La peligrosa “estrellita” de Trump en la frente del presidente López Obrador

4 julio, 2019

Por ahora, Donald Trump está contento con la política migratoria del presidente Andrés Manuel López Obrador. Hay que andarse con cuidado. El reconocimiento de hoy puede convertirse, en la campaña por la reelección del magnate, en un golpe inesperado. Y más grave que antes, porque el presidente mexicano presume su estrategia como un triunfo de su gobierno negociador

@anajarnajar

Se lee en Twitter, se escucha en la radio, se mira en televisión, se digiere en los diarios (por quienes aún los compran): 

Al enviar a la Guardia Nacional a las fronteras para controlar la migración irregular, dicen, el presidente Andrés Manuel López Obrador se convierte en ordenanza de Donald Trump.

Inclusive hay quienes aseguran que México es el policía migratorio de Estados Unidos, y que nunca en la historia el país había estado tan sujeto a la agenda del vecino del norte.

Y se indignaron más después que el 1 de julio el magnate estadounidense felicitó a AMLO –como se conoce al presidente- por su nueva estrategia para la migración.

Lo gritan en cuanto foro encuentran. Hasta organizaron caminatas en algunas ciudades, con cientos de personas vestidas de blanco, en las manos cartulinas con mensajes plagados de errores ortográficos.

Solamente faltó quien se arrojara desde el Castillo de Chapultepec con una bandera. 

Hubiera sido un problema. Con seguridad el “héroe” se hubiera electrocutado con los cables de la CFE que se encuentran a unos metros debajo de donde el cadete Juan Escutia se convirtió en Niño Héroe.

Más allá de los chispazos, lo cierto es que en esta nueva oleada de indignación contra López Obrador muchos parecen olvidar, o lo hacen a propósito, un pequeño detalle histórico: 

Los únicos momentos en que México no ha estado sujeto a la agenda política, económica y de seguridad de Estados Unidos ha sido en 1846, 1914 y 1916.

Fueron los años en que ambos países estaban en conflicto armado: el primero por una invasión, el segundo por el desembarco de marinos en Veracruz y el tercero por la fallida persecución a Pancho Villa en suelo mexicano.

En el resto de la historia común la vida de México gira muy cercana a su vecino del norte. Inclusive al extremo. 

Archivos desclasificados en Estados Unidos revelaron que al menos dos de los presidentes mexicanos con discurso más crítico a la Casa Blanca estaban a sueldo de la CIA: Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez.

En público se rasgaban las vestiduras al hablar de los estadounidenses, pero en privado atendían sin problema las necesidades de las agencias de inteligencia de ese país.

Lo mismo ocurrió con los siguientes siete presidentes con algunas variantes: Carlos Salinas negoció el TLC y con ello integró casi por completo la economía mexicana a la estadounidense.

En su relación con Estados Unidos Felipe Calderón mantuvo una política de dos caras, congruente con su personalidad:

Por un lado criticó al gobierno de Barack Obama por permitir el tráfico de armas al país, pero al mismo tiempo autorizó bases de operaciones supuestamente secretas de las agencias de seguridad estadounidense, dentro de territorio nacional.  

Si hay un período en la historia en que México ha sido el patio trasero de Estados Unidos, con jardinero y mozo de limpieza incluidos, fue en los seis años que Calderón ocupó la residencia oficial de Los Pinos.

Ahora con memoria flaca –o convenientemente adelgazada- Calderón y sus semejantes critican la tibieza de López Obrador hacia Donald Trump.

Pero en el fondo AMLO hace lo mismo que sus antecesores. La diferencia es que él lo reconoce públicamente y asume las consecuencias de sus palabras.

Esto no significa que sea lo correcto. El trueque de muro militar contra migrantes, a cambio de posponer aranceles a las exportaciones mexicanas parece funcionar por ahora.

La felicitación de Trump a los esfuerzos de AMLO por contener a los migrantes es como una estrellita en la frente del presidente mexicano.

Pero como le ocurrió a muchos mexicanos en la escuela primaria, el premio de hoy puede ser el reglazo de mañana. 

En septiembre vence el plazo de 90 días que México aceptó para reducir la cantidad de migrantes que cruzan su territorio hacia Estados Unidos.

Sin embargo, no está claro cómo se mide el éxito de la estrategia. ¿Que llegue la mitad de los 133,000 capturados en mayo por la Border Patrol? ¿Una reducción del 80% de los 500,000 que han ingresado a México desde enero?

El veredicto final es de Trump. Y en el arranque de su campaña por la reelección puede ser apetitoso al magnate exigir que ni una persona sin documentos migratorios cruce la frontera sur de su país.

La consecuencia de no cumplir es la misma que antes del acuerdo: aranceles al comercio con México.

El problema es que López Obrador se ha dedicado a presumir la negociación con Trump. En las conferencias de prensa mañaneras suele presentarla como un éxito de su gobierno.

Pero en cualquier momento, cuando el magnate se enfrente a un nuevo escándalo interno, la tentación de golpear la piñata que para él es México es grande.

El fantasma de los aranceles puede revivir con peores consecuencias para López Obrador, quien de por sí a duras penas supera na crisis por el despliegue militar para contener a los migrantes, la oposición de empresarios dolidos por la pérdida de negocios y privilegios.

En el kínder y la primaria las estrellitas en la frente son para los alumnos bien portados y que cumplen con su tarea.

Pero a veces salen caras. Sobre todo en el recreo. 

Columnas anteriores:

AMLO y el G20: ¿Oportunidad perdida?

Desesperados por un ‘Maquío’

Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.