Sepultar a un familiar que fue desaparecido es un acto doloroso. Es la verdad con su calma y, al mismo tiempo, su tormento. Algunas mujeres anduvieron ese camino y su experiencia limpió el camino para otras que apenas comienzan
Textoy fotos: Daniela Rea
Entre el 2017 y 2019 el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) analizó los restos humanos calcinados que fueron encontrados en tres ranchos, en los alrededores de Cuauhtémoc, Chihuahua. Logró obtener el ADN de 29 personas, entre ellas los familiares de Rosa Ema Gámez Soto, Idalia Gutiérrez y Hortencia Gutiérrez.
Ellas cruzaron la niebla de la duda y conocieron la verdad. Pudieron sepultar y despedirse de sus hombres. Lo que ellas han aprendido puede ayudar a otras mujeres que comenzarán ese camino.
–Si usted pudiera compartirle a otras mujeres que van a pasar por esto, algo de lo aprendido, algo que les haga el camino más fácil a ellas, ¿qué sería?-, se le pregunta a cada una de ellas.
“Una cuando pasa por esto dice ‘me voy a morir’ y no te mueres. Una dice ‘no voy a poder’ y sí puedes. Yo les diría que hay que sacar valentía y fuerza, que busquen dentro de ellas. Y que pidan ayuda, busquen ayuda”, dice Rosa Emma.
“Un día fuimos a acompañar a una amiga que le entregaron sus reminentes y le conté a mi hija que fui a acompañarla. Mi hija dice que eso significa que ya estoy mejor, que ya asimilo muchas cosas. Aunque es difícil porque te acuerdas y se te remueve todo, pero aquí seguimos. Una cree que nunca va a salir, que nuca va a poder con tanto dolor y día ya estás acompañando a otra compañera”, dice Idalia.
“Yo no soy de esas personas que dan apoyo, yo no puedo dar consuelo, todavía tengo mi dolor muy clavado, no se ha terminado. Yo sólo quería estar empastillada en mi cama para no saber lo que pasó”, dice Hortencia y, aunque diga que no sabe cómo, comienza a narrar lo que la ha hecho sentir mejor estos meses: “A mí me ha ayudado mi trabajo, me sirve de terapia. Hago pan casero desde hace 25 años, empanadas integrales de manzana, pan de levadura, galletitas amasadas con crema. Mi mamá me enseñó y yo le enseñé a mi hijo, él hacía para mantenerse… No sé de dónde ha salido toda la fuerza, hace unos días le dieron la noticia a una compañera y fuimos a estar con ella. Cuando enterré a mi hijo pensé que ya no iba a ser aceptada en CEDEHM, pero me dijeron que siguiera yendo para no estar sola y apoyar a las demás compañeras. Y yo las acompaño, pero no hay consuelo. Las acompaño aunque sea con un abrazo y sí, estar juntas ha sido una bendición”.
El 12 de diciembre del 2019 Dora Corral fue notificada por el EAAF que su hermano Miguel Alberto Corral Loya había sido identificado entre los restos óseos calcinados recuperados en el rancho Dolores, Cuauhtémoc, Chihuahua. Mercedes Doretti fue quien le dio la noticia.
Beto, como le decía Dora, era policía municipal de Batopilas y fue desaparecido el 16 de julio del 2011 cuando realizaba un viaje de trabajo. Iban a la sierra escoltando a trabajadores municipales que instalarían alumbrado público y pagarían la nómina. Los policías y empleados fueron emboscados y las patrullas fueron calcinadas.
Dos meses después personal de la Fiscalía citó a Dora para decirle que habían encontrado un rancho con restos calcinados y que debían tomarle muestras de ADN. Le dijeron que estaban tan mal los restos, que quizá después de los análisis no les entregarían restos, sólo una carta de defunción.
“Nos dieron aviso que iban a venir antropólogos argentinos a hacer las pruebas porque los de aquí necesitan casi todo el esqueleto para sacar una prueba de ADN y los argentinos estaban más especializados. Pasó tiempo hasta que nos llamaron los argentinos para sacarnos otras pruebas de ADN y nos hicieron una entrevista para saber un poquito más”, dice. Dora recuerda que ella les pidió que le hablaran con la verdad, “de persona a persona”.
En diciembre recibió una llamada del EAAF, la citaban en la Fiscalía de Cuauhtémoc porque había noticias. Dora viajó desde Parral.
“En el camión empecé a llorar, a sentir feo. Nadie pudo acompañarme y vine sola y ya me dijeron ‘sí, es su hermano, encontramos 14 restos’. Me enseñaron las fotos de cómo lo encontraron; me enseñaron el campamento que habían hecho los malos, había un tipo baño, botellas energetizantes tiradas por ahí. Era un campo, árboles y un río… me lo enseñaron en las fotos. Me enseñaron cómo estuvieron las pruebas, cómo hacen ellos su trabajo. Yo no pensaba nada, sólo me decía a mí misma ‘¿por qué tantas malas noticias este año? Ahora sí ya me quedé sola’”.
Cuatro meses antes de esta cita Juan Gilberto, otro de los hermanos de Dora, había muerto por una enfermedad. Dora estuvo con él en el hospital hasta que cerró los ojos. Dos muertes distintas, una con el cuerpo entre los brazos; otra…
“Mi hermano Gil estaba muy enfermo, sufría mucho en el hospital y yo fui a la capilla y le pedí a Dios que se lo llevara ya. Lo abracé, le di un beso en su frente, le acaricié su cara, le dije ‘Ahora tú me vas a cuidar a mí’. Me despedí de Gil. Beto, en cambio, me pongo a pensar que la muerte no fue buena. No quiero saber lo que haya sufrido él, lo que haya pensado, si lo torturaron o no. De Beto me hubiera gustado entregarlo, como a Gil, decirle a mi mamá ‘aquí está tu hijo’, verle su cara por última vez, sus facciones, despedirme…”.
“La gente me dice que va a descansar, yo sé que va a descansar y que voy a tener dónde hablarle, pero me voy a quedar sola y eso es muy difícil. Beto era mi hermano mayor, en quien más me apoyaba, el que me enseñó a no dejarme de la gente”.
El 9 de enero del 2020, casi un mes después de hacerle la notificación, Dora recibió los restos de su hermano y los sepultó en Parral, junto a su madre y sus dos hermanos.
“No sé aún cómo vaya a ser el proceso de asimilarlo, si ahorita ando como loca, ni las gracias di a los argentinos por haberme entregado a mi hermano. Los de la Fiscalía me habían dicho que quizá no encontraban nada, que quizá en las pruebas se hacían muy chiquitos, pero los argentinos me dieron 14 huesos, de la cervical, de la clavícula, del fémur, de la cadera y una costilla”.
–¿Qué te gustaría decirles a tus hermanos Beto y Gil?
–Yo ahorita les digo, bueno, «pues ustedes ya están allá. Yo los cuidé, yo los busqué. Ahora ustedes se van a dedicar a cuidarme». Sólo les pediría que no me dejaran sola.
En enero del 2019 Idalia, Hortencia y Rosa Ema cruzaron la niebla al saber qué había pasado con sus hombres. Un año después le tocó a Dora. De alguna forma, Dora no tendrá que hacerlo sola.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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