El Plan de Negocios de Pemex desató, como otras medidas de Andrés Manuel López Obrador, un intenso debate. Pero más allá de los argumentos económicos y financieros, en el fondo lo que está en juego es algo que no entienden los adversarios del presidente: el referéndum del 2021
Twitter: @anajarnajar
El presidente Andrés Manuel López Obrador lo define como “el motor del crecimiento” para la economía mexicana.
Es uno de los temas más frecuentes en sus encuentros matutinos con periodistas, las llamadas conferencias mañaneras, y representa además el ejemplo cotidiano para recordar la corrupción y saqueo de los gobiernos anteriores.
Hablamos de Petróleos Mexicanos (Pemex), la mayor empresa de México y una de las compañías petroleras más grandes del mundo.
López Obrador presentó esta semana el Plan de Negocios para la empresa productiva del Estado, como se llama desde 2013 cuando se aprobó la Reforma Energética.
Una estrategia que, según medios especializados en finanzas y algunos columnistas, era “muy esperada” por inversionistas internacionales, aunque el proyecto se hubiera adelantado en varios momentos por el presidente.
Quién sabe si era verdad tanta expectativa, pero lo cierto es que la polémica empezó menos de una hora después de la presentación en la conferencia mañanera del 16 de julio.
En términos generales los críticos dicen que la inversión pública contemplada en la estrategia es insuficiente para 1: hacer frente a los compromisos de deuda de Pemex que se vencen en los próximos meses.
Y 2: que el dinero no alcanza para aumentar el nivel de producción y lograr la meta del sexenio, de extraer 2.6 millones diarios de petróleo.
En ambos casos la proyección de recursos públicos en los siguientes tres años –el plazo para estabilizar Pemex según el gobierno- es de unos ocho mil millones de dólares anuales. Los críticos dicen que se necesitan al menos 13 mil millones.
Otros cuestionan la decisión de olvidar los contratos de asociación con el capital privado, conocidos como “farmouts”. El argumento: las empresas asumen los riesgos por la exploración. Y además aportan tecnología que Pemex no tiene.
Y no faltó quién cuestionara el origen de los recursos fiscales para el proyecto. Una parte de ese dinero se obtendría al reducir la excesiva carga de impuestos a la empresa, que en algunas épocas superó el 150% de sus ingresos.
De nuevo, según los críticos el porcentaje propuesto por el gobierno de López Obrador es menor comparado con el tamaño de la deuda de Pemex.
Hay algo de razón en las críticas. La empresa es una de las petroleras más endeudas del mundo, pero eso ocurrió porque durante décadas se cancelaron las inversiones para mantenerla en niveles operativos, como explorar nuevos yacimientos.
El plan de negocios pretende aumentar la producción en corto plazo con una veintena de pozos ya instalados en tierra. Y además hace unas semanas Pemex renegoció parte de su deuda con una tasa de interés más baja.
No es totalmente cierto que se cancele la asociación con empresas, porque la nueva estrategia contiene planes para inversión privada. Son proyectos en el sector petroquímico, como plantas para elaborar etileno y otros derivados.
Es decir, las puertas de Pemex están abiertas a los capitalistas, pero en áreas donde estén obligados a ofrecer resultados, y no sólo utilizar los títulos de concesión para especular en los mercados financieros como sucedió con los contratos de la Reforma Energética.
Al final, como en otros temas vinculados con el gobierno de López Obrador, las críticas y el debate son escasos en argumentos de fondo.
Uno, que olvidan incluso los “ambientalistas” es la apuesta de México por los combustibles fósiles. El plan de negocios de Pemex dice que se espera una demanda de turbosina, crudo y otros hidrocarburos en economías como la India y China.
También prevé que se mantenga la demanda de gasolinas y diésel en México y América Latina, sobre todo para el transporte y también por el alto costo de los vehículos híbridos.
Sin embargo, el documento también reconoce que es un mercado que puede agotarse en mediano plazo.
A esto deben sumarse los compromisos internacionales que México tiene firmados desde hace tiempo, donde se compromete a reducir la emisión de contaminantes.
Con el plan de aumentar la producción de Pemex es difícil que se cumpla con las metas.
Pero existe otro problema, éste más local y de menor plazo. El presidente concentra una buena parte de su estrategia en el éxito de Petróleos Mexicanos, no sólo en materia económica sino en su cruzada contra la corrupción.
Hay poco margen para las fallas. Si los resultados de la estrategia no resultan como está planeado, el efecto se puede resentir en 2021.
Ese año hay elecciones federales intermedias. Y en esos días López Obrador pretende someter a consulta la continuidad o no de su presidencia.
¿Cuánto puede impactar un mal desempeño de Pemex? No está claro. Pero sin duda es una arriesgada apuesta que podrían ganar los adversarios del presidente… Si logran zafarse de la crítica fácil. Y de su profundo clasismo y odio.
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Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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