Tenemos que asumir también que tenemos una responsabilidad compartida si seguimos contando muertos y contagios en todos lados. La pregunta entonces es: ¿qué queremos hacer para alcanzar nuestra anhelada normalidad? y ¿cómo queremos contribuir, desde nuestra posición, para ayudar a salir más rápido de este periodo que ya nos tiene muy cansados?
Por Cynthia Rodríguez
Al principio de la pandemia nuestras esperanzas para frenar millones de contagios y muertes estaban basadas en el descubrimiento y producción de vacunas.
Cuando eso pasó, surgió otro problema: ¿cómo y a quiénes se comenzarían a repartir?
La solución fue obvia, pues fueron los países más poderosos los que empezaron a adquirirlas.
Naciones como Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Israel, fueron desde un principio quienes acapararon las vacunas autorizadas, mientras que en otros países, como Rusia y China, apostaban a la producción propia para calmar la demanda que ya tenían en casa.
Las vacunas se convirtieron muy pronto en la manzana de la discordia pues la carrera para inocular a la población mundial, de repente se convirtió en algo selectivo y en un privilegio a la que no todos podían aspirar.
Un ejemplo, para no ir más lejos, fue el inicio de los Juegos Olímpicos de Tokyo, pues muchos de los participantes que daban positivo eran de los países donde las vacunas aún son un sueño, principalmente del continente africano.
Por ende, el virus sigue avanzando, mutando, contagiando y, aunque en Occidente se puede decir que en menor medida, también sigue aniquilando a muchísimas personas.
Entonces, la esperanza que representaban las vacunas en un principio no ha tenido el efecto deseado, porque repito, su repartición (por diferentes motivos, pero principalmente económicos y políticos) no ha sido homogénea.
Así, aunque la llamada “normalidad” sea algo aspiramos que en todo el planeta, algunas veces parece una misión imposible. O hay decenas de países donde las vacunas aún no llegan o, donde llegan, han surgido movimientos antivacunas que protestan, dudan, crean teorías conspiracionistas y boicotean.
¿Quién nos hubiera dicho que volver a tener nuestra vida ‘normal’ sería tan difícil?
El pasado 6 de agosto, la advertencia italiana de deber tener el pasaporte sanitario para poder entrar a restaurantes, museos, teatros, gimnasios, etcétera, se hizo realidad.
Las imágenes de filas y filas en todos estos lugares para poder acceder en pleno verano no dejaron lugar a dudas: el decreto se cumplió, aunque obviamente muchos no estén de acuerdo y lo llamen “dictadura sanitaria”.
De hecho, ayer nuevamente en Italia donde ya el Green Pass es una realidad desde hace tres días, las protestas no se dejaron esperar y en las principales ciudades -como también ocurrió en Francia, donde será a partir del lunes- también se manifestaron de norte a sur contra la medida.
Así, la medida que entró en vigor para controlar la vacunación trámite Código QR es cada vez más necesaria si se quiere viajar, si se quiere visitar museos, teatros o cines, si se quiere asistir a un gimnasio o una alberca.
Pero veamos quién tiene derecho al pasaporte sanitario: En primer lugar, quien ya completó el segundo ciclo de vacunación. También quien tiene una dosis de la vacuna en al menos 15 días; quien tiene un certificado de cura de covid por no más de 6 meses; quien posee el resultado de una prueba negativa efectuada las últimas 48 horas.
También tiene derecho a quien, por motivos de salud, se debe abstener de la vacunación.
El pasaporte sanitario se debe exhibir en restaurantes, pizzerías, bares, pastelerías y pubs, así como en los conciertos, teatros, museos, estadios, gimnasios, piscinas, ferias, congresos, y concursos públicos.
De hecho, el próximo ciclo escolar en Europa está garantizado que sea en presencia gracias a que la gran mayoría de profesores, en todos los niveles, ya están vacunados. Hasta hace una semana, en Italia faltaba el 15 por ciento. Las autoridades han comenzado a presionar para acelerar la vacunación en este sector.
Lo mismo para los estudiantes de preparatoria y universidades que, deberán estar igualmente ya vacunados.
Por el contrario, a los maestros que se nieguen a vacunarse no los dejarán asistir a dar clases y con cuatro faltas, ya no les pagarán el sueldo mensual.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en México, los padres de familia en Italia apuestan con todo para que las clases sean en su totalidad presenciales, porque a más de año y medio de distancia desde el inicio de la pandemia, los costos en la salud mental de los hijos son ya muy altos.
Estamos en otra etapa. Las vacunas claro que han ayudado a que los contagios sean menos letales y las recomendaciones de evitar salir, usar cubrebocas y alcohol desinfectante siguen vigentes, pero a estas alturas, ya muy poca gente en todo el planeta se queda en casa. Tenemos que asumir también que tenemos una responsabilidad compartida si seguimos contando muertos y contagios en todos lados.
La pregunta entonces es: ¿qué queremos hacer para alcanzar nuestra anhelada normalidad? y ¿cómo queremos contribuir, desde nuestra posición, para ayudar a salir más rápido de este periodo que ya nos tiene muy cansados?
Periodista mexicana radicada en Italia, donde ha sido corresponsal para varios medios. Autora del libro Contacto en Italia. El pacto entre Los Zetas y la '
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