La partería tradicional es una forma prehispánica de ayudar a una mujer a parir. En Guerrero la Secretaría de Salud ha discriminado esta práctica. La entidad ocupa el quinto lugar en muertes maternas
Texto: Beatriz García / Amapola
Fotografía: Cortesía de Consuelo Pagaza
El termómetro marca 40 grados. Se siente calor hasta en la sombra. En la sala principal del Hospital General Dr. Juventino Rodríguez García, pacientes esperan su turno formados en una larga fila. La atención es lenta y todos quieren con urgencia un médico. Entre el bullicio y las caras desesperadas, una mujer con el vientre abultado sobresale. Se retuerce exasperada desde un pasillos.
Lucina, una costeña alta, pelo rizado y de piel tostada está formada en la fila larga. Mira con preocupación a la joven que está a punto de parir.
Como partera tradicional, Lucina conoce perfecto cuando una mujer está en labor de parto: el rostro y semblante. Se acerca a la muchacha y le pide que salga de la fila. La mujer sufre.
–¿Qué pasa, por qué no te atienden? –pregunta.
–¡El doctor me dijo que me faltaba, que me fuera a mi casa a bañar y caminara, pero ya no aguanto el dolor! –responde casi gritando, por el dolor permanente en su vientre, su sangrado negro.
Como puede, Lucina la lleva al baño para revisarla. Cuando nota el sangrado se alarma y llama a un médico del hospital. Siente la obligación de atenderla de inmediato. Se angustia porque la mujer va sola. Le pide contactos de familiares para avisarles la urgencia de trasladarla a otra clínica. El tiempo apremia. Tienen que actuar rápido.
Los presentes la miran fijamente, mientras el médico murmura que Lucina era escandalosa, y reclama que había alborotado a los pacientes.
–¿Qué le sucede a la embarazada? –pregunta malhumorado el médico que caminaba hacia ella para atenderla.
Después la ingresan.
–¿Sabe si ya están atendiendo a la muchacha embarazada que metieron? –pregunta Lucina con preocupación.
–Ya la metieron a quirófano –le responden.
“Hice el escándalo porque yo conozco a los médicos. Les dije a los doctores que ahí era un rastro”, cuenta Lucina días después. Por fortuna la mujer con el rostro constreñido fue atendida, pero conoce casos de mujeres que han muerto durante el parto dentro de un hospital.
Desconfía de los hospitales: le parecen violentos.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Guerrero ha mantenido en los últimos 30 años los primeros lugares en incidencia de muertes maternas, como Oaxaca y Chiapas.
El secretario de Salud, Carlos de la Peña Pintos, dice que durante 2018 disminuyeron estas muertes 50 por ciento en Guerrero. Pero hasta finales de mayo de 2019 el aumento es abismal. De ocupar el decimosexto lugar nacional en incidencia de muertes maternas, pasó al quinto lugar.
En regiones como la Montaña, Costa Chica y pueblos de la Sierra, se dan la mayoría de los casos. En 2017 se registraron 47 casos, 23 en 2018 y 20 hasta el 27 de mayo del 2019.
De acuerdo con el Observatorio de Mortalidad Materna, Guerrero está por debajo del Estado de México, Chiapas, Jalisco y Veracruz, aunque el año pasado el estado había mejorado la incidencia de muertes ocupando el decimosexto lugar.
El secretario afirma que en Guerrero la partería es importante para combatir la mortalidad materna. En el estado, la única escuela de partería profesional se ubica en Tlapa. Quienes acuden reciben el título de técnico partera, pero no trabajan de manera formal en coordinación con médicos.
Dice que buscan integrar a las parteras en los hospitales y la Unidad de Partería de Chilpancingo.
De la Peña Pintos señala que la Secretaría de Salud realiza capacitaciones a las parteras tradicionales, pero asegura que no todas asisten. Tienen un censo de 2 mil 714 parteras.
La partería, una práctica prehispánica
La partería es necesaria para miles de mujeres que se rigen por sus usos y costumbres –saberes cultivados en pueblos originarios–, también son comunes entre quienes viven en zonas marginadas; en extrema pobreza o donde no hay servicios de salud.
En Guerrero estos partos se llevan a cabo con más frecuencia en comunidades na savi (mixtecos), ñomndaa (amuzgos), me´phaa (tlapanecos) y nahuas, los cuatro pueblos originarios en los municipios de la Montaña y Costa Chica.
Lo más importante de parir con la ayuda de una partera es el respeto al proceso natural. No hay medicamentos ni violencia obstétrica, que va desde el tiempo de espera que padecen las embarazadas, hasta maltratos con los instrumentos quirúrgicos, según cuenta Lucina.
La partería tradicional, lamenta, no es reconocida como una práctica que ayude a la medicina tradicional. Pero la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sí le da ese reconocimiento. El 5 de mayo pasado, en el Día Internacional de la Partería, el organismo alabó a las parteras. Admitió que su trabajo contribuye a la disminución de la violencia obstétrica. También consideró necesario preservar la práctica ancestral.
El ombudsman nacional, Luis Raúl González Pérez, puntualizó que la implementación de conocimientos, experiencias y buenas prácticas de las parteras tradicionales a los modelos médicos de atención institucional, previene los riesgos obstétricos y disminuye la mortalidad materno infantil y violencia obstétrica.
La partería tradicional es necesaria y útil para mujeres que no cuentan con servicios de salud. Estos pueblos están a horas de distancia de la clínica de salud más próxima. Sobre todo, en comunidades de la Costa Chica y Montaña, donde muchas veces ni siquiera hay transporte.
En otros casos, aunque exista la alternativa de un centro de salud, las mujeres prefieren seguir pariendo de manera tradicional, porque así lo aprendieron de sus abuelas, sus madres o porque han experimentado en un hospital, donde les vulneraron sus derechos.
En Atoyac, no sólo la joven que casi pare en la sala de espera es un ejemplo de la violencia hospitalaria. Hay varios testimonios de mujeres que estuvieron solas, que médicos no permitieron a las parejas asistir al nacimiento, lo que consentiría un involucramiento del padre y, en muchos casos, dan medicina para inducir el parto.
En el quirófano estas mujeres, en plena labor de parto, con dolores intensos en el vientre, han escuchado frases como: “¡Así hubieras gritado cuando lo estabas haciendo!”, “¡Ya es tu cuarto hijo!, ¿no has pensado en planificar?”.
Algunas mujeres que sienten cada segundo cómo aumentan sus contracciones, ven al médico sentado, escuchando música y leyendo. El doctor voltea a ver y les dice con calma y desinterés: “es normal, te va a doler”.
De acuerdo con testimonios de mujeres que parieron en forma tradicional, una partera nunca las deja solas. Busca la forma de tranquilizarlas, que confíen y respiren; tampoco las alejará de su bebé cuando nazca; se los dará enseguida para amamantarlo. A diferencia de una clínica pública donde muestran al bebé y lo cargas por segundos.
Los médicos se harán cargo, lo limpiarán y cambiarán colocándolo en una cuna –según experiencias de mujeres que tuvieron a sus hijos en clínicas públicas–. A la paciente que acaba de parir la apartan en una camilla, transcurre una hora o más, la colocan en una sala, le llevan a su bebé para darle de comer. En otra hora más algún familiar podrá conocer al bebé.
La partera siempre indicará la dieta a seguir y en qué momento parar. Sugieren comer caldo de gallina, té de hierbas o fruta, para recuperar fuerzas y la sangre que pierden.
Este tipo de partos se toman cada vez más en serio en las zonas urbanas. Mujeres que tuvieron sus primeros hijos en hospitales de ciudades optan por tener un parto natural, no medicalizado, humano y cálido, que permite la compañía de su esposo, mamá u otro familiar. A su tiempo, ritmo y sin presiones, siempre en compañía de la partera.
Gloria, una partera que ha visto a más de 50 niños nacer
Gloria Olmedo Silva tiene 77 años y desde hace 43 ejerce la partería tradicional. Es originaria de Cuajinicuilapa, Costa Chica, pero casi toda su vida ha estado en la sierra de Atoyac. Logró ser galardonada con el premio al mérito civil “Hilda Flores” por su labor.
La mujer, de baja estatura, piel oscura, cabello rizado y una sonrisa que caracteriza su personalidad, desde pequeña supo que su vocación era ayudar a dar vida a otras mujeres.
Gloria también es productora de café, desde las siete de la mañana se dispuso a viajar a la cabecera municipal de Atoyac. Antes visitó a su compañera de oficio, Lucina Palacios Bautista, en la localidad de La Laja, a una hora de su comunidad.
Sentada en la entrada de la casita de madera de su compañera, sonríe y sostiene una bolsa con huamúchiles; recuerda con una carcajada que aprendió el oficio de la partería atendiendo a una marrana. A sus 12 años fue la primera vez que ayudó a parir a una mujer.
Gloria siempre ha sentido el compromiso de ayudar a las mujeres embarazadas. Cree que una mujer necesita parir en forma cálida.
“Entendemos cuando a una mujer la tenemos que llevar a un hospital. Cuando sangró a los dos meses de embarazo o no quiere poner de su parte y hacer fuerza”, comparte Gloria.
Hace apenas dos años, después de 40 años en su oficio, algunos médicos empiezan a respetar sus conocimientos. Le permiten pasar a los partos, pero sin asistirlos. Antes la retaban. Le decían que si ella sabía, atendiera, relata Gloria.
En dos ocasiones ha visto cómo en clínicas de Atoyac la mujer pare en el barandal, luego de que los médicos le dicen que aún les falta; que se vayan a bañar y caminen.
Denuncia que las parteras tradicionales están en el abandono, sin políticas públicas que las hagan garantes de derechos; sueña con tener un consultorio propio, para “sobar a las embarazadas, atender partos, curar de empacho, espanto o de mollera caída”.
Parteras sin permiso oficial
En México, la partería tradicional está sustentada en el reconocimiento de la medicina tradicional, tanto en los artículos 1 y 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, como en los artículos 6 y 93 de la Ley General de Salud (LGS).
La figura de la partera tradicional está reconocida en el artículo 64 que especifica que, en la organización y operación de los servicios de salud destinados a la atención materno-infantil, las autoridades sanitarias establecerán acciones de capacitación para fortalecer la competencia técnica de las parteras tradicionales. Existe una guía para la Autorización de las Parteras Tradicionales. La realidad es distinta.
Las parteras comparten características: viven en zonas alejadas, en condiciones precarias, no cuentan con servicios de salud gratuito y viven con lo poco que sus pacientes pueden pagarles; además son menospreciadas por el sector salud.
De la Peña Pintos asegura que las parteras tradicionales se capacitan, pero no todas son aptas para ser certificadas: la LGS sólo admite a las que pueden leer y escribir. Otra razón para no recibir la certificación es su avanzada edad.
No queda claro por qué no se incluye a las parteras de manera formal en las comunidades. El mismo De la Peña Pintos admite que una de las razones por las que aumentaron las muertes maternas es que la población es dispersa. Hay comunidades donde hay un promedio de 54 a 55 habitantes por kilómetro cuadrado, y son cerca de 7 mil 500 poblaciones de menos de 2 mil 500 habitantes.
Para la SSA la mortalidad materna se concentra en estos lugares porque la mujer no acude a su atención o no tiene una vigilancia adecuada en su embarazo.
Las mujeres mueren por infecciones urinarias sin atender, cervicovaginitis que pueden condicionar un parto prematuro; hipertensión arterial asociada en el embarazo y hemorragias al momento de dar a luz.
Respetadas, pero excluidas en el combate de muertes maternas
Comunidad Raíz Zubia es una organización que trabaja el acompañamiento, reconocimiento y organización de las parteras tradicionales. Para su coordinadora, Susana Oviedo Bautista, las parteras ancestrales son aptas para atender un parto, pero no son respetadas. Cuando el Estado, añade, criminaliza a la partera tradicional.
La secretaria general de la organización, Nayely Rodríguez Flores, manifiesta que hay documentos, como la Guía para la Autorización de las Parteras Tradicionales como “Personal de Salud No Profesional”, que indica cómo incluirlas, pero considera es una política ambigua, homogénea que no ha sido actualizada.
Raíz Zubia considera que por lo menos hay el doble de parteras de las que se contemplan oficialmente, pero no tienen certificación, por razones económicas, geográficas o de escolaridad. Varias señoras no saben leer o sólo hablan su lengua materna sin el castellano.
Nayeli explica que la certificación es entregada a quienes asisten a las capacitaciones de la SSA, lo que también provoca conflictos en la comunidad, porque algunas lo ven como negocio. No todas las parteras tienen la oportunidad de asistir a ese taller.
En el artículo 105 de la LGS puntualiza: “Para inscribirse en los cursos de capacitación para técnicos y auxiliares, deberán reunirse los siguientes requisitos: Ser mayor de edad, saber leer y escribir, tener reconocimiento de sus actividades sobre la materia de que se trate, los demás que señale la Secretaría”.
La organización critica que en estas capacitaciones, el personal de Salud enseña a las parteras prácticas de antaño que no deben hacer. Como cortar el ombligo con un carrizo o un olote quemado. Tampoco el uso de hierbas medicinales o curaciones a los bebés al momento de nacer; o que el ombligo recién cortado le deben poner alcohol y después fajarlos, simplemente deben de colocarle una gasa sin nada.
Les muestran cómo tomar la presión, pesar y medir tanto a la mamá como al bebé; inyectar, mostrar medicamentos permitidos que pueden suministrar.
Una de las indicaciones que se llevan las parteras después de la certificación es que deberán llenar las hojas de alumbramiento para llevar un registro. En Atoyac solo cinco parteras cuentan con estas hojas.
La certificación también ha provocado la aparición de parteras que sin tener experiencia y que con solo asistir al taller se asuman como tal, generando un riesgo para las mujeres.
No hay trabajos serios de incorporación de parteras
Nayely Flores recuerda que en el auge de la campaña en Guerrero “Vamos por la Partería en el 2017”, lograron junto con las organizaciones que apoyaron y la SSA, hacer un encuentro de parteras en Atlixtac junto con autoridades de Salud, y se acordó que se daría continuidad. Ya no sucedió.
Una nueva campaña a nivel nacional surgió “Parteras de Hoy”, pero no prosperó.
“Ha habido una campaña de criminalización por parte de los médicos que se fortaleció con el Seguro Popular. A través de esos programas se les obliga a las mujeres a parir en un hospital. Usan discursos similares para demeritar, que no tienen ninguna base científica y es muy dañino para la vida de la mujer y del bebé”, explica Flores.
Mortalidad materna y postura oficial
En 2017, el INEGI registró el nacimiento de 79 mil 244 niñas y niños. Este año se han repuntado los casos de muerte materna reiteran organizaciones. El último registro del Observatorio de Mortalidad Materna en México hasta el 27 de mayo documenta que en Guerrero murieron 20 mujeres al parir.
De la Peña Pintos, dijo el 5 de mayo –evento donde sólo hubo presencia de parteras profesionales–, que más de 340 mil mujeres y más de 3 millones de niños de todo el mundo mueren cada año como resultado de complicaciones evitables en el embarazo y el parto, y que la mayoría de estas muertes podrían evitarse si hubiese suficientes parteras calificadas y se dispusiera de los recursos adecuados.
Lucina: al rescate de una práctica ancestral
Lucina Palacios Bautista tiene 63 años de edad. Casi 40 como partera, porque a los 14 años inició. Es originaria de Cerrito de Garibo, municipio de Benito Juárez, San Jerónimo, pero desde hace nueve años una inundación en su localidad hizo que se mudara a la Laja, una colonia de Atoyac.
Mujeres y hombres van a buscarla a su casa a orilla de la carretera federal, en la pequeña casa de dos cuartos de madera.
Le piden remedios para la cura de espanto, empacho, torceduras y zafadura de huesos. Pero la actividad fuerte de Lucina es la atención de partos y acomodo de bebés.
Lucina viene de una familia de parteras. Ella heredó los conocimientos de su abuela Luisa Salmerón y su madre Diega Bautista.
La primera vez que Lucina asistió un parto fue un día que a su madre se le juntaron tres parturientas, apenas tenía 14 años, rememora.
Luego de esa experiencia, las mujeres la buscaron cuando cumplió 17 años. En su localidad no había centro de salud, por eso se decidió a ese camino. Y poco a poco se ha ido ganando un lugar, sorteando la discriminación de los médicos y mucha gente que la critica por no haber pasado por una Universidad.
“En esos hospitales como que a uno lo ignoran con nuestros saberes, nos confrontan. A uno lo humillan en decirle que nosotros andamos engañando a la gente, que podemos matar a una parturienta, a un niño. Inclusive me han dicho: ´vas a asesinar a esos niños´, ‘los vas a matar metiéndole los dedos (para curar la mollera) eso puede envenenar a un niño´”.
Ella siempre defiende sus saberes y efectividad. No piensa dejar el oficio de partería aún con las carencias. Así ayuda a dar vida a cientos de niños y niñas. Es su pequeña contribución contra las muertes maternas.
Este reportaje fue elaborado por el equipo de Amapola. Periodismo transgresor.
Lee aquí la publicación original en Ampola periodismo
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