo, cuando con una pañoleta blanca en la cabeza comenzó, junto a otras madres y abuelas, a exigir la aparición de su hijo en la Plaza de Mayo, en Argentina.
El tiempo pasa, y la lucha de Norita y las otras madres de Plaza de Mayo ya no sólo se trataba de encontrar a los desaparecidos, sino de no dejar que la memoria se desvaneciera con el tiempo.
A sus 94 años, en un hospital de Morón, Argentina, Norita se fue de este plano terrenal, pero su legado persiste en un continente que no deja de gritar por las heridas del pasado, que en algunos lugares parece retornar.
Este es un homenaje a ella.
En una entrevista realizada por la Biblioteca Nacional de Argentina en 2012, Nora repasaría el camino andado para no olvidar, para seguir luchando.
Nora, hablando de la fundación de las madres de Plaza de Mayo, contaría:
«Éramos como invisibles, nadie se arrimaba a preguntar qué hacíamos, porque yo creo que es lo que produce el terrorismo de Estado, ese miedo a saber qué hacíamos ahí. A veces pienso cómo pasaban tantos años y la gente seguía de largo. Después cambió, ahora viene gente para vernos nada más, a veces turistas y a veces no, a veces viene gente que vive en la provincia a hacer algún trámite y lo primero que hacen es ir el jueves a la Plaza de Mayo y decirnos de dónde vienen; a veces con sus hijos para caminar un ratito con nosotras».
Cuando Nora y sus compañeras decidieron plantarse frente a las oficinas del gobierno para exigir la aparición de sus hijos no lo hicieron imaginando el impacto que su lucha generaría en todo el mundo.
Al principio, cuenta Nora, la idea era visceral y espontánea, «en ningún momento fue preparado, cada madre iba a medida que le llevaban a su hijo o hija, o más, hay casos donde se han llevado a dos o tres muchachitos o chicas… Y era comunicarse por el boca en boca. Recuerdo a una madre, Elida Galletti, que falleció, que un día se acercó cuando estábamos ahí reunidas, primero se quedó sentada en un banco y nos miraba caminar, luego se acercó caminando despacio y nos miramos, yo le dije ‘es lo mismo, te pasa lo mismo que a nosotras’, ‘sí, se llevaron a mi hija‘, y se sumó a ese caminar».
Su lucha, sin embargo, fue generando una amplia movilización en Argentina para la defensa de los derechos humanos. De hecho, tras los crímenes cometidos por la dictadura, se creó una Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Esta asamblea, pronto, se sumó a las madres de Plaza de Mayo.
«Ya se vislumbraba todo lo que venían haciendo los militares y los civiles que estaban avasallando los derechos del pueblo. Después alguna vez, también, nos miramos y nos preguntamos ¿para qué?, y empezamos a analizar que era para implementar esa política económica neoliberal a fondo. Nosotras no entendíamos mucho de política, la mayoría de las madres éramos amas de casa cada una con sus tareas también invisibles».
Esa dictadura, como el resto de las que se impusieron en el continente, contó con el respaldo del gobierno de los Estados Unidos. Y ahora, décadas después, parece volver con otro nombre, otros fantasmas, pero la misma idea: negar que otro tipo de mundo es posible, y entregar a los grandes capitales las riquezas de un país, a costa de sus habitantes.
«Ya se vislumbraba todo lo que venían haciendo los militares y los civiles que estaban avasallando los derechos del pueblo. Después alguna vez, también, nos miramos y nos preguntamos ¿para qué?, y empezamos a analizar que era para implementar esa política económica neoliberal a fondo. Nosotras no entendíamos mucho de política, la mayoría de las madres éramos amas de casa cada una con sus tareas también invisibles».
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Tras el golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende los Chicago Boys de Milton Friedman comenzaron a imponer el neoliberalismo como la política de desarrollo en América Latina. Lo hicieron a través de dictaduras, ensayando métodos de tortura y represión que la Agencia Central de Inteligencia enseñaba en la Escuela de las Américas.
Lo hicieron, también, en supuestas democracias subordinadas a los intereses del imperialismo. Le declararon la guerra al pueblo, y después, a la memoria.
Norita lo sabía claro, y habló sobre eso en la entrevista de 2012:
«Con el tiempo empezamos a ver que además no éramos nosotras solas, éramos las madres de Chile, de Perú, de Bolivia, de Uruguay, de Brasil, y no era un proceso que se daba solo en Argentina».
Esta solidaridad, narra, llevaría a la conformación de lo que fue la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares DetenidosDesaparecidos (FEDEFAM). La Federación llevó los casos de los hijos de América Latina ante las Naciones Unidas, de la Organización de los Estados Americanos, y por todo el mundo. Pero nadie las escuchaba.
«Nosotras no tenemos una fecha fija de cada paso que dimos. Lo que sabemos es que cuando íbamos a las Naciones Unidas o a la OEA, o a esas asambleas importantes, nos costaba hacernos escuchar hasta que después éramos aceptadas y nos daban un espacio para poder hacer la denuncia. También había jueces que guardaban el hábeas corpus en las gavetas, cargadas terriblemente de denuncias y pedidos, y muchos fueron cómplices en esos días, la justicia fue muy cómplice. La Iglesia fue partícipe de lo que fue el terrorismo de Estado, con excepción de cuatro o cinco obispos, la cúpula fue partícipe».
¿Por qué? Se preguntaron Nora y el resto de las madres de Plaza de Mayo. ¿Qué redes de complicidad se entretejen en las élites para desaparecer a los desaparecidos, para negar la justicia. Nora fue contundente:
«Hay cosas de las que nosotros fuimos enterándonos con el caminar, en un momento en que las madres éramos muchas nos mirábamos a los ojos y nos hacíamos las preguntas ‘¿por qué se llevaron a nuestros hijos, a nuestras hijas?’, y empezamos a ver que se los llevaron porque eran militantes, militantes con el deseo de cambio de un sistema, que querían el país para todos y todas, que querían otra sociedad».
El abrazo de las madres de Plaza de Mayo se extendió en toda la Argentina, en todo el continente, en todo el mundo.
Donde hubiera una persona ausente, donde el ejército, la policía, paramilitares o civiles le arrebataran un hijo, hija, a alguien, las madres apoyaban. Nora es ejemplo de esto.
En México, por ejemplo, el abrazo de Nora se extendió hasta las luchas del Comité Eureka, de Rosario Ibarra de Piedra, que buscó incansablemente a los hijos de las madres víctimas de la Guerra Sucia.
También, en años recientes, el abrazo de Nora llegó a los padres y madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos por el ejército mexicano el 26 de septiembre de 2014.
En octubre de 2016, a unos meses de la desaparición forzada de los estudiantes, Norita fue de las primeras voces en condenar la desaparición. Ese día, desde Argentina, dijo:
«Tenemos que encontrarlos con vida, y además tenemos que luchar por todas las víctimas que hay en México en estos años y que se termine esta persecución al pueblo. Toda nuestra solidaridad y todo el apoyo para lo que ustedes dispongan».
En un país con más de 110 mil personas desaparecidas, las palabras de Norita no fueron menores. Su conocimiento profundo de las causas de la desaparición le daban el tino de afirmar, frente a millones, un secreto a voces: «La desaparición forzada es el crimen de crímenes».
¿Por qué? Porque no sólo son los militares o fuerzas del orden quienes la cometen, sino que al encubrirla, es toda una estructura estatal. Un crimen de Estado.
Regresamos a la entrevista de 2012, y sus palabras, aunque parecen situarse en México, donde el ejército obstruye el acceso a la Verdad, en realidad hablan de Argentina:
«Una de las principales causas que nos llevan a seguir cada día con más fuerza, es la apertura de los archivos. Nosotras creemos que es un derecho inclaudicable que se abran para saber qué pasó con todos y cada uno de los detenidos desaparecidos, tenemos ese derecho y lo queremos ejercer permanentemente. Por televisión, el genocida mayor de la Argentina, Videla, que a mí me da repugnancia hasta verlo, en un reportaje dijo que archivos había, que no estaban todos, que estaban desprolijos pero que había».
Después, Norita, con su voz de abuela, de madre, que abraza, da las gracias:
«Mi marido falleció, tengo otro hijo, mis nueras, mis nietos, mis bisnietas, y, eso también, los amigos, las hijas e hijos postizos que nos fueron acompañando y que nos dan la fuerza de todos los días. Pero no es suficiente, queremos saber qué pasó, y es parte de este futuro que está presente».
Y, como un mensaje para nuestros días, Norita concluye, sin tapujos:
«Nuestro futuro es incierto, no sabemos cuánto vamos a vivir, pero tenemos un pueblo hermoso que acompaña y lo ha mostrado este 24 de marzo de 2012, cuando miles y miles y miles de personas estuvieron en las calles, en distintas marchas, que no importa esta o aquella, la gente salió a la calle, con los bebés chiquitos, con los cochecitos, con la gente mayor, salió a la calle para repudiar la dictadura, para que Nunca Más, y para llegar a ese país que querían nuestros hijos y nuestras hijas con justicia social. Falta, logramos mucho, falta mucho, y es parte de nuestra lucha seguir para tener ese país que soñaron ellos y que soñamos nosotros, ustedes, los que nos acompañan».
Y, sin dejarlo pasar, dejó plasmado su deseo, el de muchas y muchos, de antes y ahora: «Otro mundo es posible, y es un mundo para todas y todos».
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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