«Que no haya más cicatrices de la violencia, que nuestro grito haga eco»

25 noviembre, 2020

La historia de esta adolescente de la Montaña de Guerrero, abusada física y sexualmente de forma cotidiana por dos hombres desconocidos que la contagiaron de VIH, concentra las violencias sistemáticas que enfrentan las mujeres

Texto: Isael Rosales

Fotos: Lenin Mosso

GUERRERO.- Mis pasos se hundían en la densa noche en el río Jale de Tlapa. Caminaba más rápido de lo acostumbrado, algo presentía en el ambiente, miré a los lados, pero en el río nadie habitaba a pesar de que tendría apenas un par de horas que el atardecer se había ido, junto con la esperanza. De pronto una mano me tomó con violencia y me arrastró a un carro negro…

Debo decir, sin embargo, que hace 16 años mi historia se trazaba diferente con mi carrera de médica, eso pensaba desde que era muy pequeña. Lo recuerdo bien “clarito” porque en ese tiempo andaba jugando entre los surcos en los campos agrícolas. Mis padres iban a trabajar a San Luis Potosí, Durango y Tamaulipas al corte de jitomate, chile y tomate cherry. De 15 arpillas de corte de chile al día pagaban 200 pesos y el bote de tomate cherry lo pagaban a 5 pesos. Entre esa cosecha y los surcos de la explotación me la pasaba jugueteando.

Miraba cómo sufría mi mamá, no sabía leer ni escribir. Ni siquiera entendía bien el español porque somos nahuas, además de la miseria que vivíamos flor de piel. Por eso le prometí que sería una médica para que cuando se enfermara yo supiera qué darle para su curación, la iba a cuidar y enseñar a leer y ya no tendría que andar trabajando.

Sinceramente me hubiera gustado que me llamaran Felicidad. Siempre fui alegre, juguetona, estaba llena de vida. Era bien risueña. Mi mamá me pedía que le sobara sus pies porque llevaba un tiempo con problemas de diabetes, me decía que le dolía, pero le hacía cosquillas para que pudiera reír: “ay, mamá, cómo me gusta jugar contigo”. Era muy traviesa.

En ese entonces no sabía que dejaría de correr o que mi risa se borraría de tajo. Mi camino de ser médica quedaría truncado por la demencia patriarcal. ¿Por qué me pasó a mí? Quizá ya me seguían esas sombras funestas. El miedo cayó sobre mí, sin que me diera tiempo de gritar, todo quedó en silencio. Mi boca no habla, sólo mis pensamientos recuerdan una y otra vez a esas bestias malditas. Mi historia cambió bruscamente, pero que quede claro que me forzaron esos demonios que se alimentan de la violencia.

Era un septiembre, no recuerdo exactamente si fue hace cinco años o hace un año, cuando pasaba por el río Jale, después de ir al centro por un mandado de mi mamá. Un hombre desconocido tomó mi brazo. Eran dos encapuchados, sólo se miraban sus ojos y traían un gorro. No sé si me andaban siguiendo, pero ahí fue cuando me levantaron, me secuestraron y me subieron a un carro negro con vidrios polarizados. Traté de hacer fuerza, pero me empezaron a golpear y me dieron una puñalada bajo la costilla. Me dijeron: “te vamos a matar y a tu mamá también”. Todo ocurrió en el río donde me levantaron y me llevaron rumbo a la gasolinera de Atlamajalcingo del Río, en las afueras de Tlapa. Ahí me violaron. Me exigieron mi número de teléfono con amenazas.

Fueron muchas veces. Me llamaban por teléfono y me decían que tenía que salir y que si no iba, ellos iban a ir por mí donde estuviera; que me iban a matar junto a mi madre. “Tienes que salirte solita si no te matamos, tienes que decirle a tu mamá que vas a comprar o tú sabes cómo le vas a decir, pero te vienes sola porque si no ya sabes, de todas formas, ya conocemos a tu mamá”. Por eso tenía miedo de decirle a mi mamá, no quería que le fueran hacer daño. Eran dos hombres, uno mayor de edad y gordo y el otro más joven.

A varias partes de Tlapa me sacaban y me amenazaban de que iban a ir por mi mamá. Les dije que no la tocaran, que no le hicieran daño. Tengo miedo, de hecho, cuando me apuñalaron, le mentí a mi mamá. Le dije que me había caído con los trastes y que el cuchillo me había picado: “ay, mamá, no te quería decir, pero me caí en el patio cuando llevaba los trastes a lavar y se me encajó”, pero no fue verdad. Aún tengo cicatriz. Nunca identifiqué a esos hombres, ni siquiera ahora reconocería su voz.

Si se llegan a enterar que mi voz llega a ustedes, a las personas que están leyendo mi relato, seguro que nos matan a mí y a mi mamá, eso es lo que siempre me repetían. La última vez que me llevaron fue cuando perdí a mi bebé, producto de una múltiple violación. Tampoco recuerdo bien, pero sería en el mes de abril de 2020 o en septiembre de 2019, la verdad es que desde hace un año he quedado con traumas severos. Ahí fue cuando le conté a mi mamá todo lo que me había pasado, ella luego quemó el chip de mi celular para cortar comunicación con los malhechores.

Mi mamá me hace preguntas, pero no quiero saber nada. A nadie reconozco, pero le digo a mi mamá que no vaya andar diciendo nada, ni denunciando, porque si no, nos van a matar, me da terror de sólo pensarlo. No podemos saber si sólo nos espantan, pero si es de verdad nos van a matar a las dos.

El domingo 14 de junio llegué al Hospital General de Tlapa, una vez que me habían detectado VIH en el Hospital de la Madre y el niño guerrerense, también me dijeron que tengo desnutrición severa y anemia tipo II. Nada más de repente empecé a bajar de peso, antes pesaba 55 kilos. Ahora no puedo ni pararme de mi cama desde hace dos meses.

Estoy muy cansada, los dejo con mi mamá para que siga mi relato de cómo vivimos ahora.

***

Estoy preocupada por mi hija que está mal. A veces no tengo para curarla ni para darle de comer. Hay un polvito que le doy en su atole y agarra fuerza, pero si no le doy, se debilita. Pasó que ella fue violada, yo no lo sabía hasta que se le murió su bebé en el Hospital de la Madre y el Niño, fue ahí donde me enteré. El doctor me mandó decir que fuera de urgencia, no sabía que era por mi hija. Entonces me dijeron de la enfermedad que tenía, pero no me esperaba que estuviera mal mi hija, apenas tiene 16 años. Estoy preocupada y sola, no tengo a nadie. A veces no la puedo dejar sola porque está enferma, me dedico a cuidarla.

La levantaron en el río Jale. A veces la notaba triste, ni siquiera quería comer. Le decía, “¿qué tienes, hija?, pero molesta me contestaba: “no me estés hablando”.

A veces me siento bien mal porque tengo la diabetes. Le digo: “ay, hija, ahora estamos solas”. Ella se hace la fuerte y me dice que me vaya a trabajar, pero no la puedo dejar. Tlachinollan nos apoyó con un poco de maíz y con eso le hago su atole, sus tortillas y le echo el polvito que le da fuerzas para caminar, le doy tres veces al día, es lo único que le ayuda a caminar.

Y hasta ahorita ando trabajando, sólo que ahora no mucho por mi hija que está enferma. Necesito cuidarla, si cuando estoy aquí se me cae, ahora que no esté es más complicado para ella, que no se puede parar ni agarrar agua. En ocasiones hay señoras que me contratan para lavar ropa, hacer el aseo y luego me regreso para no dejarla mucho rato. Si salgo cuando llego, la encuentro llorando y no soporto que mis lágrimas salgan. No puedo dejar de trabajar por mi hija. Luego me pide pozole, come sus dos platos, le compro unas patitas de pollo para que tenga más sabor.

Una vez trabajé con un maestro haciendo el aseo en su casa, me pagaba 800 pesos a la semana. En otras partes me dan 50 pesos o 100 pesos al día, con eso ya tengo algo para comprarles a mis niñas, pero a mi hija Libertad ya no la puedo dejar, porque últimamente está empeorando. No camina, no puede salir. Ahora no tiene fuerza, cuando come le tengo que poner almohadas para que se siente en la cama.

Los doctores dijeron que la habían contagiado del VIH, todas las noches tiene que tomar pastillas porque si no lo toma ella se puede morir, me dijeron. Le desgraciaron la vida. Exijo a las autoridades que castiguen a los responsables, que los encierren porque no es justo, mi niña está sufriendo, ella es chica, tiene la vida por delante, me la desgraciaron los malditos, por eso exijo que castiguen a todas las personas que violan a las mujeres.

Les digo a otras mujeres que cuiden a sus hijas porque hay personas que desgracian la vida como a mi hija. Cuiden a sus hijas, no les vaya a pasar lo que me pasó con la mía. Acaban no solamente con la vida, sino con la de toda la familia. Que no haya más cicatrices de la violencia, que nuestro grito haga eco y no deje al silencio.

*Los nombres de las víctimas se omitieron por su seguridad. 

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