Nuevas subjetividades están surgiendo en el ámbito popular de Colombia con un protagonista: los 12 millones de jóvenes. Mientras el gobierno de Iván Duque le apuesta al desgaste y a la represión, los jóvenes colombianos buscan nuevas maneras de organización, ajenas a toda las formas conocidas de los movimientos sociales
Texto: Daniela Pastrana
Fotos: Daniela Pastrana y Gabriela Espejo
BOGOTÁ, COLOMBIA.- El Paro Nacional es una movilización heterogénea, diversa, amplia, con múltiples expresiones de movimientos sociales, viejos y nuevos. Aunque está enmarcado en la fallida reforma tributaria, concita demandas y agravios de muchos años. Su personaje protagónico encarna en los jóvenes. Pero a diferencia de otras movilizaciones, no es la juventud ilustrada, sino la que ha sido despojada de presente, de futuro y de esperanza.
Kevin Siza Iglesias, líder de la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios (ASEU), lo resume así: a pesar de que los estudiantes están inmersos en la movilización y que incluso, por su experiencia organizativa, propician y ayudan a avanzar en dinámicas de organización popular, no son los universitarios los protagonistas de este Paro, sino los jóvenes que históricamente no habían estado organizados.
“Colombia tiene una población cercana a los 12 millones de jóvenes (de 14 a 28 años) y hoy hay una profunda crisis en términos de acceso a la educación, sobre todo a la educación superior, y de acceso al trabajo. Las preocupaciones centrales de muchos jóvenes que hoy están en la calle son fundamentalmente el trabajo y la educación, las oportunidades que les ha negado el modelo económico que se ha implementado, la organización política, y las dinámicas de la relación del Estado con la ciudadanía y los movimientos sociales”, dice el abogado y estudiante de maestría, en una conversación con Pie de Página.
“Hoy lo que sirve de abono para el surgimiento de las protestas es que hay unas demandas diversas, del orden nacional, del orden territorial, hay muchachos que se movilizan porque en su barrio no tienen un parque”.
—Hablamos de una movilización y una crisis cuyas causas rebasan la reforma tributaria…
—Sí. Es una movilización que se fue gestando en esta última década —dice.
Luego hace un apretado recuento: “En 2011 hubo un paro nacional universitario que impulsó el Movimiento Amplio Nacional de Estudiantes Universitarios (mane) en contra de una propuesta del expresidente Juan Manuel Santos para reformar la ley actual de la educación superior para incorporar el lucro como uno de los mecanismos para la nueva regulación del mercado educativo. Se logró derrotar esa reforma a partir de la movilización. Luego, en 2013 hubo unas dinámicas de movilización agrarias y campesinas, muy fuertes. El Paro Agrario Nacional se desarrolló fundamentalmente en las regiones rurales y se expresó con mucha fuerza durante 2013 y 2014. En 2015 y 2016 se desarrollaron dinámicas del sector indígena, históricamente discriminado por el Estado. También hubo dinámicas de movilización de los maestros y en el 2018, recientemente, hubo un paro de estudiantes universitarios. Ese fue el último escenario de gran movilización, que exigía mayor presupuesto para las universidades, porque literalmente se estaban cayendo. Y finalmente, la movilización del 21 de noviembre de 2019, que creemos que marca una etapa completamente nueva porque logra superar las lógicas de muchas sectoriales de estudiantes, profesores, campesinos indígenas y logra juntarla…”.
—Pero fue más pequeña que ésta…
—Más pequeña, pero era un punto de inflexión en la dinámica de la movilización que se venía desarrollando como producto de un acumulado de las luchas sociales en el país y que de una u otra manera se detienen con el confinamiento por la pandemia de covid. Pero ya estaba instalado el chip de la movilización social de la gente. La sociedad ya había entendido que la movilización, salir a la calle a protestar, es una herramienta para exigir derechos y para rechazar políticas e interpelar al Estado.
Esta situación supera las dinámicas de movilización territoriales que se daban. Por ejemplo, paros cívicos en regiones. Hubo paros cívicos en Catatumbo, en el noroccidente del país. O paros cívicos en el sur, Buenaventura, en el Chocó, territorios olvidados por el Estado, y en el marco de la pandemia todo eso se detuvo parcialmente. Pero incluso, en septiembre del año pasado, aquí en Bogotá, con el asesinato de un abogado, Javier Ordoñez, se reinicia una nueva dinámica de movilización, dispersa. Por eso, expresiones organizadas de los movimientos sociales ubican al 28 de abril como un punto de inicio. Y nadie se esperaba, nadie, la dimensión de esta movilización. Ni el Comité Nacional del Paro, nadie. Cuando pasamos el primer día, y va el segundo día y va el tercer día, igual de masivo, la gente con disposición de estar en la calle. Desbordó la capacidad de las organizaciones existentes, tradicionalmente en el movimiento juvenil, por ejemplo.
—Y generó también una respuesta del Estado no esperada…
— Nadie esperaba estos niveles de represión, aunque del uribismo y del gobierno de Iván Duque se puede esperar cualquier cosa. Es decir, es la continuidad de una política de guerra. La continuidad de la lógica de solución militar del conflicto, del tratamiento de criminalización a la protesta social, a las organizaciones de derechos humanos. Nosotros decíamos: “aquí lo que hay que hacer es seguir atizando la movilización”. Y se generó, en esta generación (de manifestantes) en particular, esa construcción de un nuevo sentido común, que supera incluso las lógicas éticas y culturales heredadas del proyecto neoliberal y sacudirse definitivamente, ir hacia otras formas de sentido común, que se relacionan principalmente con lógicas comunitarias, colectivistas, lógicas alrededor del movimiento feminista, que está teniendo una emergencia impresionante, del movimiento ambientalista. Todas esas nuevas subjetividades que están emergiendo en el campo popular y que de una u otra manera están incidiendo de forma definitiva para poder avanzar en la construcción de otros países posibles.
—En esta emergencia también hay un poco ya de desarticulación. Y muchos jóvenes que están en la primera línea, que interpelan a todo lo que significa autoridad, no siempre parece que tengan muy claro cuáles son sus demandas…
—Hay un fenómeno complejo. Una paradoja: existen ejercicios de politización, la movilización misma es política. Pero esos ejercicios de politización dentro del movimiento de protesta, de alguna u otra manera son limitados a las estructuras organizativas tradicionales que existían en el movimiento:
Esa existencia de niveles de politización, incipiente en muchos casos, no hay ideologización dentro del movimiento. A pesar de que se interpela a toda autoridad, hay dificultades en identificar hacia dónde, y lo complejo es que, por lo multitudinario y diverso, se ha hecho difícil la articulación. Incluso las organizaciones que coordinaban el paro a nivel nacional se desbordaron, están deslegitimadas ante la gente, que no se reconoce en las organizaciones que convocaron el paro y que, en últimas, terminaron llamando a levantar los bloqueos. Y hoy, aunque hay un reflujo en la movilización, el Paro se mantiene por los jóvenes y sigue teniendo movilizaciones con otras modalidades. Porque los muertos pesan. Y la represión ha tenido su efecto.
—En la charla que diste a la misión internacional de observación decías que se estaban gestando nuevas formas de democracia participativa y que los universitarios estaban ayudando a hacerlo. ¿Cómo es eso?
—Son iniciativas que surgen para concitar escenarios de encuentro con las comunidades. Jóvenes organizados, jóvenes no organizados. Sobre todo, se trata de fortalecer esa línea entre la universidad y la sociedad, con la idea de que la universidad es para transformar. Nosotros concebimos la necesidad de avanzar hacia un proyecto de sociedad distinto y eso ha implicado que ubiquemos esas formas de encuentro con las mismas comunidades. Y ahí la gente llega a partir de una olla comunitaria. Hacen una olla, con donaciones que lleva cada uno, y a partir de la olla se construye un diálogo comunitario que permite identificar cómo son los problemas de los barrios. Pero no sólo se plantean problemas. A partir de ahí, de la olla, se construyen agendas para construir redes en los territorios. No necesitamos que la movilización sea un fin en sí misma, sino una herramienta que nos permita avanzar en procesos comunitarios, en procesos de formación, de autogestión de las mismas comunidades y en eso los universitarios por sus tradiciones organizativas, y porque, digamos, tienen otro nivel de politización, incluso de ideologización, están jugando un papel clave
—¿Cómo se están relacionando ustedes con ellos?
—Desde el año pasado los campos están vacíos, las clases se están dando virtualmente. La poca oferta de cupos universitarios en las universidades públicas hace que muchos estudiantes se trasladen a las ciudades a estudiar y ahora mucha gente está, digamos, en sus territorios, en los pueblos. Eso ha sido complicado para la comunidad estudiantil, articular, porque no le ha permitido articularse a sí mismos y construir una demanda con reivindicaciones, pero esa tradición organizativa y esa experiencia acumulada en el universitario ha ayudado a que en muchos en donde no había procesos de nada la gente haya salido por la movilización. Pero crisis de representación no sólo es con relación al Estado, sino también con las formas organizativas que los sectores sociales de izquierda están planteándole a la gente. Hay dinámicas en las que muchos pelaos de primeras líneas o muchos pelaos que se movilizan y tienen otras formas de organización ven con distancia a las organizaciones previas existentes. Son conflictos que se presentan por las mismas dinámicas del movimiento real pero que le están dando una experiencia política a mucha gente que nunca la había tenido
—Decías que los muertos pesan. ¿Ves alguna posibilidad de encauzar este movimiento? ¿Qué podemos esperar?
—Hoy la solución para el gobierno es la continuidad del tratamiento de guerra a la protesta social. Dilatar, a partir de la simulación, porque este gobierno simula mucho, simula con la implementación del Acuerdo de Paz, a pesar de que no hay un acuerdo práctico se hacen reuniones y se hacen cosas para aparentar. Entonces, ellos le van a apostar a mantener la estigmatización para ubicarse en el escenario de las elecciones del próximo año, con una propuesta fuerte que pueda tener mano dura contra los violentos. Pero hay mucha gente que no ve en la salida electoral ese escenario pero que no logra identificar aún una agenda. Porque el Comité Nacional de Paro que existía, en la lógica de defender sus acuerdos políticos, intentó aplacar la movilización y eso generó una crisis tremenda de deslegitimación de ese comité que era el que podía articular. En este momento hay una crisis porque eso se rompió y obviamente eso hace que se haya hecho muchísimo más difícil lograr convocar a un encuentro de todas las organizaciones movilizadas para decidir a dónde vamos. Ese es el problema. Esa crisis de representatividad también tiene que ver con las nuevas formas en la que se deben tomar las decisiones para los ejercicios de movilización. Entonces, lo que yo veo es que esa situación está generando desgaste. Por eso, el conjunto de las demandas que se están exigiendo por distintas voces debe ser recogido en clave movimiento juvenil.
Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.
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