22 abril, 2021
En los siete años que lleva en México, proveniente de Honduras, Paola ha recorrido el país desde Chiapas a Tijuana para hacerse de recursos. En meses recientes, para sobrevivir durante la pandemia, ha retomado oficios que suma a sus múltiples actividades laborales. «Lo más difícil era adaptar nuestra mente a la enfermedad y a la crisis, y eso ya lo pasamos”
Texto: Marcela Del Muro
Fotos: Victoria Razo
VERACRUZ.- “Yo salí de descanso el 16 de febrero (del 2020) y al otro día me entrevisté con la persona del otro restaurante. Me fui a trabajar allá el fin de semana siguiente, pero de repente yo empiezo a sentirme mal: a no poder respirar y a encorvarme del cansancio. Otros compañeros se enfermaron del estomago. Yo le echaba (la culpa) a que había mal olor y cosas que estaban tapando las tuberías del restaurante”. Mientras la señora Juana Pabla Reyes, de 52 años, narra los síntomas de aquella extraña enfermedad, las personas que la escuchamos, inmediatamente, pensamos que era la covid-19. Pero no hay certeza de que haya enfermado porque no hubo una prueba que lo confirmara.
A Pabla le gusta que le llamen Paola. Ella es hondureña y tiene siete años en México. Un año y seis meses fue cocinera de varias palapas de mariscos en el puerto de Veracruz, esos pintorescos restaurantes que se encuentran próximos a la playa y son frecuentados por turistas que visitan la zona.
Cuando Paola recuperó la salud, a mediados de marzo del año pasado, la pandemia ya era una realidad palpable para la población en México. Para evitar la propagación, se cerraron indefinidamente actividades no esenciales y los trabajadores eran enviados a casa a realizar cuarentena. “A raíz de eso, mi hija y mi hijo se vinieron para acá y fue cuando cerraron todo, todo, fue algo tremendo”.
La señora Paola vive en una urbanización de interés social en Medellín de Bravo, municipio conurbado de la ciudad de Veracruz. Ella presenta su casa como la más bonita del fraccionamiento y tiene algo de razón: su lugar se distingue por una jungla doméstica en un estrecho pasillo que da la bienvenida. Es un hogar pequeño y cálido, decorado con varias fotos familiares e imágenes religiosas, y donde los espacios se han ido adaptando a las necesidades.
Los primeros meses de la pandemia, la señora estuvo acompañada de Astrid y Emmanuel, sus hijos de 30 y 19 años. Fue un pequeño respiro después de años sin descanso, un momento de tranquilidad para ella porque su hija proveyó lo necesario para el inicio de la cuarentena.
“Ella ha sido mi mano derecha”, cuenta Paola sobre su hija. “Dice ella: ‘criamos a los niños, mami’. Y sí, siempre está ahí pendiente de ellos”. Astrid es violinista en la Orquesta Filarmónica de Boca del Rio, Veracruz. Ella fue la primera de la familia en llegar a México con la oportunidad de integrarse a la orquesta y estudiar Música en la Universidad Veracruzana. Paola y sus dos hijos menores la siguieron, cruzaron a México en diciembre del 2013. Se asentaron ocho meses en Chiapas; la señora instaló un pequeño puesto donde vendía café, chocolate y pan a las afueras del refugio de migrantes. Así, pudieron seguir recorriendo México hasta llegar a Veracruz, con su hija.
“¿Quién se iba a imaginar que nos viniera a tocar vivir esto aquí?”, se cuestiona Paola sobre la pandemia. En junio del año pasado, Astrid dijo adiós y regresó a su casa en el municipio de Xalapa. La noticia cayó como balde de agua fría para la señora Paola. El turismo en Veracruz se encontraba en declive y se veía un difícil panorama para conseguir un trabajo en la zona.
Al estado regularmente llegan turistas nacionales. En el 2020 el porcentaje de ocupación hotelera en el país disminuyó 34.4 puntos porcentuales respecto al año anterior, según el Resultado de Actividad de Secretaría de Turismo; esto impactó negativamente al sector de servicios. Los ámbitos restauranteros y hoteleros fueron los más afectados con una pérdida aproximada de 769 mil empleos, señaló el INEGI. Este sector está altamente feminizado, antes de la pandemia, las mujeres ocupaban un 61.5% de los puestos de trabajo en América Látina y el Caribe, detalló el Cepal en su informe especial de covid-19.
Para finales de junio, Veracruz llegaba a los 10 mil casos confirmados de coronavirus y un par de días a la semana ocupaba el mayor registro de contagios al día en todo México. La pandemia se sentía, pero la escasez que provocaba la falta de trabajo calaba más.
La señora Paola comenzó a buscar oportunidades de empleo en los restaurantes de la zona y pidió recomendaciones laborales a sus amigos y conocidos, pero nada llegaba. Hasta que “me llamó una amiga y me dijo: ‘Pao, va a salir una señora del hospital y te recomendé, te van a llamar. ¿Puedes poner oxígeno? ¿Puedes tomar presión?’. Le dije que no sabía, pero eso yo lo aprendo rápido. Y así fue como empecé a trabajar cuidando a la señora”.
Mientras 137 municipios en Veracruz cambiaban a rojo en el semáforo epidemiológico, Paola tomaba diariamente cuatro autobuses y tardaba más de una hora en llegar a su trabajo. El empleo duró 16 días y terminó tras la hospitalización y muerte de la señora que cuidaba.
Pero no pasó mucho tiempo para que otra recomendación llegara. Una pareja solicitaba una persona que limpiara una vez por semana su departamento en Veracruz. La señora Paola sabía hacerlo, pero nunca había trabajado como empleada doméstica. En este tiempo pandémico fue una oportunidad laboral inusual, el trabajo doméstico ha sido de los más golpeados por la crisis sanitaria. En 2019 aproximadamente 13 millones de personas se dedicaban al trabajo del hogar remunerado en América Latina y el Caribe, de las cuales el 91.5% eran mujeres. Para el segundo trimestre del 2020 esta cifra se desplomó, en México la ocupación de trabajo doméstico remunerado cayó un 33.2% según indica el informe especial del Cepal.
Hasta ahora, limpiar ese departamento una vez por semana es el único trabajo fijo que Paola conserva, pero esto la obligó a retomar antiguos oficios como los masajes terapéuticos, que aprendió cuando llegó a México, y la venta por catálogo, a lo que se ha dedicado periódicamente desde que vivía en Honduras.
La pandemia no ha sido lo único que ha preocupado a la señora Paola. A principios de noviembre el huracán Eta tocó suelo en América Central y llegó a Honduras como depresión tropical. Diez días después azotó el huracán Iota. Las lluvias desbordaron los ríos y deslavaron los caminos, las inundaciones afectaron a más de un millón y medio de personas.
“Allá está mi gente y fue un tiempo de angustia porque yo no sabía nada de ellos. No había luz, no había agua, no había teléfono, no había forma de conectarse, no había nada; yo no sabía cómo contactarlos y se me encendió el foco y busqué al profesor Gustavo, él anduvo buscando a mi familia allá”.
Todos los familiares de la señora se encontraban bien, lo crítico en la zona eran las pérdidas materiales: en las viviendas, en los caminos y en los hospitales. La casa de Paola en Choloma se quedó sin puertas ni ventanas y seguirá así por un tiempo porque la crisis no permite gastar dinero para arreglarla.
Por esas mismas fechas, Paola comenzó a pensar que su situación laboral en Veracruz no se resolvería pronto, buscó distintas opciones y decidió irse con una amiga a la ciudad de Rosarito, Baja California, que pertenece a la zona metropolitana de Tijuana. Pensó que podría buscar empleo en algún restaurante o en la maquila, trabajar unos cuantos meses y regresar a Veracruz con sus hijos.
Los nervios invadieron a la señora Paola, era la primera vez que viajaba en avión. Llegó a Tijuana el 20 de noviembre. Para entonces, llevaba unas cuantas semanas saliendo virtualmente con un mexicano que vive en Texas. Tenían una relación estrecha, pero hacía falta conocerse para afianzarla. El 27 de noviembre decidió que era un buen momento de conocerlo y viajar un poco con él, antes de comenzar a trabajar de lleno.
Después de las largas conversaciones telefónicas y por videollamada, Paola se dio cuenta que muchas veces la realidad es distinta cuando se conoce a la persona. Aquel hombre, que en la virtualidad era proveedor y cariñoso, tenía una actitud machista y con vicios que sacaba lo peor de él.
“A veces el hombre cree que porque te dio esto y porque surtió lo otro, ya se portó bien y tú tienes que bajar la cabeza, y no. De qué sirve tener un castillo grandote donde no me sentía bien, no tenía paz y donde trataron de humillarme”. La vendedora decidió que era hora de irse, pero la situación en Tijuana se tornaba complicada: los trabajadores de las maquilas empezaban a abarrotar los hospitales. Ella ha sido migrante anteriormente, eso le da una capacidad de racionalizar cada movimiento que toma. No era un buen momento para buscar trabajo allá, para arriesgarse a enfermar alejada de sus hijos y para batallar en conseguir empleo en un sitio desconocido. Paola regresó a Veracruz, su lugar seguro en México.
Mientras escribo esta historia recuerdo lo violento que llega a ser el país para la comunidad migrante. Se empalman en mi mente noticias recientes: la masacre de 14 guatemaltecos en la ciudad de Camargo, Tamaulipas; el asesinato de la mujer salvadoreña, Victoria, a manos de la policia de Tulum y la muerte a balazos de un migrante guatemalteco por parte del ejercito en la frontera sur del país. Pero para Paola este panorama es distinto, México ha sido un remanso para su alma, un refugio que la ha protegido de la violencia de género que sufrió en Honduras desde pequeña.
En los últimos días, Paola ha usado su energía en conseguir nuevas clientas para sus diversos productos de catálogos y sus masajes. Los realiza en casa en una cama profesional y utiliza algunos de los productos que ella vende. El empleo informal le ha servido como amortiguador para sobrevivir a la crisis.
La esperada recuperación turística llegó a Veracruz en Semana Santa. Recibieron a más de un millón de turistas en el estado, según reflejos de la cifra de ocupación hotelera que reportó la Secretaría de Turismo. Las palapas donde trabajaba la cocinera se encontraban abarrotadas. Paradójicamente, esto no provocó ningún sentimiento en Paola, durante la pandemia fue más consciente que esa vida de sacrificio trabajando jornadas dobles sin descanso no le iban dejar nada bueno, y ese ritmo de trabajo fue constante mientras trabajo en el ámbito restaurantero del puerto.
Cuando preguntas a la señora Paola ¿qué desea que pase cuando acabe la pandemia?, te dice que espera volver a recuperar la libertad y la seguridad. “Que todo vuelva a la normalidad, que podamos salir a trabajar confiadamente, sabiendo que nada nos va a pasar. Porque ahora, si no sales y estás todo el rato con el cubreboca no te sientes seguro”.
Aunque Paola sabe que la pandemia nos ha puesto en situaciones complicadas, ella está bien anímicamente.
“Como que llega el momento que no siente el peso, yo me siento tranquila. O sea, sé que estamos en pandemia y todo está difícil para salir adelante, pero creo que lo más difícil era adaptar nuestra mente a la enfermedad y a la crisis, y eso ya lo pasamos”.
Mónica Quijano: decisiones que cambian el rumbo, pero protegen a los que amas
Sobre la mesa del comedor se encuentra una lámina que pregunta los cambios laborales provocados por la pandemia, en la parte central de la hoja aparece el dibujo de un doctor al frente de una cama. Mónica Quijano, de 31 años, dice a su hija menor: “Recuerdas ¿cómo te decía que tenía que vestirme para atender a mis pacientes?”. María José, de cuatro años, comienza a dibujar una persona que porta un gran traje parecido a los que utilizan los astronautas y pone un gel antibacterial al lado de él.
Flor Cante: comienzos durante la pandemia
Flor y su familia crearon durante la pademia un solar maya, un huerto en el patio de su casa que les proveyera de comida si la crisis económica arreciaba. También, en conjunto, fundaron una frutería que la joven atiende en las tardes y donde hace sus tareas de la carrera de derecho que comenzó a distancia.
Cam Acuña: defender tu identidad sobre todo
Las clases de Física que da son el único trabajo fijo que Cam pudo conservar después de que la crisis sanitaria. En pandemia, se topó cara a cara con la discriminación sistemática y reiterada que sufre la comunidad trans en México, que impide que exista una inclusión laboral efectiva en los espacios de trabajo y termina violando sus derechos humanos
Paola Reyes: aprender y recuperar nuevos oficios para sobrevivir
En los siete años que lleva en México, proveniente de Honduras, Paola ha recorrido el país desde Chiapas a Tijuana para hacerse de recursos. En meses recientes, para sobrevivir durante la pandemia, ha retomado oficios que suma a sus múltiples actividades laborales. «Lo más difícil era adaptar nuestra mente a la enfermedad y a la crisis, y eso ya lo pasamos”
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