En entrevista, Alejandra Eme conversa sobre cómo la emergencia sanitaria evidenció la importancia de los cuidados en el sostén de la vida de las personas y de los Estados
Texto: Daniela Rea
Fotos: Daniel Lobato, Gerd Altmann, LaterJay Photography y María Ruiz
La emergencia sanitaria evidenció la importancia de los cuidados para sostener la vida y al Estado. Fuimos enviados a casa para evitar los contagios masivos y con nosotros se encerró también la vida exterior: el trabajo, la escuela, la diversión, la salud.
Esos elementos se sumaron a los cuidados que ya se llevaban dentro de casa. El trabajo doméstico que no es remunerado pero que representa el 23.5 por ciento del Producto Interno Bruto, según cálculos del INEGI. Casi el triple de lo que representan los ingresos por turismo, o casi ocho veces más de lo que aporta la industria automotriz.
Alejandra Eme Vázquez, autora de Su cuerpo dejarán, un ensayo personal que cuenta su experiencia al cuidado de su abuela, conversa sobre cómo la emergencia sanitaria evidenció la importancia de los cuidados en el sostén de la vida de las personas y de los Estados. (Los cuidados, entendidos como el conjunto de actividades que permiten regenerar día a día el bienestar físico y emocional de la gente, según lo explica la economista Amaia Pérez Orozco).
En esta conversación Alejandra busca convocarnos a pensar en nuestras capacidades y conocimientos sobre ellos para ponerlos en el centro. Y a partir de ese nombrar y reconocer, imaginar formas más justas de cuidado.
Empezamos por una pregunta que es una pregunta que la misma Alejandra ha lanzado en sus talleres:
-¿De qué hablamos cuando hablamos de cuidados?
Lo que he leído, visto y escuchado es que más que cuidado en sí son cadenas de cuidados. Siempre aparecen porque hay alguien o algo qué cuidar: el objeto del cuidado, las sujetas que cuidan y cómo por esas cadenas se incluyen un montón de eslabones que son las necesidades de cuidado que tienes que cubrir. Entonces hay procedimientos afectivos, manuales, incluso de espera (llamados potencialidades) que se activan en estas interrelaciones de cuidado.
Los cuidados son procedimientos que se activan para poder solventar una necesidad. Ya sea específica o más general. Nos falta vocabulario y compartir estas experiencias. Aún no nos alcanzamos a imaginar lo mismo cuando decimos cuidado, pero me ha servido mucho hablar de cosas concretas y separar lo afectivo: el cuidado puede tener o no afecto.
–¿Por qué es importante hacer esa separación?
Porque con la idea de cuidados muy pronto aparece la idea de afecto y necesitaríamos, si pensamos en estructuras sistémicas, en cómo cuidar a personas con quienes no tenemos relaciones afectivas. Cómo cuidamos sin que haya una relación afectiva.
Pienso en el crimen contra la niña Fátima: como el cuidado se entiende como algo privado, familiar, interno, en lo que pasó nosotros no tenemos nada qué hacer, porque se da por hecho que cuidado es afecto. Y es muy difícil entablar conversaciones con cuidadoras familiares porque el afecto aparece como mecanismo de defensa. Porque también necesitamos tener autonomía afectiva, acudir a mecanismos de cuidado que sean independientes de los afectos. También puede haber afectos sin cuidado.
–En medio de la contingencia sanitaria, ¿cómo tendríamos que estar hablando de cuidados?
Creo que esta contingencia revela estructuras que no se están atendiendo. El hecho también de que las personas más vulnerables sean las personas mayores, que de por sí están invisibles. Esta contingencia revela más todavía que las estructuras están privatizadas. No en el sentido empresarial, sino que se van al sentido privado, familiar y que cada familia se tienen que rascar con sus propias uñas.
Eso fue lo que nos dijeron en las conferencias. Se habló del tema, lo que es muy importante, pero también el asunto era tomar conciencia exprés en las familias del tema de cuidados.
Nos estamos dando cuenta que tenemos que poner en la mesa los cuidados y no tenemos una estructura. Se habla de cuidados, pero siempre dentro de la familia: son asunto familiar y en lo público no existen figuras para ello.
–Está tan asumido el vínculo familiar y afectivo a los cuidados que cuesta trabajo imaginar una estructura gubernamental para ello. ¿Cómo imaginarlo?
Creo que este es justo un asunto de imaginación y de entrar, de decir sí, que ninguna idea nos parezca no viable.
En algunos lugres como Uruguay han creado programas de remunerar a cuidadores, tener un padrón de personas envejecidas, estancias infantiles (como las que hay acá) pero en esta doble visión de no sólo atender a personas vulnerables, sino también atender a cuidadores. Eso abre otra idea política. Que el Estado se encargue del cuidado de personas vulnerables y de que las cuidadoras se vuelven un grupo vulnerable.
Creo que no hay programas educativos, ni siquiera sabemos de qué estamos hablando cuando decimos cuidar, porque como está en el ámbito privado, para todos son cosas distintas. Hay que ponerlo en el sistema educativo, materias tal cual, asignaturas.
–Asumiendo que en esta emergencia sanitaria no existe o no parece existir esa capacidad gubernamental para el cuidado, surgen iniciativas ciudadanas para llenar ese vacío.
El documental Cuidado Resbala de La Mirada Invertida muestra las cadenas globales de cuidados y evidencia cómo en las zonas urbanas estamos desvinculados de por sí.
La estructura urbana está hecha para que no podamos hacer estas cadenas de cuidados y se convierten en una verticalidad de los cuidados, como si siempre hubiera una jefa.
¿Cómo tendrá que ser para que opere? La dependencia no me parece que esté mal, pero hay una manera de hacerlo que sea segura para todas. Sí necesitamos de otras personas, está bien pensar la dependencia así porque es combativa con este individualismo, pero también es cierto que no tenemos claro qué significa cuidar, depender, poniendo límites. Estamos muy a tientas en eso.
Hay saberes que no se han sistematizado. Estas cosas que se han hecho en redes en respuesta a la cuarentena son chidas y sí dan cuenta de que queremos cuidar, pero no funcionan porque no existen los significados, no sabemos a qué acudir. Todavía pensamos que es privado, que son cosas a las que no nos podemos meter.
–¿Cómo pensar el cuidado en esta contingencia? Con las limitaciones de presencia y de gestión.
Hay que poner en el congelador estándares altos de lo que debemos hacer porque ahorita nada va a ser suficiente. Creo que se trata de entender que la historia nos ha llevado a este punto: en este afán de vivir más tiempo, lo más esperanzador es voltearnos a ver a quienes somos cuidadoras y darles valor a nuestros saberes, porque en la estructura que existe no hay algo que nos dé esperanza y como que estas imaginaciones que tenemos…
¿Cómo le hacemos para sistematizar nuestros saberes y compartirlos? Y reconocer los saberes de las abuelas, de las mujeres que no viven en ciudades, que no son parte de esta conversación pero saben muchas cosas. Los saberes sobre los cuidados, nos hace falta juntarlos y pensarlos, incluso, en pequeñas comunidades. Porque si lo pensamos en lo general se rompen. Reconocer nuestras comunidades, saberlas suficientes y empezar a crear laboratorios de cuidado que podemos hacer.
Estos saberes que se van sistematizando con el tiempo empiezan a tener una influencia en demás generaciones. Es un cambio lento, parece que no son suficientes porque queremos ver cambios inmediatos y cuidar también es tener tiempo. Tener fe, esperanza. Liz (Lizbeth Hernández @abismada_) de Kaja Negra hablaba de la paciencia feminista.
–Reconocer nuestros saberes. ¿Con cuáles saberes convocarías tú a que las compañeras piensen en sus propios saberes?
En el círculo de Pensar lo doméstico son 100 mujeres y lo primero que se dice es en pensar en desnaturalizar los cuidados. Todas están ahí porque saben que cuidar no es natural, que implica un montón de trabajo que no se reconoce y es frustrante, el pensamiento ahí está.
Y esto que estoy haciendo es un esfuerzo, es sabiduría pero no tiene un nombre en lo que veo. Podríamos decir “sí estamos pensando eso muchas y eso podría operar un cambio”. La idea de que necesitamos espacios en común para conversar sobre esto y eso puede darse en las familias, comunidades asignadas biológicamente y también comunidades políticas. Encontramos interlocutoras, pero no sé qué tanto le damos esos significados.
Por ejemplo esto de que no somos pedagogas para enseñar a los hombres cómo cuidar. Antes tenía esa idea, pero si nosotras que sabemos de cuidados, ¿qué hacemos con esos saberes? El género masculino no recibe esos mandatos y ahí creo que hay una conversación pendiente. Me choca que la idea de decirles a todos qué les toca hacer, porque es otra vez el mandato de cuidados, pero sí podríamos imaginar juntas cómo podría ser en un trato justo compartir estos saberes con quienes no cuidan.
–Cuidar convoca a estar juntas, pero ¿cómo entendemos cuidar cuando estamos mirando el mundo desde nuestras ventanas?
Es una oportunidad para cuidar de nosotras mismas. La contingencia nos rompió lazos, vínculos que creímos que ya estaban dados, si podemos ver cuáles son nuestros vínculos más indispensables y primero con nosotras y nosotros, cómo nos proveemos de todas estas condiciones que proveemos a las demás personas cuando cuidamos. Puede ser interesante en esta contingencia porque de quien no podemos separarnos es de nosotras.
Por la emergencia estamos haciendo cosas automáticas, aprendizajes automáticos, pero la conversación va a ser después.
–También vemos excesos de convocatorias al autocuidado.
La semana pasada había una efervescencia de pensamientos y textos: éste es el momento para cambiar el sistema, pero yo ya me agoté, yo ya no sé cómo, ni sé si quiero. A veces sólo alcanzo a lavar los trastes porque se me multiplicaron las jornadas de cuidado.
–Ahí están las ventanas. ¿Qué va a pasar cuando salgamos al mundo otra vez? ¿Qué vamos a encontrar?
Nos acercamos a la pandemia por significados que llegaron desde personas privilegiadas, desde Europa: quedarte en casa para leer, hacer ejercicio en casa, etcétera. Esto será insuficiente para la emergencia laboral que viene para muchos.
Nos sentimos insuficientes y no está mal la incomodidad, pero necesitamos otras formas de operar porque si no viene la frustración. Cuidar tiene que ver también con estar conectada con el mundo de las maneras que se puedan y que eso no nos lleve a subestimar lo que hacemos.
Estoy muy obsesionada con eso de llenar de significados cuidados: qué significa cuidar, ser cuidada, un trabajo, lo doméstico. Y he encontrado que necesitamos instalar el vocabulario, primero que se hable de esto, es un gran logro y ahora llenar de significado el cuidado colectivo, comunidad y eso se construye en colectivo, en convenciones. Ahí hay una oportunidad.
***
Después de la charla telefónica Alejandra compartió este mensaje: “Me quedé con unas ideas que me revoloteaban, así que mejor las escribí por si sirven de algo para plantear la conversación”.
Estas son esas ideas revoloteadas:
En nuestras experiencias de cuidados asignadas a lo privado aprendemos que cuidar implica escucha, gestión de tiempo, atención, vitalidad. También aprendemos a pensar en la reciprocidad, a sentirla o no, a significarla.
Una de las grandes trampas de la dicotomía público/privado es que cuando «salimos al mundo» no encontramos muchos espacios dónde replicar estos aprendizajes porque no existen estructuras públicas de escucha atenta y porque este sistema de productividades se trata de restar importancia a nuestra corporalidad, que en el cuidado lo es todo.
Pensemos en esta contingencia, que nos está trayendo de vuelta a los cuerpos propios y ajenos para encontrarlos precarizados, disociados, desvinculados unos de otros, incluso desconocidos.
Por eso «poner los cuidados en el centro» es poner, para empezar, la escucha y el cuerpo en el centro; con ello viene mucho más, como la urgencia de cuestionar qué estamos entendiendo por satisfacción, por calidad, por amor, por remuneración. Y como eso no está, hay que construirlo.
Ya estamos haciendo muchas cosas al respecto, porque cuidamos; lo que tal vez sea nuevo para muchas comunidades es llevar esto a lo público, comenzando por el lenguaje. Y quizá al inicio se está sintiendo como que «solamente» nos estamos reuniendo a conversarlo, a gritarlo al viento, y puede ser desesperante; pero eso tampoco estaba, y al tener esas conversaciones nos damos también oportunidad para profundizar, conocer casos de comunidades en donde ya tienen sistemas de cuidados, leer autoras que han hecho aportaciones maravillosas y también reconocer los saberes de nuestras ancestras, nuestras amigas, nosotras mismas: en este asunto no hay expertas, todas somos referencia y fuente.
Puede ser que estemos en un momento paradigmático en el que muchos vocabularios comunes ya comienzan a instalar la certeza de que los trabajos que se hacen en lo «privado» sostienen la vida, los afectos y los cuerpos en lo «público», entonces al crear espacios entre mujeres para compartirlo y reconocernos, también vamos haciendo estructura, creando formas de hacernos escuchar e imaginando juntas con qué llenar esos vacíos que nos hacen falta.
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