México es el cuarto país en el mundo con más nacimientos quirúrgicos, después de Estados Unidos, China y Brasil. Los bebés mexicanos que nacen por cesárea superan por mucho las cifras recomendadas de la Organización Mundial de la Salud. Pero las cesáreas son sólo la punta del iceberg de una silenciosa, invisible y cotidiana violencia contra las mujeres que deciden ser madres
Texto: Daniela Rea.
Fotografía: Mónica González. Colectivo SacBé
Cuando tenía tres meses de embarazo, mi pareja y yo nos acercamos a una partera porque queríamos tener a nuestra hija en casa. Su primera recomendación fue mirar videos de animales pariendo.
“Vacas, elefantes, jirafas, lo que quieran, pero vean partos de animales”, nos dijo Yolanda Ilescas.
No era una broma. Con su recomendación, quería quitar de nuestra cabeza las imágenes de partos que durante décadas nos han educado: una mujer acostada con las piernas abiertas al aire, gritando de dolor, un hombre a su lado a punto del desmayo y un grupo de médicos robotizados en rutina. En su lugar, llenaríamos nuestra mente con escenas de animales pariendo en un lugar seguro y tranquilo, como la sombra de un árbol.
“Eres un mamífero, tu bebé es un mamífero”, nos dijo al despedirnos Yolanda, quien tiene más de tres décadas acompañando a mujeres y capacitando doctores en distintas partes del país. Biológicamente –leería después– el parto es dirigido por la parte primitiva del cerebro, la misma que rige las emociones. Es decir, un proceso completamente instintivo y emocional.
Después de la cita llegamos a casa, tecleamos “partos de animales” en google y vimos algunos videos de vacas, orangutanes y rinocerontes. Los días siguientes los pasé mirándolos de nuevo, tratando de sentirme un mamífero, de relajarme y tener la certeza de que mi cuerpo, como el de la vaca, sabría su tarea llegado el momento.
Entonces entendí que mi embarazo sería un proceso para desaprender lo que la civilización y la hipermedicalización me habían dictado sobre nuestros cuerpos.
Hay en Facebook un grupo que reúne casi a 8 mil mamás llamado Momzillas, donde se comparten dudas sobre embarazo, nacimiento y crianza. En el foro abierto, lanzo una pregunta sobre la experiencia de sus partos y las respuestas llegan:
“Mi hija nació por una cesárea innecesaria. Yo me dejé llevar por mis miedos y terminé aceptando la cesárea que impuso el doctor de guardia, a quien no conocía. Mi hija nació y nadie me lo dijo, fui yo quien alcanzó a ver pasar a la enfermera con su piecito colgando entre las sábanas. Vi por primera vez a mi hija a través de la fotografía que mi prima le tomó con su celular”.
“A mí el doctor de guardia me dijo: ‘si no se apura le voy a hacer cesárea y todo su dolor de trabajo de parto se va a ir a la basura’. Me hicieron episiotomía (corte de piel y músculo en la zona del perineo para abreviar el parto), aunque pedí que no lo hicieran. Mi hija nació contra todo pronóstico, por parto natural”.
“Después de 36 horas de parto en casa, como 10 centímetros de dilatación, mi hija no salía y las parteras me decían que era porque yo no quería soltar a mi bebé, me sentí presionada y agredida. Tuve que tener cesárea porque mi hija estaba atorada en mi pelvis. La cesárea nos salvó”.
“Mis médicos eran los jefes de enseñanza y metieron a 10 estudiantes a la sala de parto. Fue una falta de respeto. Entraban y salían y platicaban entre ellos. En medio de las contracciones los mandé callar porque no me dejaban concentrar”.
“Me sentí abandonada durante el parto. La enfermera del hospital privado me vino a callar porque con mis gritos espantaba a otras parturientas, el enfermero no me permitía caminar para calmar el dolor porque él no podía monitorearme, mi ginecólogo planeó una cesárea a distancia por motivos que, a la fecha, no sé si son ciertos o sólo fue por su comodidad”.
La violencia obstétrica, ocurrida durante el embarazo, parto o puerperio (periodo que tarda el cuerpo de la mujer en regresar a su condición anterior al embarazo) tiene una amplia gama física y psicológica.
El Grupo de Información en Reproducción Elegida (Gire), en su informe “Omisión e Indiferencia, derechos reproductivos en México 2015”, enumera regaños, burlas, ironías, insultos, amenazas, humillaciones y desinformación que sufren las mujeres, así como la aplicación de prácticas invasivas que no respetan su dignidad, sus tiempos, ni posibilidades del parto biológico. Estos daños implican violaciones a los derechos a la integridad personal, a la salud, a una vida libre sin violencia y a la protección de la vida perinatal.
¿Qué implicaciones emocionales -además de las físicas que pueden llegar hasta la muerte- tiene para ellas un parto así?
“Emocionalmente es algo muy básico, todos los seres humanos necesitamos la validación de los sentimientos de otra persona, como el miedo, las certezas, la angustia, la emoción. Una invalidación sistemática a las personas genera trastornos. Yo no me sentí validada en mi parto”, me dice Nasnia Oceransky, madre y sicóloga que sufrió violencia obstétrica.
Cada año mueren en México alrededor de mil 192 mujeres durante el embarazo, parto o puerperio. La cifra no detalla cuántas de ellas murieron por violencia obstétrica, pero la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, por ejemplo, en el Informe anual 2013, dedicado a los derechos de las mujeres, registró la muerte de 3 madres y 5 bebés por esta causa.
La violencia obstétrica sólo es visible cuando llega a niveles de muerte, advierte la CDHDF en ese informe, pues las burlas, los malos tratos, la manipulación del dolor, o la discriminación se asumen como normales.
¿Cómo llegamos a permitir esa violencia en los partos? Alina Bishop, partera, doula y directora de la escuela en salud perinatal “Casa de Luz” en Morelos, responde:
“Pusimos toda nuestra confianza en el sistema médico y éste se ha aprovechado de ella. Lo hicimos porque tenemos miedo al dolor, a la muerte. Todo mundo sabe que los partos son dolorosos y cuestan trabajo, todo mundo sabe que la mujer puede morir en el parto, es real. Pero se trata de revertir lo que sabemos, de acercarnos a otra información, a otra manera de parir y de concebir el cuerpo de la mujer. Una manera que pasa necesariamente por el respeto”.
En México, las mujeres han empujado que se hable del tema y una forma ha sido impulsando leyes que penalizan la violencia obstétrica como las que hay en Chiapas, Chihuahua, Colima, Durango, Guanajuato, Hidalgo, Quintana Roo, San Luis Potosí, Tamaulipas y Veracruz. Aunque en la Ciudad de México ya se aprobó, desde abril de 2015, la incorporación del concepto a la Ley de Acceso a una Vida libre de Violencia, no se ha publicado.
“Todo parto puede ser natural, salvo que se demuestre lo contrario”, dice el sitio web elpartoesnuestro. El parto natural es entendido como aquél que comienza de forma espontánea, en el que la mujer genera oxitocina y contracciones adecuadas y suficientes para dilatar y empujar al bebé hasta que sale por la vagina. Pero la tendencia ha sido la opuesta: tratarlos todos como si fueran patológicos.
Si el parto es algo tan instintivo, ¿cómo fue que se convirtió en un asunto médico de quirófanos, cables, anestesias y bisturís?
Las posturas son diversas. La directora Catherine Béchard plantea en su documental “Loba” (España 2015) que la medicalización de los partos buscó controlar el cuerpo de la mujer, su autonomía y libertad. Un estudio de la Revista de Salud Pública de Colombia relata cómo desde siglos atrás el hombre (primero desde la alquimia y luego desde la medicina) buscó alternativas para eliminar el dolor del parto y la tendencia se popularizó cuando la reina Victoria usó cloroformo durante el nacimiento del príncipe Leopoldo, en 1819. Otro estudio, publicado en Ecuador, remonta su origen a la Revolución Industrial y la necesidad de controlar la naturaleza humana para salvar vidas; entonces los nacimientos se trasladaron de los hogares a los hospitales y las parteras fueron reemplazadas por médicos obstetras.
Pero ese objetivo de salvar vidas no fue del todo cumplido: hoy, 91 por ciento de las mujeres que en México murieron durante el parto o puerperio tuvieron consultas médicas donde no hubo diagnósticos certeros para detectar o atender los factores de riesgo. Los datos del Observatorio de Mortalidad Materna muestran que la medicalización per se del embarazo no salva vidas.
Desde hace tres décadas, la Organización Mundial de la Salud puso en duda la efectividad del parto medicalizado y emprendió la promoción de un parto lo más natural posible –en la medida en que la salud de la madre y el bebé lo permitan– basado en atención primaria, con participación de parteras, protegiendo la dignidad y las necesidades emocionales, sociales y culturales de la mujer.
El parto al que apeló la OMS está enfocado en las necesidades de la mujer, su hijo y su pareja, no en las del doctor o el hospital.
Lo que las mujeres hemos asumido como natural en el proceso del nacimiento — rasurado púbico, ruptura de membranas, prohibición de alimentos o bebidas durante el parto, episiotomía, exploración manual–, son en realidad una serie de agresiones que en algunos casos, como obligar a la mujer a parir acostada, controlar el dolor con anestesia epidural o administrar oxitocina antes del nacimiento, pueden afectar el parto natural y encaminarlo a la cesárea, explica Alina Bishop.
Además, se trata de reivindicar el parto natural por los beneficios que tiene como el apego y lactancia temprana, que se dan justo en el nacimiento.
Pero también aclara: no es el lugar lo que hace a un parto, sino la forma en que la mujer ha podido elegir, con base en información, en su seguridad y confianza, acompañada por un profesional que conoce y respeta su cuerpo y no interviene en el proceso natural del parto de forma injustificada.
Desde hace varios años el excesivo número de partos por cesárea han prendido alertas en México. El nuestro, es el cuarto país en el mundo con más nacimientos quirúrgicos, después de Estados Unidos, China y Brasil.
En 2012, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) registró que 45.1 por ciento de los bebés mexicanos nacieron por cesárea. En el Distrito Federal la cifra se elevaba a 52 por ciento.
Son números muy por encima del 20 por ciento que recomienda la Norma Oficial y el 15 por ciento máximo que sugiere la OMS, a partir de los mayores riesgos que implica una cesárea, sobre un parto vaginal, de presentar infección, hemorragias, coágulos de sangre, lesiones en la vejiga o el intestino, aumentar posibilidades de placenta previa y acreta para futuros embarazos.
En los hospitales privados de la Ciudad de México la cifra se dispara hasta 80 por ciento, es decir, 8 de cada 10 mujeres que llegan a parir a estos establecimientos, terminan en cesárea, según registró la CDHDF en su informe. Los hospitales públicos de la capital no tienen mejor récord: los de la Secretaría de Salud local tuvieron 32 por ciento de cesáreas, el IMSS 53 por ciento y el ISSSTE 62 por ciento.
¿Por qué tantas cesáreas? La Ensanut 2012 explica: El mal uso de distintas intervenciones médicas, el exceso de monitoreo fetal, la ruptura artificial de membranas antes del trabajo de parto activo, información sesgada a las mujeres sobre supuestos riesgos del parto natural y supuestos beneficios de la cesárea, la falta de preparación del personal de salud, el afán de lucro de los proveedores, incentivos económicos relacionados con las aseguradoras y la comodidad para médicos.
La CDHDF coincide en que el incentivo económico por parte de médicos y hospitales es una de las causas del alto número de cesárea, que pueden costar desde 20 mil hasta 130 mil pesos, según la clínica. Además de la percepción errónea en mujeres con alto nivel socioeconómico de que la cesárea es una técnica más rápida y segura de dar a luz.
Estanislao Díaz, del Colegio Mexicano de Especialistas en Ginecología y Obstetricia, reconoce que el número de cesáreas llega a niveles preocupantes, aunque lo justifica.
“Se ha abusado de la cesárea, por la sobre carga de trabajo, la falta de médicos para atender a las mujeres, el tiempo de atención por cada paciente… para atender a una parturienta tiene que esperarse a veces unas 10 horas, ocupando camas. Hay muchos doctores que hacen cesárea, también por la circunstancia económica que es más ganancia para el doctor y el hospital”, dice. Aunque, cabe aclarar, la recuperación por cesárea implica que la mujer pase de 2 a 3 días hospitalizada.
Díaz dice estar de acuerdo con algunas recomendaciones de la OMS, pero no con todas. Por ejemplo, que la decisión médica quede en la mujer: “El paciente no siempre tiene criterio, no podemos sujetarnos a la voluntad del paciente, de algo debe servir la ciencia”.
Tampoco comparte el uso generalizado de las parteras y el parto en casa: “Lo ideal es formar parteras que nos apoyen en zonas rurales, en la ciudad pueden funcionar, pero en casa es mucho riesgo, más que beneficio”.
Alejandra González quiso un parto natural en un hospital privado. Ese era el lugar que le hacía sentir tranquila y en confianza: acompañada de su esposo, ginecólogo y doula, como se les llama a las acompañantes del parto. En su habitación contaba con pelota de yoga para los ejercicios y una tina con agua tibia. El doctor le propuso colocarle la epidural para el dolor pero ella decidió que no, intentaría el parto sin anestesia.
Acompañada de su doula, comenzó a experimentar posturas con cada contracción.
“Llegó un momento en que sentía el dolor irracional, ya no podía”.
El doctor propuso de nuevo poner la epidural para continuar el trabajo de parto natural y ella accedió. Pese a tener 10 centímetros de dilatación el bebé no nacía y comenzaba con sufrimiento fetal.
Su doula, que trabajó coordinada con el ginecólogo, la tomó de la mano y le dijo que tendrían que hacer cesárea. Durante las pláticas preparatorias, lo hablaron como una posibilidad pues la cesárea es una operación quirúrgica que puede salvar vidas.
“Cuando me dijeron que era necesaria la cesárea, me puse a llorar. Fueron como tres minutos en que respiré y lloré. No era lo que yo quería. Entonces me tome la panza y le dije a mi hijo: ‘Amor, ya hicimos todo lo que pudimos, vamos a estar bien’. Mi doula me dio un beso en la frente y el doctor me tomó de la mano. Mateo nació y se lo dieron a mi esposo quien de inmediato me lo puso en el pecho. Él cortó el cordón y nunca me separaron de mi hijo”.
La primera noche de Alejandra después de parir fue una especie de duelo. Soltar que no tuvo el parto como lo deseó, entender que hizo lo posible y su hijo nació sin riesgos. Dejar ir las presiones externas que violentan y desvaloran a quienes no tuvieron partos naturales. A quienes ponen en duda su capacidad como mujeres, como madres.
“La violencia está por todos lados. Hay violencia obstétrica y hay violencia en desvalorizar a quienes tuvieron cesárea o eligieron anestesia, se les ve con una especie de mujeres frágiles que ‘no pudieron’”, considera María del Mar Monroy García, responsable de la coordinación de Vinculación con la Sociedad Civil y Políticas Públicas de la CDHDF.
Ella es una empeñada en combatir los fundamentalismos que violentan a las mujeres: ‘sólo desde la maternidad una mujer descubre el verdadero ser mujer’, ‘sólo un parto natural te convierte en madre’.
“Tenemos que romper los roles y estereotipos que te hacen una buena o mala mujer porque estos fundamentalismos refuerzan otros nuevos estereotipos que nos encierran en un círculo de violencias”.
Luisa, mi hermana menor, fue el primer contacto que tuve con un parto natural. Ella vivía en un pueblito de Veracruz y cuando se embarazó decidió que parir en su casa le daría la seguridad y confianza que necesitaba.
La decisión fue tomada con reservas en la familia y sus conocidos. Luisa tuvo que defender su postura de las dudas y los miedos de nosotros: “¿y si el bebé viene mal?”, “¿y si tienes una hemorragia?”, “¿y si algo te pasa?”. En algún momento le ofrecimos contratar una ambulancia para que esperara afuera de su casa. Ella respondió con un plan de emergencia: ubicó la clínica de salud más cercana y el tiempo de recorrido para llegar ahí.
“Nuestro cuerpo está listo, está preparado para parir — decía con paciencia a quien quería oírla– lo que hay que trabajar es la mente, hay que callarla, tranquilizarla para que no se impongan nuestros miedos a nuestro instinto”.
Alina Bishop matiza: “Aunque el cuerpo sabe parir, es importante que la mujer sea consciente de cómo funciona para que se dé cuenta de esa arquitectura y favorezca su funcionamiento. Hay zonas que se tienen que abrir, relajar, soltar, otras empujar”.
En su parto, Luisa recuerda que su cuerpo le dijo qué hacer. El cuerpo le pidió hincarse y ella lo hizo, le pidió un soporte y ella se sujetó de su pareja como si él fuera un árbol fuerte y comenzó a pujar. Su hijo nació.
Nicolás ahora tiene 3 años y le pregunto qué diferencia hizo para ella que naciera en casa, que ellos fueran los protagonistas.
“Mi hijo nació en casa, como quisimos, porque era el lugar en el que yo me sentía segura, como a otras mujeres puede hacerles sentir seguras el hospital, ahí también podemos tener partos respetuosos, libres. Hubo un momento, durante el trabajo de parto, que yo sentía no poder, entonces cerré mis ojos y le hablé a él, le dije: ‘yo ya no puedo, pero tú puedes, ayúdame a hacerlo’. Estábamos muy conectados. Este fue el primer trabajo en equipo que hicimos mi hijo y yo”.
Uno de los mayores temores que tuve durante el embarazo era si sería capaz de soportar el dolor que implica. Esa inquietud me llevó a platicar con una amiga de la Universidad que tuvo su parto natural.
“Trata… no de disfrutar el dolor, sino de sentirlo, tranquilizarte, meditar y sentir cómo el bebé comienza a acomodarse y empieza a bajar”, me dijo Carmen Teolli.
Sentir el dolor. Las ideas alrededor del parto natural van desde lo puramente animal, hasta lo esotérico y otros excesos. En esa búsqueda interminable me encontré con el documental “El parto orgásmico” donde el proceso estaba lleno de placer. Pero las imágenes de la mujer sostenida en las paredes de una tina, balanceándose con el éxtasis en su rostro y en sus gemidos mientras paría, estaban fuera de mi realidad.
Por eso las palabras de Carmen fueron tan luminosas. No se trataba de disfrutarlo, sino de sentirlo. “No te pelees con él, no lo rechaces, no le huyas, siéntelo”.
En su libro “Dar a luz con amor” Verena Schimd explica que hay dos fuentes de dolor durante el parto: el vientre, por la presión sobre los tejidos y nervios sacros; y el cerebro, por los condicionamientos negativos que como sociedad le hemos dado. “¿Qué valor social le damos al dolor? –escribió- Se combate, se elimina, se esconde, no tiene sentido”.
Es el dolor es el que activa el trabajo de parto, leí en el libro de Schimd. El dolor te hace buscar posiciones que sean “menos dolorosas” para abrir el canal de nacimiento, como estar hincada, en cuclillas o a cuatro patas, y estimula las hormonas necesarias para el parto: la adrenalina, la oxitocina y las endorfinas.
“Buscamos las ‘ilusiones’ de seguridad y bienestar–escribió Schimd-. El dolor en el parto parece anticuado, incluso un castigo”.
Liliana Ramírez, del colectivo Tribu Co-madres, me explica ahora lo que como doula dice a las mujeres que acompaña:
“Hemos sido criados con miedo a sentir, a lo desconocido y como mujeres, hemos estado adormecidas al sentir el cuerpo desde la menstruación, las relaciones sexuales y eso nos dificulta el llegar a sentir una de las experiencias sexuales más potentes que como mujer podemos tener”.
Al acercarse la fecha del nacimiento de mi hija, nuestra partera confirmó que el embarazo no era de riesgo y podíamos intentar el parto en casa.
Para entonces, ya sentía una especie de confianza ciega en todas las mujeres que habían dado a luz a lo largo de la vida humana. Ahí estaba mi abuela pariendo a sus ocho hijos y mi madre a nosotros cuatro. Dediqué unos días a llamarlas por teléfono para preguntarles sobre sus partos. Ninguna recordaba tantos detalles como para satisfacer mi inquietud. Ninguna se había hecho tantas preguntas, tampoco. Simplemente me repetían que su cuerpo supo qué hacer.
Dibuje en el diario lo que sentía que pasaría con mi cuerpo y resultó una pangea.
Mi parto comenzó una noche de primavera. Le llamé a la partera y me recomendó descansar lo más posible, antes de que comenzaran las contracciones más fuertes, para tener energía en el momento culminante del parto. Yo no pude dormir, tampoco mi hermana y mi pareja, que me acompañaban.
En la habitación había hecho un pequeño altar donde estaban las fotos de mi mamá y mi abuela, y una vela que se había encendido en un encuentro de parteras, como para decirme que toda la fuerza todos los partos estaba ahí conmigo.
Las contracciones iban y venían, mi cuerpo tenía la capacidad para reponerse entre una y otra, pues aunque el dolor se incrementaba con cada una de ellas, no se acumulaba. Las sentía como un oleaje que llegaba, me cubría por completo, para luego irse y dejarme arrojada sobre el espejo de agua.
No sé cuántas horas habían pasado, pero desde la ventana vi que amaneció. Con el sol llegó mi madre, quien me alimentó con licuados de frutas y granos, para tener energía suficiente, y masajes en mi cuerpo para sanar los dolores.
Como a las 9 de la mañana las parteras entraron a casa. Monitorearon el ritmo cardiaco de la bebé y las contracciones. Aún había que esperar. Las contracciones subieron de ritmo e intensidad, pero todavía no era el momento de su nacimiento. Entonces perdí el sentido de las cosas. Sólo recuerdo que tomé baños de agua caliente para relajarme, que lloré porque sentí que no podía más, que grité hasta quedar afónica, que acudí al pequeño altar de mi cuarto y le pedí ayuda a mi hija para nacer. “Dime qué más tengo qué hacer, hija, aquí estoy dispuesta para que nazcas”.
En algún momento, entre los gritos de dolor, mi partera me preguntó si estaba enojada, entonces me di cuenta que estaba a punto de mandar todo el trabajo hecho hasta entonces, al demonio. Le pedí apoyo a mi pareja para que me diera calma hasta que, de forma instintiva, me tumbé en el pasillo de la casa donde había menos luz y me puse a cuatro patas, como los animales que había visto en los videos de internet.
Sentí mis caderas abrirse, sentí que mi cuerpo se fracturaba como la Pangea. Vinieron unas contracciones más potentes y ella nació. Tenía el cordón enredado en los pies. Alrededor parecía un campo de batalla: sangre, sudor, sustancias viscosas.
Yo estaba exhausta física y emocionalmente. Sólo recuerdo que en algún momento, mientras mi hija lanzaba sus primeros llantos, pensé “el siguiente parto será cesárea programada”.
Ahora eso es una simple anécdota que me permite dimensionar el dolor y la fractura que tuvo mi cuerpo en el parto.
Después de casi dos años de ese día, no hay dolor en los recuerdos. Parir como mamífero me dejó la satisfacción de permitirle a mi cuerpo hacer lo que sabe, me permitió conectar con una parte instintiva o animal que había dejado de lado y significó para mi y mi pareja la confianza de que podemos, casi cualquier cosa… (hasta que llegó el puerperio).
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“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.
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