2 marzo, 2023
En la céntrica colonia Roma el alza de precios y de la renta no es el único factor que obliga a sus habitantes a buscar otros lugares para vivir. En una zona que es cada vez más turística, hay restaurantes que operan sin tomar en consideración a sus vecinos causándoles más que pequeñas molestias.
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
CIUDAD DE MÉXICO. – “Yo nunca me imaginé lo que era vivir sobre un restaurante. Los últimos años han sido un infierno”, cuenta Sandra sobre su estancia en el edificio del número 120 de Álvaro Obregón. En la planta baja del condominio de 16 departamentos hay dos locales de restaurantes que, durante los últimos años, han hecho imposible la vida a los vecinos. Tanto, que hay quienes ya tuvieron que dejar el edificio.
En los últimos años la colonia Roma ha estado en el ojo del huracán de la gentrificación y los procesos de desplazamiento que conlleva. El fenómeno ha llegado a tal punto, que el hecho de vivir sobre un restaurante parece ahora un factor más para dejar el lugar, alertan los vecinos de este edificio.
Las negociaciones con los responsables de los restaurantes, lideradas por un par de vecinas, toparon con la prepotencia y la impunidad. “Si tú te tienes que largar por mi restaurante, vete. Ese es tu problema, no el mío”, les respondieron a las vecinas un día que las disputas por la convivencia subieron de tono.
Este martes, después de una larga serie de denuncias y quejas, el bar brasileño Mae Joana fue suspendido por personal de la PAOT. Justo este martes, Jimena, otra de las vecinas, ya no aguantó más las molestias provocadas por los restaurantes y se vio obligada a dejar su departamento por la pobre calidad de vida que le impusieron. Pese a ello, es probable que este fin de semana se levante la suspensión del establecimiento.
“Ya estoy desesperada y me voy a ir. Soy joven y me puedo mover con facilidad, pero aquí a un lado, hay tres personas de la tercera edad, que ya no tienen a dónde ir”, comenta Jimena días antes de dejar el departamento.
“No es que nos estén pidiendo el edificio, pero ya no se puede vivir aquí y hay una clara actitud implícita de: a nosotros no nos importa”.
La pesadilla llegó al 120 de Álvaro Obregón poco después de la pandemia. Un día de 2020 sus habitantes despertaron con el ruido de taladros industriales a las cuatro de la mañana. El ruido fue incesante por un par de meses, hasta que en septiembre de ese año, el 15 o 16, la inauguración dejó muy claro el tipo de bar con el que tendrían que lidiar: de los que ponen la música a tope toda la madrugada, y coronan el pico de la fiesta con una batucada en vivo. “Los tambores se sienten en tu ventana”, comentan los vecinos.
Los restaurantes ocupan toda la primera planta del edificio. Desde la fachada hasta el patio trasero, en donde desembocan las cocinas y lo que solían ser sus extractores, que eran tan ruidosos y peligrosos, que tuvieron que ser removidos.
Los extractores, cuentan los vecinos, eran como tener una carcacha prendida, haciendo vibrar permanentemente las paredes y la estructura del edificio. Como la estructura que los sostenía sujetos a la fachada del edificio era demasiado endeble, las autoridades pidieron a los establecimientos retirarlas y tomar medidas para prevenir la emisión de gases y aromas molestos. Lo que nunca pasó. De ambos locales dejaron un par de boquetes en su muros por los que escalan aromas de sushi frito, tempura quemado, carne al carbón y humo de mezquite mezclados en nubes de aceite.
Las instalaciones de las cocinas de los restaurantes son tan malas que el calor que generan se pasa a los pisos del primer nivel. “Pensaba que estaba loca, pero sentía el calor en la noche y sabía que no era normal. Hasta que un día me di cuenta que era por sus malas instalaciones”, acusa una de las vecinas del primer nivel que quedó atrapada en un calor infernal y sin poder abrir las ventanas para evitar los olores, los humos, el ruido y las vibraciones de la incesante música de fiesta.
“Yo me considero una amante de la colonia Roma, aquí nací y aquí me voy a morir”, dice otra de las propietarias. “Cuando compré este departamento fue porque quería una vida familiar tranquila. Salió lo peor, no solo gentrificado sino con una excesiva falta de voluntad de las autoridades”
“Ahorita acabo de pasar por el brasileño”, añade una vecina que ha vivido en el edificio desde el 68. “La verdad es que solo queremos tener las cosas en paz. Ya han tenido problemas con otros departamentos por lo mismo. El problema es tanto restaurante, somos ya de la tercera edad y nos están matando, por el ruido, por la contaminación, por tanta gente. Los fines de semana tenemos que bajarnos de la banqueta a la ciclovía, yo llevo bastón y que ni siquiera se abran para que pasemos, es tremendo”, lamenta.
Las autoridades acudieron al lugar después de que un par de vecinas empezaran a organizarse para denunciar las irregularidades de los establecimientos. Por el ruido la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT) acudió a hacer mediciones de los decibeles emitidos. El resultado fue el esperado: ruido excesivo, por lo que recomendaron al restaurante instalar paneles de reducción sonora, mismos que hasta hoy no se han colocado.
“Lo del ruido ha sido la constante. Las patrullas tienen que venir a darse vueltas al menos una vez a la semana para que le bajen. Han habido días que han llegado a pasar tres o cuatro veces. Incluso, había veces que venían de la PAOT a revisar los decibeles y le bajaban para quedar justo por debajo de los 60, que es lo permitido”, comenta una de las vecinas. Eso despertó sospechas entre quienes habitan el edificio.
Estas sospechas las llevaron a investigar sobre el estatus legal de los locales y los permisos necesarios para su operación como restaurantes. El resultado solo amplió sus dudas.
“Creemos que debe de haber algún tipo de tema o acuerdo con alguna autoridad, porque según entendemos, el restaurante paga sus rentas sin emitir una factura. Cuando el último restaurante se fue, supimos que Alsea quería poner un Starbucks, pero al final no se animaron. Imagino que por esa cuestión de las facturas”, dice una de las vecinas.
“No es lo único, tengo información cruzada, porque sé que su licencia de impacto vecinal está vencida. No han hecho ningún trámite desde 2018 y el último que tienen es del 12 de septiembre de 2012, de una licencia que se tiene que renovar cada 3 años”.
Después de años de intentar que las autoridades de la Alcaldía y de la Ciudad tomaran acción en el caso, este martes la PAOT suspendió al restaurante Mae Joana. Sin embargo, desde entonces los vecinos notan que hay trabajos al interior del local, como si lo estuvieran remodelando, pues los movimientos cimbran las paredes del edificio.
“No sabemos qué están haciendo y pues hay mucha preocupación de que vayan a afectar más al edificio estructuralmente” comenta otra de las residentes.
Lo último que han resuelto es meter un escrito a la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad explicando las afectaciones que han tenido en la calidad de vida, esperando que así, puedan recuperar su tranquilidad.
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